– Pero tú… él no pudo…

– Yo casi no había salido de este pueblo y mucho menos del estado. No sabía lo que él podía hacerme. Lo único que sabía era que iba a perder una hija, tal vez incluso el que venía de camino. Tú te ibas a París, a ver montones de cosas maravillosas, a tocar en lugares fabulosos. Te convertirías en alguien importante -susurró. Con las mejillas empapadas por las lágrimas, se dio la vuelta-. Dios es mi testigo, Vanessa. No sé si accedí porque pensaba que eso era lo que tú querrías o porque tenía miedo.

– Eso ya no importa -afirmó la joven. Se levantó y se acercó a su madre-.Ya no importa…

– Sabía que me odiarías…

– No. No te odio. No puedo odiarte -dijo. Abrazó a su madre y la estrechó con fuerza-. ¿Y ese bebé? ¿Qué hiciste con él?

Loretta sintió que la pena la embargaba de nuevo.

– Tuve un aborto justo cuando estaba a punto de cumplir los tres meses de embarazo. Os perdí a los dos. Nunca tuve todos los hijos con los que había soñado.

– Oh, mamá… -susurró Vanessa, llorando también-. Lo siento mucho. Debió de ser terrible para ti.

– Te aseguro que no pasó ni un solo día sin que pensara en ti. Te eché tanto de menos… Si pudiera enmendar lo que hice…

Vanessa sacudió firmemente la cabeza.

– No. No podemos enmendar el pasado. Tendremos que volver a empezar…

Capítulo XII

Vanessa estaba en su camerino, rodeada de flores. Casi no las veía. Había esperado que Brady le hubiera enviado uno de los hermosos ramos. Tendría que haberse imaginado que no sería así.

No había ido a despedirla al aeropuerto. No la había llamado para desearle buena suerte ni para decirle que la echaría de menos durante su ausencia. No era su estilo. Nunca lo había sido. Cuando Brady Tucker estaba furioso, no realizaba esfuerzo alguno por ser cortés. Simplemente seguía enfadado.

Admitió que tenía derecho a estarlo. Todo el derecho del mundo.

Después de todo, ella lo había dejado. Se había entregado a él, le había hecho el amor con toda la pasión que una mujer era capaz de reunir. Sin embargo, no había sido sincera y, por eso, lo había perdido todo.

Había tenido miedo de cometer un error que pudiera consumirle la vida. Brady nunca comprendería que tenía miedo de equivocarse tanto por ella misma como por él.

Después de escuchar a su madre, sabía que se podían cometer errores aun con la mejor de las razones. O con la peor. Ya era demasiado tarde para preguntárselo a su padre, para tratar de comprender sus sentimientos, sus razones. Esperaba que no fuera demasiado tarde también para ella.

¿Dónde estaban aquellos adolescentes que habían amado tan fiera y apasionadamente? Brady tenía su vida, su profesión y sus respuestas. Su familia, sus amigos y su casa. Había pasado de ser un muchacho salvaje y travieso para convertirse en un hombre lleno de integridad y propósito.

¿Y ella? Vanessa se miró las manos. Tenía su música. En realidad, era lo único que le pertenecía sólo a ella.

Comprendía perfectamente los fallos de su madre y los errores de su padre. A su modo, los dos la habían amado, pero ese amor no los había convertido en una familia ni había conseguido que los tres fueran felices.

Por eso, mientras Brady estaba echando raíces en la fértil tierra del pueblo donde habían nacido los dos, ella estaba a solas en un camerino repleto de flores, esperando que llegara el momento de subir al escenario.

Cuando alguien llamó a la puerta, vio que su imagen del espejo sonreía. El concierto no tardaría en empezar.

– Entrez.

– Vanessa -dijo la princesa Gabriella, bellísima con un vestido azul, cuando entró en el camerino.

– Alteza.

Antes de que Vanessa pudiera levantarse para hacerle una reverencia, Gabriella le indicó que permaneciera sentada con gesto muy amistoso.

– Por favor, no te levantes. Espero no molestarte.

– Claro que no. ¿Le apetece una copa de vino?

– Sólo si tú también vas a tomarla -respondió la princesa mientras tomaba asiento-. Hoy ha sido un día muy ajetreado. No he tenido oportunidad de verte para asegurarme de que estás cómoda.

– Nadie podría sentirse incómodo en palacio, Alteza.

