– Ésa es la razón por la que he decidido usarlos esta noche, Richard, para que tú -dijo Darcy e hizo una pausa para señalar los perfectos pantalones hasta la rodilla de su primo, las medias bordadas y los zapatos- brilles en contraste, como un modelo de solidez y buenos modales.

– Oh. -Fitzwilliam se detuvo a considerar aquella posibilidad y luego sonrió a su primo-. Muy amable por tu parte, primo. Estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de evitar que la dama dragón siga con ese absurdo propósito de escribirle a mi padre. No puedo imaginarme de dónde ha sacado la idea de que me he convertido en un predicador metodista. -Sacudió el bordado de sus puños-. ¿Estás seguro de que tengo buen aspecto? -Darcy no pudo evitar reírse al ver la insólita preocupación de su primo, mientras asentía para asegurarle que así era. Molesto por las burlas de Darcy, Fitzwilliam le sonrió con amargura-. Bueno, tú también estarías nervioso si su señoría te tuviera en el punto de mira.

– Entonces compórtate esta noche como el caballero más encantador y pronto recuperarás su favor. -Darcy se rió-. ¿Bajamos?

Al verlos entrar, la sonrisa seca de lady Catherine se convirtió en un gesto de desaprobación, pero se limitó a suspirar de manera desdeñosa con la vista fija en Darcy, antes de ordenarles a sus sobrinos que se sentaran en los sofás que habían sido dispuestos en círculo alrededor de su gran sillón. Anne y su dama de compañía, la señora Jenkinson, estaban frente a ellos, sentadas al otro lado de lady Catherine, envueltas como siempre en un montón de chales, pero esa noche Anne llevaba un vestido particularmente atractivo, que favorecía su piel pálida y su delgada figura.

– ¿No te parece que tu prima está encantadora esta noche, Darcy? -preguntó lady Catherine, mientras él se inclinaba ante Anne. La pregunta de su señoría congeló la sonrisa que Darcy quería dedicarle a su prima antes de que llegara a sus labios. El sincero elogio que había estado a punto de ofrecer parecería ahora una representación ordenada por su tía, la cual enfatizaría una vez más la tensa relación que había entre ellos.

Darcy se levantó de su reverencia ante una Anne muy distraída, que miraba a todas partes excepto a él, con los dedos aferrados a su chal.

– Prima Anne. -Sabiendo que debía lograr llamar su atención, inducirla a que lo mirara a la cara, Darcy se dirigió a ella con la misma voz suave pero firme que usaba con Georgiana-. Anne -repitió, y ella levantó lentamente los ojos-. Ciertamente tienes un aspecto estupendo esta noche. -La muchacha se sonrojó un poco al oír las palabras de su primo, bajando enseguida la mirada, pero no antes de que él alcanzara a detectar una chispa de gratitud y tal vez, incluso, un poco de placer al oír el cumplido. Darcy pensó que Anne no era tan indiferente a la cortesía como parecía querer hacerle creer a todo el mundo. Pero, claro, su mundo era evidentemente muy pequeño, reducido a causa de su delicada salud y de los sentimientos y gustos de lady Catherine. Darcy estaba seguro de que, en ese mundo, los cumplidos sinceros y auténticos eran una rareza.

Después de saludar a Anne, Darcy se fijó en los sofás que rodeaban a su tía. Ninguno parecía lo suficientemente sólido como para soportar la inquietud que lo recorría cada vez con más fuerza, a medida que las manecillas del reloj se aproximaban a la hora acordada. Sin embargo, la necesidad de tomar una decisión quedó aplazada por el ruido de las puertas del salón al abrirse, lo cual hizo que el corazón de Darcy diera un vuelco.

– ¡Traidor! -murmuró para sus adentros, tratando de avergonzarlo y ponerlo bajo control, sin poder evitar, al mismo tiempo, dirigir sus ojos hacia la puerta.

