Era asqueroso. Sólo un animal pensaría en imponer sus deseos carnales a una mujer en un estado tan delicado. Era inmoral. Quizá hasta fuera ilegal. Se juró que controlaría sus instintos, por mucha que fuera la tentación. No violaría su confianza en él.

– No hay nada que perdonar -afirmó, girando la mano para apretarle los dedos-. Quiero ser tu amigo en todo el proceso.

– Eso me gustaría -admitió ella-. Ahora mismo me siento bastante sola.

– Puedes contar conmigo.

Se juró que no la fallaría. De alguna manera aprendería a verla como un ser asexual, en vez de como la mujer deseable y voluptuosa que era.

– Podemos ayudarnos mutuamente -continuó-. Trabajo tanto que apenas tengo vida social, pero a veces es agradable pasar tiempo con alguien.

– Aquí puedes pasar todo el que quieras.

– Me gusta la idea -sonrió él-. Pero tendré que informarme sobre todo lo relativo a embarazos y bebés.

– Siempre se te dieron muy bien los estudios -Hannah se rió-. ¿Por qué tendré la impresión de que acabarás estando más enterado que yo?

– Lo dudo.

– Eric, no tienes ni idea de lo que significa esto para mí. Tu amistad ya era muy importante antes, a partir de ahora lo será aún más. Gracias.

– Es un placer -dijo él, con toda sinceridad. Lo que más deseaba en el mundo era abrazarla y besar su boca. Se insultó mentalmente por su deseo y se levantó.

– ¿Cuándo cenamos? Estoy muerto de hambre.

Capítulo 9

– ¿QUÉ tal fue? -preguntó Jeanne cuando Eric llegó a la oficina a la mañana siguiente. Él la miró con sorpresa y consultó su reloj de pulsera

– Son las siete y diez.

– Sé leer la hora.

– Nunca llegas antes de las ocho.

– ¿Y qué? -rezongó ella-. ¿No puedo llegar temprano si quiero?

– Gracias -dijo Eric, dejando el maletín en su mesa.

– ¿Por qué? -preguntó ella estrechando los ojos.

– No seas suspicaz. Por preocuparte lo suficiente para venir temprano.

– No puedo evitar sentir curiosidad -Jeanne se encogió de hombros-. Hannah es la primera mujer que ha captado tu atención en mucho tiempo. Parece muy agradable y me gusta. Aunque debo admitir que lo del embarazo me dejó sin habla.

– Pues ya somos dos.

– ¿Y? -Jeanne golpeó la mesa-. ¿Cómo fue?

– Bien. Me explicó lo ocurrido -titubeó un segundo; no quería desvelar las confidencias que le había hecho Hannah-. El hombre responsable ya no forma parte de su vida, por mutuo acuerdo. Está sana, encantada con lo del bebé y todo va bien.

– Va a ser madre soltera -dijo Jeanne poco convencida-. Eso es un reto.

– Es hija de madre soltera, así que tiene un buen ejemplo que seguir. Es lista y cariñosa; lo hará bien.

– No sé. Los niños siempre están mejor cuando tienen padre. ¿Tienes algún interés en asumir el papel?

– Todavía estamos en la fase de amistad -dijo él.

– ¿En serio? Habría jurado lo contrario. Dais la impresión de ser más que «amigos». No me digas que no hay chispa.

Había todo un fuego forestal, pero no iba a comentarlo con Jeanne. Además, sabiendo que Hannah estaba embarazada, no se dejaría llevar por la pasión.

– Somos amigos -dijo con firmeza-. Pretendo que las cosas sigan así. Por cierto, ¿podrías prepararme una lista de libros sobre el embarazo?

– Ya veo -Jeanne alzó las cejas.

– No te emociones. Sólo quiero aprender lo que pueda para echar una mano. Ayudarla. Como amigos.

– Seguro, me has convencido. Nada de esto es porque te guste Hannah.

– Voy a ignorarte -dijo él, recogiendo el maletín y entrando a su despacho.

– Eso no me quita la razón.


Hannah aprovechó el primer día de sol después de dos de lluvia para atacar las malas hierbas del jardín. En menos de una hora había arreglado un cuarto del arriate.

– Tengo demasiada energía -murmuró, mientras arrancaba las hierbas. Parte de la energía se debía a la mañana soleada, pero mucha era pura frustración.

Eric no la había besado. Aunque ninguna ley lo obligaba a besarla, debería haberlo hecho para agradecer el esfuerzo que había invertido en la cena. Pero no había hecho nada. Ni abrazarla, ni darle la mano, ni mirarla con deseo. Se preguntó si ya no lo atraía.

