Era la clase de desastre sobre la que había leído en los periódicos y que había visto en las noticias un montón de veces a lo largo de los años. Pero ni el mejor de los artículos al respecto lo había preparado para la realidad del calor, de la destrucción y del olor. Pasarían meses, muchos años, antes de que ese lugar volviera a acercarse a la normalidad.
Ya se habían ido a casa todos los niños, al igual que la mayoría de los espectadores. Se dio la vuelta para dirigirse a su oficina. Su coche no corría peligro, pero estaba bloqueado por varios camiones de bomberos. Volvería más tarde y lo recogería. Mientras tanto, el centro del pueblo estaba tan solo a veinte minutos.
Raúl había crecido en Seattle, había ido a la facultad en Oklahoma y allí lo habían fichado los Cowboys de Dallas. Era un chico de gran ciudad que disfrutaba yendo a restaurantes, con la vida nocturna y con las posibilidades que ésta le brindaba. Por lo menos eso había pensado hasta que en algún punto de su vida salir a todas horas había terminado aburriéndolo y había querido echar raíces y asentarse.
– No vayas por ahí -se dijo firmemente.
Revivir el pasado era una pérdida de tiempo; lo más importante era el futuro. Había elegido estar en Fool’s Gold y por el momento estaba disfrutando de la vida en un pueblo pequeño. Poder ir caminando a casi todas partes era una de las ventajas, como también lo era la ausencia de tráfico. Sus amigos le habían tomado el pelo diciéndole que no tendría mucha vida social, pero desde su divorcio, no había estado muy interesado en ello, de modo que por el momento todo marchaba bien.
Llegó a su oficina, situada en una calle flanqueada por árboles. Había un restaurante, el Fox and Hound, a la vuelta de la esquina, y un Starbucks muy cerca. Por el momento, con eso le bastaba.
Iba a sacar las llaves justo cuando vio que las luces ya estaban encendidas. Abrió la puerta y entró.
La oficina de casi trescientos metros cuadrados era más de lo que necesitaba, pero tenía planes de expandir el negocio. Su campamento de verano no era más que el comienzo. Cambiar el mundo requeriría mucho personal.
Dakota Hendrix, su única empleada, levantó la mirada del ordenador.
– ¿Has estado en el incendio? ¿No habías dicho que ibas al colegio?
– Sí, he estado allí.
– ¿Están todos bien?
Él asintió y le contó brevemente lo sucedido… excluyendo la parte en la que había vuelto a comprobar que todas las clases estaban vacías.
Dakota, una bella mujer con el cabello rubio a la altura de los hombros y unos ojos expresivos, escuchaba atentamente. Tenía un doctorado en desarrollo infantil y él había sido muy afortunado al encontrarla, y mucho más al poder contratarla.
Una de las razones por las que se había mudado a Fool’s Gold había sido el campamento abandonado en las montañas. Había podido conseguirlo prácticamente por nada. Había actualizado las instalaciones y ese pasado verano Zona para Chicos había abierto sus puertas.
El objetivo del campamento era ayudar a los niños de los centros de las ciudades a formar parte de la naturaleza. Los chicos de la zona acudían como campistas de día y los niños de la ciudad se quedaban allí durante dos semanas.
Los informes iniciales habían sido favorables. Raúl tenía idea de convertirlo en unas instalaciones que funcionaran durante todo el año, un desafío que Dakota había comprendido y que quería llevar a cabo. Además de organizar y dirigir Zona de Chicos, ella había comenzado a redactar un plan empresarial para los meses de invierno.
– He oído que el incendio ha sido terrible -dijo cuando terminó-. Que ha habido muchos daños. Marsha me ha llamado hace unos minutos -se detuvo-. Marsha es nuestra alcaldesa.
Él recordaba que Pia la había mencionado.
– ¿Y por qué te ha llamado para contarte lo del incendio?
– Principalmente me ha llamado para preguntarme por el campamento -en esa ocasión la pausa fue más larga-. La ciudad quiere saber si pueden utilizar el campamento como escuela temporal. A Marsha, al presidente de nuestro consejo de educación y a la directora les gustaría verlo primero, pero creen que funcionaría. El único otro lugar lo suficientemente grande es el centro de convenciones, pero está reservado y la disposición no es muy apropiada. La acústica sería terrible, el ruido de una clase se colaría en la otra. Así que están muy interesados en el campamento -se detuvo una tercera vez, respiró hondo y se mostró esperanzada.
