– Estoy aquí -movió el pulgar en pequeños círculos hasta que ella respiró de manera entrecortada.
Había encontrado el punto adecuado, el que la volvía salvaje. El que la hacía suya. Manteniendo un ritmo constante, la empujó más y más al precipicio.
– Adelante, cariño -la instó con palabras y movimientos calculados hasta que el clímax golpeó con rapidez y furia.
Sintió las sacudidas del cuerpo, implacables en intensidad, y justo cuando creía que bajaba de la ola, apretó la palma una última vez contra la unión de los muslos. Mallory emitió un sonido que fue un gemido de absoluto placer y rendición.
Ese sonido desinhibido sacudió todos los cimientos de su mundo. Daría casi cualquier cosa para experimentar el mismo momento dentro del cuerpo de Mallory.
Casi. Porque después de las reacciones intensas que ambos habían experimentado con un simple beso, temía que si le hacía el amor ninguno de los dos encontraría el camino de vuelta a una vida sana y solitaria.
– Le das un nuevo significado a la protección contra el sol.
Lo alegraba que se hubiera tomado las cosas con ligereza.
Mallory se bajó el pareo y se obligó a sentarse. Subió las rodillas contra los pechos y las rodeó con los brazos. Todo sin mirarlo.
De modo que no era la mujer cosmopolita que le quería hacer creer. El pensamiento le proporcionó un placer inmenso. No era que albergara la falsa ilusión de ser el primero en algo, pero podía percibir por la manera tímida en que le escondía los ojos y el rubor en sus mejillas, que no tenía mucha experiencia en «el después». Con el paso del tiempo se le revelaban facetas de ella cada vez más fascinantes.
Alargó la mano para recoger el sujetador del biquini y se lo pasó por la cabeza. Ella lo miró con gratitud y su esencia lo acarició. La hizo girar y le volvió a atar las tiras a la espalda.
Todo en silencio. Sin importar lo mucho que le apetecería dejarla desnuda para observarla, sabía que estaría más cómoda tapada. Y su comodidad le importaba más que una mirada prolongada sobre sus pechos desnudos o una caricia extra. Estar con Mallory era algo apasionado y eléctrico, pero más que un encuentro sexual casual que olvidaría por la mañana.
Jack no era estúpido y sabía que había un importante mensaje subliminal en sus sentimientos acerca de esa aventura, pero prefería no hacerle caso. La palabra clave era «aventura», un breve interludio en el que ambos podían explorar sus naturalezas sensuales.
Cambió de posición y volvió a quedar delante de ella.
– Gracias -la emoción titiló en su mirada.
Le dedicó una sonrisa encantadora y alegre.
– De nada -le tomó la barbilla en la mano y pasó el dedo pulgar por la piel sedosa -. La cuestión era darte placer.
Ella rio.
– Sabes que me refería al traje de baño, no a… -se ruborizó y movió la cabeza. -Olvídalo. Pero todo era para seducirte.
– Y lo hiciste muy bien. De una forma única.
Ella puso los ojos en blanco.
– No quería decir eso. Todas las mujeres que hay en el bufete quieren seducirte. Yo no soy una fan de Terminator. Pero me desafiaste y quería… -calló.
Él lo entendía, pero quería recibir una explicación. Sabía que las mujeres se sentían atraídas hacia él, pero jamás se tomaba esa atención en serio. Tendía a soslayar los cotillees y el interés.
Pero Mallory era diferente y no quería que nunca se sintiera agrupada con un puñado de mujeres cuya atención no fomentaba ni deseaba.
Se inclinó y le dio un beso fugaz en los labios. Ella se refugió en él y él beso adquirió una profundidad húmeda y menos urgente. Luego, se apartó.
– ¿Querías qué? -preguntó con suavidad.
– Darte algo con lo que soñar cuando se acabe nuestro tiempo.
Unos ojos grandes lo miraron con honestidad y dulzura.
– Querías que soñara contigo.
Ella inclinó la cabeza en un ligero gesto de asentimiento.
– Del mismo modo en que yo he soñado contigo -admitió.
Se sintió halagado, pero se dio cuenta de que no le gustaba hablar del fin de su relación. Aunque ella tuviera razón y el fin fuera inevitable.
Se echó para atrás y apoyó el mentón sobre las rodillas y estudió el rostro agitado.
– Soñaré contigo, Mallory. Como nunca he soñado con nadie.
