Cada festival tenía su personalidad. Ése sería distinto por todos los hombres que había en el pueblo. Ella había añadido juegos extra para tenerlos contentos y un segundo puesto de cerveza. Y para contrarrestar esto último, también había solicitado vigilancia policial extra.
Un hombre se acercó a ella.
– Pia, nos faltan cinco váteres portátiles. El tipo se ha perdido.
– No por mucho tiempo. Que alguien localice su móvil y llamadlo. Necesitamos esos baños de más.
Se necesitaba un electricista para que arreglara una toma de corriente defectuosa, el cambio del viento significaba que el humo del puesto de carne ahumada estaba ahogando a los vendedores de joyas y alguien había olvidado colocar los conos de «No aparcar» para reservar zonas para los camiones de bomberos.
Pia se ocupaba de cada crisis rápida y fácilmente, como lo había hecho durante años. Dio una vuelta al recinto y se topó con Denise Hendrix que caminaba hacia ella con una silla plegable bajo el brazo.
– Me toca el primer turno. Son las ocho y media. Tienes que sentarte hasta las nueve.
– Pero tengo que ir a comprobar una cosa.
– No, no puedes -Denise batió las pestañas-. No me hagas usar mi voz de madre porque no te gustará.
– Sí, señora -dijo Pia dócilmente antes de dejarse caer en la silla.
Denise vio a Montana y la saludó.
– Hola, mamá -dijo la chica sonriendo, y dirigiéndose a Pia, añadió-: Tengo el turno de las once y media y después vuelvo esta tarde. Mandarte es divertido.
– Vaya, gracias -la estaban obligando a sentarse media hora cada hora-. ¿Puedes ir a hablar con los vendedores para asegurarte de que tienen todo lo que necesitan? Además, hay agua para ellos en la parte trasera de la camioneta de Jo. Encuéntrala y asegúrate de que la coloca donde los vendedores puedan verla. Y si ves a un tipo con baños portátiles en la parte trasera de un camión, avísame.
Montana se quedó mirándola.
– ¿Esperas que haga todo eso?
Pia le mostró la carpeta.
– Eso ni siquiera ocupa la primera página.
– Vaya, no querría tener tu trabajo. Mamá, si ves a Nevada, dile que venga a ayudarme.
– Claro, cariño.
Montana se marchó.
– Impresionante -le dijo Denise-. Estás descansando y trabajando al mismo tiempo.
– Soy experta en multifunciones.
Denise se quedó mirando a su hija.
– Montana parece emocionada con su nuevo trabajo.
– Sí. La admiro, se entrega al máximo en todo lo hace.
– Sé que está preocupada por encontrar el trabajo adecuado: lo hará, pero le está llevando mucho tiempo. No dejo de decirle que todo el mundo acaba encontrando su camino, pero no me escucha. Es una de las emociones de ser madre. Espera a que tus pequeños sean adolescentes y ya verás.
– Ahora mismo lo único que quiero es que sean más grandes que un grano de arroz.
– Eso también sucederá.
El ruido de un gran camión las hizo girarse. Denise se cubrió los ojos con la mano y se volvió hacia Pa.
– Interesante. ¿Esperabas elefantes?
Raúl caminaba con Peter por el parque abarrotado. Fool’s Gold estaba celebrando otro de sus muchos festivales y él, al saber que Pia estaría trabajando, lo había preparado todo para llevarse a Peter a pasar la tarde con él. A los Folio no parecía importarles que quisiera pasar tiempo con el chico. Aunque la pareja parecía agradable, Raúl aún seguía preocupado por su capacidad para cuidar del niño.
Peter y él ya habían ido a ver cómo se encontraba Pia, que estaba confinada en una silla de jardín hasta que le llegara la hora del cambio. Juró que no estaba cansada y que nunca había tenido tantos ayudantes ni había trabajado tan poco en un festival.
– ¿Quieres helado?
– ¡Claro!
Peter marcó el camino. Ambos lo pidieron de dos bolas y se sentaron en un banco.
– Esto es guai -dijo Peter-. Me gusta que haya festivales en cada época del año. Es muy divertido. Mis padres solían traerme todo el tiempo.
– ¿Creciste en Fool’s Gold?
– Más o menos. Mi padre trabajaba en una bodega y vivíamos fuera del pueblo. Pero venía aquí al colegio -su sonrisa se desvaneció-. Cuando murieron, me metieron un tiempo en una casa comunal. No me gustó. Fue duro porque los demás niños se reían de mí cuando lloraba.
Raúl sintió su dolor.