Raúl retiró una silla y se sentó enfrente de ella. Las palabras de Hawk sobre implicarse resonaron en su cabeza. Ese era el único modo de implicarse, pero desde una distancia de seguridad.
– No tenemos aulas -dijo pensando en voz alta-. Pero ya tenemos las camas almacenadas, así que las habitaciones podrían ser las clases. Serían pequeñas, pero funcionarían. Con el tipo adecuado de divisiones, el principal edificio podría albergar aproximadamente una docena de clases.
– Eso pensaba yo -dijo Dakota inclinándose hacia él-. También está la cocina, así que el almuerzo no sería un problema. El comedor principal podría hacer también las funciones de sala de reuniones. Nadie sabe cuánto se habrá salvado en cuestión de pupitres, pero están corriendo la voz y avisando a los demás distritos. Deberíamos tener cifras en los próximos días. Así que pueden utilizar el campamento. Me ocuparé de los detalles. Si estás dispuesto…
También tenía que tener en cuenta cuestiones legales, como responsabilidad a terceros, pero para eso tenía abogados.
– Lo estoy.
Dakota y él trataron problemas potenciales y les buscaron soluciones.
– Esto nos dará mucha información práctica sobre tener el campamento abierto todo el año -le dijo ella-. Comprobaremos cómo es el clima. En invierno nieva mucho. Veremos si podemos tener las carreteras abiertas y ese tipo de cosas.
Él se rio.
– ¿Por qué sé que todos esos niños trasladados esperarán que no podamos tener las carreteras abiertas?
Ella sonrió.
– Los días de nieve son divertidos. ¿En Seattle teníais?
– Cada ciertos años -él se recostó en su silla.
– Me ocuparé de todo. Me ganaré el gran salario que me has dado.
– Ya te lo estás ganando.
– Me lo gané durante el verano; ahora no tanto. Pero esto es genial. El pueblo estará muy agradecido.
– ¿Pondrán mi cara en los sellos?
Ella sonrió ampliamente.
– Lo de los sellos es un asunto federal, pero veré qué puedo hacer.
Raúl pensó en los niños que había conocido esa mañana. Sobre todo en el pequeño pelirrojo que se había encogido de miedo como si alguien fuera a pegarlo. No sabía el nombre del chico, así que preguntar por él supondría un problema. Pero una vez que volvieran a abrir el colegio, podría comprobar cómo se encontraba.
Recordó el comentario de Pia sobre trasladar la escuela a su casa… y lo que iba a suceder se le acercaba… Se trasladaría a su campamento.
– ¿Quieres ir al campamento conmigo? -preguntó-. Deberíamos ir a ver los cambios que hay que hacer.
– Claro. Si hay algo más aparte de la limpieza básica, le diré a Ethan que nos acompañe.
Raúl asintió. Ethan era el hermano de Dakota y el contratista encargado de reformar el campamento.
Dakota se levantó y recogió su bolso.
– Podemos tener un par de cuadrillas de trabajo, para la limpieza general y para prepararlo todo. Pia tiene una lista de teléfonos que pondría celosa a la CIA. Dile lo que necesitas y puede conseguirte cien voluntarios en una hora.
– Impresionante.
Salieron, pero se detuvieron al instante.
– Mi coche está en la escuela -dijo Raúl.
Dakota se rio.
– Iremos en mi Jeep.
Él miró el destartalado vehículo.
– De acuerdo.
– Podrías mostrarte más animado.
– Es genial.
– Mentiroso -abrió la puerta del pasajero-. No todos podemos tener Ferraris en nuestros garajes.
– ¿Y tampoco coches fabricados en los últimos veinte años?
– Snob.
– Me gusta que mis coches sean jóvenes y bonitos.
– ¿Igual que las mujeres?
Él entró.
– No exactamente.
Dakota subió a su lado.
– No te he visto salir con nadie, al menos por aquí.
– ¿Me lo preguntas por alguna razón en particular? -no le parecía que Dakota estuviera interesada. Trabajaban bien juntos, pero no había química entre ellos. Además, él no buscaba una relación y, por alguna razón, pensaba que ella tampoco.
– Para tener algo que compartir cuando me siente con mis amigas a hablar sobre ti.
– ¿Y eso sucede diariamente?
