– Entonces, encontraré otro trabajo -inspiró profundamente-. Cuando todo mi mundo se venía abajo y esperaba oír las noticias del médico, me prometí que nunca volvería a acomodarme. Quiero vivir mi vida. Siempre he tenido miedo y he apostado por lo seguro, pero ya estoy harta. Por desgracia, no sé qué es lo verdaderamente importante para mí, así que voy a tomarme un tiempo para pensarlo.
– Te comprendo -dijo Janet lentamente-. Excepto en una cosa.
– ¿Cuál?
– ¿Por qué no me dijiste que te habías enamorado de Dylan?
Molly se incorporó. No debía sorprenderse, Janet siempre había sido capaz de leer sus pensamientos.
– ¿Cómo lo has adivinado?
– Cuando hablamos mientras estabas fuera, no hacías más que decir su nombre. Lo amable que era, lo mucho que os estabais divirtiendo. Entonces, dejaste de hablar de él. No creí que hubiese dejado de ser maravilloso, así que llegué a la conclusión evidente. Que había pasado algo entre los dos.
– No fue lo que estás pensando -Molly agarró con fuerza el teléfono-. Nosotros… -se quedó sin voz-. ¿Te enfadarás?
– Molly, no te preocupes por eso. Lo nuestro terminó hace mucho tiempo. No pienso en él y estoy segura de que él tampoco piensa en mí. Soy muy feliz con mi vida.
Molly sabía que era cierto, pero era agradable oír su confirmación.
– No planeé que ocurriera nada de esto, pero pasó. Fue tan bueno conmigo y siempre lo había considerado mi amor platónico. Una cosa llevó a otra y comprendí que lo amaba.
– ¿Qué siente él por ti?
Molly sonrió con tristeza.
– Le gusto mucho. Cree que soy especial. Por razones que todavía no comprendo, piensa que soy muy bonita.
– Eso es porque eres muy bonita.
– Sí, claro. Tú eres mi hermana, tienes que hablar bien de mí. Pero Dylan no, así que supongo que decía la verdad. Es tan bueno y amable. No sé por qué aceptó a venir conmigo, pero le estaré agradecida el resto de mi vida.
– No se lo dijiste, ¿verdad?
Molly cerró los ojos. Allí estaba, la verdad de la que había estado intentando esconderse. Le había dicho a Dylan que lo amaba. Suponía que en el fondo había confiado en que iría a buscarla. Que se presentaría en su motocicleta y la llevaría con él.
Pero esas cosas no ocurrían en la vida real. Dylan no era la clase de hombre que se comprometía con una mujer, y probablemente se alegraba de sentirse libre otra vez.
– Prometí que no me arrepentiría de nada, así que, sí, se lo dije. No se ha puesto en contacto conmigo desde entonces. No importa – dijo enseguida, y luego miró por la ventana a los árboles que había en el jardín-. Me ayudó a pasar unos momentos muy duros para mí. Tengo los recuerdos y la fuerza. Es suficiente.
– ¿Lo es? -preguntó su hermana.
– Tiene que serlo. Así que de momento, estoy pensando en lo que quiero hacer. Durante la próxima semana tomaré algunas decisiones. Tal vez acepte la oferta de trabajo o tal vez encuentre otro. He estado pensando en volver a estudiar y hacer un master.
– Tienes razón -suspiró Janet-. Tienes que decidirte. Siento haberte presionado.
– Yo no lo siento. Me recuerda que te preocupas por mí y te lo agradezco.
– Llámame en un par de días y hazme saber lo que haces, ¿de acuerdo?
– Te lo prometo.
Se despidieron y colgaron el teléfono. Molly agradecía que su hermana estuviera preocupada, pero ella no lo estaba. La respuesta le vendría pronto. Tenía fe y paciencia. También tenía la satisfacción de saber que no lamentaba nada de lo que había pasado con Dylan. Sí, habría sido maravilloso que él hubiese querido quedarse, pero eso no podía controlarlo. Había hecho lo posible. Conocía la diferencia entre no renunciar sin luchar y darse de cabezazos contra una pared. Si la deseaba, sabía dónde encontrarla. Al menos, por el momento.
Dylan colgó el teléfono y miró con enojo aquel instrumento ofensivo. Su abogado lo estaba presionando para que tomara una decisión. La oferta de la multinacional de motociclismo era más que justa, era generosa. No había razón por la que decir que no. Ninguna, salvo que no le parecía bien.
