Había decidido seguir el consejo de Ron sobre escuchar a su corazón. Tardaría un tiempo en decidir qué deseaba hacer con su vida, pero disfrutaría del proceso.
Esa mañana tenía cita con el médico y Eric le había dejado un mensaje en el contestador cuando estaba en la ducha. En vez de devolverle la llamada, decidió pasar por el hospital antes de ir a la clínica.
Una hora después, vestida con pantalones blancos y una ancha camiseta azul claro, tomaba el ascensor para subir a la planta de Eric.
Jeanne la recibió con una gran sonrisa.
– ¡Hola! Por una vez, no está al teléfono, ni reunido. Lo llamaré -Jeanne pulsó una tecla-. Hannah está aquí.
– Dile que entre.
– Ya lo has oído.
– Sí. Gracias -dijo ella, entrando al despacho.
– Hannah. Qué sorpresa más agradable -Eric salió de detrás del escritorio y se reunió con ella en el centro de la habitación. Cuando la besó en la mejilla, Hannah ocultó su decepción. Había sido ella quien había pedido que fueran más despacio, no podía quejarse.
– Llamaste esta mañana -le dijo, para explicar su visita-. Estaba cerca, así que se me ocurrió pasar por aquí en persona.
– Me alegro -la llevó al sofá y se sentaron-. Tienes muy buen aspecto.
– Gracias.
– No es sólo la ropa. Hay algo distinto -comentó él, estudiando su rostro.
– La falta de culpabilidad -rió ella-. No tengo personalidad de criminal. Me sentía fatal por haberle ocultado mi regreso a la abuela. Ayer fui a verla.
– ¿Fue muy terrible? -tomó una de sus manos y la apretó suavemente.
– No sacó una pistola ni me amenazó, pero es obvio que la decepcioné. Pero al menos ya sabe la verdad.
– Estoy seguro de que se hará a la idea.
– Quizá. Al salir de su casa me encontré con tío Ron; eso estuvo muy bien. Hizo que me sintiera mucho mejor.
– Me alegro. ¿Te importa que cambie de tema?
– No, adelante -lo animó ella.
– Hace tiempo que no nos vemos. ¿Te apetece cenar?
– Me encantaría.
– Puedo recogerte a las siete.
– Me parece bien -aceptó ella, intentando no sonreír demasiado para no quedar como una tonta. No podía evitar sentirse feliz porque quisiera verla de nuevo.
– ¿Qué te ha traído a esta zona? -preguntó él, soltando su mano.
– ¿Qué?
– Has dicho que viniste porque estabas por aquí. Me preguntaba por qué.
Hannah se quedó helada. Todas sus células se congelaron. Había sido una tonta al no suponer que lo preguntaría. Era razonable y lógico que lo hiciese.
Mil pensamientos taladraron su mente durante los dos segundos que tardó en contestar. Podía seguir dando rodeos o decir la verdad. En realidad no tenía elección. Si iban a seguir viéndose, tenía que sincerarse y no encontraría mejor momento que ése.
Lo cierto era que no quería decírselo. No quería que la juzgara o tachase de rara. Deseaba seguir gustándole y atrayéndole.
– ¿Hannah? ¿Estás bien?
– Claro -tragó saliva-. Tengo un chequeo rutinario en la clínica.
– Ah, entiendo.
Hannah comprendió que iba a cambiar de tema. Se lanzó al vacío, temerosa pero también esperanzada.
– Necesito que me vea un médico cuanto antes.
Él juntó las cejas y la miró con preocupación.
– Estoy embarazada de cuatro meses. Los cuidados prenatales de rutina son muy importantes para la salud del bebé.
Pensó que Eric no se habría sorprendido más si se hubiera convertido en armadillo ante sus ojos. Ensanchó los ojos y boquiabierto, se hundió en el sofá. Hannah comprendió que lo mejor era seguir hablando.
– Imagino que te estás preguntando por qué no te lo dije antes. Es una buena pregunta -se miró el regazo y comprobó que se estaba retorciendo los dedos.
Hizo un esfuerzo por relajarse.
– Cuando volvimos a vernos, no tenía ninguna razón para mencionarlo. Quería comprar una casa y tú tenías una que vender. Hablar de mi embarazo parecía inapropiado e irrelevante. No ando por ahí diciéndole a la gente: «Hola, soy Hannah y estoy embarazada».
– En eso tienes razón -admitió él.
Ella intentó, sin éxito, adivinar lo que pensaba por el tono de su voz. No parecía especialmente contento.
