La dolorosa distancia que había en los ojos de él adquirió una sorprendente calidez.

– Cierto -con el dedo pulgar le acarició el labio inferior.

A pesar de la tensión anterior, un ligero rocío se estableció entre sus piernas, testamento del anhelo que él le hacía sentir.

– Y bien, ¿qué es lo que quieres, Mallory? -la curiosidad se fundió con el deseo.

– A ti -respondió con sinceridad. Con más de la que había pretendido usar jamás. -A ti y tu confianza.

Jack le alzó la cara con la mano en el mentón.

– Puedo prometerte lo primero -entre ambos flotaba un deseo poderoso. -Nadie recibe mi confianza.

Por la expresión decidida que puso, supo que él quería creer en sus propias palabras. Pero también sabía que las emociones se movían con calor y velocidad entre ellos.

Si la necesitaba al volver, sabía dónde encontrarla. Pero si aparecía ante su puerta, más le valía estar preparado. Jack acababa de arrojarle el guante de un desafío que no podría resistir.

No con el hombre al que amaba.


Mallory se dirigió al comedor con un libro de bolsillo en el bolso. Pensaba tomar una cena ligera, pero también tenía otro motivo. Al no estar Jack, disponía de una gran oportunidad para prestar atención a la información que pudiera obtener de Lederman.

Estaba a punto de levantarse cuando vio que Alicia Lederman entraba en el restaurante. Aunque mantuvo el libro abierto, estableció contacto visual y esperó a que Alicia se le acercara primero.

Ella jamás instigaría una reunión con la mujer de Lederman, pero no sería grosera como para dejarla plantada si la otra mujer era quien se acercaba.

La mirada de Alicia se iluminó al verla y se dirigió hacia la mesa.

– Espero que haya disfrutado de su cena -comentó.

– Ha sido excelente -asintió. -Tienen un menú muy amplio.

– Yo misma trabajé con el chef para confeccionarlo -hizo una leve pausa. -¿Le importaría que me sentara con usted?

Sin mostrar la satisfacción que ello le causaba, Mallory movió la cabeza.

– En absoluto. Pero ya se le ha aconsejado que trate con sus propios abogados -la mujer mayor le importaba, por lo que sentía la obligación de ver que Alicia se preocupaba de sus propios intereses.

– Cuando sea el momento adecuado, lo haré -se sentó frente a Mallory. -¿Café? -llamó a una camarera.

– Gracias -asintió.

– ¿Sabía que mi hija estudia abogacía?

– No. ¿Le gusta?

– Aún no está segura -sonrió.

– Entonces parece que tiene una cabeza sensata sobre los hombros -rio. -Asegúrese de contarle que la facultad de Derecho fue memorable, pero no un indicador de la vida de verdad.

– Cierto -Alicia asintió mientras jugaba con una cuchara de plata. -Pero ¿qué lo es?

Mallory leyó el significado detrás de las palabras y supo que hablaban de algo más que de la vida en general.

– No puedo imaginar que esté pasando por un buen momento -se sintió obligada a reconocer la angustia de la otra mujer.

– Estoy segura, y no pretendo insultarla. Pero hablo de casi veinticinco años de matrimonio. De asociación. Jamás soñé que terminaría por un capricho -apretó las manos.

– ¿Siente que tuvo una asociación sólida? -le preguntó.

– No se confunda -Alicia movió la cabeza-, conocía los defectos de mi marido tan bien como los míos, pelo estaba convencida de que podríamos superarlo todo. De hecho, en una ocasión pensé que así había sido.

A pesar del dolor que la embargaba, Alicia mantenía esa fortaleza de carácter que Mallory admiraba.

– Aún lo cree, ¿verdad?

– Si ama a alguien, quiere confiar en esa persona. Y que confíe en usted.

De inmediato pensó en Jack.

– Y quiere creer que si hay confianza mutua -continuó Alicia-, pueden superar cualquier cosa y estar juntos para siempre -bajó la cabeza y encorvó los hombros. -Pero sin importar lo que quiera creer, tengo los ojos abiertos. Si llegara el momento, velaría por mí. Sin embargo, sé que lo que compartimos era sólido, aunque Paul haya cambiado -se reclinó en la silla. -¿Ha estado enamorada alguna vez?

– No -respondió con celeridad antes de abrirle el corazón a esa mujer amable.

