– ¿A las seis de la mañana? -ella arrugó la nariz-. ¿Cómo te aseguraste?

– Hablé con mi hermana.

– Hiciste ¿qué? -Hannah enarcó las cejas.

– Fui a casa de CeeCee y hablé con ella. Dice que está bien y que no debo preocuparme.

Hannah soltó un grito y se apartó. Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con las sábanas.

– ¿Qué? -preguntó él. Sólo veía un bulto tembloroso, estaba totalmente tapada.

– ¿Hablaste con tu hermana? -exigió Hannah.

– No sabía a quién preguntar -puso la mano en lo que supuso era un hombro-. No quería que tú o el bebé sufrierais ningún daño.

– ¿Le dijiste a tu hermana que practicamos el sexo?

– Tenía que hacerlo. O la pregunta no tenía sentido.

– Va a pensar que soy una mujerzuela -gimió Hannah, enroscándose aún más.

– Eso es una tontería. ¿Por qué iba a pensar eso?

Hannah se destapó de golpe y lo miró fijamente.

– ¡Oh, no sé! ¿Quizá porque estoy embarazada de otro hombre y me acuesto contigo? No suena nada bien.

– No digas eso -le apartó el pelo del rostro-. Tú nunca te has acostado indiscriminadamente.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¿Me equivoco?

– No. En realidad no… -suspiró y movió la cabeza-. ¿Tenías que contárselo a tu hermana? Debe odiarme.

– La verdad, le pareció bastante divertido -sonrió él-. Y la impresionó mi vigor.

– No le dijiste que lo habíamos hecho tres veces, ¿verdad? -Hannah dejó caer la cabeza en la almohada.

– Bueno yo…

– No voy a poder salir de casa. Nunca más, hasta que cumpla los ochenta -gruñó y volvió a taparse entera.

– Estás exagerando.

– Sí, claro. Para ti es fácil decirlo. Eres el hombre, todos pensarán que eres un semental, tú quedarás muy bien. Pero yo… quedaré como un putón, seguro.

Él comenzó a reírse y tiró de la manta. Como no las soltó, decidió seguir otra estrategia. Se metió bajo la sábana y cuando sus dedos encontraron la suave piel de su cintura, subió hacia sus senos.

– No vamos a hacer eso otra vez -protestó ella, apartando su mano-. Puede que sea un poco tarde, pero tengo que pensar en mi reputación. No conseguirás convencerme de que… Ah…

Mientras hablaba, él había sustituido los dedos por la boca y en ese momento lamía un pezón. Ella se quedó sin aliento. Eric aprovechó su distracción para destaparla hasta la cintura. Después sopló suavemente el pezón húmedo.

– Esto no es buena idea -musitó ella, abriendo las piernas.

– Es posible.

– Tienes que irte a trabajar.

– Es cierto. Me iré en un segundo.

– De acuerdo.

Deslizó la mano por su cadera, hacia el muslo y la introdujo entre sus piernas. Ya estaba húmeda cuando la acarició suavemente.

– ¿Cuántos segundos? -susurró Hannah.

– ¿Cuántos necesitas? -empezó a besarle el cuello.

– Unos doscientos.

– No me digas que vas a tardar tres minutos -protestó él mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Cambió de postura para poder seguir tocándola e introducir un dedo en su interior al mismo tiempo.

– Puede que sean sólo un par. O treinta segundos…

Él retiró la mano y se situó entre sus piernas. Lenta y deliberadamente se introdujo en su interior. Estaba prieta y caliente, a pesar del número de veces que habían hecho el amor la noche antes; supo que no resistiría mucho tiempo. Tenía la impresión de que cuantas más veces la poseía, más deseaba hacerlo.

Tal vez fuera por su receptividad, por cómo arqueaba la cabeza y gemía cuando se acercaba al clímax. Tal vez fuera por las contracciones de su cuerpo y su forma de abrazarse a él, rogándole que no se detuviera. O tal vez porque la respuesta de ella lo llevaba al límite.

En ese momento, sintiendo cómo lo apretaba en su interior, no le importaba la razón. Cuando ella puso las manos en sus caderas para acercarlo, deseó explotar.

Ella abrió las piernas aún más, atrayéndolo. La primera contracción hizo que gritara. Cerró los ojos y entreabrió la boca; todo su cuerpo se estremeció mientras se perdía en el placer de lo que estaban haciendo.

Eric aguantó todo lo que pudo; pensó en béisbol y en reuniones de trabajo, pero finalmente se dejó llevar. Sintió la presión crecer y crecer hasta que tuvo que hundirse más profundamente en ella y perderse.


