– De modo que soy suya por defecto -asintió. -Al ser la única asociada mujer, claro está.
Él no pudo evitarlo y sonrió, -En cierto sentido, sí.
Por lo que había oído, Mallory Sinclair era una de las mejores. Pero antes de que pudieran ponerse a trabajar, iban a tener que disfrutar de un período de informalidad para llegar a conocerse mejor, exigido por el excéntrico cliente. Por la personalidad distante y el aspecto severo de Mallory, lo informal y relajado no era su especialidad. Lo cual significaba que Jack no anhelaba el tiempo obligado que iban a tener que pasar juntos.
Pero a pesar de sí mismo, el recuerdo de esos ojos azul porcelana permanecía en él.
Ella se puso de píe.
– Supongo que eso significa caso cerrado, entonces.
– Estoy seguro de que sobreviviremos -esbozó una sonrisa con la intención de facilitar las cosas entre ellos. Esperó una sonrisa a cambio y lo decepcionó no recibirla.
– Necesitaré atar algunas cosas antes de poder empezar con el caso Lederman -indicó Mallory.
– No hay problema. Nuestro vuelo sale a las siete de la tarde. ¿Cree que podrá atar los cabos sueltos, hacer la maleta y estar en el aeropuerto en… -miró el reloj-tres horas?
La boca libre de carmín se abrió y volvió a cerrarse. Después de todo, había conseguido una reacción de ella.
– ¿Nuestro vuelo? -sonó más como un graznido.
– El señor Lederman se encuentra en su centro de recreo en las Hampton -asintió. -No quiere recortar sus vacaciones, así que nos trasladaremos allí para conocerlo mejor. Tráigase las gafas de sol y el traje de baño, Nos vamos a la playa.
Mallory bajó las medías de seda lentamente por sus piernas, disfrutando de la sensación sobre la piel. Echaba tanto de menos los pequeños placeres de la vida… la seda, el satén y cualquier cosa suave, razón por la que siempre se esforzaba en mimarse más allá de su imagen conservadora.
Pero ni la abogada tradicionalista ni la mujer enterrada eran lo bastante tontas como para llevar medias a un centro veraniego.
Con Jack Latham.
Tembló ante la perspectiva inesperada de pasar horas en su compañía lejos del bufete. Abrió la maleta y la arrojó sobre la cama.
– ¿Vas a algún sitio estimulante? -su prima Julia entró en la habitación con la exuberancia de una universitaria de primer año. O alguien que podría parecer una universitaria de primer año si no hubiera elegido un camino vital de espíritu libre.
Con solo mirarla, Mallory se sentía vieja más allá de los años. Aún era lo bastante joven como para ser despreocupada, pero la fachada la limitaba. Y eso no podía evitarlo. No, sí quería llegar a ser socia.
– Eh, Mal, te he preguntado adónde vas.
Mallory se volvió hacia su prima. Sus padres eran hermanos, y por una extraña mezcla de genes, las dos compartían un parecido extraño, hasta en los ojos azules. Mirarla era como mirarse en el espejo, con algunos años menos, tanto cronológicos como emocionales. Julia era un manojo de felicidad, y como Mallory, también era una decepción para su padre. Aunque a diferencia de Mallory, no sentía la necesidad de conseguir que este cambiara de opinión.
– Me voy a un balneario y, antes de que te pongas celosa, recuerda que es por trabajo -y con un poco de suerte, también Jack lo recordaría. Porque temía que si lo veía con el torso desnudo y bronceado, con bañador que acentuara y revelara, no sería responsable de sus actos.
Julia se sentó en la cama y cruzó las piernas.
– Puede que sea por trabajo, pero sigue siendo la playa.
– Es lo mismo que dijo Jack.
– ¿Quién es Jack?
– El socio que lleva este caso -con la maleta cargada con una combinación de trajes y faldas ligeros, dobló la ropa interior y la guardó dentro.
– ¿Qué aspecto tiene?
– ¿Qué importa? -soltó Mallory con celeridad. Demasiada, ya que su prima entrecerró los ojos.
– ¿Por qué tan irritable? ¿Tensa por irte con un hombre de setenta años que juzgará cada uno de tus movimientos? -los ojos azules de Julia se clavaron en los de ella y la retaron a revelar lo que pensaba,
A veces Julia era demasiado perceptiva y comprensiva, otro de los motivos por los que la adoraba y la dejaba vivir sin pagar ningún alquiler mientras «se buscaba» en Nueva York,
– Más de treinta y tantos, de aspecto perfecto y soltero -musitó Mallory.
