– Peter, creo que lo has malinterpretado. Estarás a salvo y alejado de los Folio y encontrarán otra familia para ti.

La expresión de Peter se congeló. La felicidad se desvaneció de sus ojos y en ellos aparecieron lágrimas. Se quedó pálido y le temblaba la boca.

– Pero quiero ir contigo. Ya he estado contigo antes amigo mío.

Raúl intentó ignorar la sensación de recibir una patada en el estómago.

– Somos amigos. Seguiremos siendo amigos y te veré en el colegio, pero no soy un padre adoptivo.

– Lo fuiste -insistió él con un sollozo-. Cuidaste de mí.

La señora Dawson corrió hacia ellos.

– Peter, tenemos que irnos.

Peter se abalanzó sobre Raúl. Por un segundo, pensó que el niño iba a pegarlo, pero en lugar de eso lo abrazó y se aferró a él como si no quisiera soltarse jamás.

– Tienes que cuidar de mí -lloraba-. Tienes que hacerlo.

La señora Dawson sacudía la cabeza a modo de disculpa.

– Vamos, Peter. Tengo que llevarte al hogar comunal; solo serán unas semanas hasta que encontremos otra cosa.

Raúl se quedó allí sin moverse. Aunque el chico no hacía nada, sintió que le estaban desgarrando el corazón. La gente estaba empezando a pararse a mirar.

Justo cuando creía que iba a tener que apartarse al niño de encima, Peter se soltó. La señora Dawson se lo llevó y ninguno de los dos se molestó en mirar atrás.


El lunes por la mañana, Raúl llegó al trabajo a la hora habitual. Segundos después, Dakota llegó, soltó su bolso sobre la mesa y posó las manos en las caderas.

– No sé si largarme o atropellarte con mi coche -anunció ella.

– ¿Por qué estás tan enfadada ahora?

– Por lo que le has hecho a Peter.

Raúl no quería hablar de eso. No había dormido en toda la noche y seguía sintiéndose como si lo hubieran pateado.

– Ahora está a salvo. He hablado con la señora Dawson esta mañana y, por lo que dicen los psicólogos, nadie ha abusado de él. Las amenazas de Folio sobre entregarle el niño a otro estaban pensadas para hacer que me diera prisa. No forma parte de ninguna banda que trafica con niños. No es más que un gilipollas.

Ella lo miró.

– ¿Y eso es todo lo que ves?

– ¿Qué más hay que ver?

– Peter está destrozado. Lo salvaste, ¿crees que no sabe lo que has hecho? Has estado a su lado todo este tiempo. Te lo llevaste a casa cuando se rompió el brazo. Has sido su amigo.

– Todo eso es genial, así que, ¿qué problema tienes?

– Cretino, le has creado ilusiones a ese niño. Le has dejado creer que te importa y cuando se llevaron a su padrastro pensó que se iría a casa contigo.

– ¿Crees que no lo sé? Fue un error. Todo -sabía que no tenía que haberse involucrado desde un principio. Actuaba mejor en la distancia.

– No ha sido un error -ahora estaba hablando más calmada-. ¿No recuerdas cómo era? ¿Tener que guardar todas tus pertenencias en una bolsa de basura porque no tenías maleta? ¿Recuerdas el miedo que te daba verte en un nuevo lugar, no conocer las reglas? Ahora está sucediendo otra vez. Y lo has empeorado. Has dejado que crea en ti, que confíe en ti y todo resultó ser una mentira.

Raúl quería protestar y decir que él jamás le había prometido nada al niño. Que había sufrido una crisis, pero nada más.

Sin embargo, Peter no debía de haberlo visto así; se habría esperado que él lo rescatara de nuevo.

Ella sacudió la cabeza.

– No te he culpado por lo de Pia, pero estoy empezando a ver un patrón en todo esto. Juegas a ser el bueno, pero nada de lo que haces es real. Te da demasiado miedo dar lo que de verdad importa. Eres carne sin sustancia.

Dakota se giró, pero volvió a darse la vuelta hacia él para decirle:

– Haznos un favor a todos y mantente alejado de las «causas». Ya has hecho demasiado daño por aquí.

Capítulo 20

El día infernal de Raúl cayó en picado desde ese momento. Dakota lo dejó solo con su culpa. Él quería hacer algo, golpear algo… sobre todo golpearse a sí mismo. Y por si no era suficiente, sinceramente no sabía si ella se había marchado así porque estaba enfadada o si había renunciado a su puesto.