Hannah se sentó, se quitó los guantes y puso las manos sobre el estómago. El bulto iba creciendo; aún no se le notaba vestida, pero desnuda era obvio.

Soltó un suspiro de tristeza. Pensó que le habría gustado que Eric la viese desnuda, o semidesnuda. Se habría conformado con que intentara tocarle un seno. Algo. Cualquier cosa que demostrara que aún la encontraba atractiva. Antes había estado segura de que le gustaba y excitaba. Se preguntó qué había cambiado.

Era una pregunta estúpida. El cambio se debía a que estaba embarazada de otro hombre y eso había sido como un jarro de agua fría para su deseo. No era justo. Podía estar embarazada y ser un objeto sexual.

Se preguntó si esa idea lo pondría nervioso. Eric era un hombre de éxito, totalmente absorto en su profesión. Aunque trabajaba en un hospital, seguramente no tenía contacto con mujeres embarazadas. Quizá no supiera que estaba bien seguir deseándola, o quizá creyese que ella no tenía interés por el sexo.

– No puede ser algo tan simple -se dijo-. Tal vez tenga que decirle que no está mal desear mi cuerpo y pedirle que haga algo al respecto -sonrió al pensar en cómo se desarrollaría esa conversación. Era demasiado tímida para plantearla. Si no era capaz de expresarle a Eric sus pensamientos, podía darle pistas.

Nunca se le había dado bien insinuarse sexualmente, pero era un momento desesperado. No iría mal un poco de coqueteo. Empezó a pensar en formas de provocarlo sin llegar hasta el punto de darle miedo.

Sonó el teléfono. Hannah había dejado el inalámbrico en los escalones de acceso la casa, así que se levantó y fue hacia allí.

– ¿Hola?

– Hola. Soy Eric.

– Me sorprende que llames a mediodía -agarró el teléfono con fuerza y controló un suspiro-. ¿No tienes empleados a los que torturar hoy?

– Una de mis reuniones acabó antes de tiempo y decidí llamarte.

– Me alegro -le dijo. Se le aceleró el corazón.

– ¿Qué te parece cenar esta noche? -sugirió él-. Me toca invitar a mí. Tú guisaste la última vez.

Ella pensó en su plan de ataque sexy. Sería más fácil hacerlo en privado.

– ¿Por qué no pedimos la comida y comemos aquí? -sugirió-. Será más tranquilo.

– Es buena idea. ¿Qué te apetece?

– ¿Comida china?

Él no contestó.

– ¿No te gusta la comida china?

– Claro que sí. Pero puede tener demasiado sodio.

– ¿Sodio? -repitió Hannah, mirando fijamente el teléfono.

– Sí. Demasiada sal te hará retener líquidos. Conozco un restaurante que apenas usa glutamato, iré allí. Llamaré y preguntaré qué platos son bajos en sal.

– ¿Sodio? -repitió ella, antes de comprender la verdad-. Has estado leyendo sobre el embarazo.

– Efectivamente. Jeanne me buscó un par de libros y los leí anoche.

Hannah movió la cabeza. Típico de Eric, el triunfador, quería enterarse de todo. Aun así, era un gesto dulce, aunque algo retorcido.

– Bueno, que sean platos bajos en sal -aceptó.

– Te veré a las siete.

Ella colgó el teléfono y pensó en su plan. Quería estar tan sexy como para dejarlo atónito.

Hannah puso manos a la obra. Se rizó la melena para darle un aspecto artísticamente despeinado. Se maquilló e incluso se pintó las uñas de los pies de color rojo fuego. Después fue a estudiar el contenido del armario.

Elegir un modelito sensual pero no descocado era más complejo de lo que había pensado. Iban a cenar comida china baja en sal, en casa. No podía ponerse un vestido elegante. Tampoco quería nada que exigiera llevar zapatos, los pies le habían quedado muy bonitos. Unos pantalones cortos serían demasiado informales y no le apetecían unos vaqueros.

Se decidió por una falda vaporosa con estampado de flores, de bajo asimétrico. La camiseta a juego le quedaba algo apretada y tenía escote. Buscó un sujetador que le realzara el pecho, para sacarle el mayor partido posible a la talla que había ganado con el embarazo.

Descalza, perfumada y con un escote perfecto, se otorgó un sobresaliente. Eric no sabría qué hacer. Cuando oyó su coche fue hacia la puerta. Lo saludó mientras subía los escalones y lo observó mirar sus senos; el pobre estuvo a punto de tropezar. Hannah sonrió. Todo iba a salir según su plan. Al menos eso creía.

