– ¿Qué te cambió?
– Alguien que me importaba tenía expectativas puestas en mí y lo decepcioné.
– ¿Tu padre?
– Mejor que mi padre. Es imposible no tener nada que perder cuando alguien te quiere.
– Eso ha sido muy profundo.
– No se lo digas a nadie.
– ¿Viste la luz y te alejaste del camino del chico malo?
– Bastante.
Después de la sesión de ejercicio, Hawk se había llevado a Raúl a la parte pobre de Dallas para que viera a la gente cuyas pertenencias cabían en carros de la compra.
– Recupérate -fue lo único que le dijo su entrenador.
Raúl se había ido a casa sintiéndose como el mayor cretino del mundo. Al día siguiente se había ido del hotel, se había comprado una casa en un vecindario modesto y había empezado a trabajar con el voluntariado.
Dos años después, había conocido a Caro en un baile benéfico que demostró que la vida no era perfecta.
– Entonces crees que la gente puede cambiar -dijo ella.
– ¿Tú no?
– No estoy segura. ¿La maldad desaparece o simplemente queda cubierta?
– ¿Quién fue malo contigo?
Ella suspiró.
– Y eso que se suponía que recogería mi harapienta dignidad y me iría sin más. Has sido genial. Estaré en contacto, Raúl. Gracias por todo.
Salió del despacho y él vaciló, dudando si debía o no salir tras ella. Pero entonces Dakota apareció y se quedó mirándolo.
– ¿He oído bien?
– Depende de lo que hayas oído.
– ¿Conociste a Keith Westland?
Él asintió.
Dakota fue hacia él y se dejó caer en la silla que había ocupado Pia.
– No diré nada; ni sobre él ni sobre los embriones. Todo esto es mucha responsabilidad. Supongo que sabía que Crystal tendría que dejarle los embriones a alguien, pero nunca había pensado en ello. ¿Lo sabía Pia de antemano?
Él recordó su primer encuentro con ella y respondió:
– No lo creo. Pensó que iba a quedarse con el gato.
– Sí. Estaba ocupándose del gato -Dakota parecía impactada-. ¿Cómo es que Crystal no la avisó? No puedes dejarle a alguien a unos potenciales niños y no decirle nada. O tal vez sabía que a Pia le entraría el pánico y no quería que le hiciera cambiar de opinión -Dakota lo miró-. ¿Está bien?
– Intenta asumirlo. Le sorprende que Crystal la eligiera a ella.
– ¿En serio? A mí no me sorprende. Puede que Pia no sea la elección más obvia, pero tiene sentido. Ella haría lo correcto… -Dakota se rio- después de varias patadas y llantos. ¡Vaya! Pia va a tener los bebés de Crystal.
– Aún no lo ha decidido.
Dakota lo miró.
– ¿De verdad crees que no los tendrá?
Él sacudió la cabeza. No podía imaginarlo, pero bueno, ya se había equivocado antes.
Ocupó la silla de detrás del escritorio.
– ¿Crystal, Pia y tú crecisteis juntas?
– Sí, claro. Crystal era unos años mayor, pero era una de esas personas verdaderamente buenas que quería cuidar del mundo. Trabajaba en la biblioteca después del trabajo y siempre estaba dispuesta a ayudar con proyectos del colegio -arrugó la nariz-. No puedo creer que sea tan vieja como para recordar que no existía Internet.
– Tienes veintisiete.
– Una anciana, prácticamente -se rio-. Pia iba un curso por delante de mí y mis hermanas, pero la conocíamos -los ojos se le iluminaron de diversión-. Pia era una de las populares. Llevaba una ropa genial y tenía todos los novios que quería.
La expresión de humor se desvaneció.
– Entonces su padre murió y su madre se fue. Todo cambió para ella. Habría jurado que Pia partiría hacia Nueva York o Los Ángeles al terminar la universidad, pero se quedó aquí.
Lo cual significaba que algo le había sucedido.
– Supongo que éste es su sitio -murmuró Dakota.
– Tú también volviste. Este lugar debe de tener algo.
– Tienes razón -se rio-. Ten cuidado, Raúl. Si te quedas demasiado tiempo, jamás escaparás.
– Lo tendré en mente.
Pero lo cierto era que quería poder tener un lugar al que llamar «hogar». Un lugar en el que se sintiera bien.
Hubo un momento en el que lo quiso todo, una esposa y una familia. Ahora estaba menos seguro. Cuando se casó pensaba que lo sabía todo sobre Caro, que nada de lo que ella hiciera lo sorprendería.
