Avanzó hacia la casa con pasos lentos y firmes. Sintió un hormigueo en la nuca y una ligera sensación de miedo, como si no fuera a gustarle lo que iba a encontrar dentro. Al entrar, miró la mesa de la cocina. Las llaves de la motocicleta seguían allí, así como las dos bolsas de viaje en un rincón. Molly no se había ido.
Una luz tenue salía de la puerta abierta de su dormitorio. Cruzó la sala de estar y llamó. Estaba sentada en la cama con las piernas dobladas y pegadas a su pecho. Tenía el pelo revuelto, la cara pálida y los ojos muy abiertos. Levantó la vista hacia él.
Ya no lloraba, pero la expresión de dolor y tristeza de su rostro casi le desgarró el corazón. Tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caer de rodillas.
– Molly.
– Caramba, pensaba que ibas a pasar la noche en la playa -intentó esbozar una sonrisa, pero el gesto fue aún más trágico porque no lo logró.
– No, sólo estaba pensando.
– Ya sé en qué -le dijo-. Lo siento, no pretendía salir corriendo de esa manera.
– Oye, para -entró en la habitación. No había otro sitio donde sentarse salvo en la cama y eso sería como invadir su espacio personal. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y se apoyó en la pared-. Soy yo quien tiene que disculparse, no tú.
– No tienes la culpa de nada.
– Sí, te asusté, y no pretendía hacerlo. Supongo… -se encogió de hombros-. Las cosas se me fueron de las manos y lo siento. Me olvidé de nuestro trato. Me importas, Molly. Te respeto. Es fácil ser compañeros de cama pero no amigos, y eso es lo que te considero. No quiero echar a perder nuestra amistad, eres demasiado importante para mí. Espero que me perdones por haberme pasado de la raya. Te juro que no volverá a ocurrir.
Lo decía en serio, pensó Molly. Qué giro de acontecimientos más sorprendente. La había besado y acariciado de una forma que le había hecho sentirse increíblemente especial. Él se había excitado, y a cambio, ella había salido huyendo sin más explicaciones. Y era Dylan el que se estaba disculpando.
– No es lo que crees -dijo lentamente, sin saber qué iba a contarle. La verdad, no. No querría oírla y no creía tener fuerzas para decírsela.
– Sé lo que es -le dijo Dylan enseguida-. No quiero que pienses que no me gustaba lo que estábamos haciendo, porque me gustaba. Los besos, las caricias… fueron maravillosos. Pero nuestra amistad significa mucho más para mí.
Dylan era un regalo maravilloso e inesperado en su vida. Realmente se preocupaba por ella, y no sabía si alguien más volvería a hacerlo. No era amor, pero ya no confiaba en el amor. Aquello era mejor. Podrían ser amigos durante mucho tiempo, podría contar con él. Era un hombre bueno, además de divertido, inteligente, sexy y maravilloso. Una combinación irresistible. Molly sintió cómo volvían las lágrimas. Las contuvo porque estaba cansada de llorar, cansada de tener miedo y sentirse sola.
– Eres importante para mí, Molly. Por favor, dame otra oportunidad.
Molly cerró los ojos con fuerza y le tendió la mano. Dylan se acercó a ella al instante, y sus cálidos dedos envolvieron los suyos.
– Estás completamente equivocado -dijo, luchando por no perder el control-. No lamento los besos o las caricias, fueron maravillosas. Más que eso… Tan especiales. Nunca sabrás lo mucho que han significado para mí.
Molly contempló su rostro familiar. Los dos habían cambiado, sin embargo, sentía que siempre lo había conocido. Su enamoramiento seguía ahí, un poco distinto, porque ella era distinta, pero había vuelto con toda su fuerza.
Entonces, supo que era el momento de decirle la verdad. No sólo porque merecía saber por qué se estaba comportando de manera tan extraña, sino también porque lo necesitaba. Egoístamente, sabía que llegaría un día en que la fuerza de Dylan sería lo único que la impulsaría a seguir adelante, aunque sólo fuera un minuto más.
– Me gustaron -dijo, indicándole que se sentara en la cama, y Molly pudo sentir su calor cuando lo hizo-. Y eso es lo malo.
Vaya, qué difícil era. Contárselo a Janet había sido duro, pero aquello era peor. Seguramente porque no sabía cómo iba a reaccionar. ¿Se echaría hacia atrás? Se preparó para lo peor.
– Molly, me estás confundiendo. Y asustando. ¿Qué pasa?