– Te he oído -Julia rió.
– Quería que lo hicieras o no habría hablado en voz alta.
– Esa es mi prima favorita; nada sin calcular, nada sin planear.
– Todo lo opuesto a tu naturaleza espontánea. Sabes que no te haría ningún mal planificar algo. Establecer metas, cartografiar el curso de tu vida.
– Como tampoco te lo haría a ti lanzarte a algo con el corazón y no con la cabeza. Bien, ¿cuál es la historia con el macizo del bufete?
– No hay historia -movió la cabeza. -No con la política de no romances en el despacho y no con un hombre, siempre y cuando los rumores sean ciertos, que es incapaz de comprometerse -«y que no le había demostrado ni una pizca de interés».
Julia se adelantó, apoyó los codos en la cama y el mentón en las palmas de las manos.
– ¿Y? ¿Tiene que comprometerse para disfrutar de una aventura?
– ¿Quién dijo que yo buscaba una aventura?
– Quizá deberías -alargó una mano y sostuvo en alto una de las braguitas de Mallory. -Me parece que estas pequeñeces de encaje se desperdician solo para ti y contigo.
Mallory se la arrebató y volvió a meterla en la maleta.
– ¿Nunca has oído hablar de hacer las cosas para ti misma?
– ¿Nunca te han contado que es más divertido hacerlas con una pareja?
Ante sus ojos danzaron visiones de Jack y ella. Movió la cabeza… todos eran pensamientos inapropiados, inoportunos e imposibles. Más allá de la política del bufete y de sus objetivos a largo plazo, entendía la realidad.
Bajó la maleta de la cama y le sopló un beso a Julia.
– Te llamaré.
– Podría ayudar si te soltaras el pelo -dijo su prima con voz almibarada.
«No si quiero ser socia». Miró la hora. Disponía de treinta minutos. Había solicitado un coche con chófer para que la llevara al aeropuerto.
– He de irme o llegaré tarde.
– No hagas nada que yo no haría.
– Ni siquiera tendré esa oportunidad -musitó para sí misma.
CAPITULO 02
Jack miró su reloj. Faltaba media hora para aterrizar y no veía la hora de hacerlo. No sabía cuánta más proximidad podía aceptar. Mallory se movió en el asiento y la rodilla derecha le rozó la pierna izquierda. Una lanza de calor surcó su muslo.
– Lo siento -musitó ella y suspiró.
Había sido así todo el vuelo. La proximidad forzada hacía que su cuerpo reaccionara de maneras encontradas y confusas. Ella había cambiado el traje rígido por un vestido ligero con un bajo que terminaba mínimamente más arriba y revelaba una tentadora cantidad de piel. Sin medias, veía una piel bronceada y de apariencia suave que atraía su mirada cada vez más.
– ¿Cuál es el plan cuando lleguemos? -preguntó Mallory
Agradecido de poder mantener al fin una conversación normarse volvió hacia ella.
– Lederman enviará un coche a recogernos al aeropuerto. Deberíamos llegar al centro a las nueve. Doy por hecho que podremos deshacer las maletas y dormir un poco. Después, lo que ocurra depende de nuestro anfitrión.
– Con un poco de suerte, podremos discutir sus planes, plantear la estrategia y estar en casa en un par de días.
No se le pasó por alto el tono esperanzado en la voz ronca.
– ¿Qué tiene en contra de la playa?
– Nada, si estás de vacaciones. Pero cada día que pasemos fuera del bufete significa trabajo que se acumula -comentó con frustración.
– Por eso reasigné el grueso de sus casos. Paul Lederman es excéntrico. No le gusta que le den prisas y si se ha negado a abandonar el centro para reunirse con nosotros en el bufete, no se puede contar con que tome una decisión rápida.
Ella musitó algo que él no captó. La observó y se preguntó por qué no hacía nada por potenciar su aspecto. De hecho, se esforzaba por minimizarlo. Se encogió de hombros y llegó a la conclusión de que el vuelo sería demasiado largo si empezaba a querer ir más allá de la fachada que ofrecía Mallory Sinclair.
– ¿Cuáles son los hechos básicos del caso? -ella sacó un bloc de notas del maletín y un bolígrafo. -Cuando usted quiera -se irguió en el asiento.
La mujer era brusca y eficiente, tal como le gustaban los asociados. Pero no las mujeres. A estas las prefería suaves y dóciles, cálidas y entregadas. Esperándolas como mínimo una semana en el centro, no habría escasez de sexo opuesto. Por desgracia, las desconocidas ya no lo atraían, lo que significaba que la vida se tornaba cada vez más complicada.
