Aunque su porte siempre era orgulloso, esa noche parecía casi feliz. Qué diferente de aquella misteriosa mujer de reputación escandalosa que se coló la semana anterior en el baile de Meg y Sherry y que miraba por encima del hombro a todos los que la rodeaban, como si los despreciara.

Bailó todas las piezas que precedieron al vals, que resultó ser el baile previo a la cena. Incluso la vio bailar con Constantine, a quien le sonrió y con el que charló cada vez que los pasos se lo permitieron.

Por su parte, él también bailó todas las piezas que precedieron al vals. Sus parejas fueron jovencitas que disfrutaban de su presentación en sociedad esa temporada y que le habían dejado claro el interés que sentían por él desde el principio. Un hecho del que no se vanagloriaba en absoluto. Al fin y al cabo, era uno de los solteros de oro de Londres. Estuvo conversando amigablemente con todas ellas mientras bailaban, les sonrió y les prestó toda la atención que se merecían.

Sin embargo, también estuvo pendiente de Cassandra en todo momento.

Comenzaba a preguntarse si su vida recobraría algún día la normalidad… fuera esta la que fuese.

Se pasó toda la noche deseando que llegara el baile previo a la cena, y le pareció que el momento no llegaba nunca.

No obstante, debía ser cuidadoso. No podía hacer nada impulsivo de lo que acabara arrepintiéndose durante el resto de su vida.

Aún no se sentía preparado para el matrimonio. Solo tenía veinticinco años. Siempre había dicho que no empezaría a considerar el tema en serio hasta que cumpliera los treinta. E incluso entonces se lo tomaría con calma y elegiría a una mujer capaz de ver más allá de su título y su fortuna. Capaz de verlo a él. Incluso de amarlo. Elegiría a una mujer que le gustara de verdad, una mujer a quien admirara y quisiera.

Cuando por fin llegó la hora del baile previo a la cena, se acercó a Cassandra para reclamarlo. Se encontraba con su hermano y un grupo de personas a las que no conocía. En un momento dado, ella se volvió y lo miró mientras se acercaba.

– Lady Paget -le dijo a modo de saludo-, creo que esta pieza me corresponde.

– Desde luego, lord Merton -replicó ella con su voz aterciopelada al tiempo que le colocaba la mano en el brazo.

¡Qué formalidad! El té al aire libre le pareció un sueño lejano. Qué raro que recordara con más claridad el té que las dos noches que había pasado en su cama.

– La pieza previa a la cena va a ser el vals -le dijo mientras la acompañaba a la pista-. ¿Me reservarás la última de la noche para volver a bailar?

– Te la reservaré -contestó ella.

Se colocaron en la pista de baile mirándose el uno al otro mientras el resto de las parejas ocupaban sus puestos.

– ¿Hay alguna novedad relevante en el floreciente romance de la señorita Haytor? -le preguntó con una sonrisa.

– ¡Desde luego que sí! -contestó Cassandra, que procedió a contarle lo del paseo por la tarde y la inminente fiesta de cumpleaños en el campo.

– ¿Con la familia del señor Golding? -le preguntó-. Creo que estamos muy cerca de una proposición matrimonial.

– Creo que ocurrirá muy pronto, sí -convino ella-. A lo mejor durante su estancia en Kent. Y creo que Alice será muy feliz. Estoy convencida de que abandonó las esperanzas de casarse hace ya muchos años, ¿no te parece? La preocupación que sentía por mí la mantuvo confinada en el campo durante todos esos años.

– No te culpes -le aconsejó, y no era la primera vez que lo hacía.

– Tienes razón -reconoció Cassandra con una carcajada-. No vas a permitir que me sienta culpable por todos los males del mundo, ¿cierto?

– Puedes estar segura de ello. -En ese momento reparó en el colgante que llevaba. Era la primera vez que la veía con joyas-. Es bonito -dijo, mirándolo. El extremo inferior del corazón casi le rozaba el canalillo.

– Era de mi madre -le informó ella, al tiempo que acariciaba la joya con una mano enguantada-. Mi padre se lo regaló cuando se casaron y fue el único objeto de valor perteneciente a la familia que jamás se vendió. Wesley me lo ha dado antes de salir. -Sus ojos adquirieron un brillo sospechoso.

– Eso quiere decir que te has reconciliado con tu hermano, ¿no?