– Nuestra primera cena fue bastante informal. Pensé que te lo diría en algún momento de la noche. Después compartimos ese beso tan maravilloso y comprendí que me gustabas.
– ¿Y decidiste mantener tu estado en secreto?
A ella no le gustaron mucho las palabras «estado» y «secreto», pero no era momento de quejarse al respecto.
– No exactamente -se mordió el labio inferior-. Bueno, sí. Me daba miedo decírtelo porque me gustaba lo que había entre nosotros y no quería que cambiase.
– Me habría dado cuenta antes o después -Eric clavó la mirada en su vientre.
– Obviamente. Aunque no lo dije entonces, sabía que tendría que hacerlo. Ya lo he hecho. Ahora lo sabes.
Hannah no sabía si estaba enfadado o no. No estaba gritando, ni nada de eso, pero tampoco sonreía.
– ¿Estás enfadado? -preguntó.
– No -se levantó y fue hacia la ventana. Ella advirtió la rigidez de su cuerpo y que le daba la espalda. Quizá Eric no estuviese enfadado, pero tampoco le interesaba el tema. Recibió el mensaje alto y claro.
– Sé que es algo muy importante -dijo-. Supongo que debí decirlo el primer día. Estoy empezando a darme cuenta de que no hace ningún bien guardarme las cosas. Tenía la esperanza…
Comprendió que no tenía sentido seguir por ese camino y se levantó.
– He disfrutado mucho el tiempo que hemos pasado juntos. Eres un gran tipo. No quiero que pienses que tenía la intención de engatusarte para que actuaras como padre ni nada de eso.
– No se me ha pasado por la cabeza -Eric se volvió hacia ella.
– Me alegro. Me gustaba estar contigo y no quería que eso terminase. Sigo sin quererlo, pero si la situación te parece demasiado complicada, lo entenderé.
Él asintió con la cabeza. Hannah esperó un par de segundos, hasta que entendió que no iba a hablar. La sorprendió el agudo pinchazo de dolor que atravesó su corazón. Había tenido la esperanza de que siguieran viéndose, pero contaba con superarlo rápidamente si no era así. Hacía muy poco tiempo que salían juntos.
Pero el dolor que sentía en el pecho pronosticaba algo muy distinto. Por lo visto, Eric significaba más para ella de lo que había creído.
No tenía nada más que añadir, así que fue hacia la puerta. Tuvo dificultades con el picaporte; tenía la vista nublada por las lágrimas.
«Sal de aquí ahora mismo».
El grito que oyó en su cabeza fue suficiente para que sus pies se pusieran en marcha. Pasó rápidamente ante Jeanne y fue hacia los ascensores. Tenía unos minutos antes de su cita con el médico; los suficientes para serenarse y no llegar a la clínica hecha un desastre.
Arreglar su aspecto exterior no le llevaría mucho tiempo, pero tenía el presentimiento de que arreglar el interior sería una tarea de enormes proporciones.
Eric oyó a Hannah marcharse. Se quedó donde estaba, mirando por la ventana sin ver nada.
Embarazada, estaba embarazada. No sabía qué pensar. Rememoró las cenas que habían compartido y se dio cuenta de que no había probado el alcohol. Una sutil pista que no había captado.
– ¿Eric? -Jeanne entró en el despacho-. Siento molestarte, pero Hannah ha salido corriendo de aquí y creo que estaba llorando. ¿Va todo bien?
– No nos hemos peleado -contestó Eric, conmovido por la preocupación de su asistente.
– Me alegro. Pero ha ocurrido algo.
– Me ha dicho que está embarazada -vio que Jeanne se disponía a hablar y siguió rápidamente-. No de mí. Está de cuatro meses.
– Oh, Eric. Menudo tino que tienes.
Capítulo 8
ERIC se sentó ante el escritorio. Tenía que leer un informe y contestar a varias docenas de correos electrónicos. Pero a pesar del trabajo y de su habitual capacidad de concentración, sólo podía pensar en Hannah.
Le parecía imposible que estuviera embarazada. Arrugó la frente mientras recordaba la imagen de su cuerpo. No se le notaba nada, había pasado mucho tiempo mirándola. Además, se habían besado y abrazado. Si estaba embarazada, no lo parecía.
Maldijo en silencio y miró la pantalla del ordenador. Sólo vio el rostro de Hannah, la preocupación de sus ojos al decírselo.
No la conocía demasiado, pero no parecía el tipo de mujer que iba por ahí acostándose con cualquiera. Debía haber tenido una relación importante en su vida hacía muy poco tiempo. Se preguntó dónde estaba él y por qué no estaban juntos. Quizás ese hombre fuera la razón de que hubiera dejado Yale y vuelto a Merlyn County.
