– ¿Cómo?
– He ido al laboratorio y he preguntado si podía verlos -abrió los ojos y suspiró-. Me han dicho que no.
– ¿Y eso te ha sorprendido?
– Un poco. Sabía que eran pequeños, pero pensé que tal vez podría verlos por un microscopio o algo así -se movía en la silla intentando no recordar la incrédula mirada que le había lanzado el chico del laboratorio… como si fuera idiota.
– Al parecer, no es posible sin descongelarlos y si los descongelas sin que se hayan implantado, mueren -respiró hondo-. Cuando he explicado por qué quería verlos, me ha dado mucha información sobre la fecundación in vitro.
– ¿Le has contado lo de tu amiga?
– Ajá. Y después he leído el material -se llevó una mano al estómago esperando controlar una náusea-. Al parecer, el cuerpo tiene que estar preparado -dejó la botella en la mesa y siguió hablando-. Lo cual requiere mucho más que una charla. Se introducen una serie de hormonas en mi cuerpo y después de eso, llega el procedimiento de la implantación… no entraré en detalles.
– Te lo agradezco.
Pia esbozó una pequeña sonrisa.
– Después tienes que esperar y hacerte la prueba de embarazo en dos semanas. Con suerte, habrá bebés.
Sintió el pánico apoderándose de ella otra vez.
– No lo entiendo. ¿Por qué me ha confiado a sus hijos? ¿Sabes que Jake ronronea? Se relaja un montón, se pone cariñoso y ronronea.
– ¿Jake es un gato?
– Sí. Lo he tenido unos dos meses y a mí nunca me ha ronroneado. Apenas me miraba y después va a casa de Jo y se pone a ronronear como si su vida dependiera de ello -sacudió la cabeza-. No lo entiendo. Crystal quería a esos niños más que a nada. Después de que su marido fuera destinado a Irak, ella hablaba de quedarse embarazada una vez que regresara. Estaba ilusionadísima. Cuando Keith murió, seguía decidida a convertirse en madre, pero eso no sucedió. Y ahora, ¿tengo que criar a unos niños? Y todo eso del in vitro… no es un cien por cien. Puede que no todos o ninguno se enganchen… lo cual es una forma educada de decir que morirán. ¿Y si es culpa mía? ¿Y si a mí me pasa algo? ¿Y si son iguales que Jake y no les gusto lo suficiente como para quedarse en mi cuerpo?
Podía sentir cómo pasaba del pánico al puro terror. Miró a Raúl, que la estaba observando con una intensa mirada haciéndola sentirse incómoda.
– ¿Demasiada información? -preguntó ella.
– Has dicho Keith y Crystal.
Pia asintió.
– ¿Keith Westland?
Ahora era ella la que tenía que mirar.
– Sí. ¿Cómo lo sabías?
Él se levantó, caminó de un lado a otro del despacho y volvió para quedar de pie frente a ella. Era tan alto que resultaba incómodo mirarlo. Pia se levantó.
– Raúl, ¿qué está pasando?
– Lo conozco… lo conocí. Keith es un nombre muy común, pero me habló de su mujer, Crystal. Me habló de este lugar y por eso vine aquí. Él es la razón por la que accedí a participar en el torneo de golf de famosos el año pasado. Quería ver dónde había crecido.
– Espera un minuto. ¿Cómo es posible que conocieras a Keith? Crystal nunca me dijo nada -Pia estaba segura de que su amiga habría contado algo como que Raúl Moreno era amigo de su marido.
Él miró por la ventana, como si estuviera recordando.
– Estuve en Irak; algunos de los jugadores lo hacemos para ir a ver a las tropas fuera de temporada. Les sube la moral y a cada uno nos asignan un soldado para no metemos en problemas. Keith era el mío. Viajábamos por todo el país hasta diferentes bases. Nos tendieron una emboscada y nos dispararon. Él me salvó el trasero.
Raúl se frotó la cara.
– Ese último día estábamos de camino al aeropuerto. Era un convoy muy grande en el que íbamos los jugadores, unos cuantos personajes vip, algunos políticos… hubo una emboscada y dispararon a Keith -sacudió la cabeza-. Lo abracé mientras moría. No podía hablar, no podía hacer más que buscar aire. Y entonces se fue.
Ella se hundió en la silla.
– Lo siento -susurró-. No lo sabía -Crystal tampoco lo había sabido.
– Llegaron refuerzos y nos ayudaron a volver a casa. Cuando recibí la invitación para el torneo de golf, vine aquí. Supongo que para presentarle mis respetos al lugar que Keith tanto había querido. Me gustó y por eso me quedé.
