Temiendo que él sintiera lo que estaba pensando, dio un paso atrás.
– Voy a prepararme para meterme en la cama.
Para cuando se había desmaquillado y se había puesto un camisón, casi se había convencido de que todo iría bien. Que estaba exagerando. Dormir con Raúl no debería ser para tanto. Probablemente era mejor que se acostumbraran el uno al otro. Podía verlo como unas prácticas.
Pero cuando salió del baño y lo encontró ya en la cama, el corazón le dio un vuelco. Aunque habían compartido cama aquella primera noche que hicieron el amor, de algún modo esto parecía más íntimo.
Se quitó su bata y se metió en la cama.
– ¿Cansada?
– Agotada.
– .¿Duermes boca arriba o de lado?
– De lado.
– Ponte cómoda -le dijo él mientras apagaba la lamparita de noche.
Se colocó tras ella y la rodeó con un brazo; tenía los muslos apoyados sobre la parte trasera de sus piernas y el pecho contra su espalda. La rodeó por la cintura y la abrazó como si no quisiera soltarla jamás.
– Buenas noches -murmuró.
– Buenas noches.
Pia se sentía más despierta cada vez. No estaba acostumbrada a dormir con nadie y se sentía extraña estando tan cerca de él… además de asustada. En lo más hondo de su corazón sabía que acabaría gustándole, que no tardaría en querer estar a su lado todo el tiempo. ¿Pero entonces qué? ¿Se pasaría el resto de su vida amando a un hombre que no la correspondía? ¿Se volcaría en exceso en la vida de sus hijos para no ver la realidad de su matrimonio?
La respiración de Raúl le dijo que se había quedado dormido y ella no supo cuánto tiempo pasó allí conteniendo las lágrimas y luchando contra una tristeza que le decía que su compromiso era un error.
Raúl leyó la magnífica propuesta que había recibido. Un estudiante le había sugerido vincular los programas de Matemáticas y Ciencias del instituto con ciertas industrias. Las industrias cubrirían los costes de esos programas de estudios con la idea de que la mayoría de los alumnos quisieran formarse en ese campo y volver al pueblo a trabajar en esas empresas en cuestión una vez hubieran terminado la universidad.
Raúl anotó algunos comentarios en el margen de la hoja de propuesta; llamaría a algunos amigos que se dedicaban a la ciencia aeroespacial, uno de los campos sugeridos, y les pediría opinión sobre la idea.
La puerta de su gran despacho se abrió y allí apareció Pia.
Se levantó y le sonrió, contento de que se hubiera pasado por allí. Los últimos días habían sido mejores de lo que podría haberse imaginado. Le gustaba tener a Pia cerca, se llevaban bien. Lo hacía reír y siempre tenía un punto de vista interesante que ofrecer.
Ahora, sin embargo, parecía seria y preocupada.
Fue hacia ella.
– ¿Va todo bien? ¿Los bebés?
– Estamos bien -respiró hondo-. Sé por qué Crystal me dejó los embriones.
– Dime -sabía que ése había sido un tema que a Pia le había preocupado.
– Creía en mí. Sabía que podía confiar en mí para que cuidara de sus hijos, para que los criara como si fueran míos. La única persona que tenía dudas al respecto era yo. No podía creer en mí misma. No pensaba que fuera capaz. Y por eso opté por el camino más fácil.
Se puso derecha.
– Me he ido de tu casa, Raúl. Lo he hecho esta mañana. Liz me ha ayudado. Vuelvo a mi apartamento.
– No lo comprendo. ¿Por qué has hecho eso?
¿Por qué lo había dejado? No podía hacer eso. Quería tenerla a su lado; incluso era posible que necesitara tenerla en su vida…
Pia se quitó el anillo de compromiso y se lo dio.
– No voy a casarme contigo.
Raúl miró el anillo, que resplandecía bajo las luces del techo.
No podía estar hablando en serio. Lo necesitaba. Se necesitaban el uno al otro.
– Vamos a ser una familia. Te ayudaré con los bebés. ¿Qué ha cambiado? -habían hecho planes. Iban a criar a esos niños juntos y a tener sus propios hijos. Creía que eso era lo que ambos querían.
– Agradezco la oferta, eres un tipo fantástico -se detuvo un segundo-. Pero no es suficiente. No quiero una solución práctica a un problema difícil. Quiero lo que tienen Hawk y Nicole. Quiero estar enamorada y que me amen. Quiero un matrimonio apasionado, ya sea práctico o no. Lo quiero todo.
