– La verdad es que suena bastante patético -confesó Jeanne, pasándole un sándwich de pavo.

– No me gusta ver la televisión durante el día y eso limita mis posibilidades de entretenimiento -dijo Hannah, desenvolviendo el sándwich.

– A mí me encantan las telenovelas -confesó Jeanne-. La sobredosis de angustia y luchas intestinas hace que mi vida me parezca muy normal.

– Nunca lo había pensado así.

– Es baja en sal -dijo Jeanne, pasándole un envase de ensalada de patatas-. No sabía que hacían cosas así.

– Gracias -Hannah abrió el envase y probó un poco-. No está mal.

– Mientes fatal.

– Bueno, necesita sal -rió Hannah-, pero debo evitarla hasta que lleve varios días con la tensión normal.

– Por lo menos no se te hincharán los tobillos -Jeanne dio un mordisco a su sándwich, mascó y tragó-. Eric me pidió que te saludara. Me pedirá un informe completo cuando regrese.

– Se está portando muy bien -dijo Hannah, intentando controlar su expresión. Pensar en Eric le daba ganas de sonreír o ponerse a cantar.

Los últimos dos días habían sido asombrosos. La había acompañado, preocupándose por ella, cocinando, limpiando y durmiendo a su lado. Había descubierto que le gustaba despertarse y sentir su cuerpo junto a ella, escuchando su respiración. Estaba enamorada.

Esa mañana había insistido en que fuese a trabajar, por lo menos para ponerse al día.

– Encuentro la situación muy interesante -admitió Jeanne-. Es un hombre al que siempre han buscado las mujeres; nunca ha tenido que preocuparse más que de él mismo. Ahora te tiene a ti y al bebé. Un gran cambio, pero muy bueno.

– Sólo somos amigos -dijo Hannah, que no quería hacerse ilusiones. Jeanne la miró poco convencida.

– Yo creo que le ha dado muy fuerte -apuntó.

Hannah pensó que ojalá fuese verdad, sin decirlo.

– ¿Qué telenovelas me recomiendas? No sé nada de ninguna. ¿Cuáles tienen los argumentos más normales?

– Cariño, olvídate de las normales. Quieres las extravagantes. El objetivo es dejarse llevar. ¿Qué hora es? ¡Ah! Mi favorita empieza ahora. ¿Dónde está el mando?


– Hay demasiadas posibilidades -comentó Eric, el sábado por la tarde, tumbado en la cama con Hannah. Pasó la hoja del libro que tenía en la mano-. No sabía que hubiese tantos nombre en mundo.

– Ya lo sé -Hannah estaba tumbada a su lado, con una mano sobre la tripa y la cabeza apoyada en su hombro-. Creo que voy a preguntar si es niño o niña. Eso simplificaría las cosas.

– No hace falta -rechazó él-. Sabes que será un niño.

– Deja de decir eso -empujó su brazo-. Vas a quedar fatal si te equivocas.

– Siempre tengo razón -afirmó él, pasando otra hoja.

– Ignoraré eso -Hannah giró y miró por la ventana-. Hace un día precioso fuera -dijo con añoranza.

– Vamos a salir. Esperaremos media hora, hasta que el sol dé al otro lado de la casa y puedas estar a la sombra. Hace mucho calor.

– Eres un tontito -dijo ella con una sonrisa-. No me hará ningún daño sentarme al sol.

– No voy a correr ningún riesgo.

– Eres algo rarito, pero muy dulce -puso la mano sobre su pecho y suspiró.

– Vaya, gracias -dejó el libro en la cama y se recostó en las almohadas. No recordaba el último sábado que había pasado en la cama. Normalmente estaba haciendo cosas, con frecuencia en la oficina. Pero iba a pasar todo el sábado con Hannah.

Entrelazó los dedos con los de ella. Su cercanía, por no hablar de cómo le acariciaba la pierna con el pie desnudo, le provocaba la reacción predecible, pero intentaba hacer caso omiso. Hacer el amor era imposible y aunque estar cerca de ella era una tortura erótica, tenía que soportarlo como un hombre.

– Apuesto a que mi jardín ha cambiado. En primavera todo crece muy rápido.

– Lo verás enseguida y estoy seguro de que me dirás todo lo que está diferente.

– Es muy posible -aceptó ella con júbilo-. Espero que las malas hierbas no hayan invadido todo. Seguramente saben que no puedo ir a arrancarlas.

– ¿Crees que las malas hierbas se reúnen y hacen planes de batalla?

– No me extrañaría. Por eso son malas.