Se había equivocado y al descubrir la verdad de lo que había hecho, una parte de él había quedado destrozada. Pia había preguntado si él pensaba que la gente podía cambiar. Y así era, porque lo había visto una y otra vez. Pero la verdad rota era otra cosa. Aunque fuera reparada, nunca volvía a ser lo mismo. Siempre quedaban grietas.
Capítulo 4
Uno de los beneficios de su trabajo era que aunque Pia formaba parte del gobierno municipal, no tenía que participar en nada de los asuntos aburridos. Sí, una vez al año tenía que presentar un presupuesto, y justificar cada centavo, pero eso se hacía con un buen programa de ordenador. Cuando se trataba de las reuniones del consejo, era estrictamente una visitante, no una habitual. Así que cuando la alcaldesa la llamó y le pidió que asistiera a una sesión de emergencia, se sintió algo nerviosa al tomar asiento en la larga mesa de reuniones.
– ¿Qué pasa? -le preguntó a Charity, la planificadora de urbanismo-. Marsha parece nerviosa, y eso no es muy propio de ella.
– No estoy segura -respondió Charity-. Sé que quería hablar sobre el incendio.
Y tenía sentido, pero ¿por qué tenía que estar presente ella?
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó a su amiga.
Charity estaba embarazada de cuatro meses.
– Genial. Un poco hinchada, aunque parece que solo yo me doy cuenta -sonrió-. O están mintiendo. Cualquiera de las dos cosas me sirve.
Charity se había mudado al pueblo a comienzos de primavera y, en cuestión de semanas, se había enamorado del ciclista profesional Josh Golden, se había quedado embarazada y había descubierto que era la nieta de la alcaldesa.
Josh y Charity habían tenido una discreta boda y ahora esperaban la llegada de su primer hijo. Marsha estaba emocionada ante la idea de ser abuela.
«Un día más en Fool’s Gold», pensó Pia con alegría. Allí siempre pasaba algo.
Miró a las demás mujeres de la reunión. Estaban las sospechosas habituales, además de algunas sorpresas, como la jefa de policía Alice Barns. ¿Por qué tenía que asistir a una reunión del consejo la jefa de policía? Nancy East estaba sentada delante de todos; no había duda de que la superintendente de los colegios tendría información que todos necesitaban.
Antes de que Pia pudiera preguntarle a Charity, Marsha entró corriendo y tomó asiento en la cabecera de la mesa.
La alcaldesa iba muy bien vestida, como siempre. Le sentaban bien los trajes sastre y llevaba su melena blanca recogida en un cuidado moño.
– Lamento llegar tarde -dijo Marsha-. Estaba al teléfono. Gracias a todos por venir con tan poco aviso.
Se oyó el murmullo de la gente diciendo que no pasaba nada.
– Tenemos un informe preliminar sobre el incendio -dijo Marsha mirando las páginas que tenía-. Al parecer, comenzó en la caldera. Dados los días inusualmente fríos que hemos tenido a principios de semana, se encendió antes de revisarla. El fuego se extendió rápidamente, al igual que el humo.
– He oído que no hubo ningún herido -dijo Gladys. La mujer, que había sido la administradora del Ayuntamiento durante muchos años, estaba ahora ejerciendo de tesorera.
– Es verdad. Tuvimos algunos heridos que no revestían ninguna gravedad, pero a todo el mundo se le atendió allí y no hizo falta llevarlos al hospital -Marsha los miró, con su mirada azul cargada de preocupación-. Aún estamos valorando los daños, pero estamos hablando de millones de dólares. Tenemos un seguro y eso ayudará, pero no lo cubrirá todo.
– ¿Te refieres a lo deducible? -preguntó uno de los miembros del consejo.
– Eso es, pero hay otras cosas en las que pensar. Libros, planes de estudio, ordenadores, material… como he dicho, se cubrirá algo, pero no todo. El estado nos ofrecerá ayuda, pero eso lleva tiempo… lo cual me conduce a otro asunto. ¿Dónde metemos a todos estos niños? Me niego a que este fuego interrumpa su educación. ¿Nancy?
Nancy East, una mujer rellenita que rondaba los cuarenta años, abrió la libreta que tenía delante.
