– ¡Es muy dulce! -dijo Montana con un suspiro.
Pero Liz era más como Pia, menos romántica y más realista.
– ¿Por qué?
– Eso es lo que le pregunté. Resulta que conoció a Keith. Raúl estuvo allí con el equipo para animar a las tropas y Keith era parte de su escolta. Se hicieron amigos y Keith le habló de Crystal y de Fool’s Gold. Raúl estaba a su lado cuando murió.
– No lo sabía -dijo Montana con los ojos como platos-. ¿Por eso vino aquí?
Pia asintió.
– Hizo caso a nuestra invitación para participar es el torneo de golf porque reconoció el nombre del pueblo y quería visitarlo. Le gustó lo que vio y decidió mudarse aquí.
– ¿Habló con Crystal?
– No. No sabía qué decirle. Y no supo que estaba muriéndose y que me había dejado los embriones hasta que yo lo descubrí y tuve una especie de ataque de nervios delante de él. A partir de ahí todo ha ido muy rápido.
– Y ahora quiere casarse contigo -dijo Montana con un suspiro-. Es muy romántico.
Era más práctico que romántico, en realidad.
Pia se encogió de hombros.
– Quiere formar parte de esto y a mí me gustó la idea de no estar sola.
– No estás sola -le dijo Montana-. Nos tienes a nosotras.
– Lo sé y es genial… -vaciló.
Liz continuó por ella.
– Pero tener amigas con sus vidas no es lo mismo que tener a alguien que siempre estará a tu lado. Cuando me quedé embarazada de Tyler, estaba asustada y confundida. Y tú vas a tener trillizos.
– Intento no pensar en el número. Bueno, el caso es que Raúl ha estado conmigo cuando he tomado la decisión y me ha apoyado mucho. Y hoy, después de que la ecografía confirmara que los tres embriones se habían implantado, me ha pedido que me case con él.
– Vas a tener los bebés de Crystal -dijo Liz con los ojos llenos de lágrimas-. Es una bendición para los dos. Ella estaría emocionada.
Pia seguía confusa, pero sonrió de todos modos.
– Ahora estoy comprometida a hacerlo.
– Bebés -dijo Montana-. Y una proposición de matrimonio. ¿Ha sido bonito? ¿Se ha puesto de rodillas?
– Montana, no estamos enamorados. Raúl quiere casarse conmigo y formar parte de la vida de los niños porque quiere ser padre. Cuando le he preguntado por qué, me ha dicho que yo no soy la madre biológica y que nadie me está cuestionando. Estoy dispuesta a tenerlos por mi amiga, porque es lo correcto. Él quiere ser padre y que yo sea su mujer por Keith y porque es lo correcto.
Solo el hecho de pronunciar esas palabras ya era difícil… y más lo era creerlas.
– Al principio no sabía si aceptar, pero puede ser muy convincente. Nos gustamos y nos respetamos. Es un buen hombre y confío en él. No había podido decir eso de un hombre antes.
Liz la abrazó.
– Esto me da buena espina. Los matrimonios concertados han funcionado durante generaciones.
– Pero no estáis enamorados -dijo Montana-. ¿Es que no quieres estar enamorada?
– A veces hay que ser práctico -le dijo Liz-. El amor puede surgir entre ellos.
Pia no había pensado en eso.
– Puede que se enamore locamente de ti -le dijo Montana.
– No lo creo -dijo Pia con firmeza-. Hasta la fecha todos los hombres de mi vida me han engañado y prefiero saber la verdad de antemano. Raúl ha sido sincero y se lo agradezco.
– Supongo -sin embargo, Montana no parecía muy convencida-. Pero es que no es nada romántico.
– Lo romántico puede ser muy doloroso -le recordó Pia.
Liz se recostó en la silla.
– Entonces, ¿no está permitido el amor?
– No hemos hablado de las reglas -admitió Pia-, pero se da por hecho.
– Pues entonces tendrás que tener cuidado. El corazón es una bestia tramposa.
– Confía en mí. Tengo grandes planes de mantenerme emocionalmente entera. Por favor, ¿podríais no decir nada sobre la razón por la que vamos a casarnos? No me importa que se lo digáis a Charity, pero a nadie más.
– Claro que no diremos nada -prometió Liz-. Ahora mismo esas especulaciones es lo último que necesitas. Pero prepárate. Todo el mundo acabará enterándose. Vas a ser una estrella.
– Puedo con ello -Pia había sido el centro de atención en el pueblo una vez y había sido terrible. Ahora las razones eran distintas y estaba segura de que todo iría bien.
