– Gracias, Colleen -dijo Pia, corriendo hacia la máquina de fax de la segunda planta.

Redactó el titular y le sobraron dieciocho segundos. Cuando la copia y la lista del material necesitado había pasado por el fax, Pia volvió a la reunión y descubrió que no habían estado tan ocupados como ella.

– Charity, ¿es posible que hayas visto el trasero de Raúl Moreno? -estaba preguntando Gladys esperanzada-. ¿Podrías hacer una comparativa?

Pia se dejó caer en su silla.

– Sí, Charity. Deberías pedirle a Raúl que te concediera una ducha privada y a mí me gustaría estar presente cuando lo hicieras.

Charity volteó los ojos.

– No le he visto el trasero, y tampoco voy a pedirle que me lo enseñe. Por lo que a mí respecta, el de Josh es perfecto y no se puede mejorar.

– Eres su mujer -refunfuñó Gladys-. Tienes que decirlo.

Marsha se levantó de su silla.

– Debatir cuál de las dos celebridades del lugar es más atractivo puede ser un modo excitante de pasar el rato, pero aún tenemos cosas que discutir. Pia, ¿has conseguido el anuncio?

– Sí. Colleen publicará la hora, la lista de lo que hace falta y la información de contacto mañana y el viernes. Yo empezaré a hacer las llamadas esta noche. Colocaremos mesas para los que quieran hacer una venta de pasteles o algo parecido. Lo que solemos hacer siempre.

Marsha le entregó un papel.

– Aquí están los negocios locales que nos facilitarán refrescos y aperitivos. Les he dicho que nos los sirvan antes del sábado a las ocho de la mañana -miró a su alrededor-. Agradecería que las que tengáis una estrecha relación con Dios hablarais con él para que nos haga buen tiempo. Un sábado cálido y soleado sería lo mejor.

Gladys pareció impactada ante la petición, pero las demás se rieron a carcajadas.

Marsha se recostó en su asiento.

– Hay algo más que quiero discutir. Esperaba que no fuera importante, pero no he tenido tanta suerte. Soy consciente de que comparado con el incendio, esto parecerá una nimiedad, pero causará un impacto en nuestro pueblo y tenemos que estar preparados.

Pia miró a Charity, que se encogió de hombros. Al parecer, Marsha no le había hablado a su nieta de ese misterioso asunto.

– Puede que algunas recordéis a Tiffany Hatcher. Era una estudiante que vino a Fool’s Gold en primavera y que se dedicaba a la geografía humana, que estudia por qué la gente se asienta en un lugar u otro, por qué se traslada…

Pia vagamente recordaba a la joven guapa y diminuta que se había mostrado interesada en Josh. Aunque, ya que él solo había tenido ojos para Charity, nada había surgido de su flirteo.

– Intenté evitar que escribiera sobre nuestro pueblo, pero no tuve suerte y va a publicar su tesis. Me ha llamado para que sepa que hay un capítulo sobre Fool’s Gold y, más concretamente, sobre la escasez de hombres. Ha enviado extractos del capítulo a muchos medios de comunicación y se alegra de decirme que han despertado interés.

– No -dijo la jefa Barns-. No pienso permitir que un puñado de tipos de la prensa invadan mi pueblo y aparquen donde no deben. ¿Es que no hay suficientes noticias en el mundo sin tener que prestamos atención a nosotros?

Pia pensaba lo mismo, pero se temía que un pueblo con escasez de hombres era exactamente la clase de historia que atraería mucha atención.

– No creo que ayude mucho que le digamos a los medios que no los queremos aquí -dijo Charity.

– Me temo que en las próximas semanas vamos a tener que enfrentamos a este problema. Y no solo a los medios… -dijo Marsha.

Pia miraba a su jefa.

– Cuando se corra la voz, nos invadirán hombres buscando un pueblo lleno de mujeres solitarias.

– Eso podría ser divertido -dijo Gladys, intrigada-. Unas cuantas de vosotras necesitáis casaros.

Pia sospechó que Gladys se refería a ella, así que tuvo la precaución de mantenerse callada. Con menos de tres días para organizar un evento a lo grande, casarse o conocer a un hombre era lo último que le importaba. Y aunque no estuviera tan ocupada, teniendo en cuenta el tema de los embriones, lo de salir con algún hombre no es que fuera improbable, es que era imposible.


El sábado por la mañana amaneció perfectamente claro y la temperatura sería suave. Al parecer, Dios había respondido, pensó Pia mientras llegaba al parque poco después de las siete para ver que los trabajos ya habían empezado.

