Darcy,
Envío la nota de la señorita Darcy por correo urgente, porque ha sucedido algo que no me gusta nada. Quisiera que hubieras confiado en mí y me hubieras contado lo que sucedió en Norwycke, porque así estaría en mejor posición para ayudarte ahora. Pero lamentablemente no fue así. Sin embargo, yo tengo mis propios recursos y me propongo descubrir qué es lo que quiere la nueva lady Monmouth presentándose ante la señorita Darcy. Te juro, viejo amigo, que sólo la dejé sola un instante… Debes darle las gracias al idiota de tu primo por habérsela presentado, pero ¿qué se puede esperar de un hombre que es capaz de proponerle matrimonio a lady Felicia? Logré mandar a casa a la dama antes de que la conversación hubiese llegado muy lejos. Pero desgraciadamente lady Monmouth anunció que pretendía hacer una visita. No temas; le dejaré instrucciones a tu mayordomo, y tal vez también a Hinchcliffe, para que digan que la señorita Darcy no está en casa. ¡Ese sí que es un tipo excelente y muy tierno en todo lo que tiene que ver con tu hermana! ¡Un buen hombre! Desde luego, también solicitaré la ayuda de la buena señora Annesley y doblaré mi vigilancia. Amigo mío, puedes confiar plenamente en mí en lo que respecta a este asunto. Prometo mantenerte informado. No tienes que regresar enseguida a casa. Todo está bajo control.
Dy
Darcy se inclinó hacia delante, agarró el tirador del cajón y lo abrió totalmente. Puso dentro las cartas con cuidado y lo cerró. «Todo está bajo control». A pesar de lo irresponsable que Dy parecía a veces, Darcy sabía que, cuando se comprometía a algo, uno podía darlo por hecho. No le gustaba en absoluto que su hermana se hubiese encontrado con lady Monmouth, pero regresar corriendo a Londres podía ser exactamente lo que estaba buscando Sylvanie. No, Darcy se quedaría en Kent, porque allí iba a decidirse su futuro.
– ¿Darcy? ¡Eh, Darcy! -Más que sus palabras, lo que distrajo la atención de Darcy de la contemplación de la maravillosa luz del sol que jugaba con los hermosos rizos de Elizabeth fue el sonido divertido que pudo apreciar en la voz de Fitzwilliam-. ¡Nunca te había visto comportarte de una forma tan estúpida, primo! Se lo juro, señora -dijo el coronel, dirigiéndose a la señora Collins-. ¡Generalmente no es tan descortés como para ignorar por completo a su anfitriona! Sé que es capaz de articular al menos media docena de palabras de manera coherente.
– Eso, mi querido primo, se debe a que los militares rara vez podéis recordar el significado de un comunicado que contenga más palabras -repuso Darcy, plenamente consciente de la mirada burlona de su primo. Insensible al dardo, Fitzwilliam hizo ademán de desplomarse por el impacto, lo cual hizo que todo el salón se riera. ¡Maldito Richard! Pero era cierto. Darcy se había distraído y se había quedado absorto en la contemplación exclusiva de la mujer que estaba sentada ante él, iluminada por la luz de la mañana que entraba por la ventana más próxima-. Le ruego que me perdone, señora. ¿Puedo servirle en algo?
– No era nada importante, señor Darcy. -La sonrisa de la señora Collins parecía sincera, al igual que la curiosidad que se reflejó en su rostro. Darcy tendría que tener más cuidado y vigilar mejor su errática atención. No, no es errática, se corrigió. El problema era totalmente lo contrario; su atención estaba exclusivamente dirigida… a Elizabeth. Su rostro, su figura, su cabello, la encantadora manera en que su voz subía y bajaba por la escala musical, la delicadeza de sus manos, sosteniendo con sus dedos firmes el bordado. Darcy no se atrevía ni siquiera a pensar en los ojos o en esos labios que ahora esbozaban una sonrisa, al presenciar el cómico diálogo entre él y Richard… ¿O tal vez se estaba burlando de su distracción? ¡Maldición! Darcy miró hacia la ventana. Aquélla era su tercera visita a la rectoría esa semana, la segunda con Richard, y él se encontraba tan cerca de tomar una decisión como del domingo. Decidió que el problema era que había demasiada gente alrededor. Aunque después de su reciente experiencia sabía que las entrevistas privadas estaban llenas de peligros y dificultades, ¿cómo podría obtenerlas respuestas que necesitaba? ¿Cómo podría lograrlo? No podía depender de otra feliz casualidad, y tampoco podía esconderse entre los arbustos esperando a encontrarla sola.
