– Tu corazón -dijo sencillamente Montana-. Pia, harás todo lo que esté en tu poder por ocuparte de esos niños. Te sacrificarás y te preocuparás y estarás a su lado cuando te necesiten. Así eres.

– Me asusta mucho lo de ser madre soltera -admitió.

– Puede que estés soltera, pero no estarás sola -le recordó Montana-. Esto es Fool’s Gold. El pueblo se ocupará de ti. Tendrás toda la ayuda y consejo que necesites. Por cierto, si puedo hacer algo, por favor, dímelo.

– Lo haré.

Pia sabía que Montana tenía razón: si necesitaba ayuda, no tenía más que pedirla. Después estaba el extraño ofrecimiento de Raúl de ser su «compañero de embarazo». No estaba del todo segura de lo que Raúl pretendía, pero era agradable saber que estaba dispuesto a estar a su lado.

– Ojalá Crystal me hubiera contado esto antes de morir. Que me hubiera explicado lo que quería.

– ¿Le habrías dicho que no? -preguntó Montana.

Pia pensó en la pregunta.

– Probablemente habría intentado hacerle cambiar de opinión, pero al final, si esto es lo que quería, habría accedido. Pero por lo menos habría tenido la oportunidad de descubrir por qué.

– ¿De verdad no puedes imaginarlo? ¿Te confunde pensar por qué te dejó los embriones?

– Sí. ¿A ti no?

Montana le sonrió.

– No. Ni lo más mínimo. Supongo que tendrás que averiguarlo y cuando lo hagas, sabrás por qué te eligió a ti y te vio como la persona adecuada.

Capítulo 7

La doctora Cecilia Galloway era una mujer alta, de estructura ósea grande, que había ido a la Facultad de Medicina cuando se esperaba que las mujeres fueran o amas de casa o secretarias. Creía que una paciente informada era una paciente feliz, y que hasta que un hombre sufriera cambios de humor y calambres menstruales, no estaba en posición de decir si esas molestias estaban o no dentro de la cabeza del paciente.

La madre de una de sus amigas le había sugerido con mucha delicadeza a Pia que visitara una ginecóloga antes de empezar la universidad. Pia no había pensado en tener relaciones sexuales, pero había seguido el consejo y había acudido a consulta para su primer examen pélvico.

La doctora Galloway había hecho que la experiencia fuera más interesante que temible, ya que le había explicado todos los detalles del sistema reproductor en un lenguaje que la adolescente pudo comprender. También le había ofrecido consejo sobre los chicos y su falta de experiencia. Le había enseñado a localizar su clítoris y el punto G y le había sugerido que le dijera al chico en cuestión que invirtiera algo de tiempo con ambos antes de hacerle el amor.

Ahora, una década después, Pia estaba de nuevo sentada en la consulta de la doctora Galloway con una lista de preguntas que le habían hecho darse cuenta de que no sabía lo suficiente como para saber qué preguntar. En lugar de entrar en Internet y sacar verdades a medias, había acudido a una fuente de conocimiento.

Cuando pasaban unos minutos de las diez, la doctora Galloway entró en su consulta. Llevaba una bata blanca y tenía el pelo corto y canoso. No se molestaba en maquillarse, pero sus ojos azules se veían cálidos detrás de sus gafas.

– Pia -dijo la doctora con una sonrisa y se sentó a su lado-. Me ha sorprendido un poco verte entrar aquí hoy.

Cuando Pia había pedido la cita, había dicho que tenía que hablar con la doctora antes de que la examinara y había explicado por qué.

Ahora, la doctora Galloway soltó su carpeta y la miró.

– Eres joven y sana. ¿Estás segura de esto? Es una medida muy extrema en este momento de tu vida. ¿No preferirías esperar a tener una relación? O aunque no quieras saber nada de un padre, podríamos consultar algún proceso de inseminación artificial en lugar de la fecundación in vitro.

Pia tardó un segundo en darse cuenta del problema.

– No intento quedarme embarazada -dijo sacudiendo la cabeza-. Bueno, sí que lo intento, pero no es lo que piensa.

La doctora Galloway se recostó en su silla.

– ¿Por qué no iba a pensarlo?

– Crystal Westland me ha dejado sus embriones.

La expresión de la mujer se suavizó.

– ¿Ah, sí? Me preguntaba qué haría Crystal. Pobre niña, cuánto ha sufrido. Es una gran pérdida para todos -respiró hondo-. Entonces, ¿quieres tener los bebés de Crystal?