– Gabriella, por favor -dijo la princesa, aceptando la copa que Vanessa le ofrecía-. Estamos solas. Quería volver a darte las gracias por haber accedido a tocar esta noche. Es muy importante.

– Siempre es un placer tocar en Cordina -respondió ella. Las luces del camerino hacían brillar las cuentas que Vanessa llevaba en el vestido blanco-. Es un honor que se haya acordado de mí.

Gabriella soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de vino.

– En realidad, te disgustó bastante que te molestara mientras estabas de vacaciones. No te culpo, pero por mi causa he aprendido a ser grosera… e implacable.

Vanessa sonrió al escuchar las palabras de la princesa.

– Entonces, me siento honrada y enojada. No obstante, espero que la gala de esta noche sea un rotundo éxito.

– Lo será. ¿Conoces a Eve, mi cuñada?

– Sí. He coincidido con Su Alteza en varias ocasiones.

– Es norteamericana y, por consiguiente, muy obstinada. Es una gran ayuda para mí.

– ¿Es su marido también de los Estados Unidos?

Los ojos de Gabriella se iluminaron.

– Sí. Reeve también es muy obstinado. Este año hemos implicado bastante a nuestros hijos, así que la organización de la gala ha sido más circo de lo que acostumbra. Mi hermano Alexander ha estado fuera de Cordina durante unas semanas, pero regresó a tiempo para ayudarnos.

– Es usted implacable con su familia, Gabriella.

– Lo mejor es ser implacable con los que se ama. Por cierto, Hannah te presenta sus disculpas por no haber venido a saludarte antes del concierto. Bennett no la deja en paz.

– Creo que su hermano pequeño tiene derecho a no dejar en paz a su esposa cuando ésta está a punto de dar a luz.

– Le interesas mucho a Hannah, Vanessa…-comentó la princesa con una sonrisa-, dado que tu nombre estuvo vinculado al de Bennett antes de que él se casara.

«Igual que la mitad de la población femenina del mundo libre», pensó Vanessa, pero guardó silencio.

– Su Alteza era el más encantador de los acompañantes.

– Era un canalla.

– Domado por la encantadora lady Hannah.

– No creo que esté domado. Más bien contenido -comentó la princesa, tras dejar su copa sobre una mesa-. Sentí mucho cuando tu mánager me dijo que no pasarías más que un día en Cordina. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que viniste a visitarnos…

– No hay lugar en el que me sienta más bienvenida. Recuerdo la última vez que estuve aquí. Pasé un día maravilloso en su casa de campo, con su familia.

– Nos encantaría volver a recibirte, siempre que tu agenda te lo permita. ¿Te encuentras bien?

– Sí, gracias. Estoy muy bien.

– Estás preciosa, Vanessa, tal vez aún más porque tienes una profunda tristeza en la mirada. Yo comprendo muy bien ese sentimiento. Me lo vi en el espejo una vez, no hace demasiados años. Son los hombres los que lo provocan. Es una de sus mejores dotes. ¿Puedo ayudarte?

– No lo sé -admitió Vanessa mientras miraba los hermosos ojos de la princesa-. Gabriella, ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Qué es lo más importante de su vida?

– Mi familia.

– Sí. Fue una historia muy romántica cómo conoció y se enamoró de su esposo.

– Se va haciendo cada vez más romántica y menos traumática.

– Es un ex policía norteamericano, ¿verdad?

– Sí.

– Si hubiera tenido que ceder sus derechos, abandonar su posición, para poder casarse con él, ¿lo habría hecho?

– Sí, pero con gran pesar. ¿Acaso te ha pedido ese hombre que dejes algo que forma parte innata de ti?

– No. No me ha pedido que deje nada y, sin embargo, lo quiere todo.

– Ésa es otra de las habilidades de los hombres -comentó Gabriella con una sonrisa.

– He aprendido detalles sobre mí misma, sobre mi vida y mi familia que resultan muy difíciles de aceptar. No estoy segura de que, si le doy a ese hombre lo que quiere, no le esté engañando a él y a mí misma.

Gabriella guardó silencio durante un instante.

– Ya conoces mi historia, Vanessa. Después de que me secuestraran y de que perdiera la memoria, miré el rostro de mi padre y no lo reconocí. Al mirar los ojos de mis hermanos, vi los de unos desconocidos. Sin embargo, tuve que encontrarme a mí misma, descubrirme en lo más básico. Resulta aterrador y frustrante. Yo no soy una persona tranquila ni paciente.