– Entonces se pierde uno de los grandes placeres de la vida. Se lo digo sin arrepentimiento, aunque termine divorciándome. Es demasiado joven y bonita para desperdiciar la vida en la práctica de la abogacía a costa de todo lo demás.

Aunque Mallory debía pensar en Alicia como en su adversaria, había sido incapaz de cortar la conexión emocional que le inspiraba. La mujer tenía una naturaleza cálida y cariñosa que la a traía. Aunque con la madre que tenía, no la sorprendía conectar con una mujer mayor que buscaba y ofrecía confidencias y comprensión.


Jack se frotó los ojos y respiró hondo. La emergencia familiar aún no había pasado, pero había logrado calmar a su padre y convencerlo de que lo dejara llevarlo a la casa de su hermana en Connecticut. Solo su madre habría podido presentarse a recoger las pertenencias acompañada del último novio.

El matrimonio de sus padres cuadraba en la categoría que una vez le había descrito a Mallory. Dos personas que habían permanecido juntas por conveniencia. Su padre no se imaginaba no casado con la mujer que creía que amaba, aunque a Jack le costaba creer que quedara algo del amor que una vez había sentido por ella. Lo que pasaba era que no tenía lo necesario para plantarle cara. Y a su madre le resultaba igual de conveniente acostarse con otros hombres sin abandonar los beneficios financieros y la seguridad que le proporcionaba el matrimonio.

Crecer en ese hogar, observarlos coexistir mientras llevaban vidas separadas lo había envejecido de forma prematura y convertido en un cínico. Después de todo lo que había visto y oído en su juventud y luego en su carrera, no podía compartir el punto de vista optimista de Mallory sobre el matrimonio o incluso las relaciones.

Metió la mano en el bolsillo y sacó el pañuelo negro de ella, recordatorio de lo que le esperaba cuando dejara atrás el último trauma familiar.

No le había hecho muchas preguntas, pero con una voz serena, llena de comprensión, le había dicho que estaría allí cuando regresara. Jack, un hombre que no creía en la confianza, aceptaba su palabra. No le quedaba más elección. La necesidad había estado creciendo en él todo el día. No solo deseo, sino una creciente necesidad por una mujer.

Por ella.

Eso debería alarmarlo todavía más. Aunque sabía que esa aventura no le reportaría ninguna complicación. Ella conocía los hechos tan bien como él.

Sin embargo, ¿por qué le resultaba más y más complicado creer en el mantra en el que había creído toda su vida adulta?

Firmó el recibo del coche al entregarlo y entró en el vestíbulo del hotel. Pasó ante las tiendas cenadas y el recepcionista aburrido y fue hacia los ascensores. El trayecto hasta la quinta planta tardó segundos, pero se alargó como la enroscada espiral de deseo que le atenazaba el cuerpo.

Alzó la mano y lo sorprendió ver que le temblaba. Se apoyó en el marco y esperó. El corazón le martilleaba con tanta potencia que creyó que Mallory podría oírlo en el interior de la habitación. En el pasado, cuando había oído las discusiones de sus padres u observado con frustrado silencio cómo su padre tragaba con más de lo que debería tragar un hombre, no había dispuesto de salida para las emociones que bullían en su interior.

En ese momento si la tenía. Algo le decía que Mallory no lo rechazaría.

Respiró hondo y llamó a la puerta.


Sin recurrir a la mirilla, Mallory supo quién había del otro lado de la puerta cerrada. Y en cuanto la abrió, se dio cuenta de que Jack no se presentaba en respuesta a su invitación, sino porque necesitaba estar allí.

En sus ojos había un anhelo tan poderoso e intenso que le causó temblores en el cuerpo.

– Hola -se apoyó en el marco, ecuánime por fuera.

– Hola -respondió ella y extendió la mano. Le tomó los dedos con fuerza, lo condujo al interior y cerró. Al volverse, vio que sostenía el pañuelo que le había dado.

Quizá, después de todo, se presentaba en respuesta a la invitación. Se recordó tomarse las cosas con ligereza y tranquilidad. Se encogió de hombros. En cuanto se alejara de ese centro lujoso y de la apremiante intensidad de Jack, se sumergiría en el trabajo y dejaría atrás ese interludio.

Retrocedió a la habitación y Jack la siguió hasta que la parte de atrás de las rodillas golpeó contra la cama y cayó sentada. Se humedeció los labios.

– ¿Llegaste bien a casa?

