Paget hervía nuevamente de furia. Señaló a Cassandra con un dedo e inspiró hondo para hablar. Pero alguien más apareció en la puerta. Por un terrible instante Stephen creyó que era un invitado que llegaba pronto, aunque la hora se acercaba. Sin embargo, se trataba de William Belmont.
– ¡Por Dios, Bruce! -Exclamó el recién llegado, que recorrió con la mirada a los presentes-. Hace media hora que volví a casa y Mary me dijo que habías estado allí… y que te había dicho que Cassie estaba aquí. Mary no suele dar ese tipo de información a tontas y a locas, sobre todo cuando fuiste tú quien la puso de patitas en la calle. Ya veo que tienes la nariz ensangrentada. ¿Cortesía de Merton? ¿O ha sido Young?
– No tengo nada que decirte -respondió Paget con el ceño fruncido.
– Pues yo sí que tengo algo que decirte -dijo Belmont, que volvió a mirar a su alrededor-. Y como parece que no has tenido el buen tino de solicitar hablar en privado con Cassie al llegar, lo diré delante de todos los presentes.
– No, no hace falta, William -replicó Cassandra.
– Voy a hacerlo -insistió su hijastro-. Era mi padre, Cassie, además de tu esposo. También era el padre de Bruce, y mi hermano debería saber la verdad. Al igual que todas estas personas que están dispuestas a abrirte los brazos como la esposa de Merton. Cassie no disparó a nuestro padre, Bruce. Ni yo tampoco, aunque debes saber que estaba en la biblioteca, aferrándolo de la muñeca en un intento por quitarle la pistola de la mano. A esas alturas le había pegado a Mary porque esa misma mañana yo le había contado que me había casado con ella y que Belinda era hija mía. Ese fue el motivo de que empezara a beber. Cassie acudió primero y después la señorita Haytor al escuchar los gritos de Mary. Cuando llegué a casa, lo escuché vociferar en la biblioteca y fui a ver qué pasaba. Estaba apuntando a Cassie con una pistola. Pero cuando me abalancé sobre él para quitarle el arma, se apuntó al corazón y apretó el gatillo.
– ¡Mentiroso! -Gritó Paget-. Es una mentira despreciable.
– La señorita Haytor ya había contado esta misma versión antes de que yo volviera hace unos cuantos días y contara lo mismo -le aseguró William-. Si crees que me resultaría fácil repetir esa historia en contra de mi propio padre para proteger a mi madrastra, Bruce, no tienes ni idea de lo que es la lealtad familiar. Ni lo que son las pesadillas. Se mató en un arrebato de furia, cuando estaba borracho. Y si sabemos lo que nos conviene, nos ceñiremos al dictamen oficial de que fue una muerte accidental y trataremos a Cassie con el respeto debido a la viuda de nuestro padre.
Paget había agachado la cabeza y cerrado los ojos.
– Es casi la hora de que dé comienzo el baile -anunció Stephen en voz baja-. En menos de un cuarto de hora empezarán a llegar los invitados más puntuales. Paget, deja que uno de mis cuñados te lleve a una habitación de invitados para que te cures la nariz y te arregles la ropa. Da igual que no estés vestido adecuadamente para el baile. Quédate de todas maneras. Y sonríe y finge que te alegras por Cassandra. Dile a todo aquel dispuesto a escuchar que la muerte accidental de tu padre fue una tragedia, pero que te alegras muchísimo de que tu madrastra vaya a rehacer su vida. Diles que es lo que tu padre habría querido.
– ¿Te has vuelto loco? -preguntó Paget con ferocidad.
Sin embargo, Con se había colocado a un lado del hombre y Monty al otro, y ambos sonreían.
– Has elegido un buen momento para llegar a la ciudad -dijo Monty.
– Estoy seguro de que lady Paget te escribió para comunicarte su compromiso y te pidió que le dieras tu bendición -añadió Con al tiempo que lo agarraba del hombro-, ¿verdad, Paget? Incluso se te ocurrió ir más allá de lo que te pedía y venir en persona. De hecho, has cabalgado sin descanso para llegar a tiempo al baile, ¿no es cierto?
– Y has llegado por los pelos -continuó Monty con una sonrisa-, aunque no has tenido tiempo para ponerte tus mejores galas. Es una historia conmovedora. Las damas se desharán en lágrimas si llegan a enterarse.
– Aunque será mejor que nos inventemos una excusa para la nariz -señaló Con mientras sacaban a Paget entre los dos-. No debería ser difícil. Un hombre puede tropezarse con todo tipo de accidentes cuando está ansioso por felicitar a su madrastra por su compromiso.
