– Me gusta -respondió al tiempo que le tomaba la mano.

Los dedos de ella se cerraron en torno a los suyos.

– Es un buen comienzo. Podríamos habernos sentado fuera, pero decidí que querríamos un poco de intimidad, de modo que creé nuestra propia playa. Pensé que podríamos quedarnos aquí -añadió con deseo y calor. -Al menos hasta que oscurezca.

Tiró de él hasta la cama y cuando se sentó en el colchón y dobló las piernas a los lados, estuvo a punto de morirse al pensar que podría revelar algo de lo que él anhelaba ver.

Ella siguió la dirección de su mirada y rió.

– Eres perverso, ¿lo sabías? ¿Me has traído el tanga?

– Aquí está -palmeó el bolsillo delantero del bañador, que se había vuelto muy tenso.

Los ojos de ella se abrieron mucho al percibir el bulto evidente en el bañador. Tragó saliva.

– Si te portas bien, quizá te deje vérmelo puesto.

En la mirada encendida de él ardió un brillo impío.

– Prefiero vértelo quitado.

– ¿Qué te hace pensar que no lo estás viendo? -se puso de pie y contoneó el trasero. Acostumbrada a otra ropa interior, notar la piel contra una tela más fresca la hacía sentirse erótica. Volvió a sentarse en la cama.

El se sentó a su lado.

– No me estarás retando a comprobarlo, ¿verdad? -los dedos avanzaron hacia ella.

– ¿Y estropear el elemento de misterio y sorpresa? No -con gesto juguetón le apartó la mano. -Pero puedes prepararnos para ir a nadar -tomó de la mesita el frasco de aceite y se lo entregó. -Dame un masaje en la espalda.

– Es de noche.

– Y yo creía que usábamos la imaginación -sonrió. -No me importaría un poco de ayuda para llegar a las partes difíciles -estiró las piernas delante de ella y movió los dedos de los pies.

Los ojos de él se nublaron al aceptar el aceite.

– ¿Elijo yo los puntos?

Un escalofrío de anticipación recorrió todo el cuerpo de Mallory.

– Si crees que puedes sobrellevarlo.

Jack se quitó la camiseta.

– Te aseguro que puedo -la penetró con la mirada. -La pregunta es: ¿podrás tú?

Observó el pecho ancho y bronceado y llegó a la conclusión de que le daba un sentido nuevo a la palabra «sexy».

Logró sonreír.

– Sabes que no es conveniente desafiarme -se apartó el pelo a un costado y se estiró por completo en La cama. -¿Por dónde quieres empezar?

Jack abrió el frasco y vertió una cantidad generosa del aceite aromático en la palma de su mano.

– Me gustaría empezar por abajo e ir subiendo. Aunque también creo en guardar lo mejor para el final, así que ponte boca abajo y empezaremos por tu espalda.

– Mmm, eso me gustará -suspiró y se dio la vuelta para apoyar La barbilla sobre las manos. Un masaje en la espalda quizá la ayudara a eliminar la tensión por la inseguridad que aún sentía.

Y entonces él se sentó a horcajadas en su espalda. La inseguridad y casi todos los pensamientos se evaporaron. No podía soslayar la presión de ese trasero firme sobre las caderas. La envolvió un hormigueo erótico.

¿Relajarse? Tendría que haber sabido que sería imposible. Ese era el juego que antecede al amor.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

– Muy bien.

– Entonces, empecemos.

Unas manos calientes le tocaron la espalda y le marcaron la piel a fuego.

Inició una lenta lubricación de sus hombros, pasando las palmas por la parte superior de su espalda y por los brazos con soltura. Alternaba un contacto suave con una presión más fuerte, ofreciéndole el masaje que deseaba al tiempo que le cubría el cuerpo con aceite.

Mentalmente buscó darle alguna conversación, algo con lo que romper esa percepción y que le devolviera el control.

– Esto es maravilloso -dijo a cambio. Tuvo que reconocer que no quería que nada mundano interrumpiera las sensaciones embriagadoras que despertaba en ella.

– Ese es el fin que se busca -la risa profunda reverberó en la habitación. No dejó de darle el masaje. -Escucha el sonido de las olas. Todos los veranos alquilo una casa en la playa durante dos semanas. Nada supera esa relajación o soledad.

– Por desgracia, yo no puedo permitirme el lujo de tomarme ese tiempo libre -los dedos de Jack le aflojaron la tensión en los hombros y subieron al cuello. A medida que se iba relajando, se potenciaba la percepción.