Una aventura breve y sin ataduras encajaba con su estilo de vida. Si era coherente con sus reglas, no podría terminar en un juicio por divorcio salvo como abogado de una de las partes. Sin compromisos, no podría llegar a ser la triste excusa de hombre engañado en que se había convertido su padre. Pero con la edad llegaba la sabiduría y la discriminación… y una creciente inquietud que no podía entender.
– ¿Señor Latham? ¿Sucede algo?
Al oír esa voz exuberante lo recorrió una oleada de percepción. Una sensación cálida hormigueó en su ingle. Claro que pasaba algo. Todo lo que le inspiraba su asociada estaba fuera de lugar y no le gustaba nada.
– ¿Qué quería? -soltó.
– Los hechos del caso -agitó el bloc de notas para recordarle por qué iban juntos en el avión. -Quiero conocer la situación para impresionar al cliente.
Se encontró con la mirada de ella detrás de las gafas. La cordura retornó y de inmediato se sintió mejor.
– Bien… Puede llamarme Jack -ella asintió con ojos muy abiertos. El se obligó a apartar la vista de esos ojos azules que no lograba ver bien. -Lederman lleva años casado. Tiene cincuenta y ocho y quiere separarse.
– ¿Por qué? -preparó el bolígrafo para plasmar cada palabra que dijera él.
– Diferencias irreconciliables.
– Esa es la definición legal. ¿Qué hay detrás? ¿Qué decantará el acuerdo a favor de él? Siempre que nos contrate para llevarlo.
Jack estiró las piernas todo lo que pudo pero se cercioró de no tocar a Mallory
– Eso hemos venido a averiguar. Entonces decidiremos cómo exponer las faltas de ella a favor de nuestro cliente.
– Ha empleado un giro interesante… las faltas de ella.
– ¿Y eso?
– Da por hecho que la desintegración del matrimonio ha sido culpa de la señora Lederman. Siempre existe la posibilidad de que nuestro cliente tenga igual parte de culpa. Y si ese es el caso, necesitaremos darle un giro positivo a los actos negativos de él.
Él apoyó la cabeza en el respaldo y la miró.
– Eso es lo que he dicho. Necesitamos darle un giro positivo a las cosas.
– Dijo que necesitamos plasmar las faltas de ella… -calló y movió la cabeza. -Olvídelo.
– No estoy seguro de captar la distinción que intenta establecer.
– Estoy segura de que no -suspiró. Se ocupó en guardar las cosas y cerrar el maletín.
– Buenas tardes, señores pasajeros -sonó una voz por los altavoces del avión pequeño. -Estamos a punto de iniciar el descenso, así que por favor, abróchense los cinturones de seguridad…
La voz del capitán impidió que continuaran. Mallory comprobó su cinturón de seguridad y miró por la ventanilla. Era evidente que no deseaba proseguir la conversación. Sin embargo, le había provocado una sensación extraña en el estómago. Como si en los breves minutos de la discusión, lo hubiera juzgado y declarado insatisfactorio.
No le gustaba la sensación de no estar a la altura de sus expectativas y no supo muy bien por qué. Una vez más lo había dejado desequilibrado, solo que en esa ocasión con el deseo ardiente de modificar tanto la opinión negativa que tenía de él como su falta de interés.
A Jack le encantaban los desafíos, pero solo cuando tenían lógica, Y el interés que despertaba en él Mallory Sinclair no lo tenía.
Una brisa cálida soplaba desde el océano. El cabello de Mallory se rizó con la humedad. Eran las ocho de la mañana y su anfitrión aún no había aparecido.
– Vendrá -indicó Jack en respuesta a su irritación no expuesta. -Dijo que desayunáramos y que cuando hubiéramos terminado se reuniría con nosotros.
Alzó la vista de la tostada que tenía en el plato y lo miró… algo que había evitado toda la mañana. Si lo había considerado devastador con traje, resultaba abrumadoramente atractivo con unas bermudas de color caqui y una camisa de manga corta. En los brazos se flexionaban unos músculos poderosos y la piel bronceada se asomaba entre los botones abiertos en el pecho. Llevaba el pelo negro azabache peinado hacia atrás y unas gafas de sol cubrían sus penetrantes ojos grises. Era la perfección en un envoltorio masculino mientras ella era un caos de conservadurismo en un soso vestido azul marino.
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