Dylan no pudo evitarlo, la rodeó con sus brazos y la estrechó. Molly aceptó de buena gana el abrazo. Luego Dylan empezó a mecerla, consolándolos a los dos con el movimiento.
– Lo siento -susurró Molly-. No pretendía disgustarte.
– No lo has hecho. Confieso que no ha sido una conversación corriente. No suelo hablar del sentido de la vida.
Dylan no quería seguir con aquella conversación, pero sabía que necesitaba hablar del tema. Y si no lo hacía con él, ¿con quién? En aquellos momentos, él era todo su mundo. En otras circunstancias, aquella idea le habría impulsado a salir corriendo, pero en lugar de eso, deseaba permanecer a su lado, consolarla.
– Eres muy valiente -murmuró junto a su pelo.
– Deja de decir eso. Sólo estoy tratando de reconciliarme con las circunstancias que no puedo controlar. Hay una diferencia.
– No, Molly, eres increíble. Deja de contradecirme y acepta el halago, ¿de acuerdo?
– Me encanta cuando pones voz de duro. Tengo hambre. ¿Por qué no nos saltamos las convenciones y nos tomamos un helado para almorzar?
– Eso está hecho.
Dylan estaba tan inquieto como un león en una jaula. Daba vueltas por la pequeña casa de un lado a otro, deteniéndose sólo para contemplar la oscuridad antes de retomar la marcha. Molly estaba acurrucada en una esquina del sofá y lo miraba. A pesar de que llevaba una hora tratando de animarse, no podía desterrar el sentimiento de tristeza que la invadía. Tal vez porque no había forma de eludir la verdad. Dylan quería irse.
La noche anterior se había tomado la noticia muy bien, y aquella mañana también. Después de un almuerzo decadente de helado, habían ido al cine y luego de compras. Había estado simpático y atento, dándole la mano durante la película y preguntándole si estaba a gusto en el restaurante. Molly se había refugiado en sus atenciones, pero en aquellos momentos se preguntaba si no había sido todo una fachada.
No le sorprendía. Habían pasado más de dos semanas y Molly todavía no había asumido que tenía un bulto en el pecho, era imposible que él lo hubiese aceptado en veinticuatro horas. A pesar de los últimos diez días, eran relativamente extraños. No le debía nada, se equivocaba al esperar que se quedara a su lado. El verdadero acto de amabilidad sería dejarlo marchar.
Lo miró cuando pasaba a su lado. Dylan no la miró, de hecho parecía no darse cuenta de que estaba en la habitación. Había tenido la esperanza… Movió la cabeza. Ninguna de sus esperanzas habían sido realistas. Ya era una adulta. Había estado sola antes y volvería a estarlo. Dylan le había hecho pasar diez días maravillosos y eso era más de lo que esperaba.
– Entiendo lo que te preocupa -le dijo.
Dylan se quedó de pie junto a la ventana, de espaldas a ella.
– Lo dudo.
– Te sientes frustrado por la situación. Quieres irte, pero te sientes responsable de mí. No te preocupes. No me pasará nada.
Dylan se volvió para mirarla. Tenía el rostro tenso, los labios apretados y su mirada era indescifrable.
– ¿De qué demonios estás hablando?
No se acobardó al oír su tono áspero. Sabía que estaba más enfadado consigo mismo que con ella.
– Ya me has dado mucho más de lo que podía esperar. Estos días han sido una aventura maravillosa, siempre los recordaré. No sólo porque me ayudaste en los momentos difíciles, sino porque me lo he pasado bien conociéndote.
– Estás completamente equivocada -Dylan llegó hasta donde estaba en tres largas zancadas, luego se sentó en el sofá junto a ella. Después de agarrarla de las manos, la miró a los ojos-. Te crees muy lista y lo eres en algunas cosas, pero esta vez estás metiendo la pata -le acarició la mejilla con el dedo-. No quiero irme, quiero quedarme.
Lo que decía no tenía sentido.
– Entonces, quédate. ¿Cuál es el problema?
– Quiero estar contigo y me estoy volviendo loco -dijo atropelladamente.
– Ya estás conmigo.
– Quiero hacerte el amor.
