– Dylan -gimió-, no puedo creer lo que me estás haciendo.

Dylan se debatía entre seguir amándola así para siempre y desear desesperadamente que encontrara su liberación. Cerró los labios sobre la pequeña protuberancia y la lamió con suavidad. Molly se quedó inmóvil, jadeó y luego pareció estallar.

Pronunció su nombre al tiempo que su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. Los músculos de su interior se contrajeron una y otra vez y abrió las piernas. Dylan continuó acariciándola cada vez más suavemente hasta que apenas la rozaba y ella experimentó los últimos estremecimientos. Entonces se tumbó a su lado y la abrazó.

Las lágrimas empezaron a caer lentamente, luego se deslizaron cada vez con más rapidez hasta que empezó a sollozar. No le sorprendió. Después de la tensión que había vivido, necesitaba una liberación emocional tanto como física.

– Lo siento -le dijo con voz ahogada-. No sé qué me pasa.

– No pasa nada, sólo estás reaccionando. No me molesta, así que desahógate todo lo que quieras.

– No es más que…

Otro sollozo surgió de su garganta. Se aferró a sus brazos y enterró la cabeza en su pecho. Las lágrimas se deslizaban cálidas y húmedas por su piel desnuda, y Dylan podía percibir el aroma de sus cuerpos y de su sexo. Molly se sorbió las lágrimas. Estaba bastante segura de que su llanto había terminado, pero ¿cómo iba a mirar a Dylan a la cara? Le había regalado la experiencia más maravillosa de su vida y ella le había correspondido echándose a llorar.

– Seguramente creerás que estoy loca – murmuró junto a su pecho.

– No, creo que estás estupenda -lentamente, Molly levantó la cabeza y lo miró. Dylan le sonrió-. Eh, ¿estás bien?

No, no estaba loca. Y si el objeto largo y duro que estaba presionándole el estómago era alguna indicación, Dylan todavía la deseaba.

– Yo sí, ¿y tú?

La sonrisa de Dylan se intensificó.

– Estaba pensando que soy un hacha en la cama.

– En eso tienes razón -rió Molly-. Estaré encantada de declararlo por escrito.

– Caramba, gracias.

– Gracias a ti -le dijo, y su sonrisa se disipó-. Por todo. La verdad es que me siento mejor.

– Me alegro.

Molly continuó mirándolo. Estaban haciendo el amor, como había dicho Dylan, y era cierto. Era más que sexo, y eso le hacía sentirse especial. Pero le tocaba a ella hacerle disfrutar. Se tumbó sobre la cama y lo instó a que la siguiera.

– Ven -susurró-. Entra dentro de mí.

De nuevo, Dylan se arrodilló entre sus piernas. Molly estaba más que preparada para él, necesitaba sentirlo en su interior. Todavía experimentaba el placer de la liberación y quería que él también lo sintiera.

La penetró lentamente, llenándola hasta que la presión empezó a crecer y Molly supo que sólo era cuestión de tiempo que volviera a llegar al clímax. El rostro de Dylan se puso tenso y gimió. Allí estaban, perfectamente unidos.

– No creo que pueda contenerme mucho -dijo entre dientes. Empezó a moverse, penetrándola una y otra vez y la presión creció aún más.

– No necesito mucho tiempo.

Se movieron juntos y sintió la tensión en el cuerpo de Dylan a medida que se acercaba cada vez más al éxtasis. Molly lo siguió, llevada por el milagro que era aquella unión. En el último segundo posible, cuando su cuerpo se preparaba para llevarla otra vez al paraíso, abrió los ojos y lo sorprendió mirándola.

– Ahora -susurró.

Molly se dejó ir y sintió que él hacía lo mismo. Por primera vez en la vida, entendió el concepto de dos seres convertidos en uno.

Capítulo 12

Por segunda vez en dos días, Molly se despertó consciente de que había pasado la noche en los brazos de Dylan. Era, pensó todavía somnolienta, una forma maravillosa de empezar la mañana.

En aquella ocasión todavía estaba a su lado, dormido, tumbado boca arriba y con la cabeza apoyada en la almohada junto a la suya. Irradiaba tanto calor que, de estar en invierno, no habría necesitado manta eléctrica. Qué pensamiento tan bonito, se dijo, y se preguntó si se atrevía a fantasear sobre lo que sería despertarse cada mañana junto a Dylan.