– Podrías si quisieras -se inclinó y el calor y la dureza de su cuerpo la atraparon contra el colchón. -Podrías si te situaras primero. Por delante de esa imperiosa necesidad de impresionar a unas personas cuyo amor debería ser incondicional. Además, ya sabes lo que dicen de trabajar sin sacar tiempo para jugar -continuó antes de que ella pudiera responder.

La voz sonaba cerca y el aliento le abanicó la oreja, En respuesta, los pezones se le endurecieron contra la cama.

– Eso me hará socia algún día -murmuró. Pero en ese momento, el sueño que la había sustentado casi toda la vida parecía lejano y distante. Sin importancia en comparación con las sensaciones sensuales que la dominaban.

Sin importancia comparados con estar con Jack.

Había empezado a sospechar que él conocía los motivos de ella para esforzarse tanto en alcanzar la meta de ser socia del bufete y perder su sentido del yo. Pero bajo ningún concepto pensaba perder minutos preciosos en diseccionar sus posibles errores. Para eso disponía del resto de la vida.

El se incorporó y de pronto sintió que tiraban de las tiras del sujetador.

– Jack… -en su voz sonó una advertencia.

– Relájate.

Terminó de soltarle los lazos y con la yema de los dedos trazó las líneas que había dejado el sujetador. Ella arqueó la espalda.

«Es demasiado bueno», pensó. Si era capaz de excitarla con palabras y contactos sencillos e inocentes, que el Cielo la ayudara cuando comenzaran los verdaderos juegos sexuales.

Las palmas cálidas se pegaron con fuerza a su espalda. Las manos le delimitaron la caja torácica y los costados, mientras las puntas de los dedos se acercaban a los pechos inflamados que anhelaban un contacto firme.

Soltó un pequeño gemido y cuando él le dio la vuelta y la colocó boca arriba, rodó de buena gana y lo miró a los ojos. Las tiras superiores del sujetador seguían atadas, pero la tela se había desplazado unos centímetros, dejándola expuesta a su escrutinio.

La expresión de él se oscureció por el deseo y la necesidad. Mallory tragó saliva mientras se preguntaba qué siguiente zona erógena iba a tocar.

Sin romper el contacto visual, Jack la sentó y le quitó el sujetador del biquini. Ella contuvo el impulso de cubrirse y se vio recompensada por un gemido gutural.

El conocimiento de que a él le gustaba lo que veía mitigó su vergüenza.

Él vertió más aceite en las palmas de sus manos y continuó masajeándole.

Mallory no pudo apartar la vista de esas manos grandes ni los pensamientos de la esperanza de que las utilizara pata cubrirle los pechos y así satisfacer el deseo que la devoraba por dentro.

– Ven aquí -ordenó con un dedo.

Hipnotizada por el tono ronco de su voz y por la tentación de su contacto, se adelantó en la cama y se sentó sobre las rodillas frente a él.

Jack imitó su postura. Mientras la expectación la carcomía, él no hizo nada para acelerar los movimientos.

Despacio, sin dejar en ningún momento de mirarla, se adelantó y capturó sus labios en un beso. La boca ardiente se mostró generosa e intensa. La devoró con mordiscos pequeños y leves lametones. Y justo cuando ella creía haber alcanzado su perdición, esas manos encendidas le coronaron los pechos.

El contacto inesperado la sacudió hasta lo más hondo de su ser y gimió. El profundizó el beso y le hizo el amor con la boca mientras las manos comenzaban una exploración propia y con las palmas le frotaba los pezones. Ella se agarró a sus caderas para anclarse ante las oleadas de necesidad que subían en espiral por su cuerpo.

Mallory no supo quién fue el primero en romper el beso. Temblaba de deseo y asombro. Nunca había experimentado tanta lascivia ni respondido a un hombre con semejante intensidad. El pensamiento le brindó pausa y retrocedió hasta el cabecero en busca de espacio.

Jack tenía los ojos vidriosos y perdidos, como ella. El silencio palpitó entre los dos.

Mallory miró alrededor en busca de algo con lo que cubrirse la piel desnuda, pero no encontró nada al alcance de su mano. Decidió cerrar los ojos.

Pero lo único que veía detrás de los párpados era a Jack y en su imaginación invocó la sensación de las manos lubricadas sobre su piel aún con hormigueos.

