Cassandra volvió a suspirar.
– No te irás a menos que te salgas con la tuya, ¿verdad? -le dijo.
Se miraron a los ojos.
– Lo haré… si me pides que me vaya y que no vuelva a verte, lo haré -afirmó-. Si la verdadera lady Paget me lo pide, por supuesto. ¿Quieres que me vaya, Cassandra? ¿Quieres que salga de tu vida para siempre?
Lo miró un buen rato en silencio y después cerró los ojos.
– Sí -contestó al cabo de un momento-, pero soy incapaz de decirlo con los ojos abiertos. Stephen, ¿por qué te conocí?
– No lo sé -respondió-. ¿Quieres que lo descubramos juntos?
– Te arrepentirás -le aseguró.
– Es posible -convino Stephen.
– Yo ya me arrepiento -dijo ella.
– ¿Mañana por la tarde? -le preguntó.
– ¡Muy bien! -Abrió los ojos y volvió a mirarlo-. Ven si quieres.
Enarcó las cejas al escucharla.
– Ven -repitió ella-. Y le diré a Mary que no te meta una araña en la taza del té.
El comentario le arrancó una sonrisa.
– Y ahora vete -le ordenó ella-. Necesito dormir un poco aunque a ti no te haga falta.
Atravesó el dormitorio para ponerse la capa y coger su sombrero. Al volverse vio que Cassandra estaba de pie delante del sillón.
– Buenas noches, Cassandra -le dijo.
– Buenas noches, Stephen.
Regresó a casa andando y pasó todo el trayecto preguntándose en qué se había metido. Su vida parecía estar patas arriba desde hacía dos días.
¿De verdad estaban destinados a encontrarse? ¿Por qué? No se le ocurría otro motivo salvo evitar que Cassandra y sus amigas murieran de hambre.
Tendrían que descubrirlo juntos. Había ciertos acontecimientos en la vida, ciertos momentos, que se producían debido a una mano invisible, o eso creía. No obstante, esa mano no tenía poder para dictaminar la respuesta de cada persona. Los individuos implicados tenían la capacidad de reaccionar ante los acontecimientos o momentos. O de no reaccionar.
Estuvo lloviendo durante toda la mañana, pero a media tarde escampó y el cielo quedó despejado. El sol brillaba y las calles y las aceras se secaron.
– Hace un día perfecto para dar un paseo -porfió Alice, después de acercarse a la ventana de la salita para comprobar con sus propios ojos que estaba en lo cierto-. Llevamos unos cuantos días diciendo que vamos a pasear por Green Park, Cassie. Seguro que no está tan concurrido como Hyde Park.
– Cuando llegaste a casa para almorzar -le recordó Cassandra-, dijiste que se te caerían los pies a trocitos si tenías que dar un solo paso más.
Alice había pasado toda la mañana intentando encontrar alguna agencia que no hubiera visitado el día anterior y recorriendo aquellas en las que ya había dejado su nombre con la esperanza de que hubiera surgido algo de la noche a la mañana.
Había hecho ese comentario sobre sus pies antes de que Cassandra por fin se armara de valor para mencionar de pasada la visita del conde de Merton de esa tarde. Una visita formal para tomar el té con ellas, no para tratar de sus asuntos privados.
– Es increíble lo que un buen almuerzo, una taza de té y una hora de reposo pueden hacer para recuperar la energía -replicó Alice a la ligera-. Estoy lista para salir de nuevo… y esta tarde ni siquiera me mojaré.
– Le dije que estaría aquí cuando viniera a verme, Alice -señaló-. Sería una descortesía por mi parte no estar en casa después de todo, y tú me enseñaste a no ser maleducada. Además…
– Además, ¿qué? -Alice estaba enfadada. Se volvió desde la ventana y la miró con el ceño fruncido.
Cassandra no tenía nada sobre el regazo, ya que de un tiempo a esa parte parecía no poder concentrarse en la costura. No tenía nada a lo que mirar salvo a su antigua institutriz.
– Creo que nuestra… relación se ha acabado, Allie -confesó-. De hecho, así es. El acuerdo le resulta desagradable. Me parece que el principal motivo es que Belinda vive aquí. Dijo algo sobre mancillar su inocencia. Aunque no se trata solo de eso. Pienso que es un ángel de verdad. He hecho que un ángel se desvíe del buen camino. Se siente culpable. Quiere reparar el daño. Quiere empezar de nuevo, quiere que seamos amigos. ¿Has escuchado algo más absurdo en la vida? Pero también quiere seguir pegándome, y no sé cómo voy a poder rechazarlo, aunque debería hacerlo, por supuesto. No puedo aceptar un salario generoso solo por ser la amiga de otra persona, ¿verdad?