«Querer» era una palabra muy fuerte. Había aceptado el cambio que se produciría en su vida y estaba intentando asumirlo. Lo de «querer» ya vendría después.

– Voy a tenerlos -dijo Pia con firmeza-. ¿Cuál es el siguiente paso?

La doctora Galloway la miró un momento.

– Hacemos un examen para asegurarnos de que estás sana. Te extraemos un poco de sangre, esas cosas.

Ella se levantó y fue al otro lado de la mesa. Después de sentarse, sacó una libreta y comenzó a tomar notas.

– ¿Cuántos embriones hay?

– Tres.

– ¿Los implantarás todos a la vez?

– No lo sé. ¿Debería hacerlo?

– Puede que sea lo mejor -la doctora alzó la cabeza-. El proceso es muy sencillo. Yo misma puedo hacerlo. Es un procedimiento simple y relativamente indoloro.

Sacó varios folletos de un cajón.

– Después te tiendes sobre la mesa de examen durante unos minutos para dar tiempo a que los embriones se asienten. Dos semanas después, hacemos prueba para ver si estás embarazada.

Eso no sonaba muy mal, pensó Pia.

– ¿Tendré que tomar medicamentos? El chico del laboratorio me habló de preparar mi cuerpo.

– Depende. Monitorizaremos tu ciclo con una serie de ultrasonidos. Cuando estés lista, los implantaremos -se acercó a ella-. Pero es posible que no iodos los embriones hayan sobrevivido al proceso de descongelación.

Pia no había pensado en ello.

– ¿Sabremos cuándo estarán derretidos?

– Sí, se comprueba antes de implantarlos.

La doctora le entregó varios folletos.

– Puedes leer éstos. Dan más detalles sobre lo que sucederá. La implantación es segura y rápida. No hay razón para pensar que no sea como un embarazo normal.

Pia abrió la boca y la cerró. Bajó la mirada y miró a la doctora.

– ¿Y si yo hiciera algo mal?

La doctora Galloway sacudió la cabeza.

– No hay nada inmoral en tener los hijos de Crystal Pia. Es un acto de amor.

– No me refiero a eso. Me refiero a… -tragó saliva-. Cuando estaba en la universidad tuve un novio y me quedé embarazada.

– Tuviste un aborto -la doctora suspiró-. Sucede todo el tiempo, pero no tiene ningún impacto en…

– No -se apresuró a decir ella-. No lo tuve. Estaba tan asustada que no podía creer que estuviera sucediendo de verdad. El chico con el que salía no se casaría conmigo de ningún modo, y yo, por otro lado, tampoco quería eso. Deseaba que el bebé desapareciera y una mañana me desperté y estaba sangrando. Me había vuelto el periodo -se sentía culpable y avergonzada-. Deseé que mi bebé muriera y murió.

La doctora se levantó, la hizo levantarse y le agarró las manos.

– No -dijo con una voz firme-. No tienes tanto poder, Pia. Ninguno lo tenemos. Un porcentaje importante de embarazos finaliza de manera espontánea. Es imposible predecir exactamente cuándo sucederá o incluso saber por qué. Algo fue mal dentro del embrión. Por eso perdiste al bebé. No porque tú lo desearas.

A Pia se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Recé para que sucediera.

– Pues Dios no respondió a tus plegarias. ¿Te has sentido mal todo este tiempo?

Ella asintió y tragó saliva.

– No merezco tener a los hijos de Crystal. Soy una mala persona.

– Una mala persona no se preocuparía por esto. Eres joven y sana y serás una madre increíble. Vamos. Haremos el examen y descartaremos cualquier problema físico. Después, podrás decidir. Y en cuanto al niño que perdiste, ha llegado el momento de superarlo.

Pia sabía que la otra mujer tenía razón, pero dentro de su corazón el sentimiento de culpabilidad seguía ahí.


Una hora después, cuando le habían extraído sangre y le habían hecho su primera ecografía, Pia se vistió.

– Todo está bien -le dijo la doctora al volver a la consulta-. Estás preparada. Según tu último periodo, faltan cinco o seis días para alcanzar el punto máximo de espesor de la pared del útero. Así que estás en la semana apropiada, si quieres hacerlo este mes.

– Tan deprisa -dijo Pia.

– Puedes esperar todo el tiempo que quieras.

Médicamente, sí, pero si esperaba, podría acobardarse.

– ¿Tienes seguro? Tal vez deberías comprobar la cobertura que tienes.