Stephen extendió el brazo y cogió la mano de Cassandra. Estaba muy blanca y tenía la mano helada. Le sonrió antes de desviar la mirada hacia William Belmont.
– ¿Te quedas? -le preguntó. Ya se lo había pedido, pero William había rehusado porque Mary se negaba en redondo a asistir a un acto tan elegante aunque fuera la señora de William Belmont y por tanto cuñada de lord Paget.
– No -contestó el aludido-. Me vuelvo a casa para cenar, algo que tendría que haber hecho hace media hora. Quiero que quede claro que Bruce adoraba a nuestra madre, pero no quería admitir la verdad. Supongo que tenía miedo de hacerlo. Se pasó casi toda su vida de adulto tan lejos de Carmel House como fue capaz. Al igual que yo, por supuesto. Debería haberte ayudado más de lo que lo hice, Cassie. Siento mucho no haberlo hecho, pero de nada sirve lamentarse ahora, ¿verdad? -Dicho eso, dio media vuelta y se fue.
Stephen miró a Cassandra a la cara.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
La vio asentir con la cabeza. Su mano comenzaba a recobrar el calor.
– Cuánto drama -dijo ella-. ¡Stephen, lo siento mucho! Seguro que estás maldiciendo el día que me viste en el parque por primera vez.
Sonrió muy despacio sin dejar de mirarla y le dio un beso fugaz en los labios, aunque era muy consciente de que su familia los rodeaba mientras cuchicheaban sobre lo sucedido.
– Más bien le doy gracias a Dios por ese día -la corrigió.
Cassandra se limitó a suspirar.
– Stephen, ya es hora de que nos preparemos para recibir a los invitados -le dijo Meg con sequedad-. Empezarán a llegar en cualquier momento.
– Y un hombre solo celebra su compromiso una sola vez -les dijo a todos, mirándolos con una sonrisa.
Sus hermanas los abrazaron a Cassandra y a él.
– Tendrás hijos con Stephen -escuchó que le susurraba Vanessa a Cassandra-. Nunca sustituirán a los que perdiste, pero te alegrarán el corazón. Te prometo que lo harán. Ya lo verás.
CAPÍTULO 21
A lo largo de la siguiente hora, Cassandra se preguntó cómo fue capaz de aguantar en la recepción sonriendo, saludando a los numerosos invitados y agradeciéndoles sus felicitaciones después de todo lo que había sucedido. Pero lo logró.
También se preguntó cómo iba a ser capaz de bailar durante toda la noche sin que su sonrisa flaqueara, cómo iba a ser capaz de conversar y reír entre pieza y pieza como si esa fuera realmente la noche más feliz de su vida, como si no tuviera ninguna preocupación.
Pero lo logró.
Y casi se divirtió.
En realidad, podía decir que se divirtió si pasaba por alto la punzada de culpabilidad que le producía el hecho de estar engañando a todo el mundo. Salvo a Stephen, claro. Y a sus hermanas. Y sospechaba que ellas se lo habían contado a sus respectivos esposos.
El ambiente fue festivo, acorde a la celebración, y la decoración del salón de baile era la más bonita que había visto en su vida. Stephen parecía más contento y más guapo que nunca. Justo el aspecto que debía tener durante el baile de celebración de su compromiso, concluyó Cassandra con tristeza.
Tal vez ella también lo pareciera.
Bailaron juntos la primera pieza.
– Se ha quedado -comentó Stephen mientras esperaban a que la música comenzara-. ¿Te sorprende?
Bruce estaba en el salón de baile. Incluso se había vestido como requería la ocasión. Al parecer era cierto que acababa de llegar a Londres, porque cuando apareció en Merton House todavía llevaba el equipaje en el carruaje. Todo indicaba que había ido a Portman Street y después a Merton House sin detenerse antes en un hotel.
– A Bruce siempre le ha gustado guardar las apariencias -comentó ella-. Se mantuvo alejado de casa durante años, creo que con la esperanza de desligar su reputación de la de Nigel en caso de que estallara algún escándalo, cosa que no sucedió hasta después de su muerte. Es posible que en parte me echara de la propiedad con la esperanza de desligarse también de los rumores que comenzaban a circular sobre mí. Tal vez esta noche se haya percatado del error que cometió. Tal vez haya comprendido que la mejor opción para seguir conservando la respetabilidad pasa por adherirse con firmeza al veredicto oficial sobre la muerte de su padre. Y la mejor forma de lograrlo consiste en prestarme su apoyo y dar la impresión de que el propósito de su viaje a Londres no ha sido otro que el de felicitarme con motivo de mi compromiso contigo. Pobre Bruce.
