Eric abrió la puerta y dio un paso atrás para cederle el paso. Un pequeño vestíbulo se abría hacia una gran sala vacía, con chimenea de piedra y ventanas arqueadas. A la derecha de la entrada había un comedor, a la izquierda un pasillo.
– ¿Cuánto tiempo lleva vacía la casa? -preguntó.
– Alrededor de un mes. Cuando decidimos venderla, esperamos a que la familia que vivía aquí se marchase y la pintamos de arriba abajo.
– Gran elección de color -comentó ella mirando las paredes blancas.
– Es un poco austero, pero fácil de cambiar.
– Estoy de acuerdo -pensando ya en algunas ideas, Hannah fue hacia la cocina. Los suelos eran de madera, viejos pero en buen estado, igual que los armarios de la cocina. Los electrodomésticos parecían nuevos.
– ¿Cuántos dormitorios tiene?
– Dos arriba. Dos más abajo.
– Creía que sólo tenía una planta -arrugó la frente.
– Eso parece desde la calle, pero la casa está construida en una ladera y hay un sótano luminoso con una salita, un trastero y dos dormitorios.
Antes de bajar, Hannah decidió explorar los dos dormitorios de esa planta. El principal era grande, con un cuarto de baño moderno y elegante y armarios suficientes para una modelo. El otro era más pequeño, pero muy soleado. Hannah se detuvo, imaginándose el aspecto que tendría con juguetes y mobiliario infantil.
La planta de abajo era tan grande y luminosa como la superior. Sólo el trastero y la sala de la caldera eran interiores. Tenía dos dormitorios, otro baño, chimenea y muchos armarios.
– Me habría bastado con la planta de arriba -dijo ella-. Esto es fantástico.
– Espera a ver esto -sonrió Eric. Abrió la puerta de cristal corredera de la salita y salió fuera. Ella lo siguió.
El jardín trasero era llano y enorme y estaba rodeado por una valla de madera. Se veía una panorámica perfecta de las montañas.
– Esto sí que es una casa con vistas -murmuró Hannah, cruzando la hierba hacia la valla.
– La casa incluye un pequeño amarradero de barco.
– ¿Qué? -Hannah miró a un lado de la colina y vio unos escalones de piedra que bajaban al lago.
El agua azul le recordó las felices tardes pasadas en el barco de vela. El lago Ginman no era grande, pero para los residentes de la zona equivalía al paraíso.
– ¿Es ahora cuando debo simular que no me interesa, para que tú me convenzas de que es perfecta? -preguntó, sabiendo que había encontrado su hogar.
– No soy vendedor -Eric negó con la cabeza-. El precio es justo, tenemos recibos de todas las reparaciones de los últimos siete años y te daremos una garantía de cinco años para todo el equipamiento esencial.
– Es bueno saberlo. A cambio te diré que pienso pagar al contado -sonrió ella.
– Vamos a hablarlo.
Volvieron a la casa y acabaron sentándose en los escalones delanteros, al sol.
– He echado esto de menos -admitió ella-. La vida aquí es mucho menos complicada.
– Tiene sus momentos.
– Lo supongo. Hace unos cinco años que dejaste la universidad, ¿no? Y ya has subido como la espuma.
– ¿Cómo lo sabes?
– Por el tamaño de tu despacho.
– Cierto. He trabajado mucho y me ha ido bien.
Ella recordaba que tenía planes de ser rico y poderoso. Crecer siendo un hijo bastardo en la parte pobre de la ciudad obligaba a soñar. Lo sabía por experiencia propia. La diferencia era que Eric deseaba el éxito, ella sólo había deseado encajar.
– A ti tampoco te va mal -dijo él-. Facultad de Derecho de Yale. Enhorabuena.
– Gracias -aceptó ella, sin querer pensar en nada que tuviese que ver con su vida en New Haven.
– Esta casa será una residencia de verano ideal.
– ¿Qué? -Hannah alzó la cejas.
– ¿No la compras para venir en verano?
– No. Será mi residencia permanente.
Capítulo 2
– ¿POR qué? -preguntó Eric con voz de incrédula.
– ¿Por qué voy a renunciar a la vida en la costa Este para volver a Kentucky? -sonrió Hannah.
– Esa es una buena pregunta para empezar.
– Me gusta esto -lo miró-. Tú no te has ido.
– No, pero encontré un buen trabajo después de la universidad. Si el trabajo adecuado hubiera estado en otra ciudad y otro estado, me habría ido.
– Hmm. Yo no -miró la vista-. No hay nada más bonito.
