– Se ha portado muy bien -consiguió decir Vanessa-. Se ha comido una media caja de galletas.

– Ya me parecía que había engordado un poco. Hola, Brady. ¡Qué coincidencia! Me alegro de verte. Además, mirad a quién me he encontrado en el exterior de la casa -exclamó Joanie. Se hizo a un lado y dejó que Ham y Loretta entraran del brazo-. ¿A que tienen un aspecto magnífico? Están tan bronceados… Sé que los bronceados no son buenos, pero sientan tan bien…

– Bienvenidos -dijo Vanessa, con una sonrisa, aunque no se movió del sitio-, ¿Lo habéis pasado bien?

– Maravillosamente -contestó Loretta mientras colocaba un enorme bolso de paja sobre la mesa. Efectivamente, tenía algo de color en la cara y en los brazos. Además, los ojos le irradiaban felicidad-. Seguramente es el lugar más hermoso de la tierra, con toda esa arena blanca y el agua tan transparente. Hasta fuimos a bucear.

– Yo nunca he visto tantos peces en toda mi vida -comentó Ham, poniendo también otro bolso de paja sobre la mesa.

– ¡Ja! -exclamó Loretta-. Lo único que hacía era mirar las piernas de las mujeres por debajo del agua. Algunas no llevaban casi nada puesto. Ni los hombres -añadió, con una sonrisa-.Yo dejé de mirar al otro lado después de los dos primeros días.

– De las dos primeras horas, más bien -le corrigió Ham.

Loretta se echó a reír y rebuscó en su bolso de paja.

– Mira, Lara -le dijo a la niña-. Te hemos traído una marioneta.

– Entre otra docena de cosas -intervino Ham-. Esperad hasta que veáis las fotos. Yo incluso alquilé una de esas cámaras subacuáticas y tomé muchas fotos de… de los peces, claro.

– Vamos a tardar semanas en deshacer las maletas. Ni siquiera quiero pensarlo -suspiró Loretta. Se sentó a la mesa-. Oh… y las joyas de plata. Supongo que me excedí un poco.

– Mucho, diría yo -añadió Ham guiñándole un ojo a su esposa.

– Quiero que escojáis las piezas que más os gusten -les dijo Loretta a Vanessa y a Joanie-. Cuando las encontremos… Brady, ¿es eso limonada?

– Sí -respondió él. Rápidamente le sirvió un vaso-. Bienvenida a casa.

– Espera a que veas tu sombrero.

– ¿Mi sombrero?

– Es plateado y rojo… y mide unos tres metros de diámetro -bromeó Loretta-. No pude evitar que tu padre te lo comprara. Oh… Es tan agradable estar en casa. ¿Qué es todo eso? -preguntó, tras mirar la encimera.

– Era… -susurró Vanessa. Observó el jaleo que había montado-.Yo… pensé que no te apetecería cocinar en la primera noche de vuelta en casa.

– ¡Oh, la comida casera! -exclamó Ham mientras movía la marioneta para regocijo de Lara-. No hay nada que me apetezca más.

– En realidad no he…

Joanie miró la encimera y decidió echar una mano a su amiga.

– En realidad, acababa de empezar. ¿Qué te parece si te echo una mano, Vanessa?

Ella dio un paso atrás y se chocó contra Brady. Entonces, se apartó de él rápidamente.

– Regresaré dentro de un minuto.

Salió rápidamente de la cocina y subió las escaleras como si la persiguiera el diablo. Cuando llegó a su dormitorio, se sentó en la cama y se preguntó si se estaba volviendo loca. Seguramente, si algo de tan poca importancia como un guisado de atún era capaz de hacerla llorar…

– Van -susurró Loretta. Estaba observándola desde la puerta-, ¿puedo entrar?

– Iba a bajar enseguida. Es que… -dijo. Trató de ponerse de pie, pero volvió a sentarse-. Lo siento. No quería estropear vuestra vuelta a casa.

– No has estropeado nada -afirmó Loretta. Después de un segundo, entró en la habitación y cerró la puerta. A continuación fue a sentarse sobre la cama, al lado de su hija-. Supe que estabas disgustada en el momento en el que entré. Pensé que era… que era por mí.

– No. No del todo.

– ¿Te gustaría hablar de ello?

Vanessa se lo pensó tanto tiempo que Loretta temió que no iba a decirle nada en absoluto.

– Es Brady. No, en realidad soy yo -se corrigió Vanessa-. Quiere que me case con él, pero yo no puedo. Hay tantas razones para no hacerlo y él no quiere comprenderlas. Yo no sé cocinar ni lavar la ropa ni hacer ninguna de las cosas que Joanie realiza sin esfuerzo alguno.

– Joanie es una mujer maravillosa, pero es muy diferente a ti.

– Yo soy la que es diferente. De Joanie, de ti, de todo el mundo.

Temerosa de que Vanessa la rechazara, Loretta comenzó a acariciar el cabello de su hija.

– No saber cocinar ni es algo anormal ni mucho menos un delito.

