¿Cómo podía haber accedido a casarse con un hombre al que no conocía de nada? ¿No deberían tener un plan para conocerse el uno al otro? Claro que ella era la misma que había permitido que le implantaran los bebés de su amiga sin pensar en el futuro.
Sería la madre de tres niños y tendría que criarlos durante los próximos dieciocho años. O más, si los precios de la vivienda seguían subiendo. ¡Pero si apenas podía ocuparse de ella misma! Y, por si eso fuera poco, también estaba la humillante relación fallida con Jake, el gato.
– No puedo hacerlo -dijo.
– ¿Qué pasa? -preguntó Charity, preocupada.
Pia tenía que salir de allí. No podía respirar, no podía pensar.
Miró su reloj.
– Tengo que irme. Tengo que… -la mente se le quedó en blanco, pero entonces arrancó de nuevo y le ofreció una excusa perfecta-. Mañana tengo una reunión del consejo y tengo que volver al trabajo para prepararla.
– Yo también -le dijo Charity-. Vamos a hablar del presupuesto. Ninguna podemos tomar cafeína. ¿Cómo se supone que vamos a mantenemos despiertas?
Pia estaba impresionada. Debía de sonar normal cuando por dentro estaba al borde del colapso.
Logró llegar a su oficina, pero en lugar de preparar la reunión, se quedó en su diminuto cuarto de baño agarrada al lavabo.
La pregunta obvia era, ¿en qué había estado pensando? Pero ya conocía la respuesta: no había pensado. Había estado reaccionando a la pérdida de una amiga querida y ahora que estaba embarazada, ¿estaba haciendo lo posible por mantenerse informada? Había hecho algún cambio en su vida para prepararse para la llegada de los bebés?
De acuerdo, sí, había dejado el alcohol y la cafeína y tomaba vitaminas y comía mucha fruta y verdura, pero ¿con eso bastaba? No sabía cuántos pañales al día necesitaba un bebé. No quería mirar muebles ni ropa premamá. Si Crystal de verdad supiera cómo era, estaría horrorizada de saber que ella tendría la custodia de sus hijos. Porque por primera vez era consciente de que esos bebés eran reales y estaba horrorizada.
Todo el pueblo se presentó a la subasta. Pia contemplaba la multitud y vio que ser el objeto de tanta atención masculina era bueno para su emocionalmente frágil estado.
Desde que había llegado al centro de convenciones, le habían pellizcado el trasero en dos ocasiones y le habían pedido salir más veces de las que podía recordar.
Por lo menos habría trescientos tipos por allí y el doble de mujeres. Los puestos estaban haciendo mucho negocio, lo cual significaba ingresos para el pueblo. Genial.
– Hola, guapa.
Pia levantó la mirada de su carpeta y vio a un hombre alto y mayor sonriéndole. Le faltaban unos cuantos dientes y necesitaba un buen afeitado.
– ¿Vas a pujar por mí esta noche? -le preguntó arqueando las cejas.
– Lo haría si pudiera -respondió ella con un intenso suspiro-, pero estoy embarazada.
Él bajó la mirada y retrocedió.
– No me interesan los niños.
– Eso lo oigo mucho.
El hombre se dio la vuelta y casi salió corriendo en la otra dirección. Montana corrió hacia ella.
– Esto es genial. Estoy deseando que empiece el concurso de talentos. Un tipo me ha metido mano. Debería estar enfadada, pero casi me ha resultado divertido.
– Espera una hora más y entonces empezarás a encontrarlo irritante. Le estoy diciendo a todo el que me habla que estoy embarazada y es muy efectivo.
Dakota se unió a ellas. Llevaba un refresco en una mano y palomitas en la otra.
– La mujer del perro bailarín es la primera en el concurso de talentos. Me muero de ganas por verlo.
Pia se rio.
– Es un evento serio, chicas. Comportaos.
– Es una mujer bailando con su caniche -apuntó Dakota entre carcajadas-. Me encanta este pueblo.
Pia miró a su alrededor y vio la multitud que abarrotaba el centro de convenciones. Y, a pesar de la locura, ¡le encantó!
A la tarde siguiente, Pia logró estar presente en la reunión del consejo sin quedarse dormida. Y, dada la noche que había pasado en la subasta, eso era decir mucho.
Las actuaciones se habían sucedido a su tiempo y en la subasta de solteros los hombres más atractivos que habían dicho tener trabajo habían sido los más solicitados: no había sucedido nada embarazoso y eso significaba que los medios de comunicación serían relativamente benévolos con ellos.