– Eso es que te hace falta viajar más.
Ella se echó a reír. El sonido suave y dulce hizo que Eric sintiera una opresión en el pecho y un súbito calor. No fue sólo por su risa, sino también por el aroma floral de su piel, su limpio perfil y el suave arco de sus cejas cuando se divertía.
– Éste es mi hogar -dijo.
– Por supuesto -él recordó que era una Bingham. Merlyn County implicaba familia, raíces y riqueza.
– No me ha gustado el sonido de eso -protestó ella-. ¿Por qué «por supuesto»?
– Eres una de ellos.
– ¡Oh, por favor…! ¿Una Bingham? -arrugó la nariz-. Supongo que lo soy, técnicamente.
– Billy Bingham era tu padre. Eso sí que es técnico.
– No me siento como una de ellos. Sigo siendo la chica que creció en la pobreza. Una noche fantástica en mi casa era una película y comida rápida.
– Ahora es champán francés.
– ¿Pensarás peor de mí si te confieso que nunca he probado el champán francés? -rió ella.
– No te creo.
– Es verdad. No bebo mucho en cualquier caso y en las fiestas de la universidad se bebía cerveza, no eran reuniones de la alta sociedad. Y jamás bebo en presencia de los Bingham; me da miedo hacer algo mal.
– Sin embargo, quieres vivir en la puerta de al lado.
– Cierto -frunció el ceño-. Pero no es exactamente la puerta de al lado. Viven al otro lado de la ciudad.
Él pensó que las distancias allí eran pequeñas, pero decidió no comentarlo.
– No entiendo que no decidieras instalarte en París.
– Créeme -ella enarcó las cejas-. No hay tanto dinero. Aunque eso solucionaría el problema del champán, ¿no? Pero en el fondo soy una chica del campo.
– No tienes aspecto de chica del campo -dijo él, mirando significativamente su ropa bien cortada.
– Es de una liquidación -dijo ella, tocándose la falda-. Te asustarías si supieras lo poco que me costó.
– Lo dudo.
– Bueno, no entiendes de compras -soltó una risita-. Puede que ahora sea una Bingham, pero aún sé cómo estirar un dólar como si fuera chicle -era algo que había aprendido de su madre durante su infancia-. ¿Sigue tu hermana en la ciudad?
– Sí. CeeCee trabaja en el Centro de Salud de la Mujer. Es comadrona.
– Sí, creo que recuerdo haberlo oído antes. Debe gustarle mucho su trabajo.
– Así es.
– ¿Y tú? -ladeó la cabeza-¿Disfrutas escalando hacia la cima corporativa?
– Cada centímetro.
– No creo que a mí me gustase -admitió ella con humor-. Pero dudo que mi tío Ron me invite a unirme a la junta directiva, así que no es problema.
Ronald Bingham, director ejecutivo de Empresas Bingham era conocido por su destreza en los negocios. Eric lo había visto algunas veces y no parecía de los que concedían favores a miembros de la familia.
– Quizá tendrías que empezar clasificando el correo -se burló él.
– No lo dudo -se volvió hacia él-. Oye, espera un segundo. Primero me dices que podría vivir en cualquier sitio y ahora que mi tío no me dará trabajo. Empiezo a tomármelo como algo personal. No quieres que vuelva aquí, ¿verdad?
– No he dicho eso -alzó las manos como si se rindiera-. Estoy encantado de que hayas vuelto.
– ¿En serio?
– Totalmente.
Los ojos verdes se oscurecieron un poco y la boca se relajó. Eric se descubrió estudiando su rostro; el humor se diluyó, dejando una estela de sutil tensión. Comprendió que era tensión sexual. El ambiente estaba cargado con ella. Sus dedos desearon acariciar la curva de su mejilla y tenía algunas cosas más eróticas en mente.
Era extraño que una mujer captara su atención en un día laboral. De hecho, hacía meses que ninguna la captaba. Se preguntó si Hannah lo atraía porque era la versión adulta de alguien que siempre le había gustado. Eso, unido a su inteligencia, agilidad mental y belleza la convertía en una mujer difícil de resistir. De hecho, se planteó que rendirse sería muy agradable.
– ¿Qué piensas? -preguntó ella suavemente.
– No quieres saberlo.
– Quizá sí.
– Pensaba que has crecido -admitió-. Primero la escuela universitaria y después Derecho y ahora…
Arrugó la frente mientras echaba cuentas. Hannah era un par de años más joven que él; si había pasado cuatro años en la escuela universitaria, como era habitual, no había tenido tiempo de acabar Derecho.
