Molly tomó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.
– Desde luego. Estoy húmeda sólo de pensarlo.
Dylan la tocó y supo que estaba diciendo la verdad. Estaba mojada y dispuesta. Quiso reprimirse. Sólo estaban a unos pasos del dormitorio y tenía sentido buscar la comodidad, pero no podía esperar más.
– Te necesito -gruñó, y la atrajo hacia él.
Molly lo abrazó como si estuviera igual de ansiosa.
– Sí, Dylan, tómame. Hazme el amor. Ayúdame a celebrar el comienzo de una nueva vida.
Mientras se colocaba entre sus piernas, Molly se estiró sobre la alfombra y le dio la bienvenida. La penetró de una sola vez, con fuerza, y los dos jadearon. Se puso de cuclillas para poder acariciarle el pecho. Los pezones ya estaban duros y los atormentó con los dedos. Molly jadeó y luego puso las manos encima de las suyas.
– No pares -jadeó-. No pares porque…
La primera liberación le hizo convulsionarse alrededor de él. Dylan sintió las contracciones de su cuerpo y siguió penetrándola para llevarlos a los dos cada vez más alto. La miró a los ojos, estableciendo un vínculo con ella. Molly gritó dos veces más y luego él mismo alcanzó el clímax. Bajó las manos a sus caderas y la mantuvo quieta para poder terminar. Ella se incorporó un poco y dijo su nombre.
Dylan sintió que estallaba. Al penetrarla por última vez, el cuerpo de Molly se contraía alrededor de su miembro en una última convulsión. No podía imaginar estar con otra persona. Era lo mejor que tenía. Juntos creaban puro gozo.
Más tarde, cuando ya había recuperado el aliento, fueron al dormitorio. Molly se acurrucó junto a él y suspiró.
– No quiero levantarme, pero nos hemos olvidado del champán y tengo que volver a escuchar el mensaje del contestador. Mi médico quiere que la llame mañana y no he tomado nota del teléfono.
– Ya voy yo -dijo Dylan, y bajó de la cama. Después de volver con las copas y la botella y dejarlas en la mesilla de noche, fue en busca del teléfono. Estaba en el mostrador, y en la sala de estar había un bloc de notas y un bolígrafo. Se los llevó al dormitorio. Molly estaba ocupada sirviendo el champán-. ¿Quieres que llame yo?
– Gracias.
Le dio el número de su casa y su clave de acceso. Dylan escuchó el mensaje y tomó nota del número de su médico. Estaba a punto de colgar cuando comprendió que había otro mensaje.
– Ha llamado alguien más -le dijo.
– Seguramente será Janet -repuso ella, y le indicó con la mano que lo escuchara mientras tomaba otro sorbo de champán. Pero la voz no era la de una mujer.
– Oye, Molly. Soy yo, Grant.
Hubo una pausa. Dylan sabía que debía pasarle el teléfono a Molly, que lo que su ex prometido fuera a decirle no era asunto suyo, pero no pudo moverse. Se dio cuenta de que tampoco podía respirar.
– Llevo dos días queriendo llamarte, pero no sabía qué decir -continuó la voz-. Me he comportado como un canalla. No puedo creer lo estúpido que he sido. Supongo que me volví loco con nuestro compromiso. Creo que es eso que les pasa a los hombres cuando piensan que van a perder su libertad o algo así, no estoy seguro -Grant se aclaró la voz-. La cuestión es que he vuelto. No estoy con mi secretaria. No me interesaba, sólo ha sido una aventura. Quiero verte. Molly, te echo de menos y sigo queriéndote. Por favor, ¿podemos hablar? Había algo especial entre nosotros y quisiera una segunda oportunidad. Sé que tengo que compensarte por lo que te he hecho y…
– ¿Dylan? -Molly lo miraba fijamente-. ¿Qué pasa?
Dylan desconectó el teléfono y se lo pasó. El mensaje no había terminado, pero no podía seguir escuchando.
– No era Janet -dijo, y le sorprendió ver que su tono de voz era casi normal.
No había forma de que Molly adivinara lo desgarrado que se sentía por dentro. Parecía que alguien lo hubiese rajado con un cuchillo y se estuviera desangrando. El problema era que no tenía ninguna herida. El dolor era real, pero no moriría por ello. Aunque deseara hacerlo.
Capítulo 14
– ¿Qué pasa? -preguntó Molly al ver la conmoción reflejada en el rostro de Dylan. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago-. ¿Ha vuelto a llamar mi ginecóloga?
– No -Dylan tomó su rostro entre las manos-. No, nada de eso. Estás bien. Puedes llamarla por la mañana y hablar con ella, pero llama a tu casa y escucha el segundo mensaje.