Iba de un lado a otro del gran espacio vacío que había alquilado intentando encontrar una respuesta, pero siempre volvía a lo mismo. Había dejado que Peter creyera en él y después lo había decepcionado.

Alrededor de una hora después, cuando seguía intentando tramar un plan, la alcaldesa Marsha Tilson entró en su despacho. Normalmente era una persona con la que a él le gustaba charlar, pero algo en su forma de moverse le dijo que esa conversación en concreto no le iba a gustar.

– He oído lo que ha pasado con Peter -dijo yendo directa al grano-. Debo decir que desearía que las cosas hubiesen ido de otra forma, señor Moreno.

Mirarla, ver la decepción en sus ojos, era casi lo más duro que había hecho en su vida, y eso que era una persona difícil de amedrentarse.

– Yo también.

– ¿Tú? Cuando llegaste, todos nos quedamos impresionados por tu generosidad económica -siguió diciendo ella con desilusión-. En todas partes tu reputación era la de un hombre que se preocupaba por los demás. Un hombre que se volcaba con la comunidad. Por eso, cuando dijiste que querías mudarte aquí, te dimos la bienvenida como si fueras uno de nosotros.

Ella apretó los labios.

– No conozco todos los detalles sobre lo que ha pasado con Pia, pero sí que sé que es una joven encantadora y generosa. Me duele verla tan infeliz. Nos duele a todos.

Él se tensó. Se puso derecho.

– No le he hecho daño a Pia. Teníamos un trato y ella ha cambiado de opinión.

– Si no está dolida, entonces ¿por qué estaba llorando por ti?

¿Pia llorando? Se había mostrado muy segura cuando se había marchado. ¿Cómo podía estar dolida?

La alcaldesa respiró hondo.

– Estoy segura de que tienes algo de culpa en todo esto, pero no temas, pasará. Cuidarán de Peter y también de Pia porque eso es lo que hacemos aquí. Protegemos a los nuestros -le puso una mano en el brazo-. Quiero creer que eres un buen hombre intentando ser mejor aún, pero por lo que puedo ver, cuando se trata de algo personal no te implicas -lo miró a los ojos-. Por tu propio bien, y por el de Pia y Peter, tal vez sea momento de arriesgar más que tu dinero.

Y con eso se dio la vuelta y se marchó. Raúl la vio marchar y sintió el peso de todo lo que había dicho. Nunca había sido lo que Hawk había querido que fuera. Todo estaba en la superficie.

Fue hacia la ventana y miró a la calle.

Había querido afincarse allí, había pensado que envejecería allí, pero eso no sucedería. No pertenecía a ese lugar. Nadie se lo diría a la cara, pero era la verdad. Se merecía que lo hicieran salir de allí con horcas y antorchas.

Maldijo al no saber qué era peor… si el hecho de haber perdido a Pia o haberle roto el corazón a un niño que había sido tan tonto de creer en él.

Siguió junto a la ventana esperando a que el día pasara. Necesitaba que oscureciera para poder volver a casa sin que lo vieran y poder decidir qué hacer a continuación.


– Al parecer, Marsha le ha soltado una de sus famosas charlas -dijo Charity mientras Pia y ella almorzaban en el Fox and Hound-. No me ha dado los detalles, pero seguro que se le ha metido dentro de la cabeza.

Pia se sentía fatal. No solo estaba hundida por echar de menos a Raúl, sino que se sentía fatal por la situación de Peter. Y mientras que sabía que era posible que le hubiera dado al niño la impresión de que se quedaría con él, sabía que el hombre al que amaba jamás le haría daño a nadie deliberadamente. Parecía que en esa situación nadie salía ganando.

– ¿Te ha dicho cómo estaba?

– No -Charity la miró-. Lo quieres, ¿verdad?

– Pareces sorprendida.

– Creía que esto te desilusionaría.

– No. Tiene un buen corazón y es un buen tipo. Nada de esto es fácil para él.

Pensó en su pasado, en cómo lo había traicionado Caro. En cómo tenía miedo a confiar en los demás.

– Hay que darle un respiro -dijo con firmeza.

Charity vaciló.

– Marsha cree que es posible que abandone el pueblo.

Pia se quedó sin aliento.

– ¿Se marcha? ¿Por qué? Tiene el campamento, que es lo que lo trajo aquí. Y tiene planes para cursos intensivos. Jamás renunciaría a ello.

Miró a su amiga.

– Es imposible que haya tomado esa decisión él solo. ¿Qué ha pasado? ¿Es que Marsha lo ha echado?

– No, pero le ha dejado claro que estaba decepcionada. ¿Cómo habrá asumido él eso?