Una crisis superada y ahora aguardaban otras cuarenta y siete. Por lo menos los actos de esa noche habían evitado que pensara en lo pésima que era como futura madre.
Estaba intentándolo y eso debería contar, se dijo. A medida que se viera más embarazada, se vinculara con los bebés. Se prometió que leería más y que sabría qué pasos debía ir dando.
– Esperamos que ayuden los ingresos de la afluencia de turistas -estaba diciendo la tesorera.
– Y con «turistas» se refiere a hombres -aclaró la alcaldesa con un suspiro-. Pia, la subasta se desarrolló sin incidentes anoche. Muchas gracias.
– De nada. Aún no tengo el total del dinero recadado, pero hicimos mucho. Vamos a descontar los costes de los preparativos y todos los beneficios van directamente al pueblo.
– Supongo que si tenemos que estar en mitad del circo, podríamos sacar algún beneficio -dijo Marsha-. ¿Quién es el siguiente?
Pasaron a hablar de los presupuestos. En un momento determinado, Charity intentó contener un bostezo, pero vio a Pia y sonrió.
Pia asintió. No era un tema que pudiera mantener a una muy despierta y prestando atención. Se movió en su silla y sintió un calambre en la tripa. Al principio no pensó en ello y se limitó a escuchar la última información sobre el incendio y los costes de reparación.
Los calambres aumentaron e intentó recordar si le tocaba el periodo. Normalmente lo anotaba en su agenda para estar preparada…
La invadió el miedo. No podía tener el periodo. Estaba embarazada. No debía tener esos calambres.
– Oh, Dios -dijo con la respiración entrecortada y sin atreverse a moverse, no segura de qué hacer.
Todo el mundo se volvió hacia ella y otro calambre la sacudió, uno que fue mucho peor.
Y entonces lo sintió. Algo líquido. Se levantó y bajó la mirada. Tenía la silla cubierta de sangre.
Comenzó a gritar.
Capítulo 16
Le costaba respirar y se atragantó con un sollozo. A pesar de la insistencia de la enfermera en que tenía que calmarse, no podía dejar de llorar.
La enfermera le agarró la mano.
– Cielo, ¿hay alguien a quien pueda llamar? ¿Quieres que llame a tu madre?
La ironía de la pregunta hizo que Pia llorara más aun. Marsha ya habría llamado a Raúl y él llegaría allí lo antes posible.
No tenía a nadie más.
– Estoy bien -logró decir.
– Tienes que calmarte. Esto no es bueno ni para ti ni para los bebés.
Bebés. Porque quedaban dos. Al menos eso era lo que había mostrado la ecografía. Solo había perdido a uno.
Hizo lo que pudo por respirar con normalidad. Disgustarse no haría más que empeorar las cosas. Lo sabía, pero no podía controlarse. No, cuando sabía que ella era la culpable.
– ¿Dónde está? -preguntó una voz masculina desde el pasillo-. Pia O’Brian. Es mi prometida.
– ¡Raúl!
La enfermera corrió hacia la puerta.
– ¡Aquí!
Raúl entró.
– Pia -se agachó, le tomó la mano y la besó en la frente-. ¿Estás bien?
Ver su mirada de preocupación la hizo echarse a llorar otra vez, pero en lugar de apartarse, él se acercó más y la rodeó con sus brazos.
Pia lloró y lloró hasta que se sintió vacía por dentro. Hasta que ya no hubo modo de encontrar alivio.
– He perdido a uno de los bebés -dijo.
– Lo sé -él le acariciaba el pelo-. No pasa nada.
– Claro que pasa. Soy la culpable. Es culpa mía -se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Agarrándole la mano, lo miró a los ojos-. Es culpa mía. Yo he hecho esto. Nunca me parecieron reales. No quería contártelo, pero no lo sentía. No tenía instinto maternal. El bebé lo sabía. Lo sabía y ahora ya no está.
– Pia, no. Eso no es lo que ha pasado.
– Sí que lo es. Ayer salí con Charity. Quería que mirara ropa de premamá, pero yo no quise. No quería pensar en lo gorda que me pondría ni en lo que le pasaría a mi cuerpo. Después, me entró el pánico al ver los muebles. Ni siquiera sabía cuántos pañales utiliza un bebé a la semana.
Las lágrimas volvieron a brotar y se deslizaron por sus mejillas.