– ¡Ah, nunca debe pensar eso! -La respuesta de la señora Collins a algo que Fitzwilliam había dicho interrumpió la reflexión de Darcy sobre su dilema-. La señorita Bennet es una joven muy fuerte, como muchas de las jovencitas de Hertfordshire. ¡La he visto caminar desde su casa hasta Meryton y regresar hasta dos veces en un día!
¡Caminar! ¡Claro! ¿Cómo podía haberlo olvidado? El recuerdo de las enrojecidas mejillas de Elizabeth a causa del viento y sus ojos brillantes, el día que había aparecido repentinamente en el comedor de Netherfield, volvió a su memoria con una claridad desconcertante. Con frecuencia ella caminaba sola en Hertfordshire. ¿Haría lo mismo en el parque de Rosings?
– ¿Es cierto, Darcy? -Fitzwilliam lo miró con una ceja levantada, mientras él se obligaba a retomar la conversación-. ¿Es la señorita Elizabeth Bennet tan buena caminante como nos quiere hacer creer la señora Collins?
– Indudablemente -respondió Darcy. De repente, tuvo un súbito ataque de inspiración. Si caminaba sola, ¿acaso eso no podría ofrecerle la privacidad que él deseaba?-. Yo puedo dar fe de su diligencia en Hertfordshire, pero la señorita Bennet debe confesar si le parece que Kent también es digno de sus excursiones.
– Ah, entonces, díganos, señorita Bennet, ¿le parece tentador el campo de Kent? -Fitzwilliam sonrió-. O tal vez debería preguntar: ¿le parece tentador el parque de Rosings? Debe usted olvidarse de que somos parientes de lady Catherine y decir toda la verdad.
Sí, Elizabeth disfrutaba mucho con sus paseos. Los campos y alamedas de Rosings se habían vuelto tan atractivos para ella como cualquier excursión por Hertfordshire. Darcy sonrió mientras recordaba la escena que había tenido lugar en la casa parroquial de Hunsford. Él sabía que el tono confidencial de la respuesta de Elizabeth había sido totalmente sincero, y la satisfacción que le produjo la seguridad de saber lo que ella pensaba y poder interpretar sus palabras fue profunda y duradera. Elizabeth no estaba fingiendo. Así que allí estaba Darcy, atravesando el parque tan pronto como se había disipado el rocío, sumido en un torbellino de ansiedad ante la expectativa de encontrársela… sola. El acelerado ritmo de su corazón no tenía nada que ver con el ritmo o la amplitud de sus pasos sino con sus esperanzas. Desde el momento en que se había despertado, ese indomable músculo se había resistido a cualquier tipo de control o dirección para latir más pausadamente.
Al menos no había sorprendido a Fletcher. Su ayuda de cámara se encontraba preparado desde muy temprano para atenderlo y lo había saludado en la silla del afeitado con un sencillo «Buenos días, señor». El caballero tenía la esperanza de recibir alguna sentencia shakespeariana cuyo significado lo hiciera reflexionar, pero Fletcher se había concentrado en su trabajo con silenciosa precisión y lo había despachado muy bien vestido con un simple «Buena suerte, señor Darcy». ¡Aquello sí que le había resultado extraño! No podía recordar que Fletcher lo hubiese despedido antes con esa frase, pero la visión de una mancha amarilla al otro lado de los árboles que se alzaban ante él le hizo olvidarse de todo, y su corazón empezó a latir a un ritmo aún más acelerado. Aferró con fuerza su bastón de caña y apresuró el paso. De pronto, al dar la vuelta a un recodo del camino, allí estaba ella, como una aparición de color crema y amarillo que vagaba de manera pensativa entre los helechos y las violetas silvestres que tapizaban el bosque. Darcy disminuyó el paso e hizo el último intento por recuperar la compostura antes de que ella se percatara de su presencia, pero fue inútil. Tan pronto como apareció ante la muchacha, ella levantó la cabeza de su atenta observación de la naturaleza que la rodeaba. Con los ojos abiertos por la sorpresa, Elizabeth lo miró directamente y, en ese momento, pareció disparar un dardo tan real que Darcy sintió como si le atravesara el pecho para alojarse en lo más profundo de su ser, haciéndole detenerse.
– ¡Señor Darcy! -La sorpresa y el desconcierto en la voz de Elizabeth volvieron al caballero a la realidad.
– Señorita Bennet. -Se oyó decir Darcy y, al oír sus palabras, recuperó el dominio de su cuerpo. Le hizo una inclinación. La curiosidad reemplazó entonces a la sorpresa en los ojos de la muchacha, cuando lo vio volverse a poner el sombrero y caminar hacia ella-. ¿Está usted comenzando su paseo matutino -preguntó Darcy con una voz no tan firme como le habría gustado-, o se encuentra al final de su excursión?