– Nada. Todo -le soltó la mano para que tuviera libertad para irse si así lo deseaba, e inspiró profundamente-. Me gustaba lo que estábamos haciendo en la playa, los besos y las caricias, pero me quedé helada cuando me tocaste el pecho.
– ¿Te hice daño?
– No.
Dylan estudió su rostro y ella pudo leer en el suyo las preguntas.
– ¿Te ha atacado alguien? -preguntó después de maldecir entre dientes.
– No. ¿Recuerdas cuando me preguntaste por qué quería huir de mi vida y te hablé de la semana tan mala que había tenido? -Dylan asintió-. No te lo conté todo -Molly fijó la vista en su rostro perfecto y puso la mente en blanco-. El lunes me despidieron, el martes Grant me llamó desde México. El miércoles por la mañana, mientras estaba en la ducha, noté un bulto en el pecho izquierdo.
Capítulo 9
Molly estaba temblando, pero no tanto como para no poder hablar. Inspiró. Ya estaba, ya lo había dicho. Dylan todavía no había salido corriendo, pero seguramente era porque estaba en estado de shock. En cuanto lo superara, partiría con rumbo desconocido. Sin embargo, hasta que eso ocurriera, decidió seguir hablando.
– Me estaba examinando el pecho, como hago una vez al mes -dijo Molly-. Muchas mujeres lo hacen. Cuando empecé, tenía miedo porque no quería encontrar nada. Sé que suena raro, porque si me estoy examinando el pecho parece que de alguna manera acepto que podría haber un bulto, pero después de unos meses, se olvida esa posibilidad -movió la cabeza-. Lo siento. No estoy yendo al grano.
– No pasa nada -dijo Dylan en voz baja y grave-. Cuéntamelo como te apetezca.
La luz de la mesilla de noche iluminaba la cama y el suelo, pero casi todo el cuerpo de Dylan estaba en sombras, incluido su rostro. A Molly le costaba leer su expresión, pero en parte podía ser porque no quería saber qué estaba pensando.
– Bueno, noté algo -continuó, tratando de mantener la calma. Sólo con recordarlo volvía a sentir el mismo terror que la había invadido al encontrar el bulto. Incluso en aquellos momentos le resultaba difícil no dejarse llevar por el pánico-. Llamé a mi médico y me recibieron aquel mismo día. Me examinó. Al principio, pensó que podía ser un quiste -Molly lo miró con expectación, y Dylan movió la cabeza.
– No sé qué es eso.
– Por lo general, es inofensivo. Los quistes se forman en el pecho. Son bolsas llenas de líquido. Son dolorosas, pero no dan grandes problemas. Normalmente, el médico utiliza una aguja para aspirarlos, ya sabes, para quitar el fluido. Pero el bulto que yo tenía no era un quiste, no había fluido. El siguiente paso fue la mamografía.
No quería pensar en ello. No quería recordar el terror frío de aquel día o la presión de la máquina. Había gritado durante la prueba, no porque le doliera sino porque tenía miedo y estaba sola.
– Después, mi médico siguió sin estar segura, así que sugirió extirparme el bulto. Lo examinarían y me harían saber qué era. Me lo quitaron el viernes de esa misma semana.
Molly se abrazó y forzó una sonrisa. Quería salir corriendo y dejar atrás todo el miedo y las preguntas. La cuestión era que no tenía dónde ir. Ya había huido y el problema la había seguido. Lo único que podía hacer era aceptarlo.
– ¿Qué encontraron? -preguntó Dylan.
– No están seguros. Las células son atípicas. Creo que es una manera ingeniosa de decir que no saben lo que es. Mi médico mandó una muestra a un laboratorio para que la analizaran. El día que decidí venir a verte, me llamó desde el consultorio. Había recibido el informe, pero iba a pedir una segunda opinión a otro laboratorio -lo estaba explicando tan bien que las lágrimas fueron inesperadas. Contuvo el aliento mientras sentía cómo le abrasaban los ojos. Una sola lágrima se deslizó por su mejilla y se la secó con la mano enseguida-. Mi… Mi médico dice que sólo es una comprobación -continuó, con la voz gruesa-, que quiere estar segura y no preocuparse. Pero yo no puedo evitar pensar que la verdad es tan horrible que por eso necesita una segunda opinión. Me ha dicho que intente ser paciente, que llene los días con cosas que me ayuden a olvidar, pero es… difícil.
Más lágrimas. En aquellos momentos caían a más velocidad.
– Por eso llamo por teléfono todas las noches. Quedó en llamarme para decirme los resultados del segundo laboratorio. Estoy esperando noticias.