– Llegas tarde -anunció Jeanne alegremente cuando Eric entró en la oficina-. Bueno, técnicamente son antes de las ocho y tu primera reunión es a las nueve y media. Aun así, no es tu estilo llegar después del amanecer.

Eric sonrió a su asistente. Tras la noche y la mañana que había tenido, nada le estropearía su buen humor.

– Buenos días, Jeanne -dijo yendo hacia el despacho. Ella se puso en pie y lo siguió.

– ¿Eso es todo? -protestó -. ¿No vas a decir nada más? ¿No vas a darme una pista de por qué llegas a una hora normal? Problemas con el coche, una cita que duró hasta la madrugada… ¿Qué? Estoy esperando.

– Lo sé -dijo él sonriente, sirviéndose un café.

– Deja que adivine -suspiró-. No vas a decir nada.

– Un café muy bueno. Gracias por prepararlo.

– Te odio cuando adoptas esa actitud.

– Lo lamento.

– No lo lamentas en absoluto. Estás disfrutando. Es irritante -salió del despacho rezongando y volvió a su escritorio-. Al menos podías darme una pista -gritó.

Él no contestó. Por mucho que le gustara Jeanne, no iba a contarle nada. Sospechaba que ya tenía una idea bastante precisa. Estudió su horario del día y comprobó que esa mañana tenía una reunión con Mari, para hablar de su proyecto. Llamó a Jeanne.

– ¿Quieres confesarlo todo? -preguntó ella al entrar.

– No. Necesito toda la información que tengamos sobre el nuevo centro de investigación biomédica. Hubo un artículo en el periódico, ¿no?

– Eso creo. Revisaré los archivos y buscaré los artículos en internet.

– Gracias. Quiero estar bien preparado.

Mari Bingham llegó a las once en punto.

– Siéntate -sugirió Eric, indicando el sofá.

– Gracias por recibirme.

– De nada. Si crees que puedo ayudar de alguna manera, quiero apoyar tu proyecto -se sentó en un extremo del sofá y señaló los papeles que había sobre la mesita de cristal-. He leído la información.

– Ya veo -Mari miró la copia de un artículo periodístico que se oponía al centro-. Dicen que no hay publicidad mala, pero en este caso no estoy de acuerdo.

– Su enfoque es más exaltado que objetivo.

– Es posible, ¿pero crees que al lector común le importa eso? -dejó el artículo-. Quiero poner en marcha ese centro de investigación. La ciencia médica está avanzando mucho en fertilidad y reproducción; algunas enfermedades se podrían curar, e incluso prevenir. Pero gran parte de ese prometedor trabajo se pasa por alto y carece de subvenciones. Creo que podemos cambiar eso.

– Reuniendo a científicos de vanguardia.

– Has leído mis informes -sonrió ella.

– Claro. Expones muy bien el caso -Eric se encogió de hombros-. Pero el tema está fuera de mi campo. No tengo nada que ver con las subvenciones.

– Pero los altos cargos te prestan atención -se deslizó hacia delante en el asiento y lo miró fijamente. Sus ojos color avellana eran intensos y su postura rígida.

Eric buscó similitudes entre Mari y Hannah, eran primas pero sólo se parecían en altura y constitución.

– Sé que estarás presente en varias de las reuniones sobre el tema. Me gustaría que hablases a favor del centro de investigación.

– Cuenta con ello. Como he dicho, me impresiona favorablemente lo que quieres hacer. Pero con tanta controversia, puede ser una dura batalla.

– Ya lo sé -Mari torció la boca-. Estoy pensando en traer un arma pesada. Una amiga mía de Nueva York, experta en relaciones públicas y captación de fondos.

– Te sugiero que le pidas que se una al proyecto. Alguien de fuera puede ofrecer una perspectiva refrescante. Además, tendrá otros contactos para las subvenciones; cuanto más dinero mejor, ¿no?

– Sí. Es buena idea -Mari sonrió y se relajó un poco-. Llamaré a Lilith esta tarde y le preguntaré si está disponible. Llevo años amenazándola con traerla aquí, por fin tengo una razón para hacerlo.

Comentaron las reuniones que iban a celebrarse y cómo podía colaborar Eric. Cuarenta y cinco minutos después, Mari se levantó para marcharse.

– Me siento mejor -dijo-. Gracias.

– Ha sido un placer.

– No tenías por qué hacerlo y aprecio tu apoyo. Si puedo devolverte el favor, házmelo saber.

– Lo haré -replicó él, acompañándola a la puerta.

Más tarde, Jeanne lo llamó por intercomunicador para decirle que una tal Lisa Paulson quería hablar con él.

– ¿Sí? -dijo Eric al auricular.

