– Puedo hacerlo -dijo más para sí que para ella-. Soy fuerte. El pueblo me ayudará.

– Y no te olvides de mí. Soy tu compañero de embarazo.

A ella le seguía pareciendo algo extraño, pero ¿por qué estropear la diversión?

– ¿Has sido compañero de embarazo antes?

La expresión de él se tensó antes de relajarse.

– No, pero mi novia del instituto pensó que estaba embarazada.

– ¿Y qué hiciste?

– Me ofrecí a casarme con ella.

– Claro.

– ¿Qué quieres decir?

– Seguro que todos te adoraban en el instituto.

– Yo no diría que me adoraban.

– Seguro que sí -dio un sorbo de vino-. Yo era animadora.

Él enarcó una ceja.

– ¿Aún tienes el uniforme?

Pia se rio.

– Sí, pero ésa no es la cuestión. A mucha gente no le gustan las animadoras, por eso de la popularidad.

– ¿Eras popular?

– Más o menos -por lo menos hasta que su vida se vino abajo-. La verdad es que no era muy afectuosa ni humilde -admitió-. Más bien era malvada y mezquina.

– Tú no eres mezquina.

– Lo era. Me reía de la gente y presumía de lo que tenía. Ahora sé que se debía a una mezcla extraña de inmadurez e inseguridad, pero no creo que nada de eso haga que mis víctimas se sientan mejor.

– ¿Tuviste víctimas?

– Me burlé de mucha gente -y la mayoría ahora estaban riéndose y tenían unas vidas maravillosas mientras que ella vivía en un apartamento de una habitación y no lograba caerle bien a un gato.

– Eres muy dura contigo misma.

– Puede que me lo merezca.

– Supongo que todo el mundo hace algo malo de vez en cuando.

– Me gustaría que fuera así de sencillo.

– ¿Por qué tiene que ser complicado?

Una pregunta interesante, pensó ella, perdiéndose en su mirada.

Raúl era uno de los buenos; una chica podía sentirse segura a su alrededor. Eso sin mencionar muchas otras cosas que resultaban mucho más sabrosas que seguras.

Se vio invadida por una oleada de valentía. Soltó el vino, se preparó para una negativa y dijo:

– ¿Quieres tener sexo conmigo?

Capítulo 8

Raúl se sintió como un personaje de dibujos animados: quiso sacudir la cabeza para asegurarse de que estaba oyendo bien. Pero aun así, estaba seguro de que los ojos se le saldrían de las órbitas.

– ¿Cómo dices? -le preguntó levantándose.

Pia suspiró.

– ¿Quieres tener sexo conmigo? La doctora me lo ha sugerido. No es que sea importante para el procedimiento de implantación, porque no lo es, pero ella dice que estoy a punto de quedarme embarazada y que con los bebés lo más probable es que pase mucho tiempo antes de que un hombre me encuentre deseable, suponiendo que eso vuelva a pasar. Así que tener sexo ahora tendría sentido.

Lo había dicho todo sin tomar aire. Ahora estaba mirándolo con sus ojos de color avellana bien abiertos y una expresión de cautela.

– No tienes por qué hacerlo si no quieres. No tengo ni idea de lo que piensas de mí. No creo que sea abominable, pero tampoco llevo colgada una placa diciendo que soy genial en la cama.

Él la miraba con los ojos abiertos como platos y pudo ver que ella estaba preparada para oír una negativa.

¿Sexo con Pia? Sin duda la encontraba sexy y atractiva, pero jamás había pensado ir tan lejos. Había muchas razones para no hacerlo, la mayor de todas era que vivirían juntos en un pueblo muy pequeño y no quedaría mucho espacio, sería demasiado incómodo.

Ella se mordía el labio inferior. Era preciosa. Esa pose orgullosa de sus hombros, el suave brillo de sus mejillas, el modo en que sus rizos castaños caían sobre sus hombros.

Siempre había sido la clase de hombre que miraba más allá del físico y el hecho de que Pia fuera a tener los hijos de otros, simplemente porque se lo habían pedido, la convertía en una de las mejores mujeres que había conocido nunca. Y de verdad le gustaban los besos que habían compartido.

La idea del sexo… no, de hacer el amor… la iba atrayendo más y más a cada segundo que pasaba. Sabía que una vez que tuviera los bebés, ella tendría otras cosas en la cabeza, pero algo en su interior le decía que una sola noche con Pia sería una noche que valdría la pena recordar.

Dio un paso hacia ella.