Eric miró sus ojos. Eran de un verde vívido, como ojos de gato. Tenía la piel muy clara, con un ligero rubor en las mejillas. Era una mujer guapa, femenina y con un gran atractivo sexual.

Su cuerpo reaccionó concentrando toda la sangre al sur de su cintura. Maldijo su decisión de haberse puesto un pantalón de deporte. Con vaqueros habría tenido más posibilidades de ocultar su estado. Iba a tener que concentrarse en ideas virtuosas y rezar para que Hannah no se diera cuenta.

– Arrancaré las malas hierbas -ofreció-. Puedes sentarte a la sombra y darme instrucciones. ¿De acuerdo?

– ¿En serio? -entreabrió la boca-. ¿Harías eso por mí? Tú odias mi jardín.

– No lo odio, simplemente no me interesa tanto como a ti. Te importa mucho y me gusta ayudarte.

– ¡Oh, Eric! -lo rodeó con los brazos y se acercó-. Eres demasiado bueno conmigo. De veras -lo besó.

Él hizo lo posible por no perderse en el breve beso, pero no pudo evitar un gruñido al sentir su piel.

– No te pongas sentimental -dijo, esperando que su voz no expresase su hambre y deseo de ella.

– Creía que te gustaba que nos besáramos.

– Me gusta, es que… -no sabía cómo explicarse sin quedar como un perro.

Ella deslizó una mano por su vientre y la colocó sobre su erección.

– Tenía la esperanza de que no te dieras cuenta.

– ¿Por qué? Me gusta que me desees.

– No es importante -señaló su entrepierna-. Desaparecerá naturalmente. Sólo necesito una distracción.

Hannah comprendió que era una forma poco sutil de decirle que retirase la mano, pero no quería hacerlo. Le gustaba sentir su dureza.

– Echo de menos hacer el amor -confesó ella.

– Yo también. Pasar la noche contigo es fantástico, pero una tortura.

Ella empezó a mover la mano y a él se le dilataron las pupilas y su respiración se aceleró.

– Hannah.

– Shh. Deja que te toque -introdujo la mano dentro del pantalón. Era agradable sentir la sedosa suavidad sobre la tensa dureza. Deslizó el dedo por la punta y después empezó a mover la mano de arriba abajo.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó con voz ahogada.

– A mí me parece bastante obvio.

– Pero no hace falta que lo hagas.

Ella retiró la mano, agarró la de él y la guió dentro de sus braguitas.

– Tócame -susurró, poniendo su mano sobre la carne suave, húmeda e hinchada. Hannah odió tener que rechazar la deliciosa sensación, pero retiró su mano-. A mí también me gusta tocarte -le explicó a Eric-. Me excita.

– Pero tú no puedes… no deberíamos.

– Tienes razón. Quiero hablar con la doctora antes de hacer nada, pero eso no implica que tú debas sufrir.

– Yo también esperaré.

– No quiero que esperes -sonrió ella.

Tiró del pantalón de chándal hasta liberar su miembro, duro y viril. Anhelaba tocarlo. Empezó a acariciarlo de nuevo y Eric se rindió. Rodeó su espalda con un brazo y ello lo besó mientras seguía tocándolo.

Acompasó el ritmo del movimiento al de su respiración. Cuando notó que él se tensaba, aceleró el ritmo. Alzó la cabeza para observar su rostro en el momento en que llegaba al clímax. En el punto máximo de placer, él abrió los ojos y la miró.

Ella creyó ver el fondo de su alma. En ese momento conectaron por completo. Si había tenido alguna duda, dejó de tenerla. Estaba enamorada de él.

Capítulo 14

EL lunes, Jeanne volvió a llevarle el almuerzo. Después de una hora de risas y bromas, regresó al trabajo. Hannah había elegido un libro para leer, hasta que Eric volviera del trabajo, cuando llamaron a la puerta.

– ¿Hannah? Soy tu abuela. ¿Puedo entrar?

Hannah se quedó boquiabierta. Miró a su alrededor buscando un sitio donde esconderse.

– ¿Hannah? -volvió a llamar Myrtle.

– Aquí -contestó Hannah, preguntándose qué hacía su abuela allí y cómo iba a justificar estar en la cama a media tarde.

– ¿Cómo estás, querida? -preguntó su abuela, entrando en el dormitorio.

Como era habitual, Myrtle Bingham estaba perfectamente vestida para la ocasión. Llevaba un traje pantalón que dejaba entrever su esbelta silueta, discretas joyas de oro y un bolso a juego con los zapatos color crema.

Hannah se sintió como una vagabunda con sus pantalones cortos y camiseta. Tenía los pies descalzos y necesitaba urgentemente una pedicura. Al menos se había duchado esa mañana y tenía el pelo pasable.

