– Quería correr un poco en la cinta.
– Ningún problema. Permita que lo familiarice con el equipo y podrá empezar. Me llamo Eva -extendió la mano. -Soy la encargada.
– Jack Latham -se la estrechó.
Ella mostró reconocimiento.
– Encantada de conocerlo. Paul… quiero decir, el señor Lederman, mencionó que usted era uno de sus invitados especiales.
A Jack no se le pasó por alto la familiaridad del tono al hablar de Paul Lederman, pero lo dejó correr. Sonrió e hizo un gesto con la mano,
– No busco ningún trato especial.
– ¿Intenta que me cueste el trabajo? -preguntó con expresión risueña.
– No me imagino a Paul despidiéndola.
– Yo tampoco.
Lo miró con lo que Jack consideró una mirada segura. Era una joven atractiva con curvas en todas las partes adecuadas y, por su postura y confianza, era evidente que lo sabía.
El silencio se extendió durante un momento que Jack aprovechó para cuestionar qué relación tendría con su cliente; luego, se reprendió por buscar fuegos allí donde no los había.
– ¿Siempre hace lo que el jefe dice? -preguntó.
– El paga las facturas -apartó la vista.
Y Jack se preguntó si había dado en el blanco.
– Apuesto a que desearía que todos sus empleados fueran tan leales como usted.
– Es un hombre que inspira lealtad, pero al ser un invitado tan especial, estoy segura de que ya lo sabe. Y ahora empecemos a trabajar -le indicó la cinta.
Jack dudó de que Paul tuviera una aventura con una mujer que trabajaba en el mismo sitio en que vivía su mujer. Lederman era muy arrogante, pero no descuidado. No cuando su imperio estaba en juego. Sus desapariciones eran más reveladoras que el apasionamiento de una joven, y si había una amante que encontrar, no estaría en el centro.
Pero tenía el pálpito de que Paul no había hecho nada por desalentar el interés de esa empleada. El coqueteo de su marido, si es que era eso, no podía satisfacer a la señora Lederman. Y una insignificancia con empleadas femeninas podía ser la prueba de la disposición del hombre a asumir riesgos mayores.
Le sonrió a la bonita encargada.
– Tienen unas instalaciones impresionantes.
– Desde luego. Soy afortunada de trabajar en un sitio como este, pero como probablemente usted ya sepa, hay una historia detrás.
Jack no lo sabía, y desde luego quería averiguarlo.
– Por supuesto. Pero no sabía que Paul había empezado con una tabla.
– El también empieza con la cinta -asintió Eva.
– Apuesto a que no me vendría mal su tabla.
Lo inspeccionó con expresión aprobatoria.
– Oh, parece que no le ha ido mal solo.
Colgó la toalla sobre una silla y subió al aparato de ejercicio. Apretó los botones que marcaban una carrera suave.
Ella lo observó con las manos en las caderas.
– Parece que sabe cómo funcionan estos aparatos. A diferencia de Paul. Debería oír la primera sesión que le di.
Jack rio.
– No iré a ninguna parte, así que ya puede empezar.
Mallory dejó la playa atrás. La arena se aferraba a los talones de sus pies, que lavó bajo una mini-ducha antes de enfundarlos en sus zapatos clásicos y recoger de la barandilla su chaqueta de persona sensata. Suspiró y se preguntó cuándo se habían vuelto tan obvias y limitadoras las trampas del convencionalismo.
«Es este viaje», pensó. «Y Jack», Cerca de Jack quería ser una mujer sexy y deseable para poder percibir la excitación en sus ojos oscuros y saber que el calor que emanaba de ellos estaba destinado solo a ella.
Se pasó la chaqueta por el brazo, dio dos pasos y decidió que ya no podía soportar el dolor. Rindiéndose, se quitó los zapatos y rezó para poder atravesar el vestíbulo y llegar a los ascensores sin que nadie se fijara en ella.
Pero no llegó más allá de la recepción.
– Buenos días, señorita Sinclair.
Sobresaltada, Mallory se volvió y vio que la señora Lederman avanzaba hacia ella.
– Veo que ya ha disfrutado de la playa.
Mallory pasó una mano con gesto tímido por el pelo revuelto.
– ¿Qué me ha delatado, el pelo agitado por el viento o el olor a salitre?
– De hecho, es el rastro de arena que va dejando -la otra mujer rio.