Stephen le sonrió y después sonrió a sus invitados. Iban a bailar la pieza que inauguraba su baile de compromiso y, como no podía ser de otra manera, casi todas las miradas estaban clavadas en ellos.
¡Ay, casi parecía real!, pensó Cassandra cuando la orquesta comenzó a tocar una contradanza alegre y complicada. Al cabo de unos momentos ambos reían a carcajadas.
A lo largo de la noche bailó con los tres cuñados de Stephen. Y también con Wesley. Bailó con el señor Golding, que había asistido con Alice, y también con el señor Huxtable.
– Lady Paget -le dijo el susodicho-, parece que todo el mundo la ha juzgado mal. Y creo que todos empiezan a darse cuenta de ello, sobre todo al ver el sonriente apoyo de lord Paget. Una pena lo de su nariz, pero hay que estar muy pendiente de las portezuelas de los carruajes en los días de viento, porque pueden cerrarse de repente.
– Si alguien cree eso, seguro que también espera verme blandiendo el hacha antes de que todo esto acabe -replicó ella.
El señor Huxtable enarcó una ceja.
– ¿A qué se refiere? -le preguntó-. ¿Al baile? Esperemos que no se esté refiriendo a otra cosa, lady Paget. Mi primo es un hombre alegre por naturaleza, pero no creo haberlo visto nunca tan feliz como hoy.
– ¿Cree que puedo hacerlo feliz?
– Se puede decir que salta a la vista -contestó el señor Huxtable.
– Entonces, ¿me ha perdonado por haberme dado de bruces con él en el baile de Margaret de forma intencionada?
– La perdonaré el día de su boda. Después de la ceremonia -precisó.
– En ese caso -replicó entre carcajadas-, estoy deseando con todas mis fuerzas que llegue ese día, señor Huxtable.
– Podrá llamarme Con después de la boda -añadió él.
Era un hombre difícil de desentrañar. ¿Le guardaba alguna antipatía o no? ¿Se la guardaba a Stephen o no?
Su pareja para el baile previo a la cena fue Bruce. Se lo había solicitado y no pudo negarse. Sin embargo, era difícil olvidar la amargura por todas las cosas horribles que le había dicho antes de echarla de Carmel House; por el terror que la había invadido mientras viajaba con su pequeño séquito de desamparados sin saber cómo iba a mantenerlos y cómo iba a mantenerse ella misma; por los espantosos rumores que él ni siquiera había intentado frenar y que tal vez incluso hubiera contribuido a esparcir; por la manera en la que había hecho acto de presencia esa noche, sin tener en consideración quién pudiera escuchar su virtuoso e indignado sermón. Había sido cuestión de suerte que hubiera aparecido cuando lo hizo en vez de una hora más tarde.
La única satisfacción que sentía era verlo con la nariz hinchada y enrojecida.
Menuda estampa la de Stephen mientras…
Sin embargo, no debía sentirse satisfecha por ningún tipo de violencia. Aunque se había sentido así. Todavía se sentía. Por primera vez en su vida alguien había blandido los puños por ella en vez de contra ella. Y sabía muy bien lo que dolía un puñetazo en la nariz.
– Cassandra -le dijo Bruce mientras la conducía a la pista de baile-, debes saber que nunca me has caído bien. Te casaste con mi padre porque eras una simple caza-fortunas y una oportunista. Después de haber crecido con ese inútil que tuviste por padre no tenías donde caerte muerta y pensaste que podrías vivir rodeada de lujos durante el resto de tu vida. Casi lo lograste. Las joyas que te regaló mi padre cuestan una fortuna, tal como estoy seguro que sabes. Pero pagaste bien por tus ardides. Te llevaste tu merecido. Dudo mucho de que ese sea el caso con Merton. Es un calzonazos y un pusilánime. Esta vez has elegido mejor. Sin embargo y si William dice la verdad, como supongo que hace, no mataste a mi padre. De ahí que esta noche esté haciendo todo lo posible para apaciguar los rumores que parecen haberte seguido hasta Londres. Me alegro de poder apaciguarlos. Me alegro de que te cases con Merton. Me alegro de poder librarme de ti por fin, de olvidarte y quizá, si tengo mucha suerte, de no tener que volver a verte jamás.
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