– Lo sé… Lo que ocurre simplemente es que quería ser autosuficiente y terminé sintiéndome completamente inadecuada.

– Yo no te enseñé a cocinar ni a dirigir una casa, en parte porque estabas tan metida en tu música y no tenías tiempo, pero, principalmente, porque no quise hacerlo. Quería que los trabajos de la casa fueran sólo para mí. La casa era lo único que tenía para realizarme. Sin embargo, me parece que, en realidad, no estamos hablando de coladas y cacerolas, ¿verdad?

– No. Me siento presionada por lo que quiere Brady. El matrimonio me parece una idea encantadora pero…

– Pero tú creciste en un hogar en el que no lo era -afirmó Loretta-. Resulta extraño lo ciegas que pueden ser las personas. Mientras tú crecías, yo nunca pensé que lo que estaba ocurriendo entre tu padre y yo te afectara a ti, pero claro que te afectaba.

– Era vuestra vida.

– Eran nuestras vidas -le corrigió su madre-.Van, mientras hemos estado de luna de miel, Ham y yo hemos hablado mucho sobre esto. Él quería que te lo explicara todo. Yo no había estado de acuerdo con él hasta este momento.

– Todos están abajo.

– Ya ha habido suficientes excusas -dijo Loretta. Se levantó y se dirigió hacia la ventana-. Yo era muy joven cuando me casé con tu padre. Sólo tenía dieciocho años. Dios, parece que todo ocurrió hace una eternidad. Ciertamente, yo era otra persona. ¡Él me robó el corazón! Entonces, tu padre tenía casi treinta años y acababa de regresar de París, Londres, Nueva York… De un montón de lugares muy interesantes.

– Su carrera había fracasado -comentó Vanessa-. Él nunca quiso hablar al respecto, pero yo lo he leído. Además, había otras personas a las que sí les gustaba hablar de sus fracasos.

– Era un músico brillante. Eso nadie se lo podía negar -susurró Loretta. Se dio la vuelta. Tenía una profunda tristeza reflejada en los ojos-. Como su carrera no alcanzó el potencial que él esperaba, le dio la espalda. Cuando regresó a casa, era un hombre atormentado, variable, impaciente…Yo era una chica muy sencilla. Hasta entonces, mi vida había sido completamente corriente. Tal vez fue eso lo que lo atrajo al principio. Su sofisticación fue lo que me atrajo a mí. Me cegó por completo. Cometimos un error. Fue tanto culpa mía como suya. Yo me sentía abrumada, halagada, hipnotizada… Me quedé embarazada.

– ¿De mí? -preguntó Vanessa, atónita-. Entonces, ¿os casasteis por mí?

– Nos casamos porque nos mirábamos el uno al otro y veíamos sólo lo que queríamos ver. Tú fuiste el resultado de eso. Quiero que sepas que fuiste concebida en medio de lo que los dos creíamos desesperadamente que era amor. Tal vez precisamente porque lo creíamos era amor. Ciertamente era afecto, cariño y necesidad.

– Te quedaste embarazada… No te quedó elección.

– Siempre hay elección -afirmó Loretta-. Tú no fuiste ni un error, ni un inconveniente ni una excusa. Eras lo mejor de los dos y ambos lo sabíamos. No hubo peleas ni recriminaciones. Yo estaba encantada de llevar su hijo en el vientre y él estaba igual de feliz. El primer año de casados fue bueno. En muchos sentidos, fue hasta hermoso. Te aseguro que tú fuiste lo mejor que nos ocurrió. La tragedia fue que éramos lo peor que nos podía haber ocurrido mutuamente. Tú no tenías la culpa de eso, pero nosotros sí.

– ¿Qué ocurrió a continuación?

– Mis padres murieron y nos mudamos a esta casa. Ésta era la casa en la que yo había crecido y me pertenecía a mí. Yo nunca comprendí lo mucho que a él lo molestaba eso. De hecho, ni siquiera creo que lo comprendiera él. Tú entonces tenías tres años. Tu padre estaba muy inquieto. No le gustaba estar aquí, pero no tenía valor para enfrentarse a la posibilidad del fracaso si trataba de retomar su carrera. Comenzó a darte clases. De la noche a la mañana, pareció que toda la pasión, toda la energía que poseía, iban destinadas a convertirte a ti en la estrella que él no había podido ser -afirmó Loretta. De nuevo, se volvió para mirar por la ventana-.Yo no se lo impedí. Ni lo intenté. Tú parecías feliz tocando el piano. Cuando más prometedora parecías, más se amargaba él, no por ti, sino por la situación y, por supuesto, por mí. A mí me ocurrió lo mismo con él. Tú eras lo único bueno que habíamos hecho juntos, lo único que los dos podíamos amar completamente. Sin embargo, no era suficiente para conseguir que nos amáramos. ¿Me comprendes?

– ¿Por qué seguisteis viviendo juntos?