Hizo lo que le pedía. Estaba temblando por dentro, pero no sabía qué había pasado. Escuchó la voz alegre de su ginecóloga, contuvo el aliento y empezó a escuchar el segundo mensaje.
– Oye, Molly. Soy yo, Grant.
Aquellas palabras la dejaron atónita. Escuchó cómo le decía que se había equivocado, que no amaba a su secretaria, sino a ella y que quería otra oportunidad. Lo escuchó, pero las frases no tenían sentido. Cuando el mensaje terminó, colgó el teléfono.
– Era Grant -dijo innecesariamente, consciente de que Dylan ya lo sabía-. Quiere otra oportunidad.
– Ya ves -dijo Dylan-. Todo vuelve a la normalidad.
Molly se sintió como si estuviera rodeada de una espesa niebla. Podía distinguir formas, pero todo estaba borroso y no sabía a dónde iba. Se quedó mirando a Dylan, consciente de que si podía enfocar su imagen, vería todo lo demás.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó.
– Uno a uno, los pedazos de tu vida han vuelto a su sitio. Tienes otra vez tu trabajo si lo quieres… Bueno, en realidad es un trabajo mejor, con un sueldo más alto. Has averiguado que estás sana, y Grant te está pidiendo perdón. Es como si nada de esto hubiera ocurrido.
Tenía razón, era como si hubiera dado marcha atrás y aquella pesadilla no hubiera tenido lugar. Su vida había vuelto a ser como antes, pero las piezas ya no encajaban.
– No es tan sencillo -dijo lentamente.
– Sabrás lo que hacer.
Parecía tan sereno, pensó mientras lo observaba. Dylan se incorporó y se puso los calzoncillos con los mismos movimientos ágiles y el mismo hermoso rostro. Se había distanciado de la situación y Molly quería gritar en señal de protesta. Aquello debía importarle, ella debía importarle… Pero no lo hacía. Bueno, se preocupaba por ella como amiga. Se había comportado maravillosamente, lo sabía y estaba agradecida, pero no había llegado a amarla. De ser así, estaría furioso por la llamada de Grant, o al menos se sentiría amenazado.
Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de lo ilusa que había sido. En el fondo de su corazón, había pensado que podría haber más, que los días que habían pasado juntos habían hecho el milagro. Que Dylan comprendía finalmente que ella era la mujer de su vida, que estaban hechos el uno para el otro.
Notó una sacudida en su pecho y se preguntó si los corazones no podían romperse de verdad. Dylan no la amaba, nunca la amaría.
Su felicidad por la noticia de su ginecóloga, la confusión generada por la llamada de Grant y la muerte de su sueño, todo junto, hizo que sintiera náuseas. Se sentó entre las almohadas y acercó las rodillas a su pecho. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba desnuda, y que hacía poco tiempo, habían hecho el amor.
– ¿Qué piensas hacer? -preguntó Dylan.
Molly escrutó su rostro, confiando en hallar un indicio de que aquello era difícil para él. Estaba conmocionado cuando le había dado el teléfono, pero no había sido más que sorpresa. Ojalá… Bueno. Era una adulta y sabía que no debía soñar.
– Sobre Grant, no lo sé. No sé cómo me siento. Por lo que a mí respecta, está mintiendo, no es más un cretino traidor y no volveré a confiar en él.
– Parece definitivo, pero detecto un «pero» en esa afirmación.
Se encogió de hombros. Le resultaba extraño tener aquella conversación con Dylan.
– Pero no sé qué pensar. ¿Está diciendo la verdad? ¿Debería importarme?
– Has tenido una larga relación con él. Ibais a casaros.
Molly reflexionó sobre eso. Dylan tenía razón, había estado prometida a Grant y habían planeado un futuro en común. Le parecía que había sido en otra vida, no podía imaginarse con otro hombre que no fuera Dylan, pero él no la quería más que como amiga. ¿Iba a pasar el resto de su vida esperando a que regresara? ¿Y qué pasaba con su promesa de no lamentarse de nada? ¿Iba a renunciar a su sueño de tener un marido y unos hijos sólo porque se había enamorado de alguien que no la correspondía?
– No sé qué pensar -dijo finalmente.
– No tienes por qué decidirlo esta noche -le dijo. Luego tiró de las sábanas y la cubrió. Apagó la luz y se metió en la cama. Su cuerpo era cálido y familiar. En la oscuridad apenas lo distinguía, pero reconocía su aroma y su calor. Siempre sería capaz de encontrarlo sólo guiándose por el sentido del olfato. Dylan la estrechó-. No le digas que no todavía -añadió.