Lo quería todo… lo cual significaba que quería que le entregara su corazón, pero ¿entonces qué? No había promesas, no había garantías de nada.
Pia quería más de lo que él estaba dispuesto a dar.
Su boca se curvó en una triste sonrisa.
– Por tu cara puedo ver que la noticia no te ha hecho mucha gracia y no me sorprende. Aunque tenía esperanzas, claro.
– Podemos hacer que funcione de otro modo. No tenemos que estar enamorados para ser felices.
– Demasiado tarde. Yo ya estoy enamorada de ti y no estaré con nadie que no sienta lo mismo por mí.
¿Lo amaba? Imposible. ¿Intentaba tenderle una trampa? No, no podía ser, ya que había sido él el que se había acercado a ella, el que había querido que formaran una familia, el que quería formar parte de las vidas de los bebés.
Sin embargo, no podía creer lo que había oído y, por supuesto, no daría el siguiente paso. No, eso ya lo había hecho una vez y se negaba a que lo traicionaran una vez más.
– ¿Qué pasa ahora? -preguntó él tenso.
– Seguimos igual que antes. La gente sabía lo del compromiso, así que tendrás que responder unas cuantas preguntas. No te preocupes. Voy a dejar claro que esto ha sido decisión mía. Nadie te echará del pueblo.
Volvió a acercarle el anillo, pero él no lo aceptó, así que Pia lo dejó sobre la mesa.
– No quieres arriesgar nada -le dijo ella en voz baja-. Estás buscando una solución fácil a un problema difícil -repitió-. No puedes jugar a ser una familia, Raúl. Si quieres ser feliz, tendrás que darlo todo, arriesgarlo todo. La vida lo requiere así. Crees que si eres lo suficientemente lógico puedes asegurarte de que nadie vuelva a hacerte daño, pero lo único que hace que la vida merezca la pena es amar y que te amen.
Suspiró.
– No pretendía enamorarme de ti. Ha sucedido sin más. Si cambias de opinión, si quieres correr el riesgo, me encantaría ser esa chica.
Y con eso se giró y se marchó, dejándolo solo en el despacho vacío. Todo lo que había querido se había esfumado y lo único que le quedaba era el anillo de compromiso que había comprado para la mujer que acababa de perder.
Capítulo 19
Pia se decía que no había razón para pensar que iba vomitar, que se le pasaría el malestar de estómago. Por lo menos no estaba llorando; una cosa era ir por Fool’s Gold sintiendo náuseas… porque lo más probable era que nadie se diera cuenta… y otra muy distinta era ir llorando como una histérica.
Llegó al ayuntamiento y entró. Automáticamente, comenzó a saludar a todo el mundo, sonriendo, como si no pasara nada. «Solo unos metros más», se dijo al doblar una esquina y ver el despacho de Charity con la puerta abierta.
La suerte estaba de su parte.
– Gracias a Dios. Voy a volverme loca con… -Charity se levantó-. ¿Qué pasa?
– Le he dicho a Raúl que no puedo casarme con él. Que aunque se lo agradezco, no puedo formar un matrimonio de conveniencia con alguien de quien estoy enamorada.
Se detuvo a la espera de que Charity se echara a reír, pero su amiga la abrazó.
– Bien por ti.
– ¿Qué? ¿Bien por mí? Acabo de abandonar a un tipo millonario que quería casarse conmigo y cuidar de mí el resto de mi vida.
– Lo amas.
– ¿Y?
– Estás convencida de que él no te ama, así que has tomado la decisión correcta.
Pia se dejó caer en la silla y se cubrió la cara con las manos. Apenas podía respirar y estaba temblando.
– ¿En qué estaba pensando? No puedo hacer esto sola, no puedo ser la madre soltera de mellizos. ¿Cómo soportaré los gastos? ¿Cuándo dormiré? No sé nada de niños.
Charity acercó una silla y se sentó a su lado.
– Todo irá bien. Puedes hacerlo. Pensabas hacerlo antes de que Raúl te pidiera matrimonio.
– Era una idiota.
– No, eras exactamente la misma persona que eres ahora. Pia, si puedes organizar los cuatro mil festivales que tenemos aquí cada año y montar una gala benéfica en tres días, puedes ocuparte de un par de niños.
– ¿Tú crees?
– Lo sé. Serás increíble. Además, puede que técnicamente seas una madre soltera, pero no estarás sola. Tienes a tus amigas y tienes a este pueblo. Todos te queremos y estaremos a tu lado.
– Pero Raúl me lo habría dado todo.