– Todavía no he terminado de protegerte contra el sol.

Al oír la voz ronca, tembló. Aturdido o no, cuando empezaba un proyecto, al parecer le gustaba terminarlo. Algo que tenían en común. Porque aún no había dejado de desearlo.

– Entonces, ¿qué estás esperando? -encontró valor detrás de los ojos cerrados.

Los dedos calientes la tomaron por el pie y comenzaron un masaje lento. Presionó y aflojó, provocándole una sensación de tortura y al mismo tiempo de éxtasis.

Solo iba por el tobillo, pero el resto del cuerpo le ardía y parecía captar el ritmo, ya que encontró respuesta en otras zonas que aún no había acariciado.

– He de reconocer que tienes talento -suspiró, abriendo los ojos.

– Todavía no has visto nada -la miró como si la acariciara.

Era evidente que con la sonrisa quería reafirmarla.

Las manos subieron desde la rodilla hasta justo por encima del bajo del pareo. Al tocar piel, abrió los ojos sorprendido.

– No llevas parte inferior.

– Claro que no. La tienes en el bolsillo -le sonrió con picardía. -Dudaste de mí.

– Dudé de tus agallas -concedió. Los dedos se movieron en arcos amplios sobre su feminidad y ella contuvo el aliento. -Pero no debería. Y si quieres que pare, lo haré. Bastará con que me lo digas.

Cerró las manos en torno a sus muslos. Se inclinó sobre ella y la miró a los ojos.

Inició movimientos largos y suaves que tentaban y provocaban, seducían y cautivaban.

– ¿Parar? -si lo hacía, se moriría. Los movimientos deliciosos se detuvieron, Mallory temió haber quebrado el hechizo y no experimentar jamás la culminación de sus fervientes servicios. Se humedeció los labios. -Fue una pregunta retórica -de hecho, temía más que parara que diera el siguiente paso.

Él se sintió aliviado y volvió a lubricarse las manos.

– El sol puede ser mortífero para pieles no acostumbradas a los duros rayos.

– Eso he oído -el corazón le martilleaba a toda velocidad, pero de algún modo logró sonreír. Con ello pretendía indicarle que quería todo lo que había planeado.

– De hecho -continuó él con sonrisa deslumbrante-, mejor cerciorarme de que abarco cada centímetro -con la palma le cubrió el muslo y con las puntas de los dedos le rozó los pliegues.

El hormigueo que había sentido antes se convirtió en una conflagración. Sus caderas se alzaron por voluntad propia.

– Yo… -comprendió que el sonido salió más parecido a un gemido que a una palabra coherente. -Estoy ardiendo ahora.

– Pero ardes por mí, no por el sol -los dedos resbaladizos se encontraron con la piel que esperaba.

La invadieron unas sensaciones vertiginosas cuando los dedos lubricados separaron y acariciaron. Gimió cuando la masajeó en el sitio exacto. El gemido la convirtió en una mujer salvaje y corcoveó contra su mano.

Jack musitó una maldición. Estaba con la mujer más receptiva, abierta y generosa que jamás había conocido. La humedad le bañó la mano y a pesar del aceite, supo que había encontrado su esencia. El cuerpo le palpitaba pero no podía aliviar la pasión de ninguno de los dos de esa manera. Sin importar lo mucho que lo deseara.

Sin importar lo mucho que la deseara.

Algo había aprendido. Podía perderse en esa mujer. Después de todo lo que había visto en su cínica juventud, vida y carrera, no iba a tolerarlo. Pero podía disfrutar de su calor y deleitarse dándole placer sin que representara una amenaza para sí mismo.

Cada movimiento y caricia de su mano provocaban una respuesta nueva. Resultaba atractiva la tentación de prolongar la tortura exquisita, Pero no a costa de ella, y aunque la veía disfrutar, la había llevado demasiado cerca, demasiado deprisa.

Hizo lo único que podía. Introdujo el dedo en el cuerpo ardiente y húmedo. Ella se sacudió y tuvo convulsiones en torno al dedo, y luego lo aplastó y lo sujetó en un calor mojado de completo éxtasis.

Se tumbó al lado de ella. Con la mano libre, le apartó mechones de pelo de la cara.

– Mírame.

Los ojos azules aterciopelados se abrieron y lo miró con expresión de súplica. Jack movió la mano. Sin retirar el dedo, le tomó todo el montículo con la palma y la rotó con una presión gentil.

– Jack -jadeó.