Se puso de costado y lo miró, fijándose en su perfil marcado, la nariz recta y los labios firmes, y la barba incipiente que cubría su mentón y las mejillas. Sabía que no estaba destinado a ser suyo, nunca lo había sido. Debido a una serie de circunstancias que no podía explicar ni confiaba en que se repitieran, habían acabado allí, juntos. Era sólo por un corto periodo de tiempo, pero no importaba. Había sido tan amable con ella. Incluso antes de conocer sus secretos, había sido un buen amigo. No podía pedirle más.

Así que aquello le bastaría, aunque tardaría un poco en aceptarlo. Después de todo, era una mujer normal y odiaba tener que renunciar al mejor hombre que había conocido. Pero con tiempo lo vería todo con una nueva perspectiva y recordaría lo maravilloso que había sido todo.

Molly se estiró y notó un dolor placentero en varios músculos. Sonrió. Debía de ser la falta de práctica. La noche anterior había sido… indescriptible. Como si hubiesen descubierto una forma diferente de hacer el amor. Ya había estado con hombres antes. Bueno, sólo dos, pero no era virgen. Y aparte de las nociones básicas, lo que Dylan y ella habían hecho no se parecía casi en nada a las demás experiencias de su vida.

Había sido tan tierno. Y no sólo por la herida del pecho. La había tratado como si fuera alguien especial, como si su cuerpo fuera muy preciado, casi sagrado, y mereciera adoración. Todavía no podía creer que la hubiese… bueno, besado allí. Nadie lo había hecho antes. Había leído al respecto y le había parecido extraño, pero después de haberlo experimentado, reconocía su atractivo.

Habían vuelto a hacer el amor durante la noche. Después de dormitar durante un rato, se había despertado y lo había sorprendido acariciándola. En aquella ocasión no había luz y habían tenido que guiarse sólo por el tacto. Molly había disfrutado del misterio y los descubrimientos. Si los gemidos de placer, la respiración entrecortada de Dylan y la forma en que había pronunciado su nombre una y otra vez servían de indicación, él también había disfrutado. Sonrió al recordarlo.

– Se ve que estás contenta por algo -dijo Dylan. Molly lo miró y vio que estaba despierto-. Buenos días, ¿qué tal has dormido?

– Estupendamente.

Dylan se movió para rodearla con un brazo y atraerla hacia él. Molly se acercó dócilmente. Suponía que debía sentirse avergonzada por todo, pero no lo estaba. Dylan la había conciliado consigo misma. Con él había aprendido que su cuerpo no dejaba de ser bonito y que las partes importantes funcionaban.

– Yo también -Dylan miró la hora en el reloj de la mesilla-. Parece que nos hemos quedado dormidos.

– ¿Te sorprende?

– No -la besó en la frente-. Después de todo, me mantuviste despierto la mitad de la noche.

– ¿Yo? ¿De qué estás hablando?

– No te hagas la inocente -bromeó-. No hacías más que abrazarme y acariciarme, sacándome del sueño profundo para saciar tus apetitos.

– Ese fuiste tú -protestó Molly, y se apartó lo suficiente como para empezar a hacerle cosquillas.

Dylan la agarró de las manos para detenerla. Ella se soltó y continuó el ataque.

– No quiero hacerte daño -la advirtió.

– Qué miedo -Molly continuó, en aquella ocasión yendo a por sus pies.

Dylan gritó y saltó de la cama.

– Esto no es necesario -dijo en tono firme.

– ¿Desde cuándo pones tú las normas? -rió Molly.

– Siempre lo he hecho. Controlo perfectamente la situación.

La luz suave de la mañana se filtraba por las contraventanas. Dylan estaba tan hermoso allí de pie, con su cuerpo delgado atlético… Mientras lo miraba, vio cómo empezaba a excitarse.

– Sí, controlas la situación -dijo Molly-. No ocurre nada sin tu expreso consentimiento. Es bueno saberlo -Dylan bajó la vista.

– Maldita sea. Traicionado por mi propio cuerpo -declaró, y se abalanzó sobre ella.

Molly no lo había previsto. Trató de bajar por el lado opuesto de la cama, pero era demasiado tarde. Dylan la agarró por un tobillo y la arrastró de nuevo hacia él. Cuando logró someterla sobre la cama, le apartó suavemente el pelo de la cara y le sonrió.

– Me alegro de que estés así.

– ¿A qué te refieres?

– Temía que te arrepintieras de lo de anoche. De que fuéramos amantes.

Aquella palabra le hizo estremecerse. Amantes. Era bonito, implicaba que volverían a hacerlo, que la noche anterior sólo había sido el principio.

– No me arrepiento de nada -le dijo.

– Sabía que te había impresionado.

Tardó un segundo en ver el brillo jocoso en sus ojos, pero luego deslizó una mano hacia su virilidad y, al instante, su propio cuerpo volvió a la vida.

