No era una de las reglas, no estaba permitido, pero Molly no podía evitarlo. Entonces, lo único que pudo hacer fue sentir cómo su cuerpo se perdía en lo inevitable. Lo agarró de la cintura y lo mantuvo en su interior, sintiendo cómo la tensión se disipaba de su rostro.

Cuando los dos recuperaron el aliento, apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos rápidos de su corazón. Había roto las reglas. Se suponía que hacían aquello para divertirse, para huir, no para que se enamorara de él.

Pero no había marcha atrás. Y si podía evitarlo, Dylan regresaría a su vida sin saber lo que ella realmente sentía. Sería lo mejor para los dos que se separaran como amigos. En cuanto a ella, se había prometido no lamentarse de nada e iba a mantener esa promesa. No se arrepentiría de amarlo, nunca.


– ¿Cuántos kilos gana como media una mujer con cada embarazo? -preguntó Molly, leyendo la tarjeta, y después de recorrer con la vista las cuatro posibilidades, las leyó en voz alta-. Vaya, no creía que fuera tanto -Dylan la miró fijamente.

– Será de broma. ¿Esperan que yo lo sepa?

– Creo que este juego fue idea tuya. ¿Quieres decir que yo sé más de hombres que tú de mujeres?

Su sonrisa de satisfacción hizo que Dylan no pudiera evitar sonreír. Estaban tumbados en el suelo de la sala de estar con un juego que habían comprado aquella mañana. La idea era hacer dos equipos, uno de hombres y otro de mujeres, los hombres contestaban las preguntas sobre mujeres y viceversa. A pesar de fallar una pregunta sobre mecánica, Molly estaba defendiéndose bien. Dylan empezaba a creer que había cometido un error al escoger aquel juego, casi todas las preguntas eran sobre exceso de peso, cosmética o trucos de decoración.

– Vuelve a leer las respuestas -le dijo.

Molly se estiró boca arriba y lo hizo. Dylan no había tenido mucho contacto con mujeres embarazadas y no sabía cuánto peso ganaban como media.

– Un kilo y medio.

– Nueve y medio -repuso ella, enseñándole la tarjeta-. Es bueno saberlo.

Dylan observó cómo tiraba el dado que le diría a qué categoría correspondería su próxima pregunta. Llevaba el pelo suelto. La tarde era cálida y los dos llevaban vaqueros y camisetas. Le gustaba mirarla, contemplar su rostro bonito y su cuerpo. Le gustaba ver cómo se movía. A veces simplemente se acercaba a ella por detrás y la abrazaba para sentirla cerca.

No era sólo sexo, aunque había mucho de eso entre ellos. Era una especie de ansia que le impedía quedarse satisfecho de tocarla y estar junto a ella. Sólo habían pasado dos días desde que se habían hecho amantes y a veces sentía como si llevara con ella toda la vida. Molly era en lo único en lo que podía pensar. Cuando el mundo exterior se inmiscuía, le molestaba.

Pero no dejaba de inmiscuirse. Después de saber la verdad de por qué había querido escapar, Molly ya no se metía en su cuarto para hacer la llamada de teléfono todas las noches. Se sentaba a su lado y marcaba el número de su casa para escuchar los mensajes en su contestador. Se quedaba callada durante un minuto, luego movía la cabeza lentamente en señal de negativa y desconectaba el teléfono.

Nada. Ni una sola palabra de su médico. ¿Cuánto tiempo tardarían esos análisis? ¿No se daban cuenta de lo difícil que era para Molly esperar la noticia? Sufría por ella y no podía hacer nada.

Dylan comprendió que nunca había sentido nada igual por nadie, pero la idea no lo asustó. Trató de no pensar en lo que pasaría si la apartaban de él. No podía soportar la mera idea.

– No, Dylan -dijo Molly, y se acercó hacia él para mirarlo a los ojos.

– ¿Qué estoy haciendo?

– Tienes mirada triste -Molly le tocó el dorso de la mano con la suya-. Pones la mirada perdida y sé que estás preocupado por mí.

Dylan consideró la posibilidad de mentir, pero vio que no tenía sentido.

– Claro que pienso en las posibilidades – le dijo-. No sólo en lo que te diga el médico, sino también en el futuro. Nuestros quince días están a punto de tocar a su fin.

– Lo sé. Te echaré de menos.

Lo que significaba que no esperaba volverlo a ver. Dylan no se sorprendió. Molly sólo iba a ser parte de su vida temporalmente. Sin embargo, en alguna ocasión en los últimos días, incluso antes de que le hablara del bulto en el pecho, había considerado la posibilidad de repetir aquello más veces. La sola idea debía hacer que saliera corriendo colina arriba, pero… estar con Molly le gustaba.