– Creo que el recuerdo del incidente del parque cuando pasó a mi lado fingiendo que ni me veía ni me conocía ha debido de pesarle mucho en la conciencia. A lo mejor incluso le ha robado el sueño. Ayer fue a verme.

– ¿Y no le guardas rencor? -quiso saber Stephen.

– ¿Por qué iba a hacerlo? Es mi hermano y lo quiero. Se mostró sinceramente arrepentido por haber sido un cobarde y por intentar obviar mi existencia. ¿Quién hubiera sufrido más si me hubiera negado a perdonarlo? La respuesta no es tan sencilla. Es posible que ambos hubiéramos sufrido por igual. ¿Y todo para qué? ¿Para satisfacer el orgullo herido o la indignación por la injusticia padecida? Lo importante es que Wesley estaba arrepentido de verdad y que fue a arreglar las cosas. Y ahora está arriesgando su reputación al aparecer en público conmigo y al presentarme a sus conocidos como su hermana.

De modo que Wesley Young no le había mencionado la visita que le hizo el día anterior, pensó él, que agradeció mucho el gesto. Aun cuando hubiera tenido un final feliz, no tenía ningún derecho a inmiscuirse en la vida de Cassandra y ella podría recriminarle que lo hubiera hecho.

Aunque no se arrepentía. Las rencillas familiares eran algo muy triste.

La orquesta tocó un acorde y al escucharlo le hizo una reverencia a Cassandra que ella correspondió. Acto seguido, le colocó una mano en la cintura con una sonrisa y le cogió la mano derecha. Cassandra le devolvió la sonrisa mientras le ponía la mano izquierda en el hombro.

– Creo que el vals es el baile más bonito de todos -dijo ella-. Llevo toda la noche deseando que llegara este momento. Eres un gran bailarín. Tienes un hombro y una mano firmes y fuertes, y hueles divinamente. -Stephen no apartó la mirada de sus ojos y Cassandra acabó soltando una carcajada-. Y aquí estoy yo, hablando de forma tan escandalosa como lo hice en el baile de tu hermana hace una semana. Debería fingir ese tedio que está tan en boga. Debería fingir que es una especie de tortura dejarme llevar por la pista de baile contigo.

Sus palabras le arrancaron una carcajada.

Sin embargo, sus miradas siguieron entrelazadas y los ojos verdes de Cassandra chispearon de alegría y felicidad. La hizo girar para comenzar a bailar y continuó girando con ella hasta que el mundo se convirtió en un remolino de luz y color con ella como magnífico eje central.

Cassandra.

Cass.

Estaba sonriente, con las mejillas sonrojadas, los labios entreabiertos y la espalda arqueada a fin de mantener la distancia adecuada entre ambos. No importaba. De todas formas percibía su calor corporal. Lo olía, y también la olía a ella. Una mezcla de perfume suave y mujer. El olor de la seducción.

Se detuvieron un instante entre melodías, pero no hablaron ni dejaron de mirarse, y después siguieron bailando, aunque la orquesta interpretó una melodía más lenta e infinitamente más emotiva.

Le gustaba de verdad, le había dicho a Vanessa. Menudo eufemismo…

El sonrojo de sus mejillas se intensificó y él comenzó a sentirse acalorado. El olor de las flores se tornó opresivo. Incluso la música pareció sonar de repente a un volumen demasiado alto.

Pasaron bailando junto a unas puertas francesas, que estaban abiertas para que el aire de la noche refrescara el ambiente. Un poco más adelante había otras y al llegar, Stephen ejecutó un giro que los llevó al exterior, a un balcón amplio que por suerte estaba desierto.

Y en el que también por suerte se estaba muy fresquito. Siguieron bailando, pero sin más giros. Sus pasos fueron ralentizándose poco a poco, y en un momento dado, se colocó la mano derecha de Cassandra sobre el corazón. La otra mano, la que descansaba en su hombro, fue ascendiendo hasta detenerse en su nuca. En ese instante la abrazó por la cintura y la acercó a él de modo que sus torsos y sus mejillas quedaron pegados.

Ni siquiera pensó en el decoro, ni en la realidad, ni en las formas que normalmente eran algo instintivo en él.

Dejaron de bailar cuando la música acabó, pero no se separaron. Se mantuvieron muy juntos en silencio unos instantes, con los ojos cerrados. Al menos él los tenía cerrados.

Después enderezó la cabeza y Cassandra hizo lo propio. Se miraron a los ojos a la parpadeante luz del farolillo colgado en una esquina del balcón.