Calidez y unión fluyó entre ellos antes de que Mallory moviera la cabeza y quebrara el hechizo. Sonrió.
– ¿Por qué no me pasas el aceite y dejas que te ofrezca más recuerdos? -la sonrisa adquirió una expresión picara. -No eres el único capaz de satisfacer.
CAPITULO 10
El cuerpo de Jack se endureció al imaginar las suaves manos de Mallory en su tensa erección.
– Sé que quedaste satisfecha.
– Típico comentario de hombre -rio ella. -Vamos. Dame el aceite. No podemos permitir que saques ese cuerpo al sol sin una protección adecuada.
– Cuidado, está resbaladizo -le pasó el bote de aceite.
Le rozó los dedos adrede antes de cerrarlos alrededor del cuello del frasco de un modo que le demostraba que sabía cómo manejar un apéndice resbaladizo.
Luego, lo llamó con un dedo.
Jack contuvo un gemido.
– ¿Estás segura de que deseas continuar en la cama?
– No voy a dormir aquí -se encogió de hombros-; solo hago realidad unas fantasías. Deja de ganar tiempo, Jack -se apoyó en el cabecero, abrió las piernas y palmeó el espacio intermedio.
Aunque el pareo le cubría todo, la imaginación de Jack y los recuerdos que ella había mencionado eran vividos. Al acomodarse en la «V» receptiva de las piernas de Mallory, recordó la cálida humedad alrededor de la mano y los delicados suspiros de satisfacción de ella.
– Relájate -las manos lubricadas lo aferraron por los hombros. -Solo voy a protegerte de esos intensos rayos de sol de los que hemos hablado.
Él cerró los ojos y la dejó trabajar. Disfrutó de los masajes que le ofreció en los hombros y la espalda. Comenzaba a relajarse tal como le había solicitado… cuando los dedos se deslizaron por su estómago y se demoraron, con bs palmas extendidas sobre la caja torácica, a pocos centímetros de su pecho.
Contuvo el aliento.
– ¿Qué pasó con relajarse? -le susurró Mallory al oído, potenciándole la erección.
– Bromeas, ¿verdad? ¿Quieres que me relaje cuando una mujer hermosa me tiene en sus brazos?
Las manos de Mallory se aquietaron y los brazos se tensaron en torno a su torso.
– ¿Me consideras hermosa?
La vacilación en su voz le conmovió el corazón.
– ¿Cómo puedes no saberlo?
Ella rio y Jack sintió que si se daba la vuelta, vería más emoción que la que era capaz de resistir.
– Para empezar, lo reconociste en el restaurante cuando dijiste que no habrías esperado enamorarte de mí a primera vista.
– No lo decía en ese sentido.
– No lo tomé como un insulto. Reaccionaste de la forma exacta en que quiero que la gente reaccione conmigo. Soy Mallory, la reina de hielo del bufete. Me levanto por la mañana, me recojo el pelo, me echó agua fría en la cara y salgo por la puerta con trajes conservadores y zapatos sensatos.
– Y ahora sé por qué. Lo que desconozco es por qué continúas. Eres una mujer inteligente. ¿Por qué interpretar ese papel cuando no necesitas probarte ante nadie? Y no me digas que es porque es tu verdadero «yo», ni empieces a jugar con cuál de las dos Mallorys es la real, ¿de acuerdo? Si pensamos en lo que acabamos de hacer, puedes responder a esa única pregunta -sintió que se movía incómoda.
– Tengo mis motivos.
– No es suficiente.
Ella empezó a apartarse, a retraerse.
– No te vayas.
Se detuvo, pero luego se relajó detrás de él. Jack se echó para atrás con el fin de que sus pieles se tocaran. Quería sentirla y sabía que mantener un contacto físico era la única manera de conseguir una respuesta sincera.
– ¿Porque después de años de interpretar el papel tú tampoco conoces ya a tu verdadero yo? -aventuró cuando ella permaneció en silencio.
– Quizá -guardó silencio unos momentos. -Hay una parte de mí a la que le encanta lo que hago. Que no cree que mi vida ha sido un gran sacrificio. No estoy lista para dar una fiesta de compasión, así que tampoco tú te pongas sensiblero conmigo.
Él rio.
Por ti siento muchas cosas, cariño. Y la compasión no figura entre ellas.
Mallory se deslizó hacia delante hasta que sus pechos empujaron con insistencia la espalda de él.
