Descubrió que no podía apartar los ojos de ella. En ese instante comprendió que había algo mucho más sugerente que la desnudez y que era justo lo que tenía delante. Inspiró lenta y profundamente para serenarse un poco.

Lady Paget seguía mirándolo con los párpados entornados y los brazos a ambos lados del cuerpo, hasta que en un momento dado extendió uno de ellos para que le quitara el guante, que acabó descansando en el suelo junto con el resto de la ropa. Acto seguido, extendió el otro y esbozó su sonrisa más seductora.

Cuando acabó con los guantes, Stephen hincó una rodilla en el suelo y procedió a quitarle las medias, aunque antes hizo lo propio con las ligas. Ella le colocó primero un pie y luego el otro sobre la rodilla de la pierna doblada mientras le bajaba las medias y se las quitaba junto con los zapatos. Todo acabó en el suelo, tras él.

Le besó el empeine, los tobillos, la cara interna de las rodillas y el cálido interior de los muslos antes de incorporarse.

Era tan voluptuosa como había imaginado. O tal vez más. No era una mujer delicada en ningún sentido, pero sus proporciones eran perfectas y sus curvas, preciosas. Era magnífica.

¿Cómo era posible que hasta ese momento hubiera encontrado deseable la delgadez juvenil?

En vez de desnudarlo como esperaba que hiciera en ese momento, la vio levantar los brazos para quitarse las horquillas y soltarse el pelo. Lo hizo muy despacio, como si no tuviera prisa para ir a la cama, como si no se hubiera dado cuenta de la tremenda erección que tenía o de lo alterado de su respiración.

Sin embargo, su sonrisa ponía de manifiesto que era muy consciente de ambas cosas.

Y sus párpados entornados eran un claro indicio de que ansiaba el plato principal de la velada tanto como él.

Observó uno a uno los mechones de pelo que fueron cayendo y cuando la melena al completo por fin se extendió sobre sus hombros, enmarcándole la cara, se vio obligado a tragar saliva. Un grueso mechón resbaló hasta quedar descansando entre sus pechos.

Era una melena abundante y lustrosa de un intenso tono rojizo. La gloria que coronaba su belleza. Volvió a tragar saliva.

– Vamos a la cama -propuso ella.

Se aferró a las solapas de la chaqueta, pero ella le impidió que se la quitara.

– No -le dijo-. Solo los zapatos, lord Merton.

Apartó las manos de las suyas y las deslizó hasta llegar a las calzas. Sus dedos las desabrocharon con eficiencia mientras se miraban a los ojos. Una vez que la bragueta se abrió, inclinó la cabeza hacia él y mientras le rozaba los labios con suavidad, le dijo:

– Ya está listo. Los dos lo estamos. Vamos a la cama.

En un primer momento creyó que lo decía porque no podía esperar a verlo desnudo. Sin embargo, sabía que esa no era la razón. Lady Paget era mucho más lista que él. El deseo que lo embargaba era tan intenso que resultaba casi doloroso. Y el hecho de estar totalmente vestido mientras que ella se había desnudado por completo tenía mucho que ver.

Lady Paget lo llevó hasta la cama. Después de apartar el cobertor y la sábana, se tumbó de espaldas y levantó los brazos para recibirlo. Mientras él se colocaba entre sus muslos, lo abrazó y se acomodó debajo de su cuerpo, acariciándolo con los pechos y las caderas. Uno de sus pies le acarició una pierna por encima de la media y de las calzas. Él se dispuso a explorar su cuerpo con las manos y con la boca, que utilizó para acariciarla y atormentarla. Hasta que notó que sus dedos lo liberaban de las calzas y comenzaban a explorarlo con delicadeza. Contuvo el aliento por la sorpresa. Ella rió entre dientes y lo atrajo hacia el húmedo calor escondido entre sus muslos.

Ni hablar. No estaba dispuesto a dejarse seducir. No era un colegial virgen en manos de una experta cortesana. Le colocó un brazo bajo el cuerpo de forma que no le quedó más remedio que soltarlo y cubrió con la mano el lugar que su miembro acababa de rozar. Comenzó a explorarla con suavidad, acariciándola y arañándola con delicadeza, penetrándola un poco con un dedo mientras presionaba con los demás. Utilizó el pulgar para describir una serie de círculos en el punto preciso, logrando que ella jadeara.

Si su papel era el de dejarse seducir por una seductora, ella también tendría que dejarse seducir.

