– ¿Puedes darme esas reglas por escrito?

– Veré qué puedo hacer.

Su camarero llegó con la comida. Pia había elegido ensalada de pollo a la barbacoa y Raúl una hamburguesa.

– ¿Cómo encontraste el campamento? -preguntó ella mientras agarraba su tenedor-. Llevo aquí toda mi vida y apenas recuerdo saber algo de ese sitio.

– Fui a dar una vuelta con el coche, seguí unos carteles y lo encontré. Llevaba tiempo con la idea de hacer algo para los niños y no sabía qué. Cuando vi el campamento, supe que era lo que había estado buscando.

Tenía la hamburguesa en la mano, pero aún no la había probado.

– El programa de verano es por donde empezaremos, pero espero que podamos hacer más. Que podamos estar abiertos todo el año. Traer a niños para que participen en cursos intensivos de dos o tres semanas en los que nos centraremos en uno o dos temas. Sobre todo en Ciencias y Matemáticas. No hay muchos niños a los que les gusten esas asignaturas.

– Tendrías que coordinarte con los distritos escolares para complementar su plan de trabajo.

– Eso es en lo que está trabajando Dakota. Estamos pensando en niños de mediana edad. Queremos que se vuelquen en los estudios antes de entrar en el instituto.

Mostraba mucha pasión por ese asunto, pensó Pia mientras pinchaba la ensalada. ¿Cómo sería cuando estuviera con una mujer? ¿Volcaría en ella la misma pasión?

Era un tema interesante, pero no ahondaría en él. Incluso sin ese embarazo potencial en su futuro, sabía que no debía tener ninguna relación con un hombre así. Ni con cualquier hombre. Por alguna razón, los hombres tenían la costumbre de abandonarla, y si antes no había tenido la suerte de que se quedaran a su lado, ¿qué suerte tendría de que lo hicieran cuando tuviera tres hijos?

¿Tres hijos? La cabeza empezó a darle vueltas y se obligó a pensar en algo que le diera menos miedo.

– Que la escuela pueda utilizar estas instalaciones es genial. Y eso que la gente pensaba que solo intentabas hacerte el simpático.

Él se rio.

– Todos salimos ganando.

– Aunque no fuera así, el campamento es una idea genial. Sé que muchos niños del pueblo han estado encantados de subir aquí todos los días durante el verano. O más bien las que han estado encantadas han sido sus madres. Los tres meses de verano se pueden hacer muy largos.


Los ojos color avellana de Pia danzaban con diversión y Raúl se vio observándola mientras comía. Le gustaba, y ése era un buen comienzo. Quería conocerla mejor, pero estaba el asunto de los embriones.

– ¿Por qué querías trabajar con niños? -preguntó ella-. ¿Por lo de ese entrenador que te ayudó?

– ¿Cómo lo has sabido?

– Por el modo en que hablas de él.

– Sí, fue por él. Vio algo en mí que yo no podía ver. Y su mujer también, aunque en aquel momento no estaban casados -sonrió ante los recuerdos-. En mi último año de instituto fui uno de los capitanes del equipo.

– ¡Cómo no! -murmuró ella.

– ¿Qué?

– Nada, nada, sigue…

– Se suponía que cada capitán tenía que llevar donuts al entrenamiento. Tuve que dejar mi trabajo de verano para poder ir a los entrenamientos; vivía en un edificio abandonado y no tenía dinero.

– Espera un minuto… ¿eras un sin techo?

– No fue tan malo -de hecho, fue mucho mejor que haber tenido que vivir con su padrastro. Ese hombre jamás había conocido a un niño al que no hubiera querido pegar. Un día, Raúl le había devuelto el golpe. Con fuerza. Y después, se había marchado.

– No pudo ser bueno -dijo ella con tono de preocupación.

– Estoy bien.

– Pero no lo estuviste.

– Lo superé. Pero lo que intento decir es que los robaba.

– ¿Los donuts? ¿Robabas los donuts?

– No me libré. La dueña de la tienda me pilló y se cabreó mucho -además de golpearlo con una muleta… cosa que aún recordaba con humillación.

– Terminé trabajando para ella y con el tiempo me fui a vivir con ella. Nicole Eyes. Le gustaba pensar que era una mujer muy dura, pero no era así.

– La querías -dijo Pia en voz baja.

– Mucho. Si hubiera tenido diez años más… -se rio-. Bueno, tal vez no. En aquel momento tenía novia y no le habría hecho gracia -miró a Pia-. Mi novia era la hija de Hawk.