– Estaba a punto de regresar, señor -le informó Elizabeth, mientras parecía buscar algo detrás de él, por el camino-. ¿No lo acompaña el coronel Fitzwilliam?
– No, a mi primo no le gusta la luz de las primeras horas de la mañana -contestó Darcy, ansioso por terminar con la charla acerca de Richard. Luego se obligó a insistir y tomar el control de la conversación-. Si usted va a regresar, señorita Bennet, ¿me permite ofrecerle mi compañía? -La expresión de Elizabeth volvió a reflejar desconcierto-. Será un placer -añadió Darcy en voz baja, extendiendo el brazo. Ella asintió lentamente para mostrar su aceptación y puso su mano sobre el brazo del caballero. A él le costó trabajo contener el impulso de proteger la mano de la dama con la otra mano. Pero, en lugar de eso, hizo señas para iniciar el camino de vuelta-. ¿Vamos?
– Sí, gracias, es usted muy amable -murmuró Elizabeth.
– Es un placer -repitió Darcy de manera distraída, pues estaba concentrado en refrenar a su corazón desbocado, mientras disfrutaba al mismo tiempo del cúmulo de sensaciones que le producía el hecho de estar cerca de ella.
– Señor Darcy. -Elizabeth levantó la cabeza para mirarlo-. Hay innumerables senderos en Rosings, ¿no es así?
– Sí, eso creo -respondió él, y luego desvió la mirada rápidamente hacia el camino, con el fin de ocultar la sonrisa que amenazaba con asomar a sus labios. ¡Caramba, aquello iba a ser imposible! ¿Cómo podía evitar reírse como un tonto si el cielo mismo estaba agarrado de su brazo?
– Tal como pensé. -La satisfacción de Elizabeth con esa deducción aparentemente tan sencilla lo intrigó, pero ella le aclaró rápidamente el misterio al decir-: Aunque no he recorrido todos los senderos de Rosings, le ruego que me permita decirle que éste en particular me parece muy eficaz para serenar el espíritu y promover la reflexión solitaria.
– ¡En efecto! -Darcy desvió la mirada, desesperado por ocultar la sonrisa que otra vez amenazaba con asomar involuntariamente. ¡Gracias a Dios su estatura y su porte no permitían que ella le viera la cara! No estaría bien ser demasiado obvio, revelar abiertamente la magnitud del placer que le había causado lo que ella le había comunicado de manera tan delicada. Pues bien, ¡estaba decidido! Allí podría encontrarla si quería seguir adelante con la idea de tener conversaciones privadas.
– Entonces, ¿le gusta pasear sola, señorita Bennet? ¿No le gustaría tener compañía?
– Ah, sí, a veces. La compañía adecuada puede marcar una gran diferencia en el placer que produce un paseo. Pero si no puedo tener esa compañía, prefiero mi propia compañía, señor, y el silencio.
– Entonces también somos de la misma opinión en esa cuestión -dijo Darcy, asintiendo. La compañía adecuada… Ah, ¡mejor que mejor!
Elizabeth volvió a levantar la cabeza para mirarlo, con una expresión de curiosidad.
– No entiendo a qué se refiere, señor Darcy.
– Estoy seguro de que fue usted quien lo notó primero. -Ella siguió mirándolo con desconcierto y como Darcy no podía soportarlo, explicó-. Usted me dijo una vez que observaba una gran similitud en nuestra forma de ser. Le ruego que me permita guardar silencio sobre las observaciones particulares que hizo esa noche, pero, en general, creo que su apreciación es correcta.
– ¡Por supuesto! -exclamó Elizabeth y fue ella quien desvió la mirada esta vez. El resto del camino de regreso hasta Husford transcurrió en un silencio que a Darcy le pareció agradable y que ninguno de los dos quiso romper hasta que llegaron a la puerta de la empalizada que estaba frente a la casa parroquial. Darcy la abrió con la mano que tenía libre y sólo en ese momento sucumbió a la tentación de estrechar la mano que descansaba sobre su brazo. La tomó y la sostuvo mientras hacía una reverencia. Luego la soltó y dio un paso atrás.
– Que tenga un buen día, señorita Bennet -dijo con voz suave.
– Lo mismo le deseo, señor Darcy -respondió ella. Él le dirigió una sonrisa enigmática. Ella volvió a mirarlo con curiosidad, luego hizo un gesto con el sombrero y dio media vuelta para regresar a Rosings. De nuevo al amparo de los árboles, Darcy se golpeó la palma de la mano izquierda con el bastón. ¡Aquello sí que era un progreso! ¡Por Dios, apenas podía esperar a que llegara mañana!
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