Raúl le había dado su palabra y ella había optado por creerlo. Se quedaría con ella y con los bebés. Tal vez no estaban locamente enamorados, pero no pasaba nada. Había muchas formas distintas de hacer feliz a una familia y ellos encontrarían la suya.
Capítulo 12
Pia evitó ir al supermercado todo lo que pudo. Si había un lugar en Fool’s Gold donde era más probable encontrarse con gente que quisiera hablar sobre su matrimonio, era el lugar situado entre el pasillo de los productos de granja y de los congelados. Pero se había quedado sin leche esa misma mañana y no tenía nada en la nevera, así que había llegado el momento de apretar los dientes e ir a por ello.
Pensando que la tienda estaría más tranquila a mediodía que después del trabajo, aprovechó su hora del almuerzo para ir allí.
Durante el camino se topó con muchos hombres que no conocía; incluso uno le había entregado un carro de la compra antes de que ella entrara en la tienda. Qué extraño.
Pasó por la zona de limpieza, por el mostrador de la carne y estaba a medio camino de la zona de lácteas cuando Denise Hendrix la vio.
– ¡Pia! -gritó la mujer dejando su carro a un lado-. Ya me he enterado. ¡Cuánto me alegro!
Pia se preparó para un cálido abrazo de parte de la matriarca de la familia Hendrix. Una mujer atractiva de cincuenta y pocos años que había perdido a su esposo unos diez años atrás. Era un miembro activo de la comunidad y madre de seis hijos, incluyendo a sus hijas que eran trillizas idénticas.
Después de abrazarse, Denise dio un paso atrás.
– Vas a tener los bebés de Crystal. Es una bendición.
– Gracias. Aún no me lo creo y estoy algo asustada.
– Claro que sí, pero vas a hacerlo de todos modos. Estoy muy orgullosa de ti -sonrió-. Estoy a tu disposición siempre que me necesites. Un parto múltiple es completamente factible; solo tienes que planificarte.
– Eso he oído -la planificación era importante, pensó Pia. Y empezaría a hacerlo en cuanto asumiera la idea de tener trillizos-. Te agradezco tu ayuda. Seguro que tendré muchas preguntas, aunque ahora mismo no sé cuáles son.
– No te preocupes. No voy a ir a ninguna parte. Avísame cuando estés lista -Denise enarcó una ceja-. También he oído que hay que felicitarte por más cosas. ¿Ya tienes fecha?
– Aún no.
– Supongo que querrás una boda pequeña y tranquila. No tendrás fuerzas para planear algo a lo grande, a menos que quieras esperar a que nazcan los bebés.
Lo de casarse era una cosa, pensó Pia, pero ¿celebrar una boda?
– Yo… eh… Aún no hemos decidido qué vamos a hacer. Todo ha sucedido muy deprisa.
– Sabía que encontrarías a alguien maravilloso -le dijo Denise-. Siempre has sido una chica encantadora. Después de todo lo que has pasado con tus padres… -se aclaró la voz-. Bueno, no hay necesidad de hablar de ello. El caso es que has encontrado la felicidad. Por lo que he oído, Raúl es una persona muy especial. Y guapo. Es el rival de Josh.
Pia se rio.
– No creo que haya ninguna competición.
– Pues eso es porque no has estado en la peluquería de Julia últimamente. La semana pasada se produjo una discusión muy acalorada sobre los dos.
Pia recordó la reunión del consejo en el Ayuntamiento cuando habían hablado de quién tenía el mejor trasero.
– Necesitamos algo más en lo que pensar en este pueblo.
– Están esos hombres. Eso es un tema de conversación. ¿Te has fijado que están por todas partes? Justo ayer dos me silbaron -sonó furiosa y complacida a la vez.
– No sé qué vamos a hacer con ellos.
– Creía que ya había algo planeado.
– Algunas cosas, pero ¿qué van a hacer el resto del tiempo? ¿Vagar por las calles en busca de conquistas?
Denise se rio y añadió:
– Lamento que no te emocione mucho la llegada de tantos hombres, pero eso es porque tú ya has encontrado a alguien maravilloso. Me pregunto si habrá algún hombre mayor.
Pia se dio cuenta de que todo el mundo daba por hecho que Raúl y ella estaban locamente enamorados y se preguntó si deberían decir algo. Sin embargo, la distrajo el último comentario de Denise.
– ¿Estás interesada en algún hombre? -le preguntó.