Primero entraron el señor Collins y su esposa: el pastor, con un aire de rastrera deferencia. Sin embargo, la señora Collins atenuó la actitud de su marido acompañando su excesivo despliegue con una actitud más apropiada y una reverencia sencilla y correcta. La señorita Lucas venía inmediatamente detrás de su hermana y pareció estremecerse apenas vio a lady Catherine, y detrás de ellos entró Elizabeth. Había dejado el sombrero y el abrigo en manos del lacayo, pero llevaba el mismo vestido que tenía por la mañana. Era un vestido de muselina color crema, adornado con flores bordadas en azul y ribeteado con una cinta, que flotaba con elegancia alrededor de su cuerpo, envolviendo su figura de forma seductora. Darcy se dio cuenta de que la muchacha inspeccionaba el salón, mientras esperaba su turno para presentar sus respetos. Comenzó con su señoría, se dirigió rápidamente a Anne y su dama de compañía y su rostro se iluminó al saludar a Fitzwilliam. Luego lo miró a él. Sus miradas se cruzaron y la ansiosa expectación que brillaba en los ojos de Elizabeth resultó ser un reflejo exacto de la que sentía Darcy, cuyo corazón saltó de manera tan violenta que parecía querer unirse con el de ella. Aterrorizado, el caballero desvió la mirada y se anticipó a la reverencia de ella haciéndole una rígida inclinación. ¿Creía que podría curarse si la miraba hasta cansarse? ¿Cómo podía haber hecho un cálculo tan desatinado?

– Señor Collins, por favor, tomen asiento -les dijo lady Catherine a sus invitados de manera lánguida, señalando las sillas que había a su izquierda.

– Gracias, su señoría. -El señor Collins volvió a inclinarse, antes de atravesar el salón con pasos rápidos y, al verlo, Darcy pensó en una codorniz que se había cruzado durante un paseo a caballo la mañana anterior-. Es usted toda amabilidad, señora, un hecho ampliamente conocido entre todos aquellos que…

– Señora Collins, señorita Lucas. -Lady Catherine interrumpió el empalagoso discurso del señor Collins. La señora Collins siguió a su marido hasta los lugares asignados. Darcy notó que su hermana ocupaba rápidamente el asiento que parecía más alejado de la mirada de lady Catherine. Pero no pudo estar mucho tiempo lejos del objeto de sus deseos y, a pesar de lo peligroso que había demostrado ser, Darcy volvió a mirar a Elizabeth. Ella estaba quieta y aparentemente tranquila, mientras sus acompañantes se humillaban ante lady Catherine; pero luego Darcy la vio hacer un gesto con la boca. Una sonrisa disimulada comenzó a esbozarse en sus labios, acompañada de un nuevo brillo en sus ojos. Esa expresión tan conocida fue seguida inmediatamente por un gesto deliberado de su boca, una estrategia que Darcy sabía que ella solía emplear para recuperar el control sobre sus rasgos, de manera que no evidenciaran la risa que le causaba la situación. Al observar la deliciosa batalla que libraba Elizabeth por recuperar el dominio de sí misma, Darcy tuvo que apretar sus propios labios para evitar la sonrisa que amenazó con acompañar su felicidad, al ver que una de sus preguntas recibía rápidamente una respuesta. Collins podía temblar y los iguales de su señoría podían estremecerse, pero Elizabeth Bennet no sentía ningún temor hacia lady Catherine.

– Señorita Elizabeth Bennet. -Lady Catherine asintió al tiempo que pronunciaba su nombre. Mientras Elizabeth caminaba con seguridad y elegancia hasta su asiento, Darcy se maravilló de ver cómo había identificado el carácter de su tía con tanta facilidad y en tan breve periodo de tiempo. ¿Qué sucedería después?

Fitzwilliam respondió a aquella cuestión deslizándose entre los invitados y sentándose al lado de Elizabeth en el mismo sofá.

– ¡Oportunista! -gruñó Darcy para sus adentros, mientras se sentaba en el último sitio que quedaba disponible, el más próximo a su tía y al otro lado de Elizabeth y su primo. Después de tragarse la desilusión, resolvió aprovechar su situación para observar la forma en que Elizabeth trataba a su primo y qué podía revelar el comportamiento de Fitzwilliam hacia ella. Pero casi enseguida lady Catherine comenzó a hablarle sobre detalles insignificantes que sólo le interesaban a ella. Habituado desde hacía mucho tiempo a la manera de ser de su tía, Darcy se dispuso a satisfacer las exigencias de la anciana dama al mismo tiempo que seguía concentrado en sus propios objetivos, pero se dio cuenta de que su tía lo irritaba más que nunca. No consiguió oír nada de la conversación que transcurría delante de él, excepto notar que era una charla animada e interesante, salpicada de risas por ambas partes. Fitzwilliam estaba fascinado con Elizabeth, eso era obvio. Darcy conocía bien su manera de ser y las señales que lo delataban. Richard podía haber comenzado la relación como un coqueteo intrascendente, pero ahora estaba cautivado y, aún peor, intrigado, y no sólo por la figura de Elizabeth. La expresión pensativa de su rostro le indicó que también estaba empezando a descubrir la inteligencia de la muchacha. Darcy se movió incómodo en la silla. Era inevitable, pensó. Elizabeth no tenía una actitud afectada ni irradiaba esa estudiada languidez, tan de moda entre la mayoría de las mujeres de la alta sociedad. No, su encanto era algo sólido y natural, poseía un espíritu directo que un hombre podía apreciar rápidamente tanto con la mente como con los sentidos. Y Richard, el maldito Richard, ¡lo estaba apreciando de verdad!