– Estoy, eh, bien -contestó Hannah. Se mordió el labio inferior-. Es una sorpresa que hayas venido. No es que no seas bienvenida. Es sólo…

Myrtle señaló la silla que había junto a la cama y cuando Hannah asintió con la cabeza, se sentó.

– Esta mañana tuve una reunión con mi comité. Uno de nuestros objetivos es reunir fondos para la clínica y suelen asistir miembros del personal para hacernos llegar sus necesidades.

Hannah escuchó atentamente, pero adivinaba lo que iba a decir: alguien le había comentado que estaba embarazada. Lo comprobó unos segundos después.

– Una de las enfermeras vino a hablarme en privado -siguió Myrtle-. Dijo que me suponía muy preocupada por ti y por el bebé, pero que no debía estarlo. Que el reposo te estaba yendo bien y que mañana esperaban decirte que podías volver a la vida normal -Myrtle hizo una pausa expectante-. Estoy segura de que hay una explicación lógica.

– Así es -Hannah asintió lentamente-. Es lo que piensas. Estoy embarazada.

– Entiendo -su abuela no dejó de mirarla a los ojos-. Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar.

– Quieres saber de cuántos meses estoy, quién es el padre y todas esas cosas -apuntó Hannah.

– Sí, supongo que eso también es importante -su abuela arrugó la frente-. Pero lo que más me preocupa es por qué no viniste a decírmelo -apretó los labios-. Creía que nos considerabas familia, Hannah. Soy tu abuela. Si tienes problemas…

– No los tengo -atajó Hannah rápidamente, después se rió-. Bueno, excepto lo obvio. Estar embarazada, quiero decir -miró a la mujer que estaba a su lado-. Pensé que te decepcionaría -musitó, luchando contra las lágrimas-. No te gustó que dejase Derecho y pensé que lo del embarazo sería demasiado para ti. Sabía que te enterarías antes o después, no es algo que pueda ocultar.

– Lamenté que dejaras Yale -admitió su abuela-, pero sólo porque no entendí el porqué. Enterarme del embarazo aclaró muchas cosas. Por qué lo dejaste, por qué regresaste, por qué compraste la casa. En cuanto a sentir decepción, nunca se me ha pasado por la cabeza.

– Es como la repetición de una historia -dijo Hannah, deseando poder creer a su abuela-. Primero mi madre, ahora yo.

– No culpo a tu madre de lo ocurrido -Myrtle negó con la cabeza-, sino a mi hijo. Billy era un alocado y un don Juan. Enamoraba a jovencitas inocentes y se aprovechaba de ellas.

– Entonces, sí es una historia que se repite -dijo Hannah, avergonzándose al comprender.

– No, querida. Acabo de explicar que no fue culpa de ella.

– Quizá tampoco la tuve yo -Hannah cruzó las piernas-. Pero tengo la sensación de que cometí el mismo error que ella -le explicó brevemente lo ocurrido con Matt.

– Entiendo -dijo su abuela cuando terminó-. ¿Estás segura de que quieres olvidar a ese joven? ¿No deberías obligarlo a asumir sus responsabilidades?

– Sé lo que quieres decir -admitió Hannah, intentando no sonreír al ver que Myrtle hablaba igual que Eric-, pero prefiero que desaparezca de mi vida. Creo que mi hijo será mucho más feliz con una vida estable, en vez de pasarla esperando que su padre aparezca y sufriendo constantes decepciones.

– Comprendo tu punto de vista. Cuando Billy descubrió que existías, había madurado lo suficiente para considerar la posibilidad de actuar como padre. Pero cuando naciste, hubiera sido un auténtico desastre -la anciana se inclinó hacia ella-. Hannah, desearía que te sintieras parte de la familia. Todos te queremos.

– Gracias -Hannah recordó el encuentro con su tío Ron, sabía que él estaba de su parte-. No te culpo a ti ni a la familia. Creo que me he resistido a involucrarme demasiado. No sé por qué. Quizá por miedo al rechazo.

– No temas eso, querida -Myrtle acercó la silla y agarró la mano de Hannah-. Quiero que estemos más unidas. Puede que sea difícil al principio, mientras llegamos a conocernos, pero creo que podremos capear el temporal. Además, vas a darme mi primer bisnieto.

– Eso es verdad.

Hannah no había pensado en la conexión de su bebé con los Bingham. De pronto, deseó que formase parte de esa familia, que conociera los orígenes de ambos.

– Perdona -se disculpó-. Lamento mi actitud distante y solitaria. También quiero que estemos más unidas.