– No puedo creer lo que oigo. Tú fuiste quien dijo que se merecía una paliza.
– Sigo creyéndolo, pero tal vez haya aprendido la lección. Tú has puesto mucho de tu parte en esa relación. Si realmente ha cambiado, ¿quieres arriesgarte a perderlo todo?
«Sí», pensó Molly lúgubremente, pero no lo dijo.
– No lo sé.
– Tienes tiempo -dijo Dylan mientras le acariciaba el pelo. Ella apoyó la cabeza en su hombro y se apretó contra él-. Estos quince días han cumplido su propósito. Los dos hemos tenido la oportunidad de escapar de nuestro mundo y averiguar qué es lo que queremos.
Molly cerró los ojos. Tal vez Dylan ya se había decidido, pero ella estaba más confundida que nunca. Aunque se sentía feliz por saber que no tenía nada, el resto de sus problemas no eran tan fáciles de resolver.
– Gracias por ayudarme con todo esto -le dijo, y para desolación suya, se echó a llorar.
Dylan la estrechó todavía con más fuerza.
– No pasa nada -murmuró-. Todo saldrá bien.
Claro, lo superaría. Pero quería hacerlo con él. Quería que la magia continuara. Aun así, no tenía derecho a retenerlo contra su voluntad. Había sido tan generoso con ella, no podía ser menos con él. Dylan le rozó la frente con los labios y susurró:
– Es hora de que volvamos.
– Lo sé -balbuceó Molly, y las lágrimas fluyeron en abundancia. Era hora de volver a casa y recoger los pedazos. De tomar decisiones. Pero no aquella noche. Aquella noche era para ellos-. Abrázame -le dijo-. Y no me sueltes hasta el amanecer.
– Te lo prometo.
Siguió llorando, preguntándose cómo aquel momento podía ser tan perfecto y tan increíble al mismo tiempo. Habían llegado tan lejos juntos, pero en realidad no habían llegado a ninguna parte.
– No quiero que perdamos el contacto – dijo Dylan-. Lo digo en serio. Quiero algo más que una postal durante las vacaciones.
– Yo también -inspiró profundamente y trató de contener las lágrimas-. Quiero que seas muy feliz.
– Lo seré. Vas a tener unos niños estupendos, y quiero conocerlos a todos.
Niños. Quería niños, pero sólo con Dylan. Se dio cuenta de que sería un padre fabuloso.
– Los tuyos también -dijo Molly-. Quiero decir que también quiero conocerlos.
– No soy de los que se casan.
Ya no había esperanza, así que sus palabras no le hicieron daño. Por supuesto. Lo había sabido desde el principio, pero eso no había impedido que lo amara.
Nada de lamentos, se dijo. Aun sabiendo que el corazón se le rompía y el alma le dolía, por nada del mundo daría marcha atrás. No pasaba nada si no la amaba. Amarlo a él había sido suficiente. Le había dado todo su corazón y nunca lamentaría lo que habían compartido.
Dylan tomó el camino largo de regreso, saliendo de la autovía 101 a la 126, atravesando varias ciudades pequeñas y acres y acres de naranjales. Sabía que estaba retrasando lo inevitable, pero incluso media hora más con Molly era algo muy preciado para él.
El viaje de vuelta fue diferente del de ida. Dylan ya se había acostumbrado al calor de Molly abrazada a él en la moto, a la forma de su cuerpo, a la suave presión de sus muslos sobre su trasero, al peso de sus manos en la cintura. Pero seguía excitándolo. Y más importante, había aprendido a sentir afecto sincero por alguien.
No sólo la deseaba, la respetaba. Admiraba su valor y su sinceridad. Quería estar con ella. Sabía que iba a echarla de menos cuando desapareciera de su vida y se preguntó cuánto tiempo tardaría en olvidarla.
¿Era eso amor? No tenía la respuesta a esa pregunta. Nunca había creído en el amor. Él nunca había amado a nadie ni nadie lo había amado. No iba a ser diferente con Molly. Y sin embargo, lo era.
Podía imaginar estar con ella durante el resto de sus vidas. El mundo era un lugar más alegre sólo porque ella estaba en él y le hacía sentir cosas que nunca había sentido. Le hacía pensar en una casa de verdad y en tener niños.
Tragó saliva. Aquello era una novedad. Niños. ¿De verdad estaba pensando en ser padre? No sabía cómo serlo. No creía que estuviera a la altura de la responsabilidad que implicaba criar a un ser humano desde su nacimiento. La idea lo aterrorizaba, pero con Molly a su lado, no sería tan terrible. ¿Era eso amor? ¿Desear tener un hijo con ella era algo más que afecto?
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