Habían tenido muchos planes: boda, una docena de hijos…

– Estuvimos juntos hasta mi primer año de universidad y después me abandonó. Pero lo superé.

– ¿Sigues siendo amigo de Hawk y de Nicole?

– Claro. Se casaron y son muy felices juntos. Incluso sigo manteniendo el contacto con Brittany.

– ¿Sabe él que tuvisteis una relación?

– Probablemente.

– Interesante. Yo no tengo ninguna historia tan curiosa.

– Tu mejor amiga te ha dejado tres embriones… sales ganando -volvió a agarrar su hamburguesa-. Hawk y Nicole me ensañaron a hacer lo correcto. Son esa voz que me habla por dentro y me dice lo que tengo que hacer. No quiero decepcionarlos.

– Son tu familia. Eso es muy bonito.

Raúl recordó que ella no tenía mucha familia. Un padre muerto y una madre con las habilidades maternales de un insecto.

Ella apartó su ensalada y sacó una carpeta de su bolso.

– Sigue comiendo. Mientras, te contaré lo que se me ha ocurrido y tú podrás decirme lo brillante que soy mientras masticas.

– Me gustan las mujeres con un plan.


Pia miró su reloj y se quedó asombrada al ver que eran más de las dos.

– Vaya, tengo una cita a las tres -dijo abriendo la cartera y sacando un par de billetes.

– No vas a invitarme a comer -le dijo Raúl.

– Pero dijiste…

– Estaba de broma.

– ¿Demasiado macho como para dejar que una mujer se pague su comida?

– Algo así.

Él echó su dinero sobre la cuenta y se levantó. Cuando ella hizo lo mismo, Raúl se acercó y posó una mano sobre la parte baja de su espalda mientras salían. En todo momento, ella fue consciente del calor y de la presión del contacto de su mano.

Cuando llegaron a la acera, se giró hacia él.

– Volveremos a hablar para enseñarte un calendario de fechas. Creo que al campamento le vendrá bien que lo coordinemos con algunos de los festivales.

Casi estaba balbuceando… a pesar de estar intentando mirarlo directamente a la cara. ¿Qué le pasaba? No era una cita. No estaban en la puerta de su casa mientras ella se debatía entre sí invitarlo a pasar o no. Había sido una reunión de trabajo.

– Gracias por tu ayuda -dijo él.

Ella respiró hondo, se puso derecha y lo miró a los ojos.

– De nada. ¿Sabes? Robert, nuestro antiguo tesorero, era la clase de hombre que a todos nos parecía muy simpático y acabó robando millones.

– ¿Estás diciendo que soy un ladrón? -sonó más divertido que ofendido.

– No exactamente, pero ¿cuánto sabemos realmente sobre ti? La gente debería hacer preguntas.

– Estás pensando demasiado.

– Lo sé, pero eso es porque en mi vida no hay suficientes distracciones.

– ¿Y ésta? -preguntó él justo antes de acercarse y besarla.

El contacto fue ligerísimo, apenas un roce de labios. No habría valido la pena mencionarlo… Si no fuera porque cada célula de su cuerpo se había quedado congelada por el impacto. Los dedos que sujetaban su bolso se cerraron alrededor de la tira con fuerza. Y antes de poder saber qué debía hacer, él se apartó y se puso derecho.

– Gracias por el almuerzo -le dijo y se alejó.

Dejándola con la respiración entrecortada y sola.

Y muy, muy, confundida.


Raúl se apartó del espejo mientras levantaba la pesa en su mano. Llevaba tanto tiempo entrenando que ya no tenía que mirarse para ver su forma y su velocidad. Los movimientos eran automáticos. A diferencia de algunos tipos, no disfrutaba contemplándose a sí mismo.

Junto a él, Josh Golden trabajaba sus tríceps. Ambos estaban sudando y con una respiración fuerte. Había sido un entrenamiento duro.

– Por si te lo preguntas -dijo Josh al bajar la pesa-, soy el único héroe de este pueblo.

Raúl se rio.

– ¿Estás preocupado? ¿O es que te sientes amenazado?

– Llevo aquí mucho más tiempo que tú, el pueblo me adora. Tú eres un recién llegado. La pregunta es si aguantarás lo suficiente.

– Puedo aguantar más que tú.

Josh sonrió.

– Ni en sueños -agarró una toalla y se secó el sudor de la cara-. Todo el mundo agradece que hayas cedido el campamento. Sin él, no habría colegio.

– Me alegra poder ayudar.

– Bien. Eso es lo que hacemos por aquí. Los que más tienen, más dan. Así es la vida en un pequeño pueblo.

