– Supongo -encogió los hombros-. En algún momento.
– ¿Y buscar tu alma gemela? -insistió ella, incómoda con su actitud-. ¿No quieres formar parte de algo?
Mientras hacía la pregunta, se fijó en que él estaba mirando su escote. Dejó de importarle la respuesta; Eric por fin había recordado que era una mujer.
Susurró su nombre y se inclinó hacia él. Eric puso las manos sobre sus hombros. Le pareció perfecto… más que perfecto. Estaba excitada y ni siquiera se habían besado. Pero antes de que sus labios se rozaran, él se apartó bruscamente y se puso en pie.
– Mira la hora que es -dijo con alegría forzada-. Vaya. Tengo una reunión a primera hora de la mañana.
– ¿Te vas? -lo miró fijamente-. Sólo son las ocho.
– Ya lo sé, pero tengo que preparar la reunión y tú necesitas descansar -replicó él yendo hacia la puerta.
Hannah, sin saber qué ocurría ni cómo arreglarlo, lo siguió. Sus esperanzas de recibir un beso de buenas noches se esfumaron cuando él corrió hacia la libertad. Segundos después oyó el motor de su coche alejándose.
Algo iba muy mal, pensó, apoyándose contra la puerta cerrada. Muy mal. Pero iba a descubrir qué era.
Eric pensó que había aterrizado en el infierno o estaba siendo castigado por una ofensa desconocida. Eran las dos únicas explicaciones que se le ocurrían para justificar una semana de intenso sufrimiento.
Por más que lo había intentado, no podía dejar de desear a Hannah. Aunque estuviese mal y le provocase cargo de conciencia. Lo consolaba saber, que aunque la idea de hacer el amor le elevaba la temperatura y lo ponía duro como el granito, también deseaba compartir actividades no sexuales con ella.
Disfrutaba estando a su lado, charlando y escuchándola. Le gustaba el sonido de su risa, cómo se movía, su sonrisa. Lo malo era que la proximidad hacía surgir su naturaleza animal y potenciaba su deseo de sexo.
Casi había renunciado a conseguir dormir. Hacía casi una década que había dejado atrás la adolescencia, pero volvía a tener sueños eróticos. La estrella principal de esas fantasías era Hannah Bingham. Así que estaba sufriendo un infierno. Lo malo era, que por mucho que le doliese, era incapaz de no pasar tiempo con ella.
En ese momento estaba en Mundo del Bebé, preguntándose cómo era posible que algo tan pequeño necesitase tantas cosas.
– Todo esto no puede ser sólo para un bebé -le dijo a Hannah.
– Copié esto de uno de mis libros sobre el embarazo. Son las cosas básicas que necesita un recién nacido -abrió el bolso y le enseñó una lista-. Hay otra página.
Él echó un vistazo y su pánico se incrementó.
– ¿Qué es un pelele y en qué se diferencia de un mono con patucos? -preguntó, confuso.
– ¿Me lo preguntas a mí? También es mi primera vez -lo llevó hacia el fondo de la tienda-. Supongo que la ropa estará etiquetada. Ahora me preocupa más el mobiliario. Si me decido por una cuna y un cambiador de encargo, quiero que estén listos a tiempo.
– Sí, no puedes dejar que el niño duerma en el suelo.
Ella le sonrió por encima del hombro y siguió andando. Eric se detuvo junto a la ropa de bebé.
– Muebles -dijo Hannah con firmeza.
– Espera un segundo. No todo es rosa, azul y de peluche -agarró una cazadora de motociclista en miniatura-. Esto está muy bien.
– Hombres -rezongó ella, volviendo a colgarla.
– Mira. Un uniforme de béisbol -lo levantó y frunció el ceño. Era imposible que fuera tan pequeño.
– Con éste cometieron un error -dijo-. Ha encogido.
– La etiqueta dice de seis a nueve meses.
– ¿El niño va a ser así de pequeño después de nueve meses? -casi dejó caer la percha-. ¿Cómo será al nacer?
Hannah buscó en el perchero y le mostró un pijama de patitos, apenas mayor que una mano de Eric.
– Esto es para un recién nacido -le dijo.
– No puede ser -dejó el uniforme de béisbol y puso las manos tras la espalda-. Un bebé tiene que ser más grande. Es un niño, no un chihuahua.
– Como yo soy quien tiene que traerlo al mundo, me parece bien que sea pequeño -Hannah sonrió-. ¿Esperabas que naciera ya crecido?
– No, pero debería ser suficientemente grande para tener ya sabes… resistencia.
– ¿Resistencia? Los bebés nacen indefensos y necesitan cuidados.