Una cena china y noventa minutos después, Hannah estaba a punto de patear el suelo de frustración. Eric había estado educado, amigable y distante hasta un punto irritante. Por más que se inclinó hacia él mientras cenaban, no le miró el escote ni una vez. Había ignorado el ligero roce de su mano, su voz seductora y su forma de escuchar cada una de sus palabras.

No sabía qué estaba ocurriendo. Por lo visto no le parecía bonita ni atractiva. Antes de que pudiera preguntárselo, él apartó el plato y abrió su maletín. Dentro había dos libros y una libreta con anotaciones.

– ¿Qué es eso? -preguntó ella, mirando la libreta.

– Tengo que hacerte algunas preguntas sobre el bebé y sobre ti -la miró-. ¿Te parece bien?

A ella le habría parecido bien que una de las preguntas fuera si podían volver a besarse, pero se lo calló.

– Claro. Pero no esperes tecnicismos. Lo he leído todo, pero sigo diciendo «cosas» y «chismes», en vez de utilizar la palabra latina adecuada.

– De acuerdo -Eric sonrió y se concentró en la lista-. ¿Has sentido al bebé moverse?

– No y lo estoy deseando. La doctora dice que es cuestión de tiempo. Pero como es mi primer embarazo, es posible que no reconozca la sensación -alzó la mano con los dedos cruzados-. Espero que sea pronto.

Él siguió con la lista, preguntándole qué tal dormía, qué comía y si tomaba vitaminas. Tras la quinta pregunta, Hannah perdió en parte su sensación de calidez.

– ¿Eric?

– ¿Sí? -preguntó él, alzando la vista.

– No eres el jefe de mi vida.

– ¿Qué?

Ella intentó sonreír, pero más bien hizo una mueca.

– Todo irá bien. Sé qué comer, cuánta agua beber, qué productos químicos evitar y qué vitaminas tomar. Cuando dejé Derecho mi calificación media era de notable. Tengo cerebro y sé utilizarlo.

Él la miró y se removió incómodo en la silla.

– Perdona -dijo con expresión avergonzada-. Supongo que intentaba tomar el mando. Es la costumbre.

– Vosotros los ejecutivos… Siempre tenéis la necesidad de controlar -se levantó y extendió la mano-. Ven. Vamos al salón y allí podrás contarme cómo ha sido tu ajetreado día gestionando el hospital.

– De acuerdo.

A ella le gustó que entrelazara los dedos con los suyos y caminase a su lado. Las cosas iban mejorando. Con respecto a sus preguntas, no podía quejarse. Quería participar y eso era más de lo que había hecho Matt.

– Cuéntame qué está ocurriendo en la oficina. Necesito oír hablar del mundo exterior.

– ¿Te has planteado que esa necesidad aumentará cuando estés cuidando de una criatura? -preguntó él, acariciándole los nudillos. Ella estaba tan absorta en su caricia que tardó en entender la pregunta.

– ¿Quieres decir que necesitaré hablar con algún adulto para no volverme loca?

– No lo habría expresado de esa manera, pero sí -replicó él, curvando los labios.

– Sé que puede convertirse en un problema. Esto podría ser algo solitario. Cuando acabe con el jardín, empezaré a trabajar en la casa. Me mantendré ocupada hasta que llegue el momento de dar a luz. Luego, cuando el bebé nazca, me reuniré con otras madres. En la clínica vi un tablero con listas de grupos de apoyo y de juego.

– ¿Y Derecho? Sé que no era tu primera opción, pero no tendrías una media de notable si no te hubiese gustado parte de lo que hacías.

– No yo… -Hannah se detuvo. Iba a decir que no le gustaba nada, pero no era cierto. Disfrutaba de algunas clases y sobre todo, de las conferencias. La más interesante la había dado una abogada que hacía trabajo legal para un centro de acogida de mujeres. Hannah había pensado que le gustaría un trabajo de ese tipo.

– Me sentía atrapada en la facultad. Cuando descubrí lo del bebé, sólo deseé marcharme. Pero hay otras opciones y no debo olvidarlas -se inclinó hacia él-. Aunque no todos deseamos gobernar el mundo.

– A mí no me interesa el mundo -dijo él-. Me conformo con una empresa de renombre nacional.

– Es un gran sueño.

– Lo conseguiré.

Ella no lo dudaba, pero se preguntó a qué precio. Los grandes directivos renunciaban a su tiempo en el hogar para dedicárselo al trabajo. Una mujer nunca sería lo primero en la vida de Eric en esas circunstancias.

– ¿Y el equilibrio vital? -preguntó-. Necesitas tener otros objetivos, personales.