Molly se quedó boquiabierta. También sintió cómo sus pulmones se quedaban sin aire. ¿Que la deseaba? Consiguió inspirar y cerrar la boca, pero nada más. Quería creerlo, desesperadamente. Había pensado en ellos dos juntos, era una de sus fantasías favoritas, pero la realidad era muy diferente. Él era Dylan Black, y ella una mujer bajita y de tez pálida. Tenía nueve kilos de más y había averiguado que no podía disfrutar del acto sexual mientras trataba de meter la tripa. ¿Y qué pasaba con su pecho? Tenía una incisión con puntos. La forma del pecho era distinta en ese lado y tenía un cardenal de aspecto terrible. No podía desearla de verdad, sólo podía sentir pena por ella…
– ¡Maldita sea! -gruñó, y la asió por los hombros-. Acepto la confusión. Puedes pestañear y decirme que es demasiado inesperado. Puedes abofetearme y recordarme que estoy quebrantando las reglas, que no estás interesada en un tipo como yo. Lo que quieras. Pero no dejaré que dudes de ti o del hecho de que te deseo.
– ¿Cómo sabías lo que estaba pensando?
– Te conozco, Molly, mejor de lo que tú crees -Dylan frunció el ceño-. Y para que lo sepas, quiero hacer el amor contigo, no sólo liberarme físicamente. No te confundas en eso. Si no te interesa, dilo y te dejaré en paz. Fingiremos que nunca ha tenido lugar esta conversación.
Estaba bromeando, ¿verdad? Pero Molly vio la incertidumbre en sus ojos, el miedo a que lo rechazara, y aún más, llamas de deseo y necesidad.
Lo creyó. Tal vez porque quería creerlo, pero no importaba, se había prometido no lamentarse de nada. Por razones que nunca comprendería, Dylan había cautivado su corazón como ningún otro hombre lo había hecho, incluido Grant. No podía negarle nada, y más importante, no podía negarse a sí misma aquella oportunidad… aquel milagro.
Le tocó el labio inferior con el dedo.
– Yo también te deseo -susurró.
Capítulo 11
Tuvo que apretar los dientes para no gritar. ¿De verdad había reconocido que lo deseaba? ¿Y si Dylan había estado bromeando y ella lo había tomado en serio…? Dylan se puso en pie y tiró de ella para levantarla.
– Me vuelves loco -le dijo.
– ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué he dicho?
Lo siguió, pero sólo porque Dylan la arrastraba. Trató de no fijarse en que se dirigían a su habitación, a la cama de matrimonio en la que había estado durmiendo, hasta el día anterior, sola. Tal vez si dejaba la mente en blanco, no tendría que pensar en que iban a hacerlo y que tendría que desnudarse delante de él y… Cielos, aquello no podía estar pasando de verdad.
– Deja de dudar de ti misma -dijo cuando llegaron junto a la cama-. Casi puedo oír lo que piensas. ¿Por qué no te entra en la cabeza que voy en serio?
– Porque dices cosas tan maravillosas y lo malo siempre parece tener más sentido que lo bueno -Molly alzó la mano para detener sus comentarios-. Lo sé, lo sé, tengo que superarlo. No es como si no hubiera hecho esto antes. Quiero decir, que incluso tomo la píldora. Pero no tengo mucha experiencia. Créeme, Dylan. Muchas mujeres se sienten seguras de su atractivo, pero muchas otras estamos llenas de inseguridades.
– Tonterías.
Estaban a oscuras. Molly se dijo que debía relajarse, en la oscuridad sólo podría sentirla, no mirarla. Si mantenía las manos de Dylan lejos de algunas partes… La lámpara de la mesilla de noche se encendió. Molly parpadeó ante el súbito resplandor.
– Has encendido la luz -le dijo.
– Sí, quiero verte. ¿Te importa?
«¿Que si me importa?», pensó Molly.
– No, claro que no -mintió alegremente-. Me gusta hacerlo con la luz encendida.
– Y querrás que te crea -le dijo Dylan-. Pero gracias por fingir. Ven aquí.
Dylan estaba sentado al borde de la cama y Molly se dejó caer a su lado. Entonces Dylan los movió a los dos de forma que quedaron tumbados sobre el colchón, mirándose. Sólo estaban a centímetros de distancia.
Molly sabía que estaba temblando, y no era por la emoción. Ojalá no tuvieran que estar desnudos para tener sexo, así se sentiría mucho más cómoda.
– Eres preciosa -dijo Dylan, y le puso el dedo en la frente. Le acarició las cejas y luego bajó la mano para acariciarle la mejilla. El contacto era leve y le hacía cosquillas. Al pasar el dedo una y otra vez por su labio inferior, Molly abrió la boca y lo atrapó. Dylan rió entre dientes-. De modo que quieres jugar, ¿eh?
– En realidad, no. En alguna otra ocasión me gustaría reír y jugar en la cama, pero esta noche no. Tengo miedo. Quiero hacerlo, te deseo, pero si te rieras en seguida pensaría que te estás riendo de mí.