– Sí, claro. Lo de cuidarlos está bien, pero son demasiado pequeños. Deberíamos hablar con alguien.
– ¿Con quién sugieres?
– Con la dirección -bromeó él, riéndose de sí mismo.
– Escribiré una carta. Vamos. Puedes embobarte con la ropa después. Tengo que elegir los muebles.
– No estaba embobado -protestó Eric, siguiéndola.
– Lo que tú digas.
– Quiero que eso quede muy claro. No soy de los que se quedan embobados. Tengo mi reputación.
– Eso he oído decir -se detuvo junto a una cuna-. ¿Qué pasará cuando se corra la voz de que te han visto aquí?
Eric pensó que la gente supondría que había perdido la cabeza. Y quizá fuera verdad. Se había saltado sus reglas al no preguntarle a Hannah si estaba de acuerdo con pasarlo bien y no buscar una relación seria. En realidad no importaba, porque no tendrían relaciones íntimas mientras estuviera embarazada y faltaban meses para el parto. Lo peor del caso era que estaba preciosa.
Tenía la piel bronceada y los músculos tonificados gracias a las horas que pasaba en el jardín. Desde que sabía lo del bebé, Eric era capaz de percibir la ligera curva de su vientre, pero eso incrementaba su atractivo. Para evitar la reacción física que le provocaba mirarla, paseó entre las cunas recordando lo que había leído.
– Los barrotes tienen que estar muy juntos -advirtió-. Para que el bebé no pueda meter la cabeza.
– ¿Tengo que volver a explicarte que sé leer? -preguntó ella, enarcando las cejas.
– Es posible -admitió él compungido. Ella se rió.
– Bueno, confirmaremos con el dependiente que la cuna cumple la normativa, o lo que sea.
– ¿Qué tipo de madera buscas? -dijo él, tocando una de nogal-. ¿Has elegido un color?
– Estoy pensando en algo claro, mejor que oscuro. Es más neutro.
– Entonces no quieres una cuna pintada.
– No, no creo. ¿Qué opinas tú?
– La prefiero de madera. Ésta de arce es bonita.
– Tienes razón -corroboró ella, tras acercarse a mirarla. Supongo que esto sería más fácil si hubiera elegido el color de la habitación. El problema es que sigo sin decidirme respecto a lo del sexo.
Él la rodeó con un brazo e ignoró la agradable sensación de sentir su cuerpo junto al suyo.
– Lamento tener que decirte esto, pero no puedes decidir. El sexo de la criatura ya está elegido.
– Ya lo sé -lo miró indignada-. Quiero decir que no sé si quiero saber si es niña o niño.
– ¿Bromeas? ¿Pueden decírtelo antes?
– Normalmente se ve en la ecografía. Si el bebé está bien colocado.
– Eso está muy bien -afirmó él.
– La semana que viene me harán una. ¿Quieres venir?
Él titubeó. Imaginarse a Hannah desnuda era una cosa, pero verla era otra muy distinta. Sobre todo en la consulta de un médico…
– No te asustes -le clavó un dedo en las costillas-. Me pondrán gel en la tripa y pasarán un aparato para comprobar cosas. Exceptuando esa zona, estaré completamente vestida.
– Iré, sí -aceptó él-. Me gustaría ver las fotos.
– Creo que me darán una para que me la lleve.
– Tendremos que buscarle un marco.
– Buena idea -dijo ella, agarrándose a su brazo.
– Soy famoso por mis buenas ideas.
– ¿Tienes alguna otra que quieras compartir?
Él negó con la cabeza. Las únicas imágenes que flotaban en su cabeza eran peligrosas. Era mejor mentir.
Capítulo 10
ERIC volvía a encontrarse en la sala de espera de la clínica, pero esa vez se sentía menos fuera de lugar. Hannah estaba sentada a su lado moviéndose inquieta.
– Dime que van a llamarnos pronto -susurró.
– La recepcionista dijo que en dos o tres minutos -contestó él tras mirar el reloj-. No ha pasado ni uno.
– Voy a reventar -Hannah se retorció de nuevo-. Había oído decir que era muy difícil aguantar con la vejiga llena, pero difícil no hace justicia a la realidad.
– Intenta no pensar en ello -Eric agarró su mano.
– Tú intenta estar aquí sentado con la presión de un elefante en la vejiga después de beberte unos cuatro mil vasos de agua; luego me dirás si piensas en ello.
– ¿Cuándo te has puesto de mal humor?