– Juega limpio -advirtió Jack. -Tus padres te pusieron en este camino, así que ¿cuál es el papel que desempeña tu madre en esto? -echó las manos atrás y le apretó las muñecas, la única re afirmación silenciosa que podía ofrecerle.
– Ama a mi padre. La decepción de él fue su decepción. ¿Tenemos que hablar de esto cuando hay tantas otras cosas que podríamos hacer? -le pasó las uñas por la espalda en un gesto abiertamente provocativo.
– Hablas con alguien que ha convertido en un arte evitar tratar con sus padres -después de la revelación que le había hecho, sentía que se lo debía.
Además, entendía muy bien lo que se sentía al tener una infancia do lo ros a que afectaba al presente. Desde luego, en el caso de Jack, al menos uno de sus padres se hallaba orgulloso de sus logros. Los de ella habían subestimado a una niña de la que deberían haber estado orgullosos, y creado a una mujer que desconocía su propia valía.
– Eres hermosa -podía ofrecerle una infusión honesta de verdad a cambio de las fantasías que había creado para él.
Ella soltó un suspiro de incredulidad.
– Me he mirado en un espejo, Jack.
Otra vez esas contradicciones.
– No te muevas -sacó las piernas de la cama y se dirigió a un rincón de la habitación, donde un espejo de cuerpo entero se erguía en su marco de hierro. Lo empujó hasta dejarlo al pie de la cama.
– ¿Para qué es eso? -Mallory lo observó con reticencia.
– Antes de que continuemos con el tema de la playa, quería dejar perfectamente claras algunas cosas entre nosotros -después de fijar el espejo, se situó detrás de ella, le aferró los hombros y la volvió para que no le quedara más alternativa que mirarse. -Echa un vistazo y memoriza lo que ves. Porque la próxima vez que dudes, quiero que te mires en un espejo y te veas a través de mis ojos.
Mallory se miró e hizo una mueca. Como si le quedara otra alternativa con la maldita cosa ante sus narices.
– Porque yo veo a una mujer bien satisfecha.
Ella estuvo de acuerdo. En el rostro acalorado, vio que los resultados del orgasmo no habían disminuido. Tenía las mejillas encendidas y los ojos aún brillantes.
El regresó al espejo y se dio la vuelta, apoyando una mano en el marco de metal.
– Pero también veo a una mujer hermosa, por dentro y por fuera.
Ella esbozó una sonrisa agradecida pero abochornada.
– Se le dan bien las palabras, abogado.
– La verdad es la verdad -movió la cabeza. -Nadie se ha molestado nunca tanto por mí. Tú sí. Dos veces.
– Ahora que has sacado el tema de otras mujeres, tiene que haber alguien en tu vida que quiera esforzarse por complacerte -no quería oír los detalles, pero si anhelaba conocerlo mejor, su vida privada también era importante.
– Nadie que cuente.
Por el tono solemne, se dio cuenta de que el tiempo que pasaban juntos significaba más para él que una aventura de una noche, y eso la satisfizo.
– Si puedo hacerte sonreír, con eso me basta.
– Es exactamente a lo que me refiero, Eres hermosa por dentro y por fuera. Me acabas de demostrar lo primero. Y esos ojos y labios increíbles son prueba de lo segundo.
– Gracias -repuso con sencillez, bajando la cabeza.
– El placer ha sido mío, pero no solo mío, espero -ladeó la cabeza y puso expresión arrogante para provocarla.
A pesar de todos los preparativos, era ella quien recibía placer y quien empezaba a enamorarse de Jack Latham, un hombre generoso con quien no tenía futuro. Se pasó una mano por la cara mientras aceptaba los efectos a largo plazo de esa noche.
Jamás volvería a ver una playa sin pensar en él. Jamás volvería a inhalar el aroma fragante de aceite de coco sin recordar cómo sus manos le proporcionaban un placer inmenso. Se había tomado molestias por ella y quería devolverle el gesto.
– ¿Llegaste a pensar que te dejaría ir cuando aún queda medio bote de aceite? -recogió el frasco y lo agitó en el aire. -Ya casi es hora de ir al agua -señaló las puertas correderas donde el exterior los llamaba.
El sol se había ocultado detrás del horizonte. Mallory sabía, por la noche que ya había pasado en la cabaña, que la playa no tardaría en quedar desierta. Podrían compartir un paseo a la luz de la luna sin ser interrumpidos. «O nadar desnudos», indicó una voz perversa en su cerebro.
Jack enarcó una ceja.
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