Se recostó en la silla. El embarazo debía haber sido un accidente; Hannah habría preferido casarse antes. Tal vez el tipo había desaparecido al enterarse de que esperaba un bebé, o estaba muerto. Eran demasiadas preguntas y no encontraría las respuestas solo.
Estaba seguro de que ella no había intentando engañarlo, ni quería aprovecharse de él. Hannah era una Bingham. No necesitaba su apoyo financiero y vivían en unos tiempos en los que las madres solteras eran tan comunes como los padres casados.
Necesitaba saber qué había ocurrido. Se levantó de un salto, agarró la chaqueta y fue hacia la puerta.
– Volveré en media hora -le anunció a Jeanne.
Cinco minutos después cruzó la pasarela acristalada que conectaba el hospital con la clínica. Como era habitual, lo sorprendió el dramático cambio de ambiente. El hospital era un centro sanitario de vanguardia, en el que gente seria trataba enfermedades graves; los largos pasillos conducían a maquinas relucientes.
La clínica, en cambio, era más pequeña y familiar. La mayoría del personal era femenino y todas las pacientes eran mujeres. La iluminación era más suave, los colores apagados y se oía música de ambiente. Había salas en las que las familias podían esperar, un servicio de guardería y montones de plantas y flores.
Eric se encaminó a la zona de obstetricia y ginecología. No vio a Hannah y fue a preguntar a la enfermera.
– Busco a Hannah Bingham -explicó-. ¿Está todavía en la consulta?
– Acabará en un par de minutos -dijo la mujer tras comprobar la pantalla de su ordenador-. Siéntese y la verá cuando salga.
– Muy bien. Gracias.
Eric volvió a la sala de espera. Estaba bastante llena y la mayoría de las mujeres presentaban un estado de gestación avanzado. Algunas estaban con su madre o con su marido. En una esquina de la sala, alfombrada y llena de juguetes, había varios niños. Eric se sintió incómodo y fuera de lugar.
Se sentó junto a una mujer cercana a la cuarentena, que apoyaba un libro sobre una tripa inmensa.
– ¿Es el primero? -le preguntó ella, sonriente.
Hannah se puso la camisa y metió los pies en los zuecos. Se dijo que debía alegrarse; la revisión había ido bien, le encantaba su nueva doctora y había oído el latido del corazón del bebé. Era una mujer afortunada y feliz. Se lo repitió varias veces. No debía importarle que Eric se hubiera molestado; en realidad se lo esperaba.
Pero no era igual esperarlo que vivirlo. Salió y fue al mostrador en el que confirmaría la fecha de la siguiente consulta. Por lo visto había tenido una fantasía oculta sobre lo que iba a ocurrir y le había dolido que fuese así. Una locura. No podía haber esperado que él saltara de alegría, la abrazase y se entusiasmara al saber que estaba embarazada de otro hombre; eso ni siquiera ocurría en la televisión.
Si tenía todo en cuenta, él había reaccionado bastante bien. No la había echado del despacho, no la había llamado mujerzuela y no había manifestado disgusto o asco al comprender que había besado a una embarazada.
Las cosas no habían ido muy lejos entre ellos y eso era una ventaja. No le molestaría que Eric llamase para cancelar su cita para cenar. Era un hombre maravilloso que le gustaba, pero no se había enamorado de él ni nada de eso. Lo olvidaría en un abrir y cerrar de ojos.
Dio su nombre en el mostrador, recogió la tarjeta con su cita y salió. Se dirigía a la puerta cuando oyó a alguien llamarla por su nombre. Se dio la vuelta y casi tropezó de la sorpresa.
– ¿Eric? ¿Qué haces aquí?
– Esperarte.
– No entiendo.
– Ya me doy cuenta. Vamos -dijo él, conduciéndola al pasillo-. ¿Va todo bien? -preguntó.
– ¿Qué?
– Tu cita -miró su estómago-. ¿Qué tal fue?
– ¡Ah! El bebé y yo estamos bien. Ni siquiera he ganado mucho peso, eso es bueno. He procurado andar bastante.
– Entonces no venías porque te encontrases mal.
– No. Quería presentarme y conocer a la doctora. Pero no fue más que un reconocimiento de rutina.
Agarró el bolso con ambas manos. Una parte de ella quería creer que su presencia allí significaba algo bueno, pero otra no quería crearse demasiadas expectativas.
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