La cuadrilla de mantenimiento ya estaba montando largas mesas y cubos. Una imprenta había donado varios carteles y otros que se habían hecho a mano estaban dispuestos en su sitio. Pia había organizado dónde se recolectaría cada cosa.

Su milagroso listín telefónico había funcionado a la perfección, y unas cincuenta personas la habían llamado prometiéndole libros, material e incluso dinero en metálico. Liz Sutton, nativa de Fool’s Gold y una autora de éxito que acababa de regresar al pueblo para quedarse, había prometido cinco mil libros de niños para crear la biblioteca. Cuando Pia se había ofrecido a ir gritando a los cuatro vientos la impresionante donación que había hecho, ella había insistido en que todo se hiciera de manera anónima.

Y no fue la única que colaboró a lo grande. El héroe local, Josh Golden, ya había entregado un cheque por valor de treinta mil dólares, también con instrucciones de que no se diera su nombre. Además, la mañana anterior había llegado a su despacho un cheque por valor de diez mil dentro de un sobre que le habían colado por debajo de la puerta sin remitente.

Pia le había entregado el dinero a Nancy, junto con una lista del resto de donaciones.

Ahora, mientras bebía un poco de café, repasó todo lo que sucedería durante el día. El evento comenzaría a las ocho. Las donaciones se habían entregado el día anterior, y sus voluntarios estaban seleccionándolo todo. Para facilitar las cosas, se agruparon los artículos en función de precio en mesas de uno, tres, cinco y diez dólares.

La venta de pasteles y comida comenzaría al mediodía. La subasta sería a las tres y Pia aún esperaba la lista de lo que se ofrecería.

Durante todo el día tocarían bandas locales, el hospital estaría tomando la tensión y las clases de último curso del instituto harían lavados de coches. Pia no estaba muy segura de eso del «Desnudos por la causa», por mucho que el presidente de la clase le hubiera jurado que no irían desnudos, sino en bañador; sin embargo, en el punto en el que se encontraban, estaba dispuesta a aceptar todos los dólares que reunieran.

A las siete y media apareció una horda de voluntarios que se colocó en las zonas que se les habían asignado. Charity llegó quince minutos después, muy pálida.

– Siento llegar tarde -dijo colocándose el pelo detrás de las orejas-. No suelo vomitar por las mañanas, pero hoy ha sido uno de esos días. La buena noticia es que los chicos han hecho un gran trabajo instalando las baldosas del suelo.

– ¿Lo has visto muy de cerca?

– Durante casi una hora. Me duelen las rodillas, por no hablar del estómago -le dio una carpeta a Pia-. La información sobre la subasta.

– Gracias por hacer esto.

– Me alegra ayudar. Hay unos premios geniales -Charity se detuvo-. ¿Es un premio si tienes que pagarlo?

– No estoy segura.

Pia revisó la lista. Estaban las habituales tarjetas regalo de los restaurantes y de las tiendas locales. Ethan Hendrix había ofrecido un cheque por valor de cinco mil dólares para una reforma del hogar. Había también fines de semana en Tahoe y en la estación de esquí, clases de esquí, y un fin de semana en Dallas por cortesía de Raúl Moreno. Su paquete incluía los vuelos, dos noches en la Mansión Rosewood de Turtle Creek, una cena en el hotel y dos entradas para un partido de los Cowboys.

– Ese premio tiene mucho valor -dijo Pia, impresionada por la generosidad de Raúl.

– Lo sé. Casi se me han salido los ojos de las órbitas -apuntó Charity-. Ese hombre ya ha cedido su campamento, es más que suficiente.

– Es muy simpático -dijo Pia-. No puede evitarlo.

Charity se rio.

– Lo dices como si fuera algo malo.

– Puede serlo -aunque Raúl había dicho tener un pasado oscuro, eso, en lugar de molestarla, le había hecho verlo como más humano.

– Es muy guapo -dijo Charity.

Pia miró a su amiga.

– No vayas por ahí.

– Solo estoy diciendo que está aquí, que es guapo, que es un hombre de éxito y rico. Creo que no sale con nadie. Se divorció hace unos años.

Pia enarcó las cejas.

– ¿Es que has estado investigándolo?

– Oh, por favor. Estoy con Josh.