– Vamos a dar un paseo -insistió Alice con firmeza-, antes de que sea demasiado tarde. Coge tu bonete, no te pares siquiera a cambiarte de vestido.
Rehusó meneando la cabeza y clavó la mirada en las manos, que tenía en el regazo. Se examinó las uñas. Tenía que cortárselas. Se había puesto el vestido de muselina con el estampado de florecillas para la ocasión. Solo tenía ropa bonita, nada más. Nigel siempre había insistido en que vistiera bien.
– No quiero ni verlo -dijo Alice-, mucho menos verlo sentado junto a mí mientras tomamos el té. No me gusta, Cassie, y no me hace falta conocerlo en persona para saberlo. Te ha hecho daño.
– No, no es verdad. -Miró a su antigua institutriz con expresión triste-. Si alguien ha sufrido, ha sido él. El no me ha hecho daño. Es… es adorable, Allie.
Adorable y espantosamente inquietante.
Se había pasado toda la mañana, por no hablar del resto de la noche desde que él se marchó, rememorando su forma de hacerle el amor, recordando los anhelos y las sensaciones que le había provocado. Recordando ese dolor que no era doloroso y que no era otra cosa que deseo sexual. Había acabado admitiéndolo. Jamás había experimentado deseo sexual. Ni siquiera sabía que las mujeres pudieran sentirlo.
Y también se había pasado toda la mañana rememorando la conversación que mantuvieron después.
«Supongo que hubo un motivo para que nos fijáramos el uno en el otro en Hyde Park hace unos días… Y hubo un motivo por el que volvimos a encontrarnos al día siguiente en el baile de Meg. Creo en los motivos. Y en las consecuencias.»
Si había un motivo para todo, ¿por qué había conocido a Nigel?
«… algunas cosas suceden por un motivo en concreto. Estoy segurísimo. Nos conocimos por un motivo. Podemos intentar ahondar en él… o no. El destino no marca las consecuencias».
Stephen había encontrado la solución para que el destino y el libre albedrío pudieran coexistir. ¡Qué inteligente!
«Vamos a empezar de nuevo, Cassandra. Vamos a darnos la oportunidad de ser amigos al menos. Deja que te conozca. Conóceme a mí. Tal vez merezca la pena conocerme.»
¿No tenía bastante con lo que sabía de ella? Le había dicho, en dos ocasiones, que había matado a Nigel. ¿Qué más necesitaba saber sobre una persona que admitía tal cosa?
«Tal vez merezca la pena conocerme.»
– Tal vez merezca la pena conocerlo -le dijo a Alice.
– ¿Después de lo que te ha hecho? -Alice se dirigió de nuevo a su asiento y se dejó caer en él-. Y no vuelvas a decirme que tú lo sedujiste, Cassie. Tenías motivos para hacerlo, aunque bien sabe Dios que me opuse con uñas y dientes desde el principio. El conde de Merton carece de excusas por haberse dejado seducir salvo su condición de hombre. Y si un hombre necesita una mujer tan desesperadamente, ¿por qué no se casa? ¡Para eso están las esposas!
Miró a su antigua institutriz y por primera vez en todo el día sonrió con buen humor.
– Bueno… -Alice se ruborizó-. Esa es una de las cosas para las que están. No me malinterpretes, Cassie. Las mujeres sirven para mucho más que eso, sabes muy bien que he intentado inculcártelo desde que eras pequeña. Sigo creyendo que deberíamos ir a Green Park. A lo mejor llueve mañana. Y que sepas que soy yo quien debería encontrar una fuente de ingresos. Y lo haré. He comprado un periódico esta mañana. Ha sido un derroche por mi parte, pero había varios empleos anunciados que pienso solicitar. Algunos son inadecuados, cierto, pero hay posibilidades. Es imposible que la vida útil de una mujer acabe a los cuarenta y dos años. Me niego a creerlo.
Reconoció sus palabras con una sonrisa y al mirar a su antigua institutriz a los ojos descubrió que los tenía llenos de lágrimas.
– Cassie, soy yo quien debería cuidar de todas nosotras -insistió Alice-. Lo sabes tan bien como yo.
– Tú siempre has cuidado de mí, Allie -le recordó-. Siempre.
– ¿Es importante para ti que reciba al conde de Merton? -le preguntó Alice mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo.