– No pasa nada por sentir y estar triste.
– Los chicos no lloran.
– Muchos chicos lloran -Raúl vaciló, sabiendo la fina línea que existía entre decir lo que uno siente y la realidad de que te torturen tus compañeros-. Perder a tus padres es demasiado duro.
– Lo sé. Aún los echo de menos.
– Eso es bueno. Los querías. Hay que echar de menos a las personas que se quieren.
– La señorita Dawson dice que están mirándome desde el cielo, pero no sé si es verdad.
– Cada vez que los recuerdes, sabrás lo mucho que te querían. Eso es lo que importa.
Peter dio unos lametazos más a su helado y alzó su escayola.
– Me la quitan en un par de semanas. La doctora dice que se me está curando muy rápido.
Ésa era la ventaja de la juventud, pensó Raúl.
– Espera a ver tu brazo. Tendrá una forma extraña después de estar en la escayola.
– ¡Guai! Ojalá pudiera verlo ahora -alzó el brazo y lo giró, como si intentara ver dentro de la escayola. Después, se giró hacia Raúl-: ¿Sabes que la semana que viene hay un carnaval en el colé? Vamos a hacer juegos. No será tan grande como esto, pero será divertido.
Mientras el chico le contaba los distintos eventos que se celebrarían en el colegio, Raúl se fijó en las tres mujeres que había de pie en un camino cercano. No las había visto nunca, así que supuso que eran turistas que habían ido al festival. Parecían treintañeras y estaban charlando entre sí. La alta, una morena, levanto su cámara y sacó una foto.
Al darse cuenta de que las había visto, la más baja lo saludó y fueron hacia él.
– Eres Raúl Moreno, ¿verdad? Te he reconocido al momento. ¡Oh, Dios mío! No puedo creerlo. Eres igual de guapo en persona. Esto es muy emocionante. Hemos venido cuando nos hemos enterado de lo de los autobuses de hombres. Ha habido una subasta y todo. Qué pena que tú no participaras. Habrías sacado mucho dinero.
Sus amigas se unieron a ella.
Raúl tiró el helado y se levantó. Por lo general esas cosas no le molestaban, pero habían pasado meses desde que un fan se le acercaba. Allí en Fool’s Gold todo el mundo lo trataba con normalidad y ahora mismo lo único que quería era pasar el día con Peter no con tres mujeres que seguro que no se conformarían con una foto.
– ¿Es tu hijo? -preguntó la rubia más alta.
– No tiene hijos -dijo la morena-. ¿Participas en uno de esos programas benéficos? ¿Es un desfavorecido? Fijaos en su brazo roto.
Raúl se situó entre las mujeres y el niño.
– Ya basta. Sacad vuestras fotos y marchaos.
La rubia pequeña se acercó.
– Es un país libre. No tenemos que hacer lo que nos dices. Podemos pasarnos todo el día siguiéndote si queremos.
– No lo creo.
Esas firmes palabras se oyeron tras él, que se giró y vio a Bella Gionni acercándose junto con Denise y otras cuantas mujeres que no reconocía. Parecían serias.
– Buenos días, señoritas -dijo Denise con educación-. ¿Podemos ayudaros?
– No puede. Es una conversación privada.
– Podéis decir lo que queráis delante de nosotras -dijo Bella poniendo la mano sobre el hombro del niño-. Estamos muy unidos.
Sus amigas se situaron alrededor de Peter y de él.
Las mujeres más jóvenes se miraron y fruncieron el ceño.
– ¿Qué está pasando? -preguntó la alta.
– Podéis saludar a Raúl y sacarle una foto, pero hasta ahí todo. No lo sigáis ni lo molestéis. Tampoco podéis hablar con Peter -sonrió al chico-. Chicas… -dijo en susurro.
Él tenía los ojos como platos.
– Lo sé -le susurró.
Raúl estaba tan impactado por el rescate como por las potenciales acosadoras. Mientras que agradecía la preocupación, su orgullo no toleraba la idea de que lo hubieran protegido media docena de mujeres de entre cuarenta y cincuenta años.
Aunque, ¡al infierno con su ego! Por el momento mantendría la boca cerrada.
Las tres mujeres le hablaron de nuevo.
– ¿Lo dices en serio? ¿Vas a dejar que te digan lo que tienes que hacer?
Él les dedicó la mejor de sus sonrisas. La misma que mostraba en los anuncios.
– Absolutamente.
– Este pueblo es estúpido. Deberíamos irnos. No sé por qué hemos creído que podríamos pasarlo bien aquí.