Las pupilas de él se dilataron con evidente deseo.

– Podemos hablar de ello más tarde -no fue una sugerencia.

Se plantó encima de ella, grande y salvaje, masculino y exigente, y Mallory no deseó negarle nada que quisiera. Apoyó las manos a los costados de la cabeza de ella y la acunó con el tronco inferior. La dura protuberancia de la erección a través de los vaqueros anidó entre sus piernas, sobre la suave barrera de la seda de sus braguitas.

Le estiró los brazos por encima de la cabeza sin soltar el pañuelo.

– ¿Qué pensabas hacer con esto?

Mallory le ofreció una sonrisa sexy.

– Podemos hablar de ello luego -movió las caderas en abierta invitación.

– ¿Cómo es que sabes exactamente lo que necesito?

Otra pregunta que no quería que respondiera, porque antes de poder hacerlo, le cubrió la boca con sus labios.

Los tenía ardientes, y las manos aún más mientras la besaba con toda su alma y le exploraba el cuerpo, dejándole una sensación de haber sido marcada al tojo vivo allí donde la tocaba.

En todo momento ella trató de liberar las manos para poder ir hacia el botón de los vaqueros, pero él no la soltaba, necesitado de controlar y dominar. Y aunque Mallory había dedicado casi toda su carrera a no ser sumisa con ningún hombre, eso era personal.

Se trataba de Jack y no le importaba ceder en ese momento. No cuando lo que la esperaba valía la pena.

Jack le soltó los brazos y se deslizó por su cuerpo hasta que los labios llegaron a los pechos. Se pegó a un pezón a través de la seda que lo cubría e introdujo la cumbre rígida en la boca. Alternó una succión suave con provocaciones de la lengua, para concluir con leves mordiscos.

Ella soltó un grito de sorpresa a medida que la sensación realizaba una trayectoria directa desde el pecho hasta el lugar húmedo entre los muslos.

Luego, él aplacó los puntos que había mordisqueado con lamidas eróticas de un dolor exquisito que le hicieron ver las estrellas bajo los párpados cerrados.

– ¿Mejor? -preguntó él.

– Mmm -el habla estaba más allá de su capacidad.

– Debería frenar -comentó él, con expresión de decir que era lo que menos quería.

– Espero que no por mí -soltó una risa estrangulada. -Si vas más lento, podría morirme.

– Yo también -le apartó un mechón de pelo de la mejilla encendida. -Lejos de mi intención negarte tus deseos.

CAPITULO 13

Jack la miró a la cara. No, no podía negarle sus deseos. Menos cuando la necesitaba con tanta desesperación. No había comprendido cuánto hasta no mirar en sus ojos compasivos.

Tiró con fuerza de la fina tela del hombro y esta se soltó. Hizo lo mismo con la otra y le quitó el sujetador mientras ella alzaba la espalda y las caderas, ansiosa por desprenderse del límite de la ropa interior.

Lo que vio estaba más allá de sus sueños más descabellados.

– Eres increíble.

– ¿Podemos ceñirnos a la verdad? -Mallory apartó la vista.

– Desde luego -era obvio que no creía en su belleza o valía y, dado lo que había aprendido de su historia, lo entendía.

Pero cuando se encontraba con él, no debería albergar dudas. Se retiró y se irguió para desnudarse con celeridad hasta que se unió otra vez a ella en la cania.

Con ojos intensos, Mallory observó su erección.

– ¿Ves lo que me haces? -sí, lo veía desnudo, pero también dentro de él, más profundamente que cualquier otra mujer.

Esbozó una sonrisa irónica y adorable,

– Es un hecho comprobado que los hombres no siempre piensan con su… bueno, ya sabes, cuando esperan tener suerte.

Él rio ante su forma tan directa de exponerlo. Esa era su Mallory, la mujer honesta que no ocultaba lo que pensaba.

– Yo no lo llamaría tener suerte si fuera un revolcón fácil con alguien que no me importaba.

El pestañeo de ella mostró la incertidumbre que la embargaba.

– Bueno, también es otro hecho comprobado que los hombres dicen cualquier cosa en el calor del momento, sin creer nada de sus palabras.

– No estamos en el calor del momento -se acercó hasta que pudo separarle las piernas y arrodillarse entre ellas. -Todavía -no le quitó la mirada de encima, pero se inclinó más, con los labios a meros centímetros del paraíso.