Mallory giró la vista hacia el rastro de arena que había dejado con cada paso. Suspiró y sintió que se ruborizaba.
– Supongo que se podría decir que no iba vestida para un paseo por la playa.
– No hay problema. Los niños corren por aquí descalzos todo el día. Es un centro recreativo, no un palacio. Espero que sea de su agrado -dijo, y en ningún momento dejó de mirarla como si de verdad le interesara su comodidad y felicidad.
Esa mujer tenía motivos para detestarla y tratarla con desdén, pero de sus labios perfectamente pintados no había salido ni una palabra cruel. A Mallory no le gustaban los recuerdos dolorosos de su infancia que evocaba esa mujer ni el anhelo de aceptación que creía haber desterrado hacía tiempo.
«Pero ¿cómo puedo desterrar el deseo de ser querida y aceptada cuando cada paso en mi vida ha sido calculado para ganarme el respeto y la admiración de mis padres?», se preguntó.
– ¿Va todo bien? -preguntó la señora Lederman.
Mallory forzó una sonrisa al encontrarse con la mirada compasiva de la otra mujer.
– Perfectamente. No solo es precioso este lugar… -señaló alrededor del vestíbulo contemporáneo-sino que me brinda la oportunidad de alejarme durante un tiempo del mundo real.
– Es afortunada. Por desgracia, esta es mi realidad -le temblaron los labios antes de ser capaz de ocultar los signos de su angustia.
– Señora Lederman…
– Alicia -movió la cabeza.
– Alicia, es una situación incómoda -y aunque ella no se había acercado a la señora Lederman, no había sido contratada aún y, por lo tanto, no había quebrado ninguna ética, no se sentía a gusto.
– Tonterías -agitó una mano en el aire y reveló un gran solitario que brillaba en su mano izquierda.
¿No se lo habría quitado porque todavía albergaba esperanzas de no tener que entregarlo? En el acto canceló ese pensamiento mercenario. Su instinto rara vez se equivocaba, y esa mujer de cálidos ojos castaños irradiaba sinceridad y bondad.
La señora Lederman desprendía una amabilidad que despertaba recuerdos perturbadores y conducía a inseguridades afianzadas, nada de lo cual ayudaba a Mallory en el trabajo que debía desempeñar: demostrarle al señor Lederman que Jack y ella eran los abogados que quería tener a su lado.
– Solo es incómodo si nosotras elegimos que así lo sea -aseguró la otra mujer. -Y ahora, ¿hay algo que pueda hacer para que su estancia resulte más agradable?
– ¿Aparte del hecho de no mostrarse difícil sobre el divorcio o el acuerdo que alcance? -la señora Lederman no reveló nada, pero por dentro el corazón de Mallory murió un poco.
Ciertamente le había dicho a Jack que haría cualquier cosa para conseguir el caso; incluso había intentado creérselo, pero no tenía por qué gustar le, Y cuanto más veía a la esposa de su cliente, peor se sentía consigo misma y con el bando que había escogido.
La señora Lederman se irguió y enderezó los hombros.
– ¿Sabe?, respeto que no recurra a eufemismos. Me recuerda a mi hija.
Mallory movió la cabeza, incapaz de creer lo que había hecho.
– Lo siento.
– ¿Por ser profesional? Tonterías, No hay nada que perdonar.
– ¿Por qué hace esto? -preguntó Mallory sin poder contenerse. -¿Por qué se muestra tan agradable conmigo?
– ¿Me creería si le dijera que me gusta que todos nuestros huéspedes disfruten del hotel?
Mallory asintió despacio.
– Sí -creería cualquier cosa que le dijera la señora Lederman. -Su hija es afortunada de tenerla -las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas.
– Ojalá mi marido pensara lo mismo.
Desde el momento en que fue convocada al despacho de Jack para comunicarle que estaba asignada a ese caso, había sabido que nada sería fácil o simple, aunque en ningún momento llegó a prever la confusión que experimentaría allí.
Antes de que ninguna pudiera decir una palabra, la señora Lederman la tomó del brazo y la condujo por el vestíbulo hacia unos enormes ventanales. Delante de ella se extendía la zona del gimnasio.
Mallory se acercó al cristal y vio que la sala estaba vacía salvo por un hombre que corría en una cinta en un rincón: Jack, con una morena sexy que zumbaba a su alrededor.
Frunció el ceño, odiando la sensación de celos que la aguijoneó.
