– Dios me libre de negarte el placer.

Ella puso los ojos en blanco y soltó un suspiro exasperado.

– Ven aquí y aprende todo de ese espejo al que pareces tan aficionado.

Se unió a ella en la cama.

– Soy todo tuyo, cariño.

Deseó que fuera verdad, aunque de inmediato acalló ese sentimiento.

– Boca abajo, la cabeza aquí -palmeó el extremo de la cama y Jack se estiró.

Mallory se acomodó sobre la zona lumbar de él. Le sujetó la cintura con los muslos y el calor que irradiaba fue directamente desde sus piernas hasta su núcleo.

Él gimió.

Ella tensó aún más las piernas.

Su intención había sido provocarlo, pero terminó atormentándose a sí misma. Cada vez que estaban juntos, era más profundo e íntimo que la última vez. Se preguntó si en algún momento recuperaría el control que tanto anhelaba.

Puso a un lado la realidad, hizo acopio de valor, apoyó las manos en los hombros de él y se dedicó a mover las caderas en una oscilación circular.

Jack cerró los dedos en la colcha que tenía bajo el cuerpo. Sentir las piernas de Mallory alrededor de la cintura lo excitaba más allá de cualquier cosa soñada. Su calor femenino, pegado contra la espalda desnuda, alimentaba el deseo. La erección le palpitó contra el colchón y el corazón le martilleó en el pecho.

Quiso tumbarla, levantarle el pareo y enterrarse en su cuerpo ardiente y húmedo. El problema era que sabía que tenía las emociones demasiado a flor de piel y que liberaría algo más que energía sexual acumulada.

Buscando una distracción de las sensaciones intensas que Mallory despertaba, miró el espejo. Lejos de encontrar lo que buscaba, halló el paraíso. Gracias al cristal que tenía delante, no solo podía sentir la prensa de los muslos de Mallory, sino que también podía verlos.

El cuerpo le brillaba por el aceite de coco. Alzó la vista. El cabello oscuro le caía por los hombros, pero los ojos le refulgían mientras seguía sus movimientos en el espejo. De hecho, ver el juego de placer sexual que le cruzaba la cara mientras lo cabalgaba despertaba en él los instintos más carnales y básicos, Y cuando sus miradas se encontraron en el cristal, estuvo perdido.

Jack supo que no podría soportar la continuación del masaje sin avergonzarse en el proceso.

– ¿Qué te parece si nos vamos a nadar? -la voz le sonó áspera a los oídos.

– Estupendo -ella también pareció demasiado ansiosa de escapar de él.


Jack despertó con un gemido. Se estiró, bostezó y se puso a hacer unas flexiones de brazos antes de bajar. Pero ni siquiera el sol de la mañana que iluminaba el restaurante pudo ayudar a despertarlo. Otra vez había acompañado a Mallory hasta su habitación después de separarse de mutuo acuerdo al finalizar el paseo en la playa. Nunca antes había deseado tanto estar con una mujer.

Debería haberle cedido el control y satisfecho el anhelo que solo ella inspiraba. El único motivo que tenía para apartarla era el miedo. El temor a meterse demasiado hondo, algo que nunca antes lo había preocupado, pero sí en ese momento.

Aunque no lo suficiente como para permanecer lejos de ella.

– Tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera.

La suave voz de Mallory en su oído lo sobresaltó. Miró por encima del hombro antes de que rodeara la mesa y ocupara el sitio habitual frente a él.

– No podía dormir -continuó ella-, y me fui a dar un paseo por la playa.

Miró los pantalones a medida de Mallory, remangados en el bajo, y la ligera blusa de color lavanda.

– ¿Vestida de esa manera?

– No empieces -rio.

– No me atrevería -adelantó el torso. -¿Te ha dicho alguien que se te ve más sexy cuando no intentas serlo?

– No deberías provocarme a plena luz del día -bromeó, aunque con voz suave. -Mientras tenga que mantener las apariencias, te agradecería que no volvieras a cuestionarlo -él asintió. -Y te agradezco que seas tan servicial -calló, frunció los labios y sopló el café antes de beber un poco.

Él bebió agua y sintió un movimiento cálido contra la pierna. Pasó un segundo antes de darse cuenta de que el contacto no era accidental sino una caricia deliberada del pie de Mallory en su pierna desnuda.

Alzó la vista y la vio leyendo el menú, aunque sonreía sin poder contenerse.