Más reglas, pensó Raúl, recordando la lista que había enumerado Pia. Algo sobre dónde tenía que cortarse el pelo… Lo cierto es que no había estado escuchando mucho. Le gustaba oírla hablar y ver cómo las emociones se iban reflejando en su cara. Tenía unos ojos muy expresivos y una boca… tentadora…

– Tierra llamando a Raúl. ¿En qué estás pensando?

– En una amiga.

Josh volvió a agarrar la pesa. Raúl la bajó.

– Almorzaste con Pia el otro día.

Raúl enarcó la ceja.

– Estás casado.

– No la quiero para mí. La conozco desde hace años y es como una hermana. Estoy cuidándola.

Raúl se alegró de que alguien lo hiciera. Por lo que podía ver, Pia estaba muy sola.

– Estamos trabajando juntos. Algunos de los festivales se relacionan con cosas que hacemos en el campamento.

– Estás implicándote mucho en este lugar. ¿Seguro que estás preparado para lo que es de verdad la vida en un pueblo pequeño?

– Lo iré viendo sobre la marcha. ¿Qué te preocupa?

– Pia es inteligente, divertida y se hace la dura, finge que nada la afecta. Pero no es verdad. La muerte de Crystal la ha dejado hundida. Y antes de eso… -volvió a dejar la pesa y se puso derecho-. Ha tenido algunas rupturas difíciles. Su padre había muerto, su madre se había marchado. Vinieron algunos novios nada buenos. Nadie quiere que le hagan daño. Si la haces sufrir, no solo tendrás que vértelas conmigo, sino con todo el mundo.

Raúl había sido una estrella del fútbol americano desde que tenía dieciséis años y estaba acostumbrado a ser la persona con la que todos querían estar. Una persona que gustaba a todo el mundo.

– ¿Estás diciendo que me echarán del pueblo?

– Eso como poco.

– Me gusta Pia, no voy a hacerle daño.

Josh no parecía muy convencido.

– No puedes estar seguro.

– No quiero hacerle daño. También me importa.

– Supongo que con eso bastará por ahora. Pero si la cosa cambia, tendrás que responder ante mí.

– ¿Crees que podrás conmigo? -preguntó Raúl con actitud divertida.

– Absolutamente.

Josh estaba en buena forma y era aproximadamente de la misma altura, aunque Raúl era más musculoso. Y además, jugaba al fútbol americano. El ciclismo no era exactamente un deporte de contacto.

– Me alegra que cuides de ella -dijo, porque era cierto-. Pia necesita a más gente a su lado.

Josh lo observó.

– Casi todo el mundo te diría que tiene a todo el pueblo de su lado.

Raúl tenía sus dudas.

– Es una chica de aquí y todos la aprecian, pero ¿en quién puede apoyarse y depender de verdad? Está sola.

Una realidad que le complicaría la vida una vez que decidiera tener los hijos de Crystal. Unos bebés de lo que, al parecer, nadie más sabía.

Él pensó en el soldado que había conocido, el soldado que había muerto en sus brazos. ¿Qué pensaría Keith de todo eso? Tenía la sensación de que estaría encantado de que a sus hijos se les diera una oportunidad, pero sospechaba que a él también le preocuparía que Pia estuviera sola.

– ¿Estás pensando en cambiar su situación? -le preguntó Josh.

– No soy de relaciones largas.

– Estuviste casado. ¿Es ésa la razón?

Raúl se encogió de hombros y soltó su pesa.

Josh hizo lo mismo y vaciló.

– Estuve casado antes de Charity, pero no funcionó. A veces sucede.

Raúl asintió sin más porque no quería entrar en detalles. Si mencionaba que su primer matrimonio había 'ido muy malo, la gente daría por hecho que lo habían engañado, o que había descubierto que Caro se había casado con él por su dinero. Cualquiera de esas dos cosas habría sido mucho más sencilla que la verdad. ¡Incluso habría preferido que su esposa lo hubiera dejado por otra mujer! Pero la verdadera razón por la que su matrimonio había terminado hacía que se despertara por las noches con ganas de gritar al cielo.

Había cosas que no podían arreglarse, se recordó. Actos que no podían corregirse, como lanzar una piedra a un estanque. No se podía hacer más que esperar a ver las ondas y que nadie resultara herido.

Josh y él fueron hasta el vestuario. Después de ducharse y vestirse, decidieron entrenar juntos la semana siguiente. Una de las cosas que Raúl más echaba de menos de jugar al fútbol americano era entrenar con sus compañeros de equipo, pero ahora podía contar con Josh y también a veces con el amigo de éste, Ethan Hendrix.