Como si eso explicara algo… aunque tal vez lo hacía. No solo era que Josh estuviera enamorado de su esposa, era más el modo en que él miraba a Charity lo que hacía que Pia se sintiera un poco perdida y triste. Además de adorar a su mujer, Josh la veneraba. Era como si hubiera estado esperando toda su vida a encontrarla y ahora que lo había hecho, no fuera a dejarla marchar.

Pia no se fiaba de esa clase de adoración, pero sí que era agradable pensar que existía.

– No me interesa -dijo con firmeza.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Has pasado algo de tiempo con él?

Pia no estaba preparada para hablar de los embriones, pero lo cierto era que quedarse embarazada lo cambiaría todo. Muy pocos hombres estarían interesados en criar a los hijos de otro y, sobre todo, tratándose de trillizos. Y aunque hubiera algún hombre dispuesto a hacerlo, seguro que ése no era Raúl.

– Hemos hablado y, como te he dicho, es muy simpático, pero no es para mí.

Miró a su amiga; aún no se le notaba mucho la barriga, pero sabía mucho más sobre el embarazo que ella. Sin embargo, Pia aún no estaba preparada para hacer preguntas.

El reloj de la Iglesia de la Puerta Abierta marcó la hora y Pia miró su reloj.

– Tengo que irme corriendo. Tengo que ir a cincuenta sitios distintos.

– Vete, ya me ocupo yo de la subasta. No te preocupes.

– No lo haré. Fool’s Gold te debe una.


A las once quedó claro que todo el pueblo había acudido a apoyar a la escuela. Los artículos que se habían reunido para el mercadillo se habían vendido al completo y la mayoría de la gente había insistido en pagar dos o tres veces más del precio fijado. Los cubos de donativos estaban a rebosar, al igual que las mesas, y la gente no dejaba de llegar.

Pia pasó de zona en zona, comprobando cómo iban los voluntarios y descubrió que no la necesitaban. Todo transcurría con normalidad y sin problemas… tanto, que ella comenzó a ponerse nerviosa.

Se compró un perrito caliente y un refresco y le dijo al chico que se ocupaba de atender el puesto que quedara con el cambio.

– Todo el mundo está haciendo lo mismo -dijo él con una amplia sonrisa y metiendo los billetes de sobra en una gran lata de café a rebosar-. Ya hemos tenido que vaciarla dos veces.

– Buenas noticias -dijo ella antes de sentarse en uno de los bancos.

Estaba agotada, pero en el buen sentido. Ahora mismo, en mitad de ese soleado día y rodeada por sus vecinos, se sentía bien. Como si todo fuera a funcionar. Sí, la escuela se había incendiado, pero el pueblo se había unido y se había restaurado el orden.

Y a ella siempre le había encantado el orden.

Tres chicos vinieron corriendo y uno de ellos se sentó a su lado.

– Ahí hay limonada gratis -dijo señalando al otro lado del parque.

– Deja que adivine… tú ya te has tomado dos vasos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Puedo ver el brillo del azúcar en tus ojos. Hola, soy Pia.

– Yo soy Peter -arrugó la nariz-. Iba al colegio que se ha quemado. Todo el mundo está haciendo esto para que podamos volver a la escuela.

– Y para ti eso no es muy divertido, ¿verdad?

– Supongo que me gusta el colegio…

Peter parecía tener unos nueve o diez años, tenía pecas y unos grandes ojos marrones. Era muy delgado, pero tenía una amplia sonrisa que hacía que quisieras sonreírle a él también.

– ¿Qué preferirías hacer en lugar de ir al colegio?

– Jugar al béisbol. Jugaba cuando era pequeño.

– ¿Estás en la Pequeña Liga?

Él negó con la cabeza.

– Mi padrastro dice que es demasiado caro y que hace perder mucho tiempo.

– ¿Te gustan otros deportes?

– Me gusta ver el fútbol americano. Hacen esas cosas divertidas con las manos. Intento fijarme en lo que hacen, pero es difícil.

– Todo eso se lo inventan. No hay una sola forma de hacerlo bien.

El niño abrió los ojos de par en par.

– ¿En serio?

– Ajá. Vamos -dejó el refresco en el suelo y tiró si papel del perrito y la servilleta a la basura antes de girarse hacia Peter-. Vamos a inventarnos uno. Yo doy un paso y tú otro.

Levantó el puño de la mano derecha y el niño repitió el gesto. Saltaron, chocaron los puños, y volvieron a chocar con las palmas abiertas. Él sacudió dos dedos y ella terminó dando una doble palmada.