– ¿Cuándo te licenciaste? -preguntó.
– ¿En Derecho?
Él asintió con la cabeza.
– Aún no lo hice -suspiró ella. Alzó una mano-. Lo sé, lo sé. Te mueres por darme una charla. Ya lo han hecho mis profesores. Necesitaba un respiro, así que lo dejé y volví a casa -perdió la mirada en la distancia-. Tenía que resolver algunas cosas.
Eric se tragó sus preguntas. Era una antigua amiga, pero no tenía derecho de cuestionar sus decisiones. Aunque no tuvieran sentido para él. No se abandonaba una licenciatura de una universidad como Yale; nunca.
– Cambiemos de tema -sugirió ella-. Suponiendo que quiera comprar la casa, ¿cuál es el paso siguiente?
– Tengo los documentos en la oficina. Te los daré y cuando revises todo tendrás que hacer una oferta. La venta dependerá de la aprobación del crédito, que en tu caso significa confirmar que tienes el dinero y de una inspección del edificio. Una vez resuelto eso, podríamos cerrar la venta en una semana más o menos.
– Eso es muy rápido. ¿Podría instalarme antes de fin de mes?
– Claro. Si es lo que quieres.
– Sí. Me alojo en el hotel Lakeshore Inn, que es muy agradable pero no es mi casa.
– ¿Y tu vivienda de New Haven?
– Era un apartamento de estudiante -encogió los hombros-. Nada de espacio y ventanas diminutas. No lo echaré de menos -señaló el terreno-. No con una casa preciosa y todo esto. Me muero por arreglar el jardín.
Él miró las plantas que invadían todo y el baño para pájaros. Sus nociones de horticultura consistían en saber que había que cortar el césped cuando estaba alto.
– ¿Qué piensas hacer? -preguntó. Tenía que volver a la oficina pero no quería hacerlo aún. Hablar con Hannah bien se merecía trabajar hasta tarde después.
– El jardín delantero necesita mucho trabajo -dijo ella con entusiasmo-. ¿Te imaginas esto en verano? ¿Con los rosales trepadores y flores por todos sitios? Quiero quitar las malas hierbas del sendero y limpiar el baño para pájaros -señaló a la izquierda-. Y en el lateral de la casa voy a plantar bayas.
– ¿Bayas? -preguntó él.
– Sí. Fresas, arándanos y frambuesas. No darán fruto este año, pero el año que viene tendré buena cosecha.
– ¿Bayas?
– ¿Por qué repites eso? ¿No te gustan las bayas?
– Sí, claro, pero…
– Deja que adivine -puso los ojos en blanco-. No lo suficiente para plantarlas. Seguramente las compras en la tienda.
– A veces.
– Ya me imagino. Podrías tenerlas frescas, ¿sabes?
– Vivo en un apartamento con patio. No hay sitio.
– Pues aquí sí y me apetece. Mi madre y yo teníamos frambuesas y arándanos. Las comía todo el verano. A veces hacíamos helado.
– Suena muy bien -dijo él controlando la sonrisa.
– Búrlate todo lo que quieras, pero el verano que viene, cuando me supliques que te dé arándanos, te daré la espalda.
– No serías tan mala.
– Puede que no, pero te insultaría antes de dártelos.
– Hannah, te has convertido en una mujer fantástica -rió él.
– Gracias. Tú tampoco estás mal.
Ambos se habían hecho un cumplido, pero él dudaba que hubieran pretendido que la tensión y excitación creciera entre ellos, como una tormenta eléctrica. Se preguntó si ella sentía lo mismo y decidió comprobarlo.
– ¿Te apetece cenar conmigo mañana? -preguntó-. A no ser que haya un marido esperándote.
– No hay nadie -se metió el pelo tras la oreja-. Sí, me gustaría cenar contigo.
– Es una cita.
– Eso es muy serio -dijo ella abriendo los ojos.
– ¿Preferirías que fuésemos como amigos?
– No -carraspeó-. Una cita es agradable; nunca he tenido una en Kentucky.
– ¿En serio? Tendré que darte una copia del manual. No querrás romper ninguna regla básica en la primera cita.
– Claro que no. La gente hablaría.
– Van a hablar de todas formas.
– Parece un pasatiempo universal -sonrió ella.
– Te recogeré en el hotel, ¿de acuerdo?
– Habitación catorce. ¿A qué hora?
– ¿Te parece bien a las siete?
– Muy bien.
– Lo he pasado muy bien -dijo él, mirando su reloj de pulsera-, pero tengo el escritorio lleno de papeles.
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