– Me ofrecí a ser tu compañero de embarazo -dijo en voz baja-. A hacer lo que me pidieras, a ocuparme de tus necesidades.

– Esto no es exactamente lo mismo que salir a comprar helado en medio de una tormenta.

Él la levantó, posó las manos sobre sus hombros y la miró a los ojos.

– Es mucho más divertido que eso.

Pia tragó saliva.

– No tienes por qué hacer esto. No debería habértelo preguntado. No quiero que te sientas presionado o…

Raúl se acercó y apretó la boca contra la suya, lo cual no estuvo mal porque a veces el silencio era lo mejor.

Sus labios eran suaves y tentadores. Sus brazos lo rodeaban. Era cálida, pero lo suficientemente alta como para que él no tuviera que agacharse demasiado para volver a besarla. Y eso también era bueno, porque le gustaba besarla y quería hacerlo durante micho tiempo.

Pia se había esperado una pequeña discusión estableciendo las normas de lo que sería esa relación de compañero de embarazo, pero al parecer no era necesaria, pensó mientras la cálida boca de Raúl reclamaba la suya. El beso fue ardiente y tierno a la vez y sus labios hicieron que Pia quisiera derretirse en su liso y fuerte cuerpo.

Él la abrazaba contra su cuerpo. Tenía los hombros anchos y un cuerpo musculoso. Su aroma era tan bueno como su aspecto, masculino, pero limpio. Y sus mejillas estaban cubiertas por una fina barba.

Había pasado mucho tiempo desde que un hombre la había hecho sentir así, pensó mientras lo rodeaba por el cuello y se entregaba a su beso. Deslizó los dedos por su oscuro cabello, cuyas cortas capas parecían seda. Él bajó las manos hasta sus caderas y posó una en su trasero.

Cuando apretó suavemente una de sus nalgas, a Pia se le encogió el estómago. Ella se acercó más a su cuerpo e inmediatamente fue consciente de la excitación de Raúl… prueba de que no estaba actuando por compasión. ¡Gracias a Dios!

Él acarició su labio inferior con su lengua antes de hundirla dentro de su boca.

Pia se entregó por completo al beso y el deseo la consumió, haciéndola querer acercarse más, acariciarlo y que él la acariciara a ella. Lo acarició con la lengua, más deprisa que él. Las manos que sujetaban sus caderas ejercieron más fuerza y pasaron a deslizarse lentamente por ellas. Ella contuvo el aliento hasta que Raúl cubrió sus pechos con sus manos y los apretó con delicadeza antes de acariciar sus ya endurecidos pezones.

Ante el primer roce, ella sintió una sacudida que le llegó a los dedos de los pies. Ante el segundo, tuvo que contenerse para no gritar más y se recordó que no debía suplicar porque eso a los hombres no les resultaba atractivo. Pero era difícil centrarse cuando cada contacto contra sus sensibles pechos la hacía querer gritar.

Él bajó la cabeza hasta su mandíbula y fue besándola hasta llegar a su oreja para de ahí pasar a su clavícula. Se detuvo para saborear su piel en un beso que resultó sorprendentemente excitante. O tal vez fue debido al modo en que seguía acariciándole los pechos o a la sensación de tener su cuerpo tan cerca.

Antes de poder decidir a qué se debía, él le había tomado la cara entre sus manos y estaba besándola de nuevo. Fueron unos besos intensos que le despertaron más anhelo y deseo. Sin saber qué estaba haciendo, se vio desabrochándose el vestido, que quedó abierto hasta su cintura.

Antes de poder descubrir cómo parar o qué hacer, él le había bajado el vestido hasta las caderas y estaba deslizando sus dedos desde sus muñecas hasta sus hombros y de ahí a sus pechos. Con un experto juego de manos, el sujetador quedó desabrochado y cayó al suelo.

En cuestión de segundos, él había sustituido el encaje de seda por sus manos desnudas. Piel sobre piel, pensó ella, con los ojos cerrados. Raúl la acariciaba con delicadeza, explorando sus curvas.

Ella se concentró en cada caricia, en cada roce de sus dedos y sus manos. Él se acercaba más y más a sus pezones, aunque no llegaba a tocarlos. El contacto aumentó la excitación de Pia y entonces, cuando estaba a punto de sujetarle las manos y colocarlas ahí donde quería, él se agachó y tomó su pezón izquierdo en su boca.

Ese beso húmedo y ardiente hizo que se le cortara la respiración y que ese punto entre sus muslos se infamara cargado de deseo.