– Estoy de acuerdo con Marsha; que los niños sigan en el colegio es nuestra prioridad. Hemos pensado en repartirlos entre las otras tres escuelas elementales, pero no hay suficiente sitio. Ni siquiera con aulas portátiles, la infraestructura no puede soportar tantos añadidos. No hay espacio suficiente ni en la cafetería ni en el patio. No hay suficientes baños. Por suerte, tenemos una solución. Raúl Moreno ha ofrecido su campamento. Ayer estuve visitando las instalaciones y nos vendrá de maravilla.
Pia se recostó en su silla. El campamento fue una elección obvia, pensó. Grande y lleno de salas. Estaba cerrado en invierno, así que no molestarían a nadie.
– Hay cierta logística para nuestras clases -siguió diciendo Nancy-. Nuestro equipo de mantenimiento está allí ahora mismo, pensando en las mejores configuraciones. Hay un edificio principal donde tendremos reuniones y donde estará la cafetería. Hemos llamado a escuelas de todas partes pidiendo material extra como pupitres, pizarras, autobuses… También estamos haciendo un llamamiento a los abastecedores comerciales. Como ha mencionado Marsha, el estado ofrecerá algo de asistencia.
Se giró hacia Pia.
– Necesito tu ayuda, Pia.
– Claro. ¿Qué puedo hacer?
– Quiero celebrar una colecta de material este sábado en el parque. Necesitamos de todo, desde lápices hasta papel del baño. Nuestro objetivo es que los niños puedan volver al colegio el lunes.
Pia se mostraba calmada por fuera, pero por dentro su voz sonaba histérica y chillona.
– Es miércoles.
– Lo sé. Es todo un reto. ¿Puedes tener algo preparado para el sábado?
La respuesta obvia era «no», pero Pia se la tragó. Tenía un listín telefónico que rivalizaba con cualquiera creado por el gobierno y tenía acceso a una lista impresionante de voluntarios.
– Puedo empezar a correr la voz esta noche y anunciarlo en el periódico de mañana y del viernes. El viernes además saldrá en los medios y puedo tener algo preparado para el sábado por la mañana, digamos a las nueve. Necesito una lista de lo que necesitas.
Nancy había ido preparada y le pasó una carpeta.
– Si la gente quiere donar dinero, no les diremos que no.
– ¿Quién iba a hacerlo?
Pia abrió la carpeta y miró detenidamente las hojas escritas a máquina. La lista era detallada y, como Nancy había prometido, reflejaba todo lo que necesitaban, desde tizas hasta porcelana… bueno, no porcelana exactamente, sino platos para el campamento.
– Creía que el campamento ya tenía una cocina en funcionamiento. ¿Por qué iban a necesitar platos, vasos y utensilios?
– Zona de Niños albergaba a menos de cien campistas, incluso contando con los que no se quedaban a dormir. Nosotros vamos a enviar cerca de trescientos.
– Eso son muchas servilletas -murmuró Charity-. Me quedaré después de la reunión y así me dices qué puedo hacer para ayudar.
– Gracias.
No era el tamaño del proyecto lo que le preocupaba a Pia, sino la velocidad. Necesitaría un anuncio a toda página en el periódico local y a Colleen, su contacto en el Fool’s Gold Daily Republic, no le haría ninguna gracia.
– Tengo que hacer una llamada -dijo y se excusó.
Una vez estaba en el vestíbulo, sacó el teléfono móvil y marcó.
– Hola, soy Pia.
Colleen era una mujer de cierta edad… aunque nadie sabía qué edad era ésa. Le gustaba beber y fumar y detestaba hablar sobre trivialidades.
– ¿Qué quieres? -preguntó bruscamente.
Pia respiró hondo. Hablar rápido era esencial.
– Una página completa mañana y el viernes. El sábado vamos a celebrar una colecta para la escuela que se ha quemado; lo necesitamos para un colegio nuevo y material.
Maldita sea. Hablar con Colleen siempre la ponía nerviosa, y lo peor era que la otra mujer no tenía que decirle nada para ponerla frenética.
– Los niños irán al campamento mientras se repara la escuela. Necesitarán de todo desde libros hasta lápices y papel del baño. Tengo una lista. También nos vendrán bien donaciones económicas.
– Claro que sí. ¿Algo más? ¿Qué tal un riñón? Me han dicho que tengo dos. ¿Quieres que me lo corte y que os lo envíe?
Pia se apoyó contra la pared.
– Es para los niños.
– No estoy participando en ningún concurso de belleza; no tengo que preocuparme ni por los niños ni por la paz en el mundo.
Se hizo una larga pausa durante la que Pia oyó a la otra mujer exhalando humo.
– Tráeme el material en quince minutos y lo haré. De lo contrario, olvídalo.
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