– No lo sé -admitió Pia. ¿Se marcharía? Si no se sentía cómodo en el pueblo, tal vez lo hiciera. Odiaba imaginarse Fool’s Gold sin él.

– Lo siento -le dijo Charity.

– Yo también -añadió Pia-. Quiero que esté aquí. Quiero que se quede. Y ya que estoy, quiero que me ame.

– No puedes decidir nada de eso -le recordó su amiga.

«Ojalá las cosas fueran distintas», pensó Pia con tristeza. Pero no era así.


El plan de Raúl de esperar hasta que oscureciera duró como una hora. Caminó de un lado a otro del despacho, intentó trabajar, y después contuvo el deseo de tirar el maldito ordenador contra la pared.

Estaba furioso, avergonzado y decepcionado… y todo ello consigo mismo.

Había llegado allí con grandes ideas y con la intención de ser como Hawk y cambiar vidas. Todo lo que había visto en Fool’s Gold lo había atraído y se había sentido bien recibido. Pero entonces, ¿qué había hecho? Lo había echado todo a perder.

Años atrás, en la facultad, la había fastidiado bien y Hawk lo había sacado del mal camino. Desde entonces, él había aprendido a encontrar su camino solo. Hasta ahora.

No sabía qué había ido mal. En el caso de Pia suponía que había sucedido al pedirle que se casara con él para que él pudiera tener todo lo que quería sin poner nada de su parte ni arriesgar nada. Había optado por el camino más fácil y le había supuesto un infierno.

Debería haber sabido que no podía conseguirlo de un modo gratuito. Fue como pactar con el diablo. Si parecía demasiado bueno para ser verdad, lo era.

En cuanto a Peter, había olvidado que trataba con un niño de diez años. Se había hecho amigo suyo y había querido salvarlo, aunque finalmente había terminado haciéndole daño otra vez.

Sintiéndose como una bestia enjaulada en su despacho, fue hacia la puerta y la abrió. Casi se esperaba un recibimiento con antorchas y horquetas, pero el pueblo tenía el mismo aspecto de siempre. Las hojas flotaban con la suave brisa, el cielo era azul y el sol se encontraba un poco más bajo sobre el horizonte que un mes antes. El invierno estaba llegando.

Había querido ver el pueblo cubierto de nieve, experimentar el paso de las estaciones. Había querido esquiar en la pista, tumbarse con Pia junto al fuego, ver cómo iba engordando por los dos bebés. No le costó mucho añadir a Peter a la mezcla. Podía ver al niño jugando junto al fuego, o riéndose mientras jugaban a los videojuegos.

Cuando salió a la calle, encontró que la solución era obvia y simple. Podía tenerlos a los dos, si estaba dispuesto a entregar todo lo que él era. ¿Qué había dicho Josh? Corazón, alma y pelotas. Sin Pia, no podía darles ningún uso a ninguna de esas cosas. En cuanto a Peter, el chico se merecía lo mejor, pero él esperaba que estuviera dispuesto a aceptar lo que le ofrecía.

Medio se esperaba que los cielos se abrieran y los ángeles cantaran. Lo entendía. Por fin lo entendía. Después de todo ese tiempo y de evitar la única cosa que quería, lo había comprendido.

No se trataba de donar dinero o de cederle el campamento a una escuela, sino de dar todo lo que tenía, todo lo que era. Se trataba de arriesgar su corazón.

Pia, pensó frenéticamente. Tenía que hablar con Pia.

Giró hacia su oficina y al hacerlo se topó con una docena de mujeres de mediana edad. Estaban mirándolo y eso no era nada bueno.

– Hola -dijo la que iba delante-. Soy Denise Hendrix, la madre de Dakota. Nos conocimos en el Festival del Otoño.

– Sí. Encantado de volver a verte -asintió hacia las otras mujeres-. Señoras.

Las otras mujeres lo miraron sin responder. Se fijó en que Bella estaba entre la multitud, pero no parecía tan contenta como el día que había ayudado también a rescatarlo de las agresivas turistas.

– Tenemos que hablar contigo -le dijo Denise.

– No me viene bien en este momento.

– ¿Te parece que estamos rejuveneciendo? -dijo secamente la mayor del grupo-. Vas a escuchamos, jovencito, y vas a escuchamos bien. Podemos hacer que tu vida sea un infierno. ¿De verdad quieres que lo intentemos?

Como todo buen deportista, sabía cuándo tenía delante a un oponente superior.

– No.

– Eso me parecía. Adelante, Denise.