– Hace unos diez minutos -suspiró-. Debería ser más agradable contigo. Al fin y al cabo, has quitado tiempo a tu trabajo para venir aquí y lo agradezco de veras. Sólo quiero que me dejen ir al cuarto de baño.
Se abrió una puerta y una enfermera dijo el nombre de Hannah. Ella se puso en pie de un salto y corrió hacia la sala de consulta. Eric tuvo que esforzarse para alcanzarla.
– Necesitas ir al baño, ¿eh?
– Como loca.
– No te preocupes. Una vez que estés en la camilla, todo irá rápido. Es aquí -la llevó a una pequeña habitación llena de máquinas-. Hay una bata en la silla.
Eric esperó a que la enfermera se marchase y agarró el picaporte de la puerta.
– Esperaré aquí fuera mientras te cambias -dijo-. Llámame cuando estés lista.
– De acuerdo -Hannah entró y él cerró la puerta.
Los libros que había leído explicaban lo que ocurría en la ecografía, pero no podía imaginarse cómo sería ver al bebé ni si podrían distinguir las partes del cuerpo…
– ¿Eric?
Se dio la vuelta y vio a su hermana llegar por el pasillo. Ella se detuvo delante de él.
– Me pareció que eras tú. ¿Qué haces aquí?
– Ayudando a una amiga -señaló la puerta que había a su espalda-. Van a hacerle una ecografía y…
– No habrás dejado a alguna chica embarazada, ¿verdad? -preguntó CeeCee con los ojos muy abiertos.
– Ni en broma -rió él-. Deberías confiar más en mí.
– Supongo que sí. Iba a decir que no sabía que tu relación con Hannah había progresado hasta el punto de que pudieses dejarla embarazada.
– Cuando beso no me dedico a contarlo por ahí.
– Pues a mí me dijiste que os habíais besado.
– Vale. No hago otras cosas y las cuento por ahí.
– Me alegro, porque soy tu hermana y no me gustaría nada oír por ahí comentarios sobre tu vida sexual -se puso un mechón de pelo tras de la oreja.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Eric, tras estudiar su rostro y notar las profundas ojeras y la tensión de su boca.
– Nada -CeeCee se apoyó en la pared y suspiró. Después bajó la voz-. Esta mañana tuvimos un parto y el niño nació muerto. La madre es drogadicta y el bebé habría tenido muchos problemas, pero aun así odio que ocurra eso -se frotó las sienes-. Intentamos salvar al bebé, pero no pudimos hacer nada.
– Lo siento -dijo él, rodeándola con un brazo.
– Gracias. Intento no tomarme estas pérdidas de forma personal, pero no puedo evitarlo.
– Eso es lo que hace que seas buena en tu trabajo.
– Estás siendo muy amable, te lo agradezco -antes de que pudiera decir nada más, sonó su busca. Eric le dio un abrazo rápido y la soltó. CeeCee leyó el mensaje y volvió presurosa por donde había venido.
Otra mujer debía estar de parto y necesitaba a su comadrona. CeeCee siempre había adorado su trabajo y Eric recordaba las innumerables tarjetas, regalos y cartas que había recibido a lo largo de los años. Un alto porcentaje de la población en edad escolar de la ciudad había llegado al mundo con la ayuda de CeeCee.
Eric sabía que le dolía mucho perder a un bebé. De pronto, se quedó helado. Pensó en Hannah y en lo feliz que la hacía su embarazo. Sintió una necesidad imperiosa de mantenerla a salvo y también a su bebé. No permitiría que les ocurriese nada malo. No pudo analizar el sentimiento porque Hannah asomó la cabeza.
– Estoy lista. ¿Ves a la doctora? Juro que me lo voy a hacer aquí mismo y van a hacer falta cubos para limpiar el desastre.
– ¿Quieres que pida un orinal? -bromeó él, para que no notase que estaba preocupado.
– No sería mala idea -suspiró-. Quizá esté mejor tumbada. ¿Qué opinas?
Hasta ese momento él no se había dado cuenta de que llevaba una bata de hospital y poco más. Tenía las piernas y los brazos desnudos. Cuando fue hacia la mesa, vio que la bata se abría por detrás. Vio su espalda, sus braguitas rosa claro y unos muslos que pedían a gritos una caricia.
La reacción de su cuerpo fue instantánea e intensa como un terremoto. No sirvió de nada llamarse pervertido, ni desviar la vista. La imagen se había grabado en su cerebro. Si cerraba los ojos la veía aún más clara.
– Buenos días -una mujer joven entró en la habitación-. Vamos a acabar con esto para que puedas correr al baño.
– Por favor -suplicó Hannah, subiendo a la camilla.
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