No estaba dispuesto a permitir que el encuentro no fuera de igual a igual.

Sería placentero para ambos, los dos se entregarían y recibirían lo mismo a cambio.

La aferró con firmeza por el trasero, se colocó en la posición correcta y esperó a que ella levantara las caderas un poco a modo de invitación para penetrarla hasta el fondo.

La escuchó soltar una suave carcajada mientras sentía la presión que ejercían sus músculos en torno a su miembro y después lo rodeó con las piernas. Se incorporó un poco para mirarla a los ojos. La luz de la vela le acariciaba la cara y convertía su pelo en una brillante hoguera que se extendía sobre la almohada.

– Stephen -la oyó decir mientras lo aferraba por las solapas de la chaqueta. En vez de detenerse, sus manos ascendieron hasta colocarse sobre sus hombros.

Escucharla pronunciar su nombre con esa voz tan ronca y seductora le provocó un escalofrío.

– Lady P…

– Cassandra -lo interrumpió. -Cassandra.

En ese instante ella se relajó y comenzó a rotar las caderas en torno a su miembro.

– Stephen -repitió-, eres muy grande.

El comentario le arrancó una carcajada.

– Y muy duro -añadió ella con una mirada burlona-. Eres un hombre muy viril.

– Y usted, milady -replicó él-, es muy suave, y está muy mojada y caliente. Es toda una mujer.

La vio componer una mueca burlona, aunque su jadeante respiración delataba el deseo que sentía. Se inclinó sobre ella para besarla en los labios y comenzó a penetrarla con profundas y rítmicas embestidas, prolongando todo lo posible la dolorosa expectativa del clímax hasta que se derramó en su interior y acabó desplomándose sobre ella, a la espera de que su corazón recuperara el ritmo normal. Se preguntó si había prolongado el momento lo suficiente como para que ella también hubiera alcanzando el clímax.

El hecho de no estar seguro lo avergonzó.

– Cassandra… -murmuró mientras salía de ella y se colocaba a su lado sobre el colchón, con el brazo aún bajo su cabeza.

Sin embargo, no dijo nada más. La extenuación posterior a la satisfacción sexual se apoderó de él y lo sumió en un profundo y reparador sueño.

No supo cuánto tiempo durmió, pero cuando se despertó estaba solo. Y seguía vestido con toda la ropa, que debía de estar horriblemente arrugada. Su ayuda de cámara se lo recordaría durante un mes, y amenazaría con renunciar al puesto y buscarse otro caballero que demostrara más respeto por su trabajo.

La bragueta estaba de nuevo abrochada, tal y como comprobó con una repentina punzada de vergüenza.

La vela ya no estaba encendida, pero el dormitorio no se hallaba del todo a oscuras. La luz grisácea del amanecer se colaba por la ventana. Las cortinas estaban descorridas.

Volvió la cabeza en dirección al tocador. Lady Paget estaba sentada de lado en la banqueta, observándolo. Se había vestido, aunque no con la ropa que había llevado por la noche. Se había cepillado el pelo, que llevaba recogido en una coleta que le caía por la espalda. Tenía las piernas cruzadas y no paraba de balancear el pie que quedaba en el aire, meciendo el zapato sobre la punta de los dedos.

– Cassandra -dijo-. Lo siento. Debería…

– Tenemos que hablar, lord Merton -lo interrumpió ella.

«¿Lord Merton?», pensó. ¿Ya no era Stephen?

– ¿En serio? -le preguntó-. ¿No sería…?

– De negocios -volvió a interrumpirlo-. Tenemos que hablar de negocios.

CAPÍTULO 06

Cassandra llevaba despierta mucho tiempo. En realidad, apenas había logrado echar un par de cabezaditas.

Pasó un buen rato contemplando el horroroso dosel de la cama. Lo quitaría, decidió, o encontraría la manera de cubrirlo con una tela más clara y más alegre. Debía convertir la casa en un hogar… en caso de que se quedara en ella, por supuesto. En caso de que pudiera permitírselo.

En ese momento volvió la cabeza y observó largo y tendido al conde de Merton a la parpadeante luz de la vela. ¡Qué derroche dejar que se consumiera! Tampoco había apagado las velas de la entrada ni del descansillo. Como si tuviera dinero para despilfarrar.

Lord Merton dormía profundamente y no parecía estar soñando. Estaba tan guapo dormido como lo estaba despierto. Su pelo, aunque corto, lucía alborotado y se había rebelado contra el peine que había domado los rizos.