– Sí. Y me pidió específicamente que estuvieras presente, que lo sepas. Como carabina.
Alice reaccionó con un sonido muy desagradable, casi un resoplido.
– Estoy segurísima de que en más de una ocasión te he repetido aquello de: «A buenas horas mangas verdes» -comentó.
Ya era demasiado tarde para salir a dar un paseo aunque quisieran hacerlo. Un carruaje se detuvo delante de la puerta. Cassandra lo escuchó perfectamente.
Su visita había llegado.
CAPÍTULO 12
Stephen fue a ver a Katherine, lady Montford, a última hora de la mañana, después de abandonar la Cámara de los Lores. Su intención era la de pedirle que lo acompañara a visitar a Cassandra. Al llegar, descubrió que Meg estaba con ella, ya que había llevado a Toby y a Sally para que jugaran con Hal, de modo que acabó pidiéndoselo a las dos.
– Debería haberte preguntado nada más verte qué tal fue el paseo de ayer por el parque -dijo Meg-. Te has propuesto conseguir que lady Paget sea la sensación de la temporada, ¿verdad? Es todo un detalle por tu parte. La verdad es que es una mujer difícil de tratar, ¿no te parece? Siempre tiene una expresión que sugiere cierto… no sé, cierto desprecio por la gente que la rodea, como si se creyera superior. Sé que posiblemente solo sea su forma de protegerse frente a lo que debe de ser una situación muy complicada, pero de todas maneras su actitud no invita a entablar amistad con ella.
– Le dije que iría a verla esta tarde, pero no estaría bien visto que apareciera solo, ¿verdad? -comentó.
– Lo que menos le conviene es suscitar nuevos rumores, desde luego -convino Katherine-. Meg, tienes razón en lo que dices sobre su actitud, pero supongo que si estuviera en su lugar, sola en Londres, y todo el mundo creyera que he asesinado a mi marido con un hacha, me comportaría de la misma manera. Siempre y cuando tuviera el valor de aparecer en público, claro.
En ese aspecto es admirable. Stephen, te acompañaré encantada. Hal dormirá una buena siesta después de la mañana tan ajetreada que ha tenido y Jasper va a ir a las carreras.
– Duncan también -añadió Meg-. De hecho, van juntos. Yo también os acompañaré.
Había sido más fácil de lo que imaginaba, pensó Stephen. No había tenido que enfrentarse a ninguna pregunta incómoda. Sus hermanas no se habían percatado de que actuaba porque le remordía la conciencia.
De modo que esa tarde se presentó en casa de Cassandra en Portman Street de un modo irreprochable. Llegó sin esconderse, para que cualquier vecino lo viera si así lo deseaba, y ayudó a apearse del carruaje a las dos respetables damas que lo acompañaban mientras el lacayo que viajaba en el pescante con el cochero llamaba a la puerta.
Al cabo de unos minutos todos estaban sentados en la salita de estar, conversando educadamente con Cassandra, que se había encargado de servir el té, y con la señorita Haytor, a quien Stephen reconoció de la tarde de Hyde Park. Aunque su actitud era muy tensa y su gesto, adusto, no era una mujer fea.
Era comprensible que su gesto fuera adusto. Ojalá no perdiera la apuesta que estaba haciendo. Ojalá la señorita Haytor no hiciera algún comentario que desvelara la verdadera relación que mantenía con Cassandra delante de sus hermanas. Sin embargo, dudaba mucho que la mujer se atreviera a hacer algo así. Saltaba a la vista que era toda una dama. De modo que se dispuso a engatusarla con su encanto y entabló una conversación con ella mientras que las otras tres damas presentes charlaban entre sí.
No obstante, estuvo muy pendiente de Cassandra, que realizó las labores de anfitriona con facilidad, aunque su expresión mantuvo en todo momento ese rictus desdeñoso que Meg había señalado. Le habría gustado que se relajara y se mostrara tal como era en realidad. Porque quería que se granjeara la simpatía de sus hermanas, como si estuviera cortejándola de verdad.
Había elegido un vestido de muselina estampada de color marrón rosáceo que en cualquier otra mujer parecería pasado de moda, pero que a ella le sentaba de maravilla. Porque acentuaba su figura y resaltaba el brillante tono de su pelo. Le otorgaba un aspecto muy elegante. El aspecto de una dama. El aspecto de una mujer que no había conocido la sordidez.
Y en ese momento sucedió algo que aligeró la tensión del ambiente, aunque al principio mortificó un poco a Cassandra.
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