– «Interesada» es una palabra demasiado fuerte -dijo la mujer encogiéndose de hombros-. Tengo… curiosidad. Hace mucho tiempo que Ralph se fue y mis hijos son lo suficientemente mayores como para que no les moleste que salga con alguien. Me gusta mi vida, pero a veces creo que sería mejor tener a alguien.
– Pues adelante. Creo que es genial. No sé las edades de los hombres que están llegando, pero puedo avisarte si veo a alguno bueno -sonrió-. ¿Qué me dices de alguno más joven?
– No soy una de esas mujeres que buscan jovencitos.
– Podrías serlo.
Denise era guapa, con el pelo corto y moreno, unos brillantes ojos y un cuerpo que alguien quince años más joven podría envidiar.
– Preferiría alguien de mi edad. Así tengo que dar menos explicaciones. ¿Crees que alguien más joven podría comprender la emoción de oír Rhinestone Cowboy por la radio?
– Probablemente no -admitió Pia-. Te encontraremos un hombre simpático que recuerde la década de los setenta.
– ¿No estarás viéndome como un proyecto, verdad?
– No. No se lo diré a ninguna de tus hijas. Dejaré que seas tú quien les diga que estás al acecho.
Denise se rio y alzó las manos.
– No estoy al acecho, solo estoy pensando. Hay una diferencia. Bueno, recuerda que aquí me tienes si tienes alguna pregunta. Además, cuando prepares la lista de regalitos para los bebés, avísame. Habrá cosas para las que necesites tres, pero otras no.
– De acuerdo.
¿Regalos? ¿Para una fiesta prenatal? Pia no estáis preparada para eso, aunque en realidad era mucho más sencillo que una boda.
– De acuerdo, querida -dijo Denise abrazándola de nuevo-. Estoy encantada. Te mereces toda la felicidad del mundo.
– Gracias.
Denise se despidió y empujó su carro hacia la parte delantera de la tienda. Pia terminó de hacer su compra, se lo llevó todo a casa y lo guardó. Cuando volvió a salir de su apartamento, fue al despacho de Raúl en lugar de al suyo.
Diez minutos después, lo encontró solo en la amplia y vacía sala.
– Tienes que comprar algún mueble y contratar empleados.
– Tengo a Dakota. Está almorzando -se levantó de su mesa y le sonrió-. Qué sorpresa tan agradable.
– Tenemos que hablar.
– ¿Debería preocuparme?
– No. No pasa nada -respiró hondo-. Sabrás que la noticia se está extendiendo y todo el pueblo se enterará de que vamos a casamos.
– Me lo imaginaba. Josh ha violado el código de chicos.
– ¿Le dijiste que no dijera nada del compromiso?
– Sí, pero no sirvió de nada.
– Esto no es como Dallas o Seattle. Todo el mundo lo sabe todo de los demás.
Se levantó y la acercó a sí.
– ¿Es eso un problema?
– No es algo que se pueda cambiar.
– Lo que quiero decir es si estás molesta por el hecho de que la gente sepa que vamos a casamos.
Allí de pie, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo, resultaba difícil estar molesta por algo.
– No estoy molesta, es solo que pensaba que tendríamos más tiempo para acostumbramos a la idea.
Le acarició las mejillas.
– Así que la gente se te está acercando a decirte cosas.
Ella asintió.
– ¿Quieres cambiar de opinión?
– No.
– Bien, porque yo tampoco -bajó la cabeza y la besó suavemente-. Lo que te dije iba en serio, Pia. Estoy absolutamente volcado en esto.
Pia no se había dado cuenta del nudo que se le había formado en la garganta hasta que él volvió a pronunciar esas palabras. Al momento, se le deshizo y de pronto le fue más fácil respirar.
– Gracias -le susurró-. Yo también.
– Bien.
Volvió a besarla y dejó que su calor manara desde dentro.
– ¿Quieres venir a cenar? Cocino yo.
– ¿Sabes cocinar? -le preguntó Pia.
Él se encogió de hombros.
– Haré una barbacoa.
Ella se rio.
– Hace frío fuera.
– Sobreviré el tiempo que me lleve asar un par de bistecs -y añadió diciéndole al oído-: Existe una cosa llamada chaqueta. Tengo una.
– Eres un listillo…
– Bueno, ¿eso ha sido un «sí»?
– Allí estaré.
– Genial. Ahora mismo voy al colegio, pero cuando baje, compraré bistecs y ensaladas. ¿A las seis te parece bien?
– Claro.
La besó una vez más antes de que se marchara y se fuera a su oficina. Mientras caminaba sintió un leve cosquilleo en los labios… como si aún perdurara el efecto de su boca.
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