Pia no se esperaba que fuera a haber más sorpresas, pero se equivocaba.
Él se puso de rodillas delante de ella.
– Quería hablar con Crystal, pero no sabía qué decir. Conocí a su marido durante dos semanas y estuve allí cuando murió… ¿eso la habría reconfortado?
Ella sintió su dolor y le acarició el hombro suavemente.
– El hombre al que amaba había muerto; no creo que nada la hubiera reconfortado.
– No quería entrometerme ni molestar -él sonrió ligeramente-. Ahora tú eres responsable de los bebés de Keith y de Crystal.
– No me lo recuerdes.
Raúl volvió a su silla y la miró.
– ¿Estás bien?
– Intentando recuperarme del último bombazo -hizo una mueca de estremecimiento-. Lo siento. He elegido mal la palabra. Oír que conocías a Keith y que estuviste allí cuando murió parece algo cósmico… como si el universo quisiera asegurarse de que tenga esos bebés.
– Estás viendo demasiado…
– ¿Sí? ¿No crees que es un poco extraño que estemos teniendo esta conversación?
– No. Me mudé a este pueblo porque conocí a Keith. Si no me lo hubieran asignado, jamás habría accedido a participar en el torneo de golf y no estaría aquí, teniendo esta conversación contigo.
Lo que dijo tenía sentido, pero Pia aún se sentía como si estuvieran forzándola a tomar una decisión que no estaba preparada a tomar.
Los tres embriones suponían que podía llegar a tener trillizos, y tenía un apartamento diminuto… ¿cómo iban a entrar todos?
Se aferró a la botella de agua, pero después de oír la historia de Raúl y Keith, incluso cuestionar el acto de tener hijos le parecía egoísta.
– No tienes que decidirlo hoy -le recordó-. Ni siquiera este año.
– Supongo. Cuando empieza a entrarme el pánico, me digo que estoy centrándome en algo equivocado. No se trata de mí. Se trata de Crystal y de Keith y de sus hijos. ¿Quién soy yo para cuestionar si debería o no tener a sus hijos? ¿No me convierte eso en una mala persona? ¿No debería estar ya hormonándome, comprando cunas y leyendo ese libro de Qué esperar… que todo el mundo dice que es tan bueno? Si fuera una buena persona, no lo dudaría.
Raúl miraba los ojos avellana de Pia, sorprendido por el caleidoscopio de emociones. Posiblemente ella fuera la persona más honesta que había conocido nunca. Loca, pero sincera, además de atractiva… aunque pensar que era atractiva no era exactamente apropiado.
Lentamente, le quitó el agua de las manos y la dejó en la mesa. Después la levantó y la rodeó con sus brazos.
– No pasa nada.
Ella se mantuvo rígida mientras la abrazaba.
– No, no pasa nada.
Él seguía abrazándola, deslizando una mano por su espalda, disfrutando de la sensación de tener su cuerpo a su lado.
– Respira hondo, hacia dentro y hacia fuera. Vamos. Respira.
Ella hizo lo que le pidió y un poco de su tensión se desvaneció.
No podía empezar a imaginar por lo que estaba pasando.
Después de llevar las manos hasta sus hombros, dio un paso atrás para verle bien la cara.
– No eres una mala persona -dijo él con firmeza-. Una mala persona se olvidaría de los embriones sin pensárselo dos veces. Y en cuanto a lo de tomarte tu tiempo para tomar la decisión, ¿por qué no ibas a hacerlo? Tener los bebés de Crystal lo cambiará todo en tu vida. Puedes planificarte.
– Pero es mi amiga. Debería…
Él sacudió la cabeza.
– No. Crystal no lo consultó contigo, todo te ha caído encima de pronto. Date un respiro.
– Bueno, de acuerdo…
Los ojos de ella se veían grandes y cargados de preocupación. Le temblaba la boca. Había algo que la hacía parecer vulnerable. Una parte de él se preguntaba por qué Crystal no había advertido a Pia. ¿Habría sido por la avanzada enfermedad de la mujer o por otra cosa? ¿Es que no había querido darle elección a su amiga?