No podía mirar a Dylan, no quería saber qué estaba pensando. ¿Estaba horrorizado? Seguramente. Trató de recobrar la compostura y convencerse de que todo estaba bien mientras esperaba a que Dylan se pusiera en pie.
Aquella preparación no sirvió de nada. Cuando el colchón se movió, pensó que iba a vomitar. Luego, dos brazos fuertes y cálidos la rodearon y la estrecharon. El consuelo fue tan inesperado, tan maravilloso, que rompió en sollozos.
Dylan abrazaba a Molly con fuerza contra su pecho. Como no sabía qué otra cosa hacer, se quedó callado, dejando que se enfrentara al dolor a su manera. Él mismo no sabía cómo se sentía. Conmocionado, desde luego. Más bien atónito. No podía recordar todo lo que había imaginado cada noche cada vez que se metía en su cuarto para llamar por teléfono, pero no había sido nada parecido a aquello. Descansó la mejilla sobre sus cabellos.
– Molly -murmuró-, pequeña Molly. No puedo creer que hayas tenido que enfrentarte a todo esto. No me extraña que quisieras huir.
– A veces es difícil -dijo con palabras ahogadas-, Janet me ha apoyado mucho. Después de decirle lo del bulto, quiso venir para el día de la intervención. Pero tiene a sus hijas y a Thomas. Luego, quería que fuera a su casa. Prometió que mis sobrinas serían una gran distracción. Creo que si no hubieras querido venir conmigo, habría ido a verla – levantó la cabeza. Había lágrimas en su rostro y tenía los ojos rojos. A Dylan no le importaba, era hermosa-. Gracias -dijo Molly-. Por no salir corriendo o retroceder. Sea lo que sea, no es contagioso.
Dylan le secó las lágrimas.
– Esa idea no se me ha pasado por la cabeza. No tengo miedo de ti, sólo… -se encogió de hombros-, estoy asimilándolo todo, supongo.
– Tal vez no debería haberte contado todo esto.
– No, no digas eso. Somos amigos, y los amigos comparten información.
Molly asintió, luego apoyó la cabeza en su pecho una vez más. Dylan maldijo en silencio. Desde luego, oír hablar a Molly de su vida le permitía ver sus insignificantes problemas con otra perspectiva. Todo aquel tiempo había estado preocupándose de si debía vender o no la compañía, mientras que ella se enfrentaba a una situación de vida o muerte.
Un frío nudo se formó en su estómago al repetir aquel último pensamiento. Tres palabras sobresalieron entre las demás. Vida o muerte. Dylan fue presa del pánico. Molly podía morir.
Resistió la urgencia de estrecharla aún con más fuerza, como si así pudiera mantenerla a salvo. Cielos, no quería perderla. No después de haberla encontrado. Molly era especial, una buena persona. No se merecía aquello.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó ella.
– En nada.
– Mentiroso. Acabas de ponerte rígido. Si quieres apartarte de mí, lo comprenderé.
– De ninguna manera, jovencita. Estás atrapada aquí conmigo -le acarició el pelo con la mejilla e inspiró el dulce aroma de su cuerpo-. Sólo estaba pensando en que no es justo.
– Olvídalo -le dijo-. Le he estado dando vueltas una y otra vez y no hay respuesta a esa pregunta. Tienes razón, no es justo. ¿Y qué?
Molly parecía fuerte y segura de sí misma.
– Soy un hombre. Quiero arreglarlo.
– No puedes.
– Lo sé.
Eso era lo peor de todo. Lo sabía.
– No te molestes en comprenderlo, Dylan. No te lo he contado por eso, sólo quería que entendieras mi situación. Teniendo todo en cuenta, estoy muy bien. Estos días han sido maravillosos, he sido capaz de olvidar y divertirme. Lo necesitaba.
– Lo has llevado muy bien. Estoy impresionado.
– No lo estés. Sólo estoy yendo paso a paso. No hay valor en eso.
– Te equivocas.
– Tus palabras favoritas -Molly se echó a reír.
– Tengo otras palabras que me gustan igual.
– No lo creo -Molly le sonrió.
Todavía había lágrimas en su rostro, pero el dolor y la pena habían desaparecido de sus ojos. La abrazó y ella le devolvió el abrazo.
Le gustaba sentir los brazos de Molly alrededor de la cintura y frotándole la espalda. Cómo no, todavía la deseaba. Su erección le presionó dolorosamente la tela de los vaqueros. Pero eso ya no importaba. Nunca haría nada para herirla o… De repente, la agarró de los brazos y la apartó para mirarla a los ojos.
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