Enganchó un pie en su pantorrilla y le separó las piernas; luego, acomodó el arco contra su muslo. Tenía los dedos peligrosamente cerca de dar en el blanco.

– Mallory -incluso él reconoció el tono de advertencia.

– ¿Mmm? -lo miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Qué te parece si recuerdas esas apariencias de las que me hablabas? -pero al parecer solo la preocupaban las apariencias, porque por debajo de la mesa, donde nadie podía verla, había tomado el mando su lado más pícaro.

Ella se encogió de hombros.

– Mira a tu alrededor, Jack. Nadie me presta la más mínima atención. He conseguido uno de mis objetivos -una sonrisa inesperada iluminó su cara. -Y ahora voy a conseguir otro -movió el pie con provocación, excitándolo.

Jack no podía hablar para no abochornarse con un gemido, y tampoco podía cambiar de postura sin ofrecerle mayor acceso. Trató de concentrarse en otra cosa.

– ¿Recuerdas esa tensión que anoche no me permitiste aliviar? -ronroneó Mallory.

Lo recordaba muy bien. Esa misma tensión había vuelto a crecer en su interior.

– Buenos días -saludó La voz atronadora de Paul Lederman en el salón tranquilo. -¿Les importa si me uno a ustedes?

Jack no podía responder, ni aunque en ello le fuera la vida.

– Por favor -indicó Mallory, hablando por él. Pero no quitó el pie de donde estaba.

– Espero que haya tenido un buen viaje -Jack se movió en el asiento, sin lograr soslayar La presión del arco del pie de Mallory en la entrepierna ni la descarga de calor que dejaba a su paso.

– El mejor -Lederman eligió el asiento junto a Mallory.

Al menos de ese modo Jack no tendría que preocuparse de que La pierna diera en el blanco erróneo, aunque aún necesitaba espacio para respirar o estallaría como una granada.

– Quiero comprar otro centro. En Nantucket -explicó.

Jack tomó nota mental para cotejar con los socios si conocían ese supuesto negocio.

– Tengo entendido que Nantucket es un lugar precioso -ella se irguió y adoptó el aire de abogada… sin quitar el pie del lugar estratégico que había ocupado.

– Es perfecto -convino Lederman.

– Hablando de perfecto, he visitado el gimnasio que tienen en las instalaciones -con el pie de Mallory en las joyas de la familia, decidió no mencionar a Eva.

El hombre mayor asintió.

– La gente que viene aquí busca alejarse del estrés. Lo mínimo que puede ofrecer el centro es un gimnasio completo con médico de guardia.

– Hablando de médicos -intervino Mallory-, ¿cómo se siente, señor Lederman?

El otro no esperaba esa pregunta.

– Jamás mejor, ¿por qué lo pregunta? -inquirió con cautela y a la defensiva.

«Ve con cuidado», pensó Jack. Con un movimiento que lo sorprendió, ella se quitó las gafas, apoyó el mentón en la palma de la mano y se concentró exclusivamente en Paul,

– Por favor, no piense que intento curiosear, pero uno de sus empleados mencionó que el año pasado había estado en el hospital.

– ¿Rumores entre el personal? -la expresión de Lederman se tornó ominosa.

Ella movió la cabeza de inmediato.

– De hecho, no. Mencioné lo maravilloso que creía que era el gimnasio, en particular con el médico de guardia… Es que mi padre hace poco sufrió un ligero ataque al corazón…

Tembló al hablar y, sin pensárselo, Jack cerró las piernas sobre el pie en el único gesto de consuelo que podía ofrecerle en esas circunstancias.

La mirada sorprendida de ella lo buscó y en las profundidades azules él captó un destello de agradecimiento. Lo animó saber que, de algún modo, había conseguido consolarla.

Luego, miró otra vez a Lederman, quien había comenzado a palmearle la mano, y prosiguió:

– De modo que pensé que su hotel podría ser el refugio ideal para mis padres. Adoran el tiempo que tienen para ellos solos, pero mi madre se sentiría mucho mejor sabiendo que podrían ir de vacaciones a un sitio donde él podría ejercitarse bajo supervisión médica.

Lederman se relajó de forma visible.

Jack pensó que la historia tenía más elementos que los que le había aportado a su cliente. Más incluso que los que le había revelado a él hasta el momento.

Mallory le sonrió a Paul moviendo las pestañas, que ya volvían a estar detrás de las gafas.

