– ¿Te hice daño? -le preguntó con frenesí. Le habían extirpado el bulto y, aunque fuera una incisión muy pequeña, tenían que haberla intervenido-. ¿Cuando te toqué el pecho, te di donde te operaron? ¿Por eso saliste corriendo?

Molly se ruborizó, pero no desvió la mirada.

– No. Me tocaste el seno derecho y el bulto estaba en el izquierdo.

– Vaya, Molly -dijo lleno de alivio-. Tenía miedo de haberte hecho daño.

– No, no hagas eso -se soltó y le tomó las manos-. No me trates como si fuera a romperme, no podría soportarlo. Sí, me duele un poco, pero no es gran cosa. No me trates de forma distinta, por favor. Prométemelo. Sólo te lo he contado para que entendieras mi comportamiento.

¿Cómo podía hacer esa promesa? Claro que iba a ser diferente. Sabía que su vida corría peligro y quería encontrar la manera de protegerla o incluso de curarla. Ninguna de las dos opciones estaba a su alcance y no sabía cómo iba a poder sobrellevarlo.

Entonces, lo entendió. No se trataba de él, sino de Molly. Lo importante eran sus sentimientos. Había pasado las dos últimas semanas conviviendo con un miedo que no podía ni siquiera empezar a imaginar. Si necesitaba que la tratara como siempre, encontraría la manera de hacerlo. Era lo menos que podía hacer por ella.

– Te lo prometo -dijo llevándose la mano al corazón.

– Gracias -sonrió Molly.

Luego Dylan se recostó en la cabecera de la cama y la atrajo hacia él. Ella se resistió.

– No tienes por qué hacer esto -le dijo.

– Gracias por la información, pero si no te importa, me gustaría tener un poco de contacto humano -la miró a los ojos-. Lo siento, Molly. Estoy haciendo que te sientas incómoda, ¿verdad? -le dijo, y empezó a bajar de la cama.

Molly lo detuvo.

– No, no te vayas, Dylan. Pensé que sentías pena por mí. La verdad es que a mí también me gustaría sentir un poco de contacto humano.

Dylan se encontró echado sobre la cama. Molly estaba tumbada a su lado con la cabeza apoyada en su hombro y la mano sobre su pecho. Le acarició la melena.

Se hizo un cómodo silencio entre ellos. Dylan siguió pensando en todo lo que ella le había dicho y le pareció imposible de creer. ¿Molly? ¿Su Molly? Detestaba pensar que había pasado por todo aquello ella sola.

– Deberías haber llamado a Janet para que estuviera contigo -le dijo-. Es tu hermana, se preocupa por ti.

– Lo sé, pero no quería ser un estorbo.

Traducción: no se consideraba merecedora de ello. Reconoció el sentimiento porque tenía el mismo concepto de sí mismo. No importaba en alguien como él, pero Molly se merecía algo más.

– Es imposible que seas un estorbo. Eres una persona muy especial.

– No digas eso -gimió Molly-. Me prometiste que no me tratarías de forma distinta.

– Ayer pensaba que eras especial, lo que pasa es que no llegué a decírtelo.

– No sé si creerte.

Dylan se volvió hacia ella y le tocó el rostro.

– Es tu problema, no el mío. No te mentiría, creo que eres muy especial -deslizó el dedo desde su frente hasta la nariz, luego a sus labios-. Me alegro de que me lo hayas contado. Seguiremos divirtiéndonos para que te distraigas, ¿de acuerdo?

Molly asintió, y una lágrima se derramó por su mejilla.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Dylan.

– Nada. Sólo que estás siendo muy bueno conmigo.

– Estamos juntos. Ya no estarás sola.

Molly se inclinó hacia delante y lo besó suavemente en los labios. Dylan esperó, pero ella no profundizó el beso. A pesar de todo, seguía deseándola. La pasión ardía en su interior, pero en aquellos momentos era diferente. El fuego estaba moderado por la ternura. Aunque el deseo no se extinguía, lo transformaba en algo todavía más poderoso.

La estrechó entre sus brazos. Después de unos momentos, su respiración se hizo más pesada y se dio cuenta de que se había quedado dormida. Se movió lentamente para no despertarla, extendió el brazo y apagó la luz. No estaba seguro de poder dormir aquella noche, pero no importaba. Sólo quería estar allí, en la cama de Molly, con ella en brazos.

Era tan preciosa. No sólo de aspecto, aunque hubiera tardado en darse cuenta, sino que estaba llena de una gracia interior: en parte coraje, en parte aceptación y determinación de seguir adelante pese a todo. Le enorgullecía conocerla.