– Nunca haría eso. Nunca te haría daño.
– No lo harías a propósito -repuso Molly, que todavía no lo creía-. Pero esas cosas pasan.
El problema era que Dylan no comprendía cuánto poder tenía sobre ella. Pero sería mejor para los dos que siguiera sin saberlo. Dylan deslizó la mano debajo de su cabeza.
– El mundo no ha sido siempre bueno contigo, ¿verdad? No -añadió antes de que ella pudiera decir nada-. No siento pena por ti. En todo caso, admiro tu fuerza y tu carácter. Y sólo se te permite aceptar el cumplido educadamente.
– Cuántas reglas -dijo Molly-. Pensaba que era más simple.
– Hacer el amor es maravilloso -repuso Dylan-. Pero casi nunca es simple.
Antes de que Molly pudiera preguntarle qué quería decir, se inclinó sobre ella y la besó. Ya se habían besado antes y le había gustado mucho. Su boca hizo las mismas maravillas que recordaba, sus labios la acariciaron y su lengua la atormentó. Le gustaba cómo sabía, su textura y aroma. También la excitaba hasta límites insospechados. A pesar del miedo y los temblores, sintió los primeros síntomas de la excitación como una leve presión en su bajo vientre. Se sorprendió deseando acercarse a él para poder besarlo más profundamente. Adelantó una de sus piernas y Dylan la atrapó entre las suyas.
La mano que había en su pelo empezó a moverse, tirando de la goma con la que se había sujetado la trenza para luego pasarle los dedos por el pelo y soltárselo. Molly dejó que la necesidad la poseyera, y la pasión le dio valor. Le acarició el rostro. Su piel suave daba paso a la barba incipiente. Le gustaba el contraste y el sonido áspero de sus dedos al deslizarlos por su mentón. A Dylan debió de gustarle también, porque gimió y se adelantó hacia ella.
Molly le puso la mano en el hombro, fuerte y ancho. Podía sentir su calor, aun a través de la camiseta. Sin pensarlo, deslizó los dedos por su pecho y exploró aquellos músculos. Notó el pezón tenso y la forma en que Dylan se estremecía. Se apartó de ella y se quitó la camiseta. Luego volvió a tumbarse a su lado, desnudo de cintura para arriba.
Molly se quedó contemplando la amplitud de su pecho, su piel ligeramente bronceada y el vello rizado, que desde el pecho bajaba estrechándose cada vez más hasta la cintura. De repente, se alegró de estar con la luz encendida. Contemplar su tórax merecía la pena.
– Tócame -le dijo Dylan.
Al ver que vacilaba, Dylan le tomó la mano y se la llevó al pecho. En aquella ocasión, en lugar de la suave tela de algodón sintió el vello rizado y la piel suave. Movió la mano en círculos mientras lo palpaba, maravillándose de la tensión que se apoderaba de sus músculos a medida que recorría su pecho.
– No tienes ni idea de lo que me haces – murmuró, y luego bajó la cabeza para besarla.
En aquella ocasión, no hubo preliminares. La besó con la boca abierta, explorándola nada más entrar en contacto con ella. Enrolló la lengua con la suya y luego la movió adelante y atrás. Comenzaron una danza sensual que recreaba lo que sus cuerpos harían más tarde… cuando los dos estuvieran desnudos y Molly estuviera debajo de él.
Molly deslizó la mano a su espalda para acariciarlo y atraerlo más a ella. Recorrió su piel desde los hombros hasta la cintura. La curva tensa de su trasero la tentó, pero todavía no se sentía tan valiente para eso. Aunque había fantaseado a menudo con hacer el amor con él, la realidad superaba con creces la ficción.
Las manos de Dylan eran cálidas y seguras cuando la empujaron suavemente hasta dejarla tumbada boca arriba. Molly obedeció, ladeando la cabeza para poder seguir besándolo. Le gustaba cómo le pasaba las manos por los brazos. Luego le acarició el cuello, y aquella mano siguió bajando hacia su pecho. Molly se quedó inmóvil.
Dylan no pareció darse cuenta. Su beso no había cambiado, aunque ella había dejado de participar y había dejado las manos a los costados para cerrar los puños. El miedo, la vergüenza, la confusión se mezclaron. No podía hacerlo. Con él no. Nunca.
Se lo habría dicho si hubiera dejado de besarla, pero no lo hizo. Sus labios continuaron rozando los suyos y su lengua penetrando su boca. No la tenía inmovilizada, podía haberse apartado o haberlo empujado fácilmente, y casi lo hizo, excepto que… Lo deseaba. Eso no había cambiado.
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