– Yo también te echaré de menos -le dijo, aunque era quedarse corto.

No podía recordar cómo había sido su mundo sin ella y no quería saberlo. Pero no tenía nada que darle. Sí, tenía dinero y podía ofrecerle vivir en su mansión, pero eso a Molly no le importaría. No podía prometer que la amaría. ¿Qué era el amor? Todavía no lo sabía. Además, se merecía alguien tan maravilloso como ella. Él sólo era un perdedor con una motocicleta que había nacido en la parte pobre de una ciudad. Se había criado con unos padres alcohólicos que no se habían preocupado lo más mínimo por él. Si ellos no lo habían querido, ¿por qué iba a hacerlo otra persona?

– Me has cambiado -dijo Molly, apoyando la cabeza en su mano.

– ¿Qué quieres decir?

– Tengo menos miedo. Me siento más fuerte.

– Eso no tiene nada que ver conmigo, yo sólo hice el viaje contigo.

– Qué equivocado estás, Dylan. No habría podido hacerlo sin ti. Has hecho que crea en mí misma por primera vez. Ahora sé que puedo enfrentarme a cualquier cosa -su sonrisa se volvió tímida-. Has hecho que me sienta bonita y yo creía que eso era imposible.

Dylan se acercó a ella y la besó.

– Eres bonita. Si no puedes verlo, vete al oculista. Es evidente que necesitas unas gafas.

– Me haces reír y, a veces, ése es el mejor regalo de todos.

Era tan sincera, iba directamente al centro de la cuestión. No sabía si había respetado tanto a una persona antes. La estrechó con fuerza

– No quiero que perdamos el contacto.

– Yo tampoco -Molly lo abrazó-. Prométeme que no ocurrirá.

– Te lo prometo.

Las emociones lo invadieron, pero no se atrevía a identificarlas. ¿Y qué si sus sentimientos habían cambiado y crecido? Molly tenía que seguir su camino, él sólo la entorpecería.

Sintió crecer el deseo en su interior, pero resistió la urgencia de hacer el amor. En cambio, le apartó el pelo de la cara.

– No has llamado a tu casa para escuchar los mensajes -le dijo.

– Lo sé, pero es sábado. No creo que mi médico haya llamado.

– Nunca se sabe. Vamos, llama. Luego terminaremos el juego -miró los puntos que tenía, bastante menos que los de ella-. Ya sabes que te estoy dejando ganar.

– Vamos -Molly lo empujó-, y querrás que me lo crea -se puso en pie y se acercó al mostrador de la cocina donde estaba el teléfono-. La verdad, Dylan, no soy la única que debería hacer una llamada. Hace dos días dijiste que tenías que llamar a tu oficina y no lo has hecho. ¿No te preguntas qué estará pasando?

«Ya no», pensó. La compañía y la oferta de compra no le parecían reales desde que estaba con Molly, pero suponía que debía llamar y asegurarse de que no se había producido ninguna catástrofe.

– Está bien. ¿Quieres ser tú la primera?

– No, tú. Yo espero.

Al descolgar el teléfono, Dylan se preguntó si Molly estaba posponiendo lo inevitable, por si acaso eran malas noticias. Por enésima vez, deseó encontrar la manera de hacerle la vida más sencilla. Si pudiera hacer suyos su miedo y su enfermedad, lo haría.

Marcó el número de su buzón de voz. El ordenador anunció que tenía varios mensajes.

– ¿Cuántos? -preguntó Molly mientras él introducía su código personal.

– Ocho.

– Vaya, todas las mujeres te están echando de menos.

– No hay ninguna mujer, a no ser que seas tú.

– Un club de fans de una sola persona -Molly se sentó a su lado y se recostó en el sofá.

– ¿Eres mi fan?

– Siempre, Dylan -le dijo apoyando la cabeza en su hombro.

Sus palabras produjeron una radiación de calor por todo su cuerpo. Tal vez podían hacer el amor lentamente para no dejarla dolorida. Más tarde, se prometió en cuanto empezó a oír el primer mensaje. Reconoció la voz de Evie.

– Mi secretaria -dijo mientras escuchaba.