– Prácticamente -metió primera y sonrió-. Estás como un tren.
Él ignoró el comentario.
– Pia me ha dicho algo sobre una escasez de hombres. ¿Es verdad?
– Claro. No es una tragedia que las adolescentes se vean obligadas a llevar a sus hermanos al baile de graduación, pero es algo notable. No estamos seguros de cómo o cuándo empezó. Muchos hombres se marcharon durante la Segunda Guerra Mundial y no volvieron los suficientes. Algunos lo atribuyen a un rumor, pero se dice que la ubicación de este pueblo es una vieja aldea maya.
Atravesaron la zona centro y Dakota tomó la carretera que conducía a la montaña.
– ¿Maya? No lo creo estando tan al norte -dijo él.
– Se supone que emigraron. Una tribu de mujeres y sus hijos. Una sociedad muy matriarcal.
– Te lo estás inventando.
– Compruébalo tú mismo. En el terremoto de 1906, parte de la montaña se abrió dejando ver una enorme cueva en la base de la montaña. Dentro había docenas de artefactos de oro macizo y eran mayas. Sin embargo, había demasiadas diferencias entre ésos y los que encontraron más al sur como para confundir a los estudiosos.
– ¿Dónde está la cueva ahora? -no había visto nada al respecto ni en sus visitas ni en sus investigaciones sobre el lugar.
– Se vino abajo durante el terremoto del 89, pero los objetos están por todo el mundo, incluyendo el museo del pueblo.
Eso tendría que ir a verlo.
– ¿Qué tienen que ver los matriarcados maya con la escasez de hombres en el pueblo?
Ella se quedó mirándolo y después volvió a centrar la atención en la carretera.
– Hay una maldición.
– ¿Te has dado un golpe en la cabeza esta mañana?
Ella se rio.
– Vale, hay un rumor que dice que es una maldición. No conozco los detalles.
– Qué casualidad.
– Es algo sobre los hombres y eso de que el mundo terminará en el 2012.
– Doctora Hendrix… me esperaba mucho más de ti.
– Lo siento, es todo lo que sé. Puedes preguntarle a Pia. Mencionó algo sobre celebrar un festival maya en el 2012.
– ¿Para celebrar el fin del mundo?
– Esperemos que no.
Menuda locura. ¿Una maldición maya? ¿En las montañas de Sierra Nevada? ¡Y pensar que le había preocupado que la vida en un pequeño pueblo fuera a ser aburrida!
Pia ordenó con detenimiento la comida para el gato, los cuencos, los juguetes y una cama que Jake nunca había utilizado. Jo, la nueva propietaria del gato, había dicho que le había comprado una nueva caja. Después de asegurarse de que no había olvidado nada, Pia sacó el portagatos del armario y lo abrió.
Se imaginaba que tendría que correr detrás del felino y después enfrentarse a él para meterlo en el contenedor de plástico, pero el animal la sorprendió al mirarla y meterse dentro a continuación.
– ¿Quieres irte, verdad? -le susurró mientras cerraba la puerta con el seguro.
El gato la miraba sin parpadear.
Era un gato con una especie de tono naranja achampanado y con un poquito de blanco en la barbilla. Suave, con una larga cola y grandes ojos verdes.
Lo miró.
– Quería que fueras feliz. Lo he intentado de verdad. Espero que lo sepas.
Jake cerró los ojos, como obedeciendo a su voluntad.
Ella agarró su bolso, las cosas de Jake y el portagatos. Bajó las escaleras con cuidado y metió las cosas en el coche.
El camino hasta la casa de Jo no les llevó más que unos minutos. Aparcó delante de la casa y antes de poder bajar, Jo ya había salido al porche delantero y había bajado las escaleras corriendo.
– Estoy lista -le gritó la otra mujer mientras Pia salía de su coche-. Es muy extraño. Hace mucho tiempo que no tengo un gato, pero estoy emocionadísima.
Jo abrió la puerta trasera del coche y sacó el portagatos.
– Hola, chico grande. Mírate. ¿Quién es mi gato precioso?
La melodiosa voz resultó casi tan sorprendente como las palabras. Para ser una mujer que se enorgullecía de regentar el bar del vecindario con una mezcla de reglas estrictas y una intimidación no tan sutil, la dulce forma de hablar de Jo resultaba desconcertante.
Pia recogió la bolsa y la siguió hasta dentro de la casa.
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