– ¡No! -dijo Dylan rápidamente, y se puso en pie. La tomó de la mano y tiró de ella hasta sentarla al borde de la cama-. Pienso hacerte el amor una y otra vez, pero quiero que finjamos que vamos a levantarnos y a empezar el nuevo día.

– Si insistes -rió Molly. Lo acarició una última vez, de forma lenta y sensual, haciendo que contuviera el aliento-. Podemos empezar duchándonos.

– Buena idea -repuso Dylan, y la condujo de la mano al pequeño cuarto de baño.

Cinco minutos después, estaban bajo el chorro de la ducha, enjabonándose el uno al otro. Mientras ella le frotaba el pecho, él le frotaba el suyo. Tuvo cuidado de no rozarla junto a la herida. Aun así, no hacían más que estorbarse.

– No podemos hacerlo así -dijo Molly, y rió-. Tú primero. Luego te enjabono yo a ti.

Molly se quedó quieta mientras Dylan le extendía la espuma, y se sorprendió cediendo a sus manos. Le gustaba sentirlas por su cuerpo, y Dylan parecía más interesado en lavar algunos puntos que otros. Sus senos recibieron una dosis adicional de atención, así como sus piernas. La tocó con suavidad entre los muslos, con cuidado de no hacerle daño. Cuando fue su turno, lo enjabonó lentamente, haciendo mucha espuma antes de extenderla por su cuerpo. El agua cálida de la ducha le caía por la espalda mientras se arrodillaba en la bañera para seguir con sus piernas. La prueba de su deseo sobresalía a nivel de los ojos y se preguntó cómo sería tomarlo en la boca. Sin pararse a pensarlo, lamió la punta y luego lo introdujo en su boca. Dylan maldijo con suavidad, luego se puso tenso.

– Molly, me estás matando.

Tuvo que dejarlo para hablar.

– Supongo que de una forma agradable.

– Muy agradable.

– Mm.

Continuó lo que estaba haciendo. Sabía a limpio y húmedo. Estaba tan excitado que notaba sus venas henchidas. Mientras lo chupaba, levantó las manos y suavemente le acarició la parte que colgaba entre sus muslos. Dylan se estremeció.

– Me vas a hacer explotar -le dijo.

– Ésa era la idea -repuso Molly.

– Así no, esta vez no.

Dylan la levantó y ella sintió cómo el calor se extendía por su vientre. «Esta vez no», había dicho, implicando que habría más veces. La estrechó y la besó y, mientras el agua caía sobre ellos, deslizó las manos por su espalda. Su erección le presionaba en el vientre.

Dylan cerró el grifo de la ducha y tomó las toallas grandes que colgaban del toallero. Después de envolverla en una, se secó y la condujo a la cocina.

– ¿Qué haces? -le preguntó mientras la colocaba sobre la mesa.

– Nada -dijo, y se colocó entre sus piernas.

Le rodeó el rostro con las manos y empezó a besarla otra vez. Estaban los dos desnudos, todavía húmedos de la ducha. Su lugar secreto de mujer también estaba húmedo, pero por otros motivos. No podía creer lo mucho que lo deseaba otra vez.

– ¿Crees que te dejaré dolorida? -le preguntó, con la voz ronca de necesidad.

– No -Molly se colocó al borde de la mesa y se abrió aún más.

Dylan profundizó el beso. Sus manos se deslizaron por su espalda y Molly sintió su virilidad abriéndose camino, así que bajó la mano y lo condujo a su interior. El beso se intensificó y empezaron a moverse juntos. Molly sintió cómo la liberación se acercaba rápidamente.

A punto de llegar, se dio cuenta de que Dylan estaba manteniendo su torso ligeramente separado. En aquel momento tan físico, seguía plenamente consciente de su incisión y de no hacerle daño. Casi quería llorar de admiración, por lo especial que era y lo bien que le hacía sentir.

Siguió penetrándola, conduciéndolos a los dos a la cima del placer. Los músculos de Molly se tensaron de expectación. Dylan la sujetó de las caderas y la acercó más a él preparándose también para la consumación. Entonces lo supo. En el momento exacto en que se miraron a los ojos y contemplaron la explosión, comprendió que lo que pensaba que era la continuación de su enamoramiento de adolescente era mucho más. Tal vez hubiera empezado así, pero algo había cambiado de forma irreversible entre ellos. Al menos para ella. No estaba con Dylan porque fuera gracioso, atractivo o inteligente, sino porque lo amaba. Tal vez siempre lo había amado.