– Nosotras tampoco. Conducid con cuidado, chicas.
La morena le hizo un gesto obsceno con el dedo.
– Parece que necesitas una manicura, señorita. Llevar el esmalte desportillado es vulgar, igual que su…
Las tres se marcharon.
– Gracias -dijo Raúl a sus rescatadoras.
– De nada -le respondió Bella-. Seguro que habrías podido librarte de ellas, pero ¿por qué malgastar tu tiempo con esa basura?
– Si tuviera diez años más…
Bella le dio una palmadita en el hombro.
– Lo siento, pero no. Si tuvieras diez años más, te dejaría agotado y acabarías muriendo de un ataque al corazón, así que mejor lo dejamos ahí.
Denise se acercó y lo besó en la mejilla.
– Admítelo. Estás un poco humillado.
– Un poco.
– Entonces nuestra labor aquí ha terminado -miró a Peter-. ¿Te importa si me llevo a este hombrecito? Hay coches de choque al otro lado del parque y mis hijos ya son demasiado mayores para jugar. Te lo traigo después.
– Claro, si a ti te apetece, Peter.
– Claro.
Peter le dio la mano a Denise y se marchó relamiendo su helado. Raúl les dio las gracias a las demás y esperó a que se hubieran ido antes de ir a ver a Pia.
– Habla con el chico de los cacahuetes -estaba diciendo ella cuando llegó-. Siempre recoge temprano para evitar el tráfico. Dile que si vuelve a hacerlo, no vendrá más. Recuérdale que puedo conseguir cincuenta vendedores de cacahuetes para sustituirlo con solo una llamada.
Sonrió a Raúl.
– Ey, ¿dónde está Peter?
– En los coches de choque con Denise -se sentó en el césped junto a la silla-. Acaba de rescatarme un grupo de mujeres de mediana edad.
– ¿De qué estás hablando?
Le contó lo de las mujeres que lo habían parado y cómo Bella, Denise y sus amigas se habían ocupado de la situación.
– Qué majas -dijo con una mirada divertida-. El gran jugador de fútbol americano rescatado por unas mujeres mayores.
– Esto no está bien. Puedo cuidar de mí mismo, pero he dejado que hablaran ellas.
– Eres uno de los nuestros y nosotros cuidamos de los nuestros. Es como lo de la comida que trajo todo el mundo después de perder al bebé.
– No es así.
– No te pongas así. Es un gesto adorable.
Pero a él no le hacía gracia.
– No se lo cuentes a mis amigos.
– ¿Qué me darás si no lo hago?
– Lo que quieras.
Ella se rio y él disfrutó de ese sonido mientras la miraba. Era encantadora, con sus grandes ojos y esa sonriente boca. Las ondas de su cabello resplandecían bajo el sol y era la perfecta combinación de carácter y estabilidad.
Pero no era solo ella, pensó al mirar a su alrededor Era el pueblo en sí. Había vivido en muchos sitios y aunque siempre había disfrutado en esas ciudades, nunca se había sentido conectado con la comunidad. No como ahí.
Aunque no le hacía gracia que lo hubieran rescatado unas señoras, sabía qué significado tenía ese gesto. Allí no se tenía en cuenta ni el sexo ni la edad de las personas. Ellas habían visto un problema y habían actuado, como si Raúl fuera responsabilidad suya. Se había mudado a Fool’s Gold para encontrar un lugar en el que asentarse y lo que había encontrado había sido un hogar.
Capítulo 18
Normalmente, después de un evento que duraba todo un día, como el Festival de Otoño, Pia terminaba agotada. Pero ya que había pasado exactamente medio día sentada, se sentía descansada y preparada para la fiesta del baile-cena. Bueno, para disfrutar con calma y tranquilidad y proteger a los bebés.
Terminó de aplicarse máscara de pestañas y se apartó para comprobar el maquillaje en el espejo. Había seguido el consejo de la doctora sobre las escaleras y las había subido al volver a casa para arreglarse. Allí tenía toda su ropa y el maquillaje bueno. Raúl la recogería y la llevaría al baile y después volverían a su casa.
Se atusó el pelo y ahora la gran pregunta era qué ponerse.
Últimamente se sentía especialmente hinchada y por mucha agua de limón que estaba bebiendo, los pantalones le quedaban estrechos. Tenía un par de vestidos que sabía que tampoco le valdrían, pero tenía uno de corte imperio. Ese estilo le iría bien…
Se detuvo en la puerta de su dormitorio y comenzó a reírse. No estaba hinchada, estaba embarazada. ¡Qué idiota!
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