En lugar de encontrar una respuesta, fue consciente de que ambos estaban muy cerca. Podía sentir la calidez de su cuerpo, sus delicados huesos bajo sus dedos. Era alta, pero aun así tenía que alzar la mirada para verlo. Sus rizos rozaban el dorso de sus manos. Los labios de ella se separaron ligeramente y él quiso acercarse más, pero…
Se apartó con la velocidad con la que había logrado que lo ficharan para los Cowboys, y después se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
¿De dónde había salido eso? Pia no estaba allí para besar a nadie. Él tenía pensado vivir en Fool’s Gold mucho tiempo, así que si quería diversión, tendría que encontrarla en otra parte. No ahí. Además, desde Caro, no había tenido ningún interés y no era el momento de cambiar eso.
Al parecer, Pia no se había percatado de sus intenciones y en lugar de sentirse dolida o enfadada, le lanzó una sonrisa.
– Gracias. Has sido genial. Siento seguir pagando mis crisis emocionales contigo.
– Estás pasando por mucho -dijo él con delicadeza.
– Lo sé, pero así es el negocio. Si te sirve de algo, soy una persona calmada y racional, incluso profesional. Puede que no quieras tomarme la palabra, pero puedes preguntar por ahí.
Pia forzó una risa.
– No te preocupes.
– Lo haré, porque creo en que hay que preocuparse de vez en cuando. Te prometería que te dejaría hablar con mi asistente la próxima vez, pero no tengo. Y con lo del incendio, el pueblo no puede permitirse pagar una.
– Puedo hablar contigo, Pia.
– Por lo menos esta vez no me he desmayado.
– Es un avance.
Ella suspiró.
– Eres simpático y yo no me fío de los simpáticos -se estremeció por lo que había dicho y alzó una mano-. No me malinterpretes.
– ¿Es que hay algún modo de que no se pueda malinterpretar lo que has dicho?
– Lo único que digo es… -sacudió la cabeza y agarró su bolso-. Te dejaré revisando los papeles. Podemos hablar de los festivales y de tu campamento más tarde, si te parece bien. De verdad necesito recoger lo que me queda de dignidad y seguir adelante. La próxima vez que nos veamos, juro que me mostraré absolutamente calmada y racional. Apenas me reconocerás.
Él no quería que se fuera. Por razones que no podía explicar, quería acercarla a él y decirle…
¿Qué? ¿Qué iba a decir? Apenas la conocía. Tenía otras cosas de las que ocuparse. La reunión no importaba.
Pero el problema no era la reunión y él lo sabía.
Pia tenía algo; era una intrigante combinación de determinación, impulsividad y vulnerabilidad. Si no tenía cuidado, la vida le daría una buena paliza. Solo los fuertes sobrevivían e incluso ellos se llevaban algún golpe de vez en cuando.
No era su problema, se recordó él. Y tampoco quería que lo fuera.
– Te reconoceré. Te lo estás tomando demasiado en serio.
– Eso lo dice un hombre que probablemente no se ha puesto histérico en toda su vida -lo miró a los ojos-. Gracias por ser tan… simpático.
– ¿Incluso aunque eso haga que no confíes en mí?
– Voy a lamentar toda la vida haber dicho eso.
– No. Estoy seguro de que tendrás otras cosas de las que te lamentarás mucho más.
– ¡Ay! Eso no es muy reconfortante.
– Todos nos lamentamos por algo. Cosas que queremos cambiar o deshacer. Nada de lo que ha pasado hoy merece que te preocupes ni un segundo.
Ella vaciló.
– Pensé que serías diferente. Cínico. Ensimismado… ya sabes… una estrella del deporte.
– Deberías haberme conocido hace diez años.
La boca de ella se curvó formando una sonrisa.
– ¿Salvaje e impetuoso?
– Un típico atleta de universidad. Mi novia del instituto me abandonó el primer año de universidad. Pasé unos meses compadeciéndome de mí mismo, me recuperé y cuando comencé el segundo año descubrí que era un dios.
– ¿Obrabas milagros?
– Pensé que podía.
– Me alegra saber que pasaste por una época de chico malo.
– La mía me duró varios años.
Desde que firmó con los Cowboys y más. Llevaba en el equipo como un año cuando Eric Hawkins, también conocido como Hawk, había irrumpido en su habitación de hotel y lo había despertado a él y a las gemelas con las que se había acostado.
Hawk había sido su entrenador del instituto y mentor. Había sacado a las chicas de la habitación, prácticamente había ahogado a Raúl en café y después lo había llevado al gimnasio para una sesión de ejercicio sin compadecerse de la impresionante resaca que tenía.
Pero eso no había sido lo peor. La peor parte había sido la decepción en la mirada de Hawk. El silencio que decía que se había esperado algo mejor.
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