– ¿No es ese su colega? -preguntó la señora Lederman, y Mallory asintió. -Y esa es nuestra encargada.
– Demasiado perfecta para mi gusto -musitó.
La señora Lederman soltó una carcajada. -Como ya he dicho, la franqueza le sienta bien.
Mallory puso los ojos en blanco.
– Seamos sinceras, ¿cuántas de nosotras llegamos a tener ese aspecto?
– No las suficientes, y a medida que el hombre envejece, empieza a apreciar la juventud y los músculos bien tonificados.
Mallory la miró a los ojos.
– ¿Su marido?
La señora Lederman escondió sus emociones.
– Creía que hablábamos de él -dijo señalando a Jack.
Mallory entrecerró los ojos y prestó más atención. Sí, esa mujer musculada no perdía ni una sola palabra que decía Jack, como tampoco pasaba por alto las piernas duras de él, pero la clave de esa escena radicaba en la reacción de Jack.
No mostraba ningún interés manifiesto en ella. Incluso desde esa distancia, podía ver que el interés de él estaba en lo que decía la mujer, más que en su aspecto o en lo que llevaba puesto. De hecho, desde que Mallory se puso a mirarlos, la morena no había parado de hablar.
Esperaba que le estuviera sacando información del señor Lederman. Suspiró.
– ¿Qué le parece si me muestra la sauna y el jacuzzi? -sugirió-. Es evidente que ninguna de las dos desea contemplar esta exhibición.
– Me parece un buen plan. ¿Le he mencionado que tenemos una masajista en la plantilla?
Mallory permitió que la señora Lederman la condujera en un recorrido extenso de las instalaciones, aunque su mente permaneció con Jack, quien alzó la vista justo a tiempo de verla mirándolo a través de los cristales.
Le ofreció un saludo, y luego centró su atención en metas menos profundas.
Jack entró en su habitación, Como sudaba por la carrera en el gimnasio, la ráfaga del aire acondicionado lo golpeó con dureza. Subió la temperatura y se tumbó en la cama.
Las revelaciones descubiertas ese día lo habían agotado más que el ejercicio. Al parecer, Lederman sufría una crisis de la mediana edad, cortesía de un ligero ataque al corazón que había escondido a sus asociados, incluidos sus abogados. Según Eva, la encargada, el miedo por la salud del jefe explicaba los nuevos aparatos cardiovasculares del gimnasio, los médicos en las instalaciones y la nueva dedicación al tono físico que aún no había mostrado resultados ostensibles.
Pero el hombre había empezado a prestarle más atención a su aspecto y a coquetear con la monitora.
No costaba mucho deducir que tonteaba fuera del matrimonio para reafirmarse en su virilidad y capacidad. En ese caso, sus abogados, incluso abogados potenciales, no deberían permanecer en la oscuridad hasta que la bomba estallara y fuera demasiado tarde para preparar el caso. Una aventura era la última complicación que esperaba encontrarse al llegar al lujoso centro.
La de Lederman o la suya propia.
Juntó las manos detrás de la cabeza. Una aventura no tenía por qué ser desdeñable… si se estaba soltero. Y Jack lo era. Soltero y excitado… por la mujer que menos hubiera imaginado.
Ya poseía sus pensamientos, día y noche. Hasta cuando Eva se le había insinuado de forma directa, no le había interesado. Solo una mujer lo esclavizaba.
Pero al parecer Mallory no quería continuar su… ¿cómo se podía llamar a lo sucedido la noche anterior? ¿«Vinculación»? No quería trasladar su vinculación a las horas diurnas.
Tanto en un plano intelectual como profesional, la decisión de ella de retirarse tenía sentido.
Pero en un plano emocional no lo comprendía y la frustración y decepción sexuales resultaban abrumadoras.
Bajo ningún concepto pensaba dejar las cosas tan desequilibradas e inconclusas entre ellos.
CAPITULO 07
Mallory aferró el auricular del teléfono y esperó que se activara el contestador automático en su casa. Al oír el tono, se puso a gritar.
– Julia, contesta o cuando llegue a casa esconderé todos los chocolates Godiva. Y me cercioraré de que te prohíban la entrada en Epicurean Delights. Te…
El sonido de alguien en el auricular reverberó en su oído; luego, oyó la voz de su prima.
– Dormitaba y no es necesario que te pongas hostil, Mallory Jane.
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