Raúl pasó al otro pecho y, mientras, ella le acarició la cabeza y los hombros, sintiendo su fuerza. El deseo la invadía y la hacía sentirse deliciosa y viva.

– Deberíamos animar la fiesta -susurró él mientras se quitaba la camisa.

Ella asintió y su mirada quedó prendada de ese ancho torso. Quería tocarlo y saborearlo, explorarlo, pero él ya estaba apartándose. Mientras lo seguía, ella se desabrochó el resto de los botones del vestido y se lo quitó, además de descalzarse, mientras caminaba.

Cuando se reunieron en el dormitorio, él estaba desnudo y al verlo, ella comprendió el concepto de belleza masculina. Su pelo era un conjunto de definidos músculos, su cintura era estrecha y sus piernas fuertes. Estaba excitado y preparado, con una mirada intensa y centrada en ella. Solo mirarlo la hizo temblar. Mientras ella se movía hacia él, él la rodeó por la cintura y ambos cayeron sobre la cama.

– ¿Tienes preservativos? -le preguntó él antes de besarla.

Pia asintió.

– Bien. No queremos que ninguna gota de esperma esté por ahí con los embriones de Crystal. La cosa podría ponerse muy concurrida ahí abajo.

Sonrió mientras hablaba y sus ojos parecían estar vivos de diversión y deseo. Fue una combinación irresistible. Y entonces volvió a besarla. Ella se dejó perder en la sensación de su boca sobre la suya.

Sus lenguas se entrelazaron en una erótica danza y después él pasó a moverse por su cuello, como había hecho antes. Ese hombre era muy hábil, pensó ella como en una ensoñación y sintiendo cómo cada parte de su cuerpo ardía y se derretía. Cuando él tomó su lóbulo en su boca, Pia tuvo que morderse el labio inferior para evitar gritar. Y cuando ella sintió su peso tendiéndose junto a su cuerpo, tuvo que controlarse para no separar las piernas a modo de descarada invitación. Lo quería… lo quería todo de él… dentro… encima… dándole placer a ambos hasta la locura.

Cuando él acarició sus pechos, fue tan placentero como al principio y con cada roce de su lengua contra sus pezones sintió un cosquilleo entre las piernas. Podía sentir cómo estaba inflamándose para él.

Él bajó la boca y se detuvo lo suficiente para quitarle las braguitas con un suave y sencillo gesto. Ella quería sentir sus besos sobre su vientre, pero la calidez de sus labios la sintió en la cara interna de los tobillos.

– ¿Que estás haciendo?

Lo notó reírse.

– Y yo que creía que eras guapa e inteligente.

Fue subiendo dejando un rastro de besos por su pierna hasta situarse entre sus muslos.

Ella separó más las piernas sabiendo que si no lo hacía acabaría suplicando. Entonces la boca de Raúl se posó sobre la parte más sensitiva de su ser y un cálido placer la invadió.

Él se movía lentamente, como si estuviera descubriéndola. Era una caricia perfecta, lo suficientemente rápida como para excitar y lo suficientemente delicada como para hacer que todo lo que él hacía fuera magia. Se detuvo para decirle cuánto le gustaba mirarla así y esas palabras la excitaron casi tanto como el dedo que se hundió en su interior.

Mientras la acariciaba, posó la boca sobre un terso e inflamado punto que rozó con su lengua, provocándole un espasmo de placer. Movía la lengua al mismo tiempo que el dedo, hacia delante y hacia atrás, dentro y fuera. Pia no podía recordar la última vez que un hombre le había hecho algo así, la última vez que había sentido ese calor líquido fluyendo por su cuerpo, la promesa de liberarse en cuestión de segundos.

Intentó contenerse, al querer saborear el momento el máximo tiempo posible y aunque el final sería genial, ese momento de espera y anticipación tampoco tenía precio. Pero era como nadar contra corriente. Agotador e imposible. Cada movimiento de su lengua la acercaba más al borde del placer y cuando él cerró los labios alrededor de ese punto, ella se perdió y se produjo un fuerte estallido de placer.

Los músculos se tensaron y se relajaron y cada célula de su cuerpo tembló según el placer iba abriéndose paso en su cuerpo. Se rindió a las sensaciones, arqueando la cabeza hacia atrás y jadeando una y otra vez.

Cuando logró pensar de nuevo, abrió los ojos y vio a Raúl sonriéndole con expresión de satisfacción.

– No eres todo eso -le dijo ella apenas sin respiración.