– He oído rumores -dijo Vanessa, con una sonrisa.

Gabriella soltó una carcajada. Volvió a tomar la copa de vino y dio un sorbo.

– Cuando por fin me reconocí, cuando miré al fin a mi familia y supe quiénes eran, aunque de un modo diferente… No resulta fácil de explicar, pero, cuando los conocí de nuevo, cuando volví a amarlos, fue con un corazón diferente. Las faltas que tenían, los errores que habían cometido, el hecho de que me hubieran hecho daño en el pasado o yo a ellos ya no importó. Nada importaba.

– Está usted diciendo que olvidó el pasado.

– No. No olvidé el pasado. Eso es imposible, pero lo vi a través de unos ojos diferentes. No me resultó tan difícil enamorarme después de haber vuelto a nacer.

– Su marido es un hombre afortunado.

– Sí, yo misma se lo recuerdo muy a menudo. Bueno, es mejor que me marche para que te puedas preparar para el concierto.

– Gracias.

Gabriella se detuvo en la puerta.

– Tal vez cuando vuelva a ir a los Estados Unidos me invites a pasar un día en tu casa.

– Será para mí el mayor de los placeres.

– Así, podré conocer a ese hombre.

– Sí, creo que sí.

Cuando la puerta se cerró, volvió a tomar asiento. Muy lentamente, giró la cabeza hasta que volvió a ver su imagen en el espejo. Vio los mismos ojos oscuros, la boca cuidadosamente maquillada, la cabellera oscura, su pálida piel y sus delicados rasgos. Vio una pianista. Y una mujer.

– Vanessa Sexton -murmuró. Entonces, esbozó una ligera sonrisa.

De repente, supo por qué estaba allí y por qué iba a salir a aquel escenario. Y por qué, cuando hubiera terminado, iba a regresar a casa.

A su casa.


Hacía demasiado calor para que un hombre de treinta años estuviera jugando al baloncesto bajo un sol de justicia. Los chicos no tenían ya clases por las vacaciones de verano, por lo que tenía el parque para él solo. Aparentemente, los adolescentes tenían más sentido común que un médico enamorado.

A pesar de la altísima temperatura, Brady había decidido que sudar sobre la cancha de baloncesto era mucho mejor que estar solo en casa, pensando.

¿Por qué diablos se había tomado el día libre? Necesitaba su trabajo. Necesitaba llenar su tiempo libre. Necesitaba a Vanessa.

A ella iba a tener que olvidarla. Había visto fotografías suyas. Habían salido en la televisión y en los periódicos. Todos los habitantes del pueblo llevaban dos días hablando de aquel maldito concierto. Ojalá no la hubiera visto con aquel hermoso y reluciente vestido blanco, con el cabello cayéndole en cascada por la espalda y sus hermosos dedos volando sobre las teclas, acariciándolas, haciendo que entonaran notas casi imposibles. Había interpretado su música, la misma composición que había estado tocando aquel día, cuando Brady entró en su casa para descubrir que ella lo estaba esperando.

Por fin había terminado su sinfonía… Igual que había terminado con él.

Lanzó una nueva canasta.

¿Cómo podía esperar que una mujer como ella quisiera regresar a un pueblo como aquél, con el novio de su adolescencia? Le aplaudían los miembros de la realeza. Iba de palacio en palacio tocando sus composiciones. Lo único que él podía ofrecerle era una casa en medio del bosque, un perro maleducado y de vez en cuando un pastel en vez de sus honorarios.

«Es una pena», pensó mientras lanzaba con furia la pelota contra el tablero. Nadie la amaría tanto como él, tal y como lo había hecho toda la vida. Si volvía a estar cerca de ella, se aseguraría de que lo supiera.

– Calla -le espetó a Kong, cuando el animal comenzó a ladrar alegremente.

Estaba sin aliento. No se encontraba en forma. Lanzó otra vez la pelota. Una vez más, ésta rebotó sobre el aro y salió despedida.

Se dio la vuelta, agarró el rebote… y se quedó atónito por lo que vio.

Allí estaba Vanessa, vestida con unos minúsculos pantalones cortos y una blusa que le tapaba sólo hasta debajo de los senos.'Tenía una botella de refresco de uva en la mano y una descarada sonrisa en el rostro.

Brady se secó el sudor de la frente. El calor, su estado de ánimo y el hecho de que no hubiera dormido desde hacía dos días podría ser más que suficiente para provocarle una alucinación. Sin embargo, no era así.