Cerró los ojos en la oscuridad y se concentró en el sonido de la respiración serena de Molly. Tenía tanto miedo de perderla. El mundo en general y su vida en particular serían mucho más insignificantes y oscuros sin su brillante sonrisa y su espíritu bondadoso. La verdad lo asaltó con toda la sutileza de un directo al estómago. Sin saber cómo, ya no podía concebir estar sin ella.


Molly se despertó lentamente. Debía de ser medianoche. Al principio no supo dónde estaba. Las sombras de la habitación eran familiares, pero su mente no podía centrarse en ellas. Luego comprendió la razón de su confusión. Había un hombre en su cama.

El cuerpo de Dylan la mantenía en calor, a pesar de que estaba encima de la colcha. Estaba acurrucada contra él, con las piernas entrelazadas con las suyas y él tenía la barbilla apoyada en su cabeza. No recordaba haberse quedado dormida, pero recordaba los detalles de su conversación, cómo la había escuchado mientras le contaba la historia, y la tristeza y preocupación de su rostro. Y, lo más importante de todo, cómo la había abrazado y consolado, en lugar de comportarse como si fuera un monstruo o estuviera deforme. Nunca le estaría suficientemente agradecida por ello.

– ¿Por qué no estás dormida? -le preguntó Dylan en voz baja y ronca.

La intimidad del momento le hizo temblar y el deseo la invadió, una necesidad líquida que humedeció el lugar secreto entre sus muslos.

– Podría hacerte la misma pregunta.

– Estaba dormido -dijo él-. Me has despertado.

– Lo siento, no haré tanto ruido la próxima vez.

Dylan rió entre dientes, y el sonido vibró en su pecho. A Molly le encantaba estar allí tumbada junto a él. No quería moverse. Dylan murmuró su nombre y luego la envolvió con los brazos.

– Gracias por no hacer que durmiera solo -le dijo.

– ¿De qué estás hablando? Estás haciendo esto por mí.

– No soy tan altruista. Confieso que tengo motivos muy egoístas.

– Y querrás que me lo crea.

Dylan levantó la cabeza y la miró. La barba empezaba a crecerle y le confería un aspecto siniestro. Aun así, no tenía miedo, porque veía el afecto en sus ojos.

– Si vas a echarme otra vez esa charla sobre la piedad, voy a tener que tomar medidas severas contigo -le dijo-. Me preocupo por ti, no quiero que te pase nada. Y agradezco que estemos juntos esta noche. Si puedo abrazarte, puedo dormir, de lo contrario me quedaría despierto, mirando al techo.

– ¿De verdad? -repuso Molly.

Quería creerlo con tanta intensidad. Quería pensar que era importante para él.

– Los hombres no mienten sobre nada que los haga parecer débiles. Créeme. Nos encanta ser héroes, no enclenques.

– Nunca serías un enclenque -sonrió Molly.

– Tengo mis momentos.

Permanecieron callados un tiempo. Debido al silencio y a la oscuridad exterior, parecía que eran las únicas personas en el mundo. Molly deseó que fuera verdad. Así todavía tendría alguna posibilidad de estar siempre con él. Pero no era bueno desear lo que nunca podría tener.

Le habían gustado sus besos y la forma en que la había abrazado. Le había gustado sentir sus manos sobre su cuerpo. Incluso cuando le había tocado el pecho, se había sentido increíblemente excitada. Molly levantó la cabeza. Le había tocado el pecho. Por voluntad propia. ¿Qué quería decir eso exactamente?

– ¿Por qué me tocaste el pecho? -dijo sin pensar. Las palabras parecieron hacer eco en el silencio de la habitación, y se ruborizó intensamente. Tuvo que carraspear antes de volver a hablar-. Quiero decir que… -se quedó sin voz. ¿Qué quería decir?

– Estoy esperando -dijo Dylan.

Sabía que la estaba mirando, podía sentir sus ojos fijos en ella. ¿Por qué habría hecho esa estúpida pregunta?

– Nada -dijo finalmente.

– No digas eso, la conversación comenzaba a ponerse interesante. ¿Por qué te toqué el pecho? Supongo que la respuesta más sencilla es porque deseaba hacerlo. Pensé que nos gustaría a los dos.

– ¿Porque nos estábamos besando? -preguntó Molly con cautela.

– Sí.