– Hola, Eric. Llamo de una empresa de reclutamiento de ejecutivos de Dallas. Empresas Bingham nos ha contratado para que busquemos alguien apropiado para un cargo de vicepresidente júnior. Tu nombre aparece en una lista de posibles candidatos. Me preguntaba si tendrías tiempo para hablar del tema conmigo.

Capítulo 12

A las dos de la tarde, después de un corte de pelo y una manicura, Hannah regresó a casa. Aún se sentía flotando en otro mundo, tras su noche con Eric. Si pudiera embotellar la sensación, podría usarla para curar el cuarenta por ciento de los males mundiales.

Habían pasado muchas cosas en poco tiempo: ver la ecografía del bebé, descubrir que Eric la deseaba pero temía hacerle el amor y pasar la noche en sus brazos.

La noche y la mañana habían sido increíbles. No sólo por el extraordinario placer físico, también por todo lo demás. Habían hablado de muchas cosas, se sentía segura a su lado y había escuchado su respiración mientras soñaba con pasar el resto de sus días con él.

Aparcó el coche y salió. Dio una vuelta alrededor de la casa se sentó al sol en la hierba del jardín trasero. A lo lejos, veía las colinas y la parte superior de los árboles que rodeaban el lago.

Se preguntó si se estaba enamorando de Eric de verdad. Pensó en su relación con Matt. Se había sentido atraída por él, pero mientras estuvieron juntos Matt fue el seductor, tanto emocional como físicamente. Todo fue tan rápido que no tuvo la oportunidad de detenerse a pensar sobre lo que estaba ocurriendo. No quería cometer el mismo error con Eric.

Pero sin duda, eran dos hombres muy distintos. Entendía lo que era importante para Eric, que valoraba la verdad y el honor. Sonrió. Era un hombre bueno. Un hombre que se preocupaba por su bebé, a pesar de no ser el padre.

Se tumbó boca arriba y miró al cielo. Al principio la había preocupado que regresar a casa fuera una huida, pero por fin comprendía que en vez de escapar del pasado había avanzado hacia el futuro. Una buena decisión.

A las seis, Hannah dio los últimos toques a la cena romántica que había preparado. Puso un mantel rosa, un jarrón de flores frescas y su mejor vajilla en la mesa de la cocina.

Cenarían ensalada y estofado de buey. El espeso y fragante guiso burbujeaba lentamente en el fuego; lo serviría en cuanto llegase Eric.

– Es una provocación -murmuró, mirándose al espejo. Se había puesto un vestido sin mangas que se abotonaba por delante-. ¿La aceptará? -la imagen de Eric desabrochándole el vestido le provocó un escalofrío. Oyó un coche y se le aceleró el corazón. Corrió hacia la puerta y abrió justo cuando Eric subía los peldaños.

Estaba muy guapo con traje. Sus ojos oscuros destellaron una bienvenida y su sonrisa casi hizo que flotara en el aire de alegría. Parecía tan feliz como se sentía ella. Deseaba hacerle muchas preguntas: si el día se le había hecho eterno, si había contado los minutos, si quería quedarse a dormir con ella y si no le parecía que aún faltaba mucho para el fin de semana…

– Hola -lo saludó cuando entró en casa.

– Hola a ti también -él se quitó la chaqueta y la dejó en un banco que había junto a la entrada-. ¿Adivinas lo que ha ocurrido hoy?

«Te has dado cuenta de que estás enamorado de mí», pensó ella. La idea la asombró y dio gracias al cielo por no haberlo dicho en voz alta. Pero quería su amor.

– Te han subido el sueldo -dijo, porque era más seguro y no sabía cómo habría reaccionado él a su idea.

– Mejor aún -replicó él. Cerró la puerta y la llevó de la mano al salón-. Una empresa de Dallas me llamó para un puesto de vicepresidente. ¿No es fantástico? -se sentó a su lado en el sofá, sin percatarse de que ella se había dejado caer, en vez de sentarse con delicadeza.

– No entiendo -murmuró ella con sorpresa-. Pensé que te gustaba tu trabajo.

– Me gusta. Estoy aprendiendo mucho y contribuyendo con la organización. Pero el camino más rápido para ascender es una empresa de cazatalentos. Lisa, la encargada de la selección, dijo que le habían hablado de mí un par de personas -hizo una pausa y arrugó la frente-. El director de finanzas se marchó el año pasado. Trabajé bastante con él; quizá le diera mi nombre -hizo un gesto de indiferencia-. Da igual dónde lo consiguió, está impresionada y quiere que nos reunamos. Tengo que mandarle un curriculum. Tendré que actualizar el que tengo en el ordenador.