– En realidad no estoy segura. Por costumbre. Por miedo. Tal vez por la esperanza de que, algún día, descubriéramos que sí nos queríamos. Había demasiadas discusiones. Recuerdo lo mucho que te disgustaban a ti. Cuando te convertiste en una adolescente, solías salir corriendo de la casa para escapar de nuestras peleas. Te fallamos, Van. Los dos. Aunque sé que él hizo cosas egoístas e incluso imperdonables, yo te fallé todavía más porque cerré los ojos para no verlas. En vez de tratar de arreglar las cosas, busqué una salida. Y la encontré con otro hombre.

Loretta se armó de valor y se volvió a mirar a su hija.

– No hay excusa -prosiguió-. Tu padre y yo ya no teníamos relaciones íntimas, casi ni nos hablábamos, pero yo habría podido tener otras alternativas. Había pensado en el divorcio, pero hace falta ser muy valiente y yo era una cobarde. De repente, encontré una persona que era amable conmigo, alguien que me encontraba atractiva y deseable. Como estaba prohibido y estaba mal, resultaba muy excitante.

Vanessa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Tenía que conocer lo ocurrido, comprender.

– Estabas muy sola -dijo.

– Eso es cierto -musitó Loretta, muy compungida-, pero no es excusa…

– No quiero excusas. Quiero saber cómo te sentiste.

– Perdida. Vacía. Me sentí como si mi vida hubiera terminado. Quería que alguien volviera a necesitarme, a abrazarme, alguien que me dijera palabras hermosas, aunque fueran mentira… Me equivoqué, igual que nos equivocamos tu padre y yo cuando decidimos casarnos sin pensarlo bien -susurró. Regresó a la cama y tomó la mano de Vanessa-. Quiero que para ti sea diferente. Será diferente. Apartarse de algo que es bueno para uno es tan estúpido como aceptar lo que no nos beneficia.

– ¿Cómo se sabe la diferencia?

– La sabrás. A mí me ha llevado casi toda mi vida comprenderlo. Con Ham, lo supe enseguida.

– ¿No sería… no sería Ham el que…?

– ¿El hombre con el que engañé a tu padre? No, claro que no. Él jamás habría traicionado a Emily. La amaba demasiado. Fue otro hombre. No estuvo mucho tiempo en el pueblo, tan sólo unos pocos meses. Supongo que, en cierto modo, así fue todo más fácil. Era un desconocido, alguien que no me conocía. Cuando rompí con él, siguió con su vida como si nada.

– ¿Por qué rompiste con él?

Loretta sabía que lo que estaba a punto de decir a continuación era lo más difícil.

– Fue la noche de tu baile. Yo había estado en tu habitación contigo. Estabas tan disgustada…

– Hizo que arrestarán a Brady.

– Lo sé -dijo Loretta. Apretó la mano de Vanessa un poco más fuerte-.Te juro que yo no lo sabía. Te dejé a solas porque tú necesitabas la soledad. Yo no hacía más que pensar en lo que le iba a decir a Brady Tucker cuando lo tuviera delante. Seguía muy disgustada cuando tu padre llegó a casa. Estaba lívido, completamente lívido. Fue entonces cuando todo salió a la luz. Estaba furioso porque el sheriff había soltado a Brady cuando Ham fue a la comisaría y protestó muy airadamente. Yo me sentí muy mal. A tu padre nunca le había gustado Brady, yo ya lo sabía, igual que no le habría gustado cualquier otro chico que se interpusiera con los planes que había preparado para ti. Sin embargo, aquello iba más allá de lo que yo hubiera podido imaginar. Los Tucker eran amigos nuestros y cualquiera que tuviera ojos en la cara podía ver que Brady y tú estabais enamorados. Admito que me había preocupado mucho el hecho de que hicierais el amor, pero habíamos hablado al respecto y tú eras una chica sensata. En cualquier caso, tu padre estaba furioso y yo me sentía muy enojada, quemada por su falta de sensibilidad. Perdí el control. Le dije lo que llevaba varias semanas intentando ocultar. Estaba embarazada…

– Embarazada… Dios…

Loretta volvió a ponerse de pie para pasear por la habitación.

– Creí que se iba a enfadar mucho, pero, en vez de eso, se quedó muy tranquilo. Demasiado tranquilo. Me dijo que ya no podíamos permanecer juntos. Iba a pedir el divorcio y se quedaría contigo. Cuanto yo más le gritaba, le suplicaba, lo amenazaba, más tranquilo se ponía. Me dijo que se quedaría contigo porque te cuidaría mejor. Yo era… bueno, era evidente lo que yo era. Ya tenía los billetes para París. Dos billetes. Yo no lo sabía, pero había pensado llevarte con él de cualquier manera. Yo no diría nada ni haría nada que se lo impidiera. Si lo hacía, me amenazó con presentar demanda en un juzgado para reclamar tu custodia que él ganaría de todos modos y en el que se sabría que yo estaba embarazada de otro hombre -musitó. Sin poder evitarlo, empezó a llorar-. Si yo no estaba de acuerdo, esperaría hasta que el bebé naciera y presentaría cargos contra mí por incapacidad como madre. Me juró que haría todo lo posible por llevarse también a ese niño. Yo me quedaría sin nada.