Recordó cómo había sentido su erección. De modo que había estado excitado. ¿Quería eso decir que había deseado hacerle el amor? Era una idea sorprendente. Hacer el amor significaba estar desnudos juntos. No creía poder soportarlo. Con los nueve kilos demás y los puntos cicatrizándose todavía en su pecho, era imposible. A Dylan le desagradaría. Si fuera otra persona, alguien menos perfecto.

– ¿En qué piensas? -preguntó.

– En que eres demasiado perfecto.

Dylan se echó a reír.

– Te afecta la falta de sueño. Disto tanto de ser perfecto, que no sabría cómo empezar a serlo. Duérmete otra vez, Molly. A no ser que quieras que sigamos hablando de por qué te toqué el pecho.

Sabía que estaba bromeando, y era muy agradable. Molly hizo lo que le había dicho y apoyó la cabeza en su hombro para escuchar los latidos de su corazón. Lentos y fuertes. Aquello era lo que necesitaba en la vida, aquella fuerza.

Dylan la estrechó entre sus brazos y lo último que recordó fue el calor de su cuerpo que la rodeaba como una manta sensual y cálida.

Capítulo 10

LA SEGUNDA vez que Molly se despertó ya era de día. La luz del sol entraba por las ventanas. Se dio la vuelta y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. La única indicación de que Dylan había estado allí eran la colcha y la almohada arrugadas y la sensación cálida que conservaba en el estómago.

Seguía teniendo miedo, pensó, estudiando sus emociones. Seguía deseando desesperadamente que su médico la llamara y le dijera que estaba todo bien. Pero también se sentía más fuerte que antes. Contárselo todo a Dylan había fortalecido su determinación de enfrentarse a su situación, fuera la que fuera.

Lo oyó moverse en la otra habitación. Supuso que debía levantarse y empezar un nuevo día, pero no quería. Le gustaba estar allí tumbada, recordando cómo se había sentido entre sus brazos. No recordaba haberse quedado dormida así antes. Grant y ella habían pasado muy pocas noches juntos, y cuando lo habían hecho, no se habían quedado dormidos abrazados. Además, se sentía a salvo, seguramente por primera vez en quince días. No importaba que Dylan no pudiera protegerla de verdad de los resultados del laboratorio, aunque en el fondo, quería creer que así era. Sonrió.

– Pareces contenta esta mañana.

Molly levantó la vista y vio a Dylan de pie en el umbral. Tenía una taza de café en cada mano. Molly se apartó el pelo de la cara y, de repente, se sintió un poco nerviosa por su aspecto desordenado. Se incorporó hasta apoyar la espalda en el cabecero de la cama.

– Buenos días -le dijo-. ¿Qué tal has dormido?

– Estupendamente, ¿y tú?

– También.

Entró en la habitación y se sentó en el colchón. Era evidente que se había duchado y afeitado, tenía la piel suave y el pelo húmedo. Llevaba un polo de mangas cortas y unos vaqueros. Como siempre, estaba demasiado atractivo para su tranquilidad.

– Antes de que digas nada -empezó a decir, entregándole la taza-, no he hecho esto por lo que me contaste anoche. Normalmente suelo ser el primero en levantarme después de pasar la noche en la cama con una mujer y soy yo el que preparo el café.

– Bueno, nosotros no… -Molly no sabía cómo tomarse sus palabras.

– Eso son sólo detalles técnicos. Hemos dormido juntos y eso es lo que importa.

– Oye, si así consigo que me traigas el café a la cama, no voy a protestar.

– Tal vez lo hagas cuando lo pruebes.

Molly tomó un sorbo con cautela, pero el líquido humeante estaba delicioso.

– No te preocupes, me gusta -su mirada era directa, sus gestos espontáneos, sin embargo, algo había cambiado entre ellos. Lo notaba-. Ya no va a ser lo mismo que antes, ¿verdad?

– No, es imposible. Sé demasiado. Supongo que ahora tendrás que matarme.

Su broma la animó.

– Bueno, creo que eres de confianza.

– Eso espero, Molly -le dijo, y se puso serio-. Para mí es importante. Quiero que confíes en mí y que cuentes conmigo. Quiero… -se encogió de hombros-. No sé lo que quiero. Arreglar la situación, supongo, pero no puedo. Creo que eres muy valiente.

Aquello le hizo reír.

– No, no lo soy. Estoy muerta de miedo casi todo el tiempo. Me siento como si estuviera en una montaña rusa emocional. A veces estoy fuerte y sé que todo va a salir bien, otras, pienso que voy a morir. Pienso en lo que haré si me dicen que el bulto es maligno. Me preocupa perder el pecho, y luego me digo que soy tonta por preocuparme por algo tan insignificante.