– ¿Qué estás diciendo, Fitzwilliam? ¿De qué hablas? -El tono de protesta de la pregunta de lady Catherine sorprendió a Darcy, haciéndole darse cuenta de que llevaba varios minutos sin prestarle la más mínima atención a su tía-. ¿Qué le estás diciendo a la señorita Bennet? Déjame oírlo.

, pensó Darcy con maliciosa satisfacción, cuéntanoslo, por favor, Richard.

– Hablamos de música, señora -respondió Fitzwilliam de manera distraída, tan concentrado en su acompañante que sólo le quitó los ojos de encima por un instante mientras contestaba.

– ¡De música! Pues haced el favor de hablar en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me agrada. Tengo que participar en la conversación si estáis hablando de música. -Lady Catherine se recostó contra el respaldo. Su tendencia a criticar parecía apaciguada por el placer que le brindaba el tema-. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más aficionadas a la música que yo, o que posean mejor gusto natural.

Darcy miró a su tía con gesto de perplejidad, pues apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿De verdad creía que una persona con dos dedos de frente podía aceptar una afirmación tan ridícula? ¿O estaba poniendo a prueba la credulidad de sus invitados? Cualquiera que fuera la respuesta, ninguna de las dos explicaciones la dejaba muy bien parada.

– Si hubiese estudiado, me habría convertido en una gran intérprete -siguió diciendo lady Catherine con tono firme-. Lo mismo le pasaría a Anne, si su salud se lo permitiese; estoy segura de que habría tocado deliciosamente. -Hizo una pausa para permitir que su audiencia secundara sus afirmaciones, pero como no quería permanecer mucho tiempo callada, comenzó a hablar de otro tema relacionado, con el cual podría ejercer su dominio. Volviéndose hacia su otro sobrino, preguntó-: ¿Qué tal va Georgiana, Darcy?

– Muy bien, señora -respondió Darcy rápidamente-. La música de Georgiana es una fuente de dicha tanto para ella como para aquellos que tenemos el privilegio de oírla, que somos, a decir verdad, un reducido círculo. -Con el rabillo del ojo, Darcy alcanzó a ver que, al oír el nombre de su hermana, Elizabeth parecía haberse desentendido un poco de Richard para prestarle atención a él. Así que insistió un poco más-: Ella sólo toca para la familia -explicó para informar a Elizabeth, aunque no la miró-. Pero en los últimos meses ha hecho notorios progresos tanto en la técnica como en la interpretación.

– Me alegra mucho que me des tan buenas noticias. -Lady Catherine volvió a tomar las riendas de la conversación-. Y te ruego que le digas de mi parte que si no practica mucho, no podrá mejorar nada. -Irritado por aquel consejo tan innecesario, Darcy contestó que su hermana no necesitaba esa advertencia y que practicaba constantemente.

– Tanto mejor. Eso nunca está de más -insistió lady Catherine- y la próxima vez que le escriba, le recomendaré que no lo descuide.

Y yo dejaré instrucciones para que esas cartas sean interceptadas, resolvió Darcy, apretando la mandíbula. Él jamás había permitido que alguien que no le inspirara la mayor consideración interfiriera en la educación o la tranquilidad de Georgiana. Siempre había escuchado con atención los incesantes consejos de lady Catherine que, excepto en asuntos de etiqueta, por lo general le parecían insuficientes. En el pasado los había atribuido a la falta de ocupación y, tal vez, a la excesiva preocupación por el protocolo familiar. Pero las palabras que habían salido esa mañana de su portavoz religioso, las que había oído de sus propios labios y durante el transcurso de aquella visita le indicaban a Darcy que ella quería inmiscuirse en su vida de una manera más directa. Y ciertamente él no iba a permitirlo.