Parecía más joven.

Parecía inocente.

No era inocente… al menos no en lo que al sexo se refería. No había habido muchos preliminares, ni antes ni después de acabar en el lecho, y el acto en sí apenas había durado unos minutos. Pero lord Merton sabía lo que estaba haciendo. Era un amante apasionado y habilidoso aunque se hubiera apresurado un poco durante su primer encuentro.

Llegó a la conclusión de que posiblemente fuera un hombre muy decente que procedía de una familia también muy decente. Por un breve instante se arrepintió de haberlo elegido. Sin embargo, ya era demasiado tarde para cambiar de opinión y escoger a otro. No tenía tiempo para coquetear con varios amantes antes de elegir al que más le convenía.

A la postre, cuando el alba comenzaba a rayar al otro lado de las ventanas haciendo innecesaria la luz de las velas, fue incapaz de quedarse más tiempo en la cama. Se alejó de lord Merton muy despacio para no despertarlo, pero él ni siquiera se inmutó. Seguía teniendo el brazo extendido bajo la almohada y la tela del frac estaba arrugadísima allí donde ella había colocado la cabeza. Se inclinó sobre él y le abrochó con mucho tiento la bragueta de las calzas mientras le lanzaba miraditas a la cara.

Desnudo debía de estar magnífico, pensó.

La próxima vez lo comprobaría. La invadió un inesperado anhelo por ese momento.

Salió de la cama y apagó la vela, momento en el que se percató con gran pesadumbre de lo mucho que se había consumido, y después entró sin hacer ruido en el atestado y minúsculo vestidor situado junto al dormitorio. Tras lavarse las manos y la cara con el agua fría que quedaba de la noche anterior en el aguamanil, escogió a oscuras un vestido mañanero del armario y se lo puso. Tanteó el estante superior del armario en busca de una cinta para el pelo, que se cepilló y se recogió en la nuca.

Notaba un persistente escozor allí donde él había estado. Había pasado mucho tiempo…

Por raro que pareciera, era una sensación bastante placentera.

Lord Merton todavía no se había despertado cuando regresó al dormitorio. Descorrió las cortinas y estuvo varios minutos con la vista clavada en la calle, que seguía desierta a pesar de que la oscuridad de la noche estaba desapareciendo. Al cabo de un rato vio a un trabajador que caminaba con rapidez y con la cabeza gacha.

Y después se sentó en la banqueta del tocador, colocándola de forma que pudiera ver al hombre que yacía en la cama y percatarse de cuándo se despertaba.

Le sorprendió que no lo hubiera hecho ya, impaciente por repetir los placeres nocturnos. Esbozó una sonrisa sesgada porque no lo hubiera hecho. ¿Había interpretado tan mal su papel? ¿O lo había hecho maravillosamente bien?

Cruzó las piernas y se entretuvo balanceando un pie hasta que por fin lo vio moverse. Lord Merton tardó un rato en espabilarse y girar la cabeza para verla sentada en la banqueta.

– Cassandra -dijo-. Lo siento. Debería…

Lo interrumpió. No le interesaban sus disculpas. ¿Se disculpaba por haber dormido tanto? Todavía era muy temprano, tanto que ni siquiera habían salido a la calle los vendedores ambulantes, solo los trabajadores, que tal vez regresaran a casa tras el turno de noche. ¿O se disculpaba por haber dormido en vez de aprovechar al máximo la noche para disfrutar de su cuerpo?

Había pronunciado su nombre como si fuera una caricia.

En ese momento recordó que lo había pronunciado después de terminar con ella… como si no solo fuera un cuerpo femenino con el que saciar su deseo, sino también una persona con nombre propio.

Debía tener mucho cuidado para no acabar seducida por ese hombre. Ella era la seductora.

– Tenemos que hablar, lord Merton -le dijo.

– ¿En serio? -dijo él, que se incorporó sobre un codo con expresión risueña-. ¿No sería…

«… mejor volver a la cama y hablar después… en todo caso?»

– De negocios -lo interrumpió antes de que él pudiera terminar su frase-. Tenemos que hablar de negocios.

Todo su futuro dependía de ese momento. Siguió balanceando el pie, con cuidado de no hacerlo más deprisa por temor a demostrar lo nerviosa y tensa que estaba. Entornó los párpados y esbozó una leve sonrisa.