Claro que en las dos últimas semanas nada le había parecido bien. Había aprendido lo sombrío y frío que podía ser el mundo cuando no tenía a Molly para que le aportara su luz y calor. La echaba de menos. La deseaba y la necesitaba. Se hallaba en un estado terrible, porque por mucho que lo intentara, no podía olvidar los días que habían pasado juntos. Los recuerdos lo acosaban, impidiéndole dormir, comer o trabajar. Evie le había dicho el día anterior que, si no cambiaba de actitud rápidamente, se iría. Ni siquiera podía echarle la culpa. Había estado desahogándose con todo el mundo.
No era sólo porque echase de menos a Molly, también lamentaba que la hubiese dejado sin decirle la verdad. Que la amaba. Sí, él, que nunca había amado a nadie antes.
No estaba seguro de cuándo había ocurrido. Todavía no estaba seguro de creer en el amor, excepto que no había otro modo de describir sus sentimientos por ella. Molly llenaba sus pensamientos. En diferentes momentos del día se preguntaba qué estaría haciendo. Quería estar con ella. Quería pasar el resto de su vida tratando de conocerla por completo. Quería aprender sus cambios de humor, descubrir los misterios que la convertían en una persona tan maravillosa. Quería tocarla y abrazarla. Quería hacer el amor con ella noche tras noche, hasta que la pasión fuera un amigo familiar que los mantuviera en calor hasta el amanecer.
Pero… siempre pero. No tenía derecho a inmiscuirse en su vida. Había tomado sus decisiones. Tenía un trabajo y tenía a Grant. No iba a presentarse y a perturbar todo aquello. No quería hacerle daño por nada del mundo.
Ojalá tuviera algo que ofrecerle, algo de valor. Pero sólo era un crío que había crecido en un remolque. No sabía cómo ser un padre o un marido. No sabía cómo amar, sólo sabía que la amaba. Prefería echarla de menos que lastimarla en ningún sentido. Así que no se ponía en contacto con ella, a pesar de que anhelaba oír su voz y ver su sonrisa. Él era el que había querido que no perdieran el contacto, pero no podía limitarse a ser amigo suyo. Era un cobarde.
Contempló su despacho y todo por lo que había luchado. Antes era una fuente de orgullo, pero ya no le veía el sentido. Sin Molly, no tenía nada. Se puso en pie y tomó su chaqueta, luego salió a la entrada del edificio. Evie le lanzó una mirada cautelosa.
– ¿Vas a alguna parte? -preguntó, tratando de no parecer esperanzadora. Con él fuera del edificio, todo el mundo recuperaría el buen humor.
– Estaré fuera el resto del día -asintió. Hizo un ademán en dirección al teléfono-. Llama a mi abogado y dile que firmaré.
– ¿Vas a vender la compañía? -dijo Evie con ojos muy abiertos.
Dylan sabía que no se preocupaba por su trabajo. Había hablado de la oferta con sus empleados y sabían que tenían asegurados sus puestos.
– Sí. No sé por qué, pero he perdido la motivación para llevarla a mi manera. Será lo mejor para todos.
Acto seguido, se fue. Tenía la moto aparcada delante del edificio. Había estado conduciéndola desde que volviera de pasar quince días con Molly. Arrancó el motor y se dirigió a la autovía. Tal vez no tenía derecho a ponerse en contacto con ella directamente, pero eso no quería decir que no pudiera preguntar por ella.
Una hora después entró en un aparcamiento subterráneo. Después de ponerle el candado a la moto, subió a la vigésimo primera planta para tener una breve charla con el prometido de Molly.
La recepcionista lanzó una mirada a su chaqueta negra de cuero y frunció el ceño. Cuando dijo que no tenía cita, su expresión se volvió aún más cautelosa. Dylan suspiró y sacó su tarjeta. La leyó dos veces y luego su rostro se suavizó y le dio una sonrisa de bienvenida.
– Señor Black, me alegro de conocerlo. Mi hermano participa en carreras de motociclismo y tiene dos de sus motos de encargo. Por favor, tome asiento mientras intento hacer hueco en la agenda para hacerle pasar.
Lo condujo a un cómodo sillón, le ofreció café y galletas y todas las publicaciones desde revistas de deportes hasta prensa del corazón. Ah, el precio de la fama.
La recepcionista desapareció para hacer sus malabarismos. Quince minutos después, lo conducía al despacho de Grant.
El astuto abogado no se molestó en levantarse de detrás de su enorme escritorio de madera, ni expresó ninguna sorpresa por la interrupción de Dylan. En cambio, se recostó en su ostentoso sillón de cuero y alzó sus cejas de color castaño claro.
– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Black?
Dylan no había planeado qué decirle al prometido de Molly. Para ser sincero consigo mismo, quería meterle el miedo en el cuerpo y advertirle de que, si volvía a engañarla, él mismo en persona se aseguraría de que sus correrías terminaran de una vez por todas.
– Molly es muy especial. Quiero asegurarme de que lo entiendes.
Grant se puso en pie y miró a Dylan como si se hubiera vuelto loco.
– ¿Especial? ¿Eso crees? -el desprecio impregnaba su voz y casi se estremeció-. No sé por qué has venido, pero si te ha enviado ella para convencerme para que le dé una segunda oportunidad, olvídalo. Le di a Molly la oportunidad de volver conmigo y la rechazó.
– ¿Molly no te perdonó? -repuso Dylan, tratando de asimilar sus palabras.
Grant se encogió de hombros.
– Por fortuna, por lo que a mí respecta. Como ya le dije, no tendré ningún problema en sustituirla. De hecho, ya tengo citas con dos mujeres distintas este fin de semana. Pero ella lo lamentará. Los hombres como yo no aparecen todos los días. Para empezar, no es muy bonita, y después de haber tenido ese problema en el pecho… -se estremeció-. No sé qué habría sido peor, si el cáncer, o acabar desfigurada.
Dylan reaccionó sin pensar. Más tarde se dijo que agredir físicamente a un abogado no era muy inteligente, pero en el fondo no le importaba. Merecía la pena que aquel canalla lo demandara.
Se acercó a donde Grant estaba de pie, echó el brazo hacia atrás y le dio un puñetazo en la cara. Mientras el hombre permanecía en estado de shock, le dio otro en el estómago, y luego lo empujó sobre su sillón. Grant aterrizó en él con una exclamación.
La sangre le caía por la nariz y no hacía más que gemir y toser. Dylan se miró los nudillos, pero no se había cortado la piel. Aun así, sentía un hormigueo en la mano y sabía que estaría dolorido durante un par de días.
– Eso ha sido por Molly -le dijo-. No hables de ella como si fuera un desperfecto. Es diez veces mejor de lo que tú nunca serás. Me alegro de que tuviera el buen juicio de despacharte. Si vuelves a molestarla, volveré y daré fin a esto.
Entonces, salió del despacho. Cruzó la recepción sin molestarse en decir adiós a la bonita recepcionista. No le importaba nada salvo el hecho de que Molly no había vuelto con Grant. La idea le dio esperanzas, hasta que recordó que no se había puesto en contacto con él para darle la noticia. ¿Estaba esperando a que él diera el primer paso? Después de todo, había sido Dylan el que había insistido en que se mantuvieran en contacto y no había hecho nada al respecto. Él sabía que la razón era que no podía oír que se había reconciliado con Grant, pero Molly no. Al entrar en el ascensor la esperanza volvió a brotar y, en aquella ocasión, no pudo negarlo. El último día, Molly le había dicho que lo quería. En aquel momento había creído que lo decía en sentido fraternal, que lo quería como a un hermano o a un amigo. Pero ya no estaba tan seguro. Y no le importaba.
Molly merecía lo mejor. Alguien valiente e increíble. Él no era ese hombre, pero no creía que pudiera hacerse a un lado sin más. Las dos últimas semanas le habían enseñado que no merecía la pena vivir la vida sin ella. Había muchos hombres que estarían más a su altura, pero ninguno la amaría tanto como él.
Las puertas del ascensor se abrieron en el aparcamiento. Dylan salió, pero apenas podía moverse. La amaba. Él, Dylan Black, el hombre que había jurado no creer en el amor, se preocupaba por Molly más que por nada en el mundo. Era todo para él. La amaba y quería estar con ella. Para siempre.
Se dirigió apresuradamente hacia su motocicleta. ¿Sería ya demasiado tarde? Molly no había dicho nada sobre querer hacer su relación permanente. ¿Se arriesgaría a preguntárselo? ¿Podía arriesgarse a dejarla marchar?
Sabía la respuesta a la última pregunta. Haría cualquier cosa para estar con ella. Era la persona más maravillosa que había conocido nunca. No sólo su belleza y su fuerza, sino su gentileza, su sentido del humor, su compasión, todo en ella lo atraía. No podía pensar en envejecer lejos de Molly. La amaba.
Puso en marcha el motor y salió a la calle. Iría a verla enseguida, pero primero tenía hacer un alto en el camino.
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