– Estoy dentro del plan que ofrece la ciudad -el embarazo quedaría cubierto-. Crystal ha dejado dinero para cubrir la implantación -y también había dinero en el fondo para cada niño y otra cantidad para ayudar a Pia con los gastos mensuales.

– Entonces, la elección es tuya -la doctora la miró-. Olvida el pasado. Es hora de pensar en el futuro. Cuando estés dispuesta, yo te ayudaré.

– ¿Debería hacer algo especial en lo que concierne a vitaminas y comida?

– Te hemos hecho un análisis de sangre y tendré los resultados en pocos días. Después, tomarás vitaminas junto con suplementos adicionales que podrías necesitar. Por el momento, relájate -la mujer le sonrió-. No, lo retiro. Encuentra a un hombre bien guapo y ten algo de sexo.

Pia se sonrojó.

– ¿Es eso un consejo médico?

La doctora se rio.

– Sí. Te vas a quedar embarazada de trillizos, Pia. Tu cuerpo no será el mismo en mucho tiempo. Disfrútalo mientras puedas. ¿Hay alguien especial en tu vida?

Inmediatamente, pensó en Raúl… su guapísimo compañero de embarazo.

– La verdad es que no. No estoy saliendo con nadie.

– Mi consejo sigue en pie, pero asegúrate de tomar precauciones. Después, cuando estés preparada, daremos los siguientes pasos. Estás haciendo algo extraordinario, Pia. Estoy muy orgullosa de ti.

Pia le dio las gracias y se marchó. Tanta información le daba vueltas en la cabeza. Agradecía que el procedimiento pudiera realizarse con tan relativa facilidad y agradecía los intentos de la doctora de reconfortarla por lo sucedido en el pasado. Pia sabía lógicamente que ella no tenía la culpa de haber perdido al bebé, pero no podía evitar sentir que tarde o temprano recibiría un castigo por ello.

¿Y qué significaba eso? ¿Tenía que ceder ante el miedo y no tener los bebés de Crystal? Eso tampoco le parecía correcto. Si seguía adelante, tendría que tener fe. Ella, por su parte, lo haría todo bien, se cuidaría al máximo y después los bebés tendrían que ocuparse del resto. Un plan razonable, se dijo. Una respuesta racional.

Pero no podía evitar preguntarse si Crystal le habría dejado los embriones de haber sabido la verdad.


Pia apenas llevaba cinco minutos en su despacho cuando Marsha la llamó.

– Están aquí -dijo la alcaldesa desesperada-. Sabía que vendrían, pero aun así…

– ¿Quién está aquí?

– Los periodistas. Están por todas partes. Necesito que vengas al ayuntamiento y que los encandiles.

– ¿Es aquí donde te digo que no me siento especialmente encandiladora?

– No, no es aquí. Estamos desesperados. Charity también hará preguntas. Necesito ver juventud, mujeres sexys y seguras de sí mismas. Nada que os haga parecer solteronas.

A pesar de todo lo que había sucedido esa mañana. Pia estalló en carcajadas.

– No creo que nos llamen así en este siglo, Marsha.

– Claro que lo harán, cuenta con ello. ¿Vas a venir?

– Allí estaré. Dame quince minutos.

– Que sean doce.


Pia llegó al ayuntamiento en diez minutos y encontró que la alcaldesa no estaba de broma. Había varias furgonetas de distintos medios aparcados en la calle con periodistas. Era un perfecto día de otoño, no demasiado frío, con el cielo azul y las hojas de los árboles dando toques rojizos y amarillos.

Podía ver a Charity hablando con dos periodistas a la vez y una multitud de residentes que empezaban a congregarse. Respirando hondo y recordándose que tenía que hablar con coherencia, dio un paso al frente.

– Hola. Soy Pia O’Brian. Trabajo para el Ayuntamiento. La alcaldesa Tilson me ha pedido que venga por si tienen alguna pregunta.

Inmediatamente tres cámaras se centraron en ella y se encendieron unas luces cegadoras. Pia hizo lo que pudo por no parpadear como un topo al ver el sol.

– ¿Cómo te llamas? ¿Puedes deletrearlo?

No creía que Pia fuera un nombre difícil, pero lo hizo de todos modos.

– ¿Qué es eso de la escasez de hombres? -preguntó un joven-. ¿De qué forma los espantáis?

– ¿Es una cuestión de sexo? -preguntó otro hombre-. ¿Es que las mujeres del pueblo no son marchosas?

Creían que la razón era que ellas estaban haciendo algo malo, pero hizo lo que pudo para que no se notara su enfado.