– No su corazón.
– No. Su corazón, no.
– Así que esto es mejor.
– ¿Cómo puedes estar tan segura? -Pia estaba desesperada por oír que no había tomado una decisión equivocada.
– Me has convencido -dijo Charity-. Cuando has dicho que no.
Pia había pasado el resto del día volcada en el trabajo. Tal vez no era el modo más maduro de enfrentarse a un corazón roto, pero sin duda le había servido para vaciar su carpeta de correo entrante. Ahora, cansada y preparada para celebrar una fiesta de autocompasión, llegó a casa. Al entrar en el edificio, oyó mucha gente hablando. Cuanto más subía, más fuerte era el ruido. Se asomó al rellano y vio a casi todas sus amigas esperándola.
Tenían los brazos llenos de paquetes y de bolsas de la compra. Liz fue la primera en verla.
– Aquí está.
Todas se giraron.
– ¡Pia! ¿Estás bien?
A juzgar por los rostros de preocupación, Pia supo que se había corrido la voz. No solo por el compromiso anulado, sino por la relación que se había ido al traste.
Las trillizas estaban allí, junto con Charity y Liz. Marsha tenía una bolsa llena de lo que parecían cosas de bebé. Denise Hendrix y varias mujeres del Ayuntamiento, junto con Bella y Julia Gionni, las peluqueras enfrentadas.
Todas entraron en su pequeño apartamento y se sentaron en sillas de la cocina y en el suelo.
– Jo quería haber venido -le dijo Nevada-, pero tiene que trabajar. Te manda muchos besos.
Pronto se dio cuenta de que nadie esperaba que aportara algo a la improvisada fiesta. Había vasos de plástico, platos de papel, toda clase de comida, desde china a tacos. Se abrió vino junto con agua con gas para Pia. Estaba sentada en el centro del sofá y rodeada de comida, bebida y amor.
– ¿Cómo estás? -le preguntó Charity nerviosa.
– Ahora mejor -admitió Pia-. Ha sido un día duro, pero sé que he hecho lo correcto.
– No lo sé. Casarse con un millonario a mí me parece una decisión muy inteligente también -murmuró Bella.
Todas se rieron, pero Julia volteó los ojos ante el comentario de su hermana y se mantuvo en el otro extremo de la habitación.
– Has hecho lo correcto -le aseguró Montana-. Tienes que casarte por amor. Te lo mereces. Necesitas que un hombre te suplique que estés con él.
– Confía en mí -le aseguró Denise-. El cortejo es lo mejor de una relación para una mujer. El matrimonio es el mejor momento de una relación para un hombre. Tienes que hacer que tu momento dure y además, te mereces que alguien te adore, Pia.
Las chicas asintieron.
– ¿Quieres que lo insultemos un poco? -le preguntó Dakota-. ¿O que le demos una paliza? Para eso nos harían falta dos hombres, pero podríamos solucionarlo.
Pia sintió que le ardían los ojos y parpadeó para apartar las lágrimas.
– No ha hecho nada malo. No lo olvidéis, quería cuidar de mí. Y eso es bueno. No estoy enfadada. Soy yo la que ha cambiado las reglas, no él.
Julia sacudió la cabeza.
– Hace mucho tiempo que no veo un hombre apaleado y tenía esperanza de verlo.
– Estás enferma -le dijo Bella.
Denise alzó una mano.
– Chicas, las dos estáis aquí como muestra de vuestro amor por Pia. No lo olvidemos.
Las hermanas refunfuñaron.
Charity, que estaba sentada al lado de Pia, se acercó.
– Nunca he sabido por qué no se hablan. ¿Cuál es la historia?
– Nadie la sabe. Es un gran secreto.
Charity sonrió.
– Creí que en Fool’s Gold no había secretos.
– Hay unos cuantos.
– Tenemos muchos regalos -dijo Montana-. La mayoría puedes abrirlos después, pero ahora deberías ver éste primero.
Le entregó un gran sobre blanco. Pia dejó su plato de comida sobre la mesita de café y lo abrió. Dentro había docenas de papel, cada uno de alguien disanto. La mayoría ofrecían horas de servicios de canguro o de compañía después de que nacieran los niños. Había consultas sobre decoración infantil, promesas de un masaje semanal desde ahora hasta el momento del parto, cupones para pañales gratis durante los tres primeros meses y una hoja donde las mujeres del pueblo habían firmado para llevarle la cena durante las seis primeras semanas que estuviera en casa con los bebés. Tres anuncios mostraban casas para alquilar.
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