Lo estaba regañando por no llamar. Podía estar muerto en una zanja y ella no sabía nada, lo único que deseaba era que hubiera sido una muerte lenta y dolorosa. Luego mencionó un par de asuntos que no corrían prisa y dijo que su abogado había llamado para hablar sobre la oferta de compra. Los mensajes restantes eran más o menos parecidos, incluido uno de su abogado que le rogaba que por lo menos considerara la oferta. Al parecer, la multinacional se la había hecho llegar la semana anterior.

Dejó a Evie un corto mensaje diciéndole que estaba bien y que pronto se pondría en contacto con ella. Luego colgó.

– ¿Alguna noticia? -preguntó Molly.

– Nada importante. La multinacional está presionando para hacer la fusión. Le han enviado a mi abogado la oferta inicial y quiere que le eche un vistazo.

– ¿Vas a hacerlo?

– No lo sé. Todavía no sé si voy a vender o no -miró a Molly-. ¿Tú qué piensas?

– No cuesta nada mirar. Si no te gusta lo que ves o crees que quieres tener todo el control sobre Relámpago Black, siempre puedes decirles: «No, gracias».

– Buena idea. ¿Te importaría que me mandaran aquí la oferta?

– Claro que no.

– ¿La mirarías conmigo?

Molly se sonrojó.

– Si quieres, pero no sé si seré de mucha ayuda.

– Claro que sí. Estás licenciada en empresariales. Además, me gustaría saber tu opinión.

– Claro.

Llamó a su abogado a su casa y dejó un mensaje pidiéndole que le enviara allí la propuesta. Luego le pasó el teléfono a Molly.

– Tu turno.

– Es una pérdida de tiempo, mi médico no va a llamarme en fin de semana -levantó una mano antes de que pudiera decirle nada-. Lo sé, lo sé. Si te hace feliz, lo haré encantada -pulsó la tecla para activar el teléfono y marcó el número. Después, marcó su clave de acceso y frunció el ceño-. Hay un mensaje.

Dylan se incorporó. El miedo le hizo un nudo en el estómago. «Señor, no permitas que sea nada malo», rezó. Molly escuchó con atención. No había alborozo en su expresión, pero tampoco pánico o resignación. Por fin pulsó la tecla para cortar la conexión y lo miró.

– No lo vas a creer -le dijo-. Era mi jefe, Harry. Dijo que la compañía había reconsiderado la situación y que quieren que vuelva a trabajar para ellos. No sólo eso, sino que me ofrecen un ascenso y una subida de sueldo.

– Pareces más confundida que contenta.

– Supongo que sí. Nunca se me ocurrió volver allí. No odiaba mi trabajo, pero no era maravilloso, y todavía estoy molesta por cómo se portaron.

– Tienes dinero, no tienes por qué tomar la decisión esta noche.

– Tienes razón, de todas formas no podría. No puedo hacer nada hasta que no tenga noticias del médico. Quiero decir, que si son malas noticias…

– Lo sé. Siento que tengas que esperar -le dijo Dylan.

– Yo también, pero me alegro de que estemos juntos. Has hecho que la espera sea mucho más fácil.

– Eso es porque me importas.

Molly lo abrazó.

– Gracias. Muchos hombres no querrían hacer esto por mí.

– Te equivocas. Harían mucho más si tú fueras el premio.

Bajaría al infierno y volvería si eso la ayudara. En cambio, lo único que podía hacer era abrazarla y esperar.

Capítulo 13

El lunes por la noche, Molly dejó el teléfono móvil en el mostrador. Como había aprendido en los últimos años, la vida no era sino una sorpresa constante, pero no sabía qué deducir de todo aquello.

– Por la cara que tienes, todavía no has tenido noticias del médico -dijo Dylan.

– No, pero había otro mensaje de mi jefe.

– ¿Todavía quiere que vuelvas?

– Sí -frunció el ceño-. Al parecer, es muy importante para ellos. Me está ofreciendo un salario inicial mayor y un despacho más grande.

Dylan se estiró en su silla y le sonrió.

– Genial. Si aguantas un poco más, podrás sacarles unas cuantas acciones.

Molly cruzó el suelo de linóleo y se sentó en su silla. Estaban en la pequeña mesa en el rincón de la cocina. Apoyó la barbilla en las manos y lo miró.

– Eso es lo extraño. No digo que no hiciera un buen trabajo, al contrario. Dirigía un departamento importante y lo tenía siempre todo organizado. Trabajaba para conseguir los mejores tratos y los créditos más beneficiosos para ellos. Pero no es como si fuera la directora de ventas y después de haberme ido estuvieran perdiendo a sus mejores clientes. Mi trabajo es sólo interno.

– ¿De qué te quejas?

– No me quejo, sólo estoy confundida.