– Verá: su empleado me explicaba cómo había mejorado el gimnasio el año pasado después de lo que le sucedió a usted. Y he de reconocer que me impresionó la inteligencia de convertir algo que debió de ser traumático en algo tan increíble.

Jack había descubierto que a Lederman le encantaba ser halagado por mujeres jóvenes, y era evidente que Mallory había descubierto lo mismo. Era una profesional en su trabajo y manejaba al hombre mayor de la misma manera. Sin embargo, Jack percibía su sinceridad y fue eso mismo lo que serenó a Lederman.

– Joven, dele mi nombre a sus padres y me encárgale de que disfruten de una estancia de primera aquí.

– Gracias, señor Lederman.

– Paul -movió la cabeza.

– Gracias, Paul, pero no buscaba nada de eso de usted. Con sinceridad, quedé impresionada con la instalación y también preocupada por su salud.

El otro se volvió hacia Jack.

– Tienen a una dama especial trabajando para ustedes.

– Me encargaré de transmitir su cumplido -dijo por el bien de Mallory, sabiendo lo importantes que eran las impresiones de los clientes en su afán por ser socia. -Y recuerde, Paul: será afortunado al tenerla de su parte.

Mallory se sintió encantada con las sinceras palabras de Jack. Aunque una parte de ella reconocía la afirmación como un ardid para reforzar que Waldorf, Haynes fuera la elección de abogados de Lederman, la mirada penetrante de él le lanzaba un mensaje solo a ella.

– Me siento mucho mejor, gracias -continuó Lederman. -El gimnasio forma parte de mi renovado plan de salud, y saber que pronto estaré libre es otro.

– ¿Libre para hacer qué? Sabe que a nosotros nos lo puede contar -indicó ella. Quería que se sintiera cómodo para revelar sus secretos. El único motivo por el que había mencionado el reciente susto de su padre fue para ganarse la confianza de él con una revelación propia.

Aunque jamás lo había reconocido abiertamente, el incidente la había afectado. En vez de reforzar su necesidad de ser socia antes de que su padre sufriera más problemas severos de salud, había descubierto la importancia de disfrutar de la vida. Pero se había negado a enfrentarse a l. i mortalidad de su padre y a la insatisfacción con la vida que había elegido.

Hasta ese momento.

Con Jack incorporado a la ecuación, la idea de volver a su vida vacía se alzaba ante ella como algo lúgubre.

La risa de Lederman resonó en la sala tranquila.

– ¿Lo ve? Yo divulgo mis fantasías masculinas y ella ni siquiera escucha. ¿Debería sentirme insultado?

Mallory se ruborizó y se dio cuenta de que había estado enfrascada en un monólogo interior.

Jack rio con él.

– En absoluto.

Ella retiró el pie de entre sus piernas y no prestó atención a su mirada fría.

– ¿Señorita Sinclair? -la camarera se detuvo en el borde de la mesa con un teléfono portátil en la mano. -Hay una llamada para usted. Puede recibirla fuera -la mujer joven indicó la terraza que daba al agua.

– Gracias -aceptó el teléfono. -La estaba esperando. Probablemente sea Rogers -lo informó a Jack, sin mencionar las palabras investigador privado delante de Lederman.

En un plano profesional, estaba de acuerdo con la filosofía de Jack acerca de no entrar jamás en un caso sin estar preparado, pero en secreto esperaba que Rogers tuviera las manos vacías. Odiaba la idea de desenterrar los secretos de la señora Lederman.

En ese momento, la necesidad no hizo más atractivo su trabajo.

– Caballeros, si me disculpan -se levantó y los dos la imitaron.

CAPITULO 11

Jack observó la retirada de Mallory y luego se volvió hacia Lederman.

– Vamos, Paul, ya se ha ido. Y ahora dígame qué tiene en marcha; ya he conocido a Eva en el gimnasio.

– Eva es pasado. ¿Recuerda el negocio de Nantucket que le acabo de mencionar? -bajó la voz.

– No me diga que va a comprar un hotel para intimar con una mujer -gimió Jack. Miró hacia la terraza donde estaba Mallory y comprendió que él compraría mucho más que tierra para mantenerla a su lado.

– ¿Qué mejor modo para mantener el control de la situación? -quiso saber Lederman.

Jack suspiró. Sin importar si era capaz de sentir simpatía por el concepto que acababa de expresar el otro, profesionalmente daba un paso suicida. Paul no pensaba con el cerebro.