– Crystal confiaba en mí. Confiaba en mí y ahora he perdido uno de sus bebés y no puedo solucionarlo. No puedo hacerlo mejor. La quería y ella creía en mi y mira lo que he hecho.
Raúl sacudía la cabeza al verla desesperada e impaciente.
– A veces los bebés no lo logran.
Ella alzó un poco su cama para poder verlo mejor.
– Hay más. Yo tengo la culpa -tragó saliva sabiendo que tenía que decirle la verdad, aunque eso supusiera que él se alejara para siempre de su lado.
Tal vez sería lo mejor, pensó. Y después, cuando los bebés nacieran, él podría hacer que los servicios sociales se los arrebataran para que no les hiciera más daño.
– Me quedé embarazada cuando estaba en la universidad.
Raúl no quería oír nada más. Sabía adónde iría a parar la historia, qué iba a decir ella. La furia crecía en su interior. Apartó la mano.
Pia estaba hablando y él se forzó a escucharla, a fingir que no la estaba juzgando.
– Sabía que no se casaría conmigo y comencé a… Comencé a desear que el bebé muriera. Eso era lo que tenía en la cabeza. Que todo sería mejor si no estuviera.
Cerró los ojos. Las lágrimas seguían brotando, pero ya no le conmovían.
– Y entonces pasó -susurró.
– Hiciste algo.
Ella asintió.
– Lo sé. El bebé sabía o sentía que no lo quería y murió. La doctora Galloway dice que no puedo responsabilizarme por ello, que no todos los bebés empiezan bien y que cuando eso sucede, la naturaleza toma parte. Es la explicación médica, que el bebé no estaba bien. Pero no era el bebé, era yo.
Él la miraba, confundido por lo que estaba diciendo.
– ¿No te practicaron un aborto?
– ¿Qué? No, claro que no. Estaba pensando en dar al bebé en adopción. Incluso tenía los folletos, pero desapareció sin más, igual que hoy. Eso es lo que no dejo de pensar. Que me han castigado por no querer a aquel primer bebé.
La furia y la sensación de verse traicionado fueron disipándose como si nunca hubieran existido y quedaron reemplazados por la vergüenza. Por pensar lo peor de Pia. Ella no era como Caro. Eso él ya lo sabía.
Volvió a la cama, agradecido de que ella no se hubiera percatado de su reacción y la acercó hacia sí.
– Lo siento -le dijo disculpándose por el error.
– No has hecho nada.
Más tarde se lo diría, pensó. Cuando se encontrara mejor.
– Tú tampoco. Nadie te está castigando.
– Eso no puedes saberlo.
Él la miró a los ojos.
– Sí que puedo.
– He perdido uno de los bebés de Crystal.
– No. Los dos hemos perdido a uno de los nuestros.
Gemelos, pensó Raúl con tristeza. Gemelos, no trillizos.
Ella abrió los ojos como platos.
– Tienes razón -dijo con un sollozo-. Oh, Dios mío, haz que vuelva.
Una plegaria que jamás sería escuchada, pensó él tristemente mientras la abrazaba.
Se quedaron así un largo rato y cuando ella parecía haberse calmado un poco, él se sentó a su lado sobre la cama y le acarició la cara.
– Tengo un aspecto terrible -dijo Pia-. Estoy hinchada.
– Estás preciosa.
– O eres un mentiroso o necesitas que te revisen la vista.
Raúl le sonrió y, después de besarla en la boca, dijo:
– No pienses ni por un segundo que es culpa tuya. No puede serlo. La culpa va acompañada de un acto deliberado.
Se detuvo y decidió que había llegado el momento de contárselo.
– Sabes que estuve casado. Caro era una antigua reina de la belleza convertida en presentadora de noticias. Nos conocimos en una gala benéfica en Dallas.
Pia se recostó contra las almohadas.
– ¿Puedo odiarla?
– Claro.
– Bien, porque la odio.
Hubo un momento en que él la había odiado mucho más, pero el tiempo lo había curado todo. Jamás lo comprendería, pero había dejado de querer verla castigada.
– Éramos la pareja perfecta -siguió diciendo-. Pero después de comprometernos, le ofrecieron un trabajo en Los Ángeles. Su carrera era muy importante para ella y se mudó; yo iba yendo y viniendo.
– Eso suena muy civilizado.
– Lo era. Hablábamos de formar una familia. Los dos queríamos hijos. Un día me dijeron que Caro estaba en el hospital. Llegué todo lo deprisa que pude. No comprendía qué estaba pasando y ella no quería que me lo contaran.
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