Se besaron.

No fue un beso ardiente, pero sí un poco más apasionado que el que habían compartido durante el té al aire libre. Fue un beso la mar de elocuente, que dejó claras muchas cosas sin necesidad de palabras.

Y no se apresuró a ponerle fin. Porque una vez que acabara, tendría que usar dichas palabras, y no sabía qué iba a decir. Ni lo que iba a decir Cassandra.

Cuando por fin se apartó, la miró con una sonrisa. Que ella correspondió.

Y fueron conscientes, casi al unísono, de que tenían público. Unas cuantas personas debían de haber decidido salir en busca de aire fresco una vez finalizado el vals. Y algunas otras debían de haber mirado hacia las puertas francesas y ver la escena recortada contra la luz del farolillo. Otros posiblemente se hubieran acercado por la curiosidad de descubrir aquello que había llamado la atención de los dos primeros grupos.

En todo caso, era un público vergonzosamente numeroso, y saltaba a la vista que había presenciado el beso. Cierto que no había sido un beso impúdico, pero cualquier tipo de beso era impúdico en público, sobre todo si los que se besaban eran dos personas que no tenían excusa alguna para besarse.

No estaban casados.

No estaban comprometidos.

Stephen fue consciente de tres cosas, o más bien de cuatro si contaba el brusco jadeo de Cassandra. Fue consciente de la mirada de Elliott, que lo observaba con las cejas enarcadas y un gesto muy serio desde el interior del salón de baile. Fue consciente de Con, que lo miraba con una ceja arqueada y gesto inescrutable. Y fue consciente de Wesley Young, que se abría camino a codazos entre la multitud con gesto asesino.

Y de repente comprendió que había echado a perder todos los progresos que Cassandra había conseguido tras una semana de arduo trabajo para recuperar su respetabilidad, para conseguir que la alta sociedad la acogiera en su seno, que era donde estaba su sitio.

– ¡Ay, Dios! -Exclamó mientras la cogía de la mano y entrelazaba sus dedos, y al tiempo que se pasaba la otra por el pelo-. Esta no era precisamente la manera en la que habíamos planeado hacer el anuncio, pero parece que mi impulsividad me ha tendido una trampa. Damas y caballeros, ¿me permiten presentarle a lady Paget como mi prometida? Acaba de concederme el honor de aceptar mi proposición, y me temo que me he dejado llevar por el entusiasmo hasta el punto de olvidar los buenos modales.

Le dio un apretón a Cassandra en la mano cuando acabó de hablar.

Y esbozó su sonrisa más encantadora.


Cassandra se sentía petrificada por la mortificación.

Había estado en un tris de enarcar las cejas, componer su expresión más altiva y adentrarse entre la multitud de camino al comedor. Se había enfrentado a situaciones mucho peores que ese beso. Podía volver a hacerlo.

Salvo que siempre había una gota que colmaba el vaso y esa debía de ser la suya.

No obstante, antes de que pudiera reaccionar, Stephen tomó el control de la situación y realizó el anuncio.

«¿Y ahora qué?», pensó ella.

Stephen le soltó la mano, se la colocó en el brazo y la pegó a su costado.

Cuando todo fallaba, lo único que se podía hacer era sonreír, concluyó Cassandra.

Y sonrió.

En ese momento Wesley apareció en el balcón, después de haberse abierto paso entre todos los demás, y se plantó frente a ellos. La expresión enfurecida se había tornado en una de cómica estupefacción.

– Cassie -le dijo-, ¿es cierto?

¿Qué podía hacer sino mentir?

– Sí, Wes, es cierto -contestó y se dio cuenta mientras hablaba de que, de todas formas, no habría podido alejarse después del beso con la cabeza en alto ni evitar el desastre.

Wesley acababa de redescubrirla. Había expiado sus culpas por haberla evitado cuando más lo necesitaba y en ese momento se había erigido en su protector sin que nadie se lo pidiera. Si Stephen no hubiera hecho el anuncio, se habría producido una escena espantosa delante de todos. Wesley le habría asestado un puñetazo en la nariz o tal vez le habría cruzado la cara con un guante… o ambas cosas.

Mejor no pensarlo.

Su hermano sonrió de repente. Tal vez él también había reparado en la necesidad de actuar para salir de semejante enredo. Después de abrazarla con fuerza dijo: