– La señorita Lucas, su señoría. -La joven señorita Lucas, insegura como siempre, hizo su reverencia y se hizo a un lado. La puerta se cerró detrás de ella.
¿Dónde estaba Elizabeth? Darcy miró la puerta cerrada con incredulidad. ¿No había venido? ¿Cómo era posible que no hubiera venido? ¿Por qué? Durante un minuto no pudo moverse, mirando hacia la puerta.
– ¿Fitz? -El tono interrogante de Richard lo sacó de su trance. Ignorando a su primo, Darcy avanzó hacia el círculo que formaban las anfitrionas y sus visitantes, con la intención de agarrar a Collins de un brazo para pedirle una explicación, cuando lady Catherine se le adelantó.
– Señor Collins -dijo con voz estridente-, ¿dónde está la señorita Elizabeth Bennet?
– Mil excusas, su señoría, la señorita Bennet está consternada por no tener el honor de aceptar su amable invitación de esta noche. Se ha sentido muy decepcionada de…
– ¿Por qué, señor Collins, por qué no ha venido? -lo interrumpió lady Catherine.
– La señorita Bennet tiene jaqueca, su señoría. -La señora Collins hizo una reverencia al intervenir en la conversación-. Le ruega que la disculpe usted esta noche.
– ¡Una jaqueca! -Darcy no alcanzó a oír el resto de la opinión de lady Catherine acerca de las jaquecas, porque dio media vuelta en medio de una gran confusión. ¡Elizabeth estaba enferma! Aquélla era una eventualidad que él no había contemplado. ¿Enferma? Richard no había dicho nada acerca de que pareciera enferma.
– ¡Qué mala suerte! -Su primo se reunió con él en la ventana-. En lugar de disfrutar de la Bennet, tendremos que aguantar al Collins. Aunque resulta extraño… no parecía enferma esta tarde.
– ¿Cómo estaba? -Darcy no pudo evitar preguntar.
– Pensativa, un poco distraída, tal vez -contestó. Luego se rió-. Después de todo, hablamos sobre ti.
La broma de Richard centró los pensamientos de Darcy. ¡Ella había hablado sobre él! También sabía que sólo faltaba un día para que él se marchara de Kent. ¿Sería posible que estuviera incómoda con su lentitud al decir las cosas? ¿O tal vez al fingir una enfermedad le estaba ofreciendo una oportunidad? La idea no era tan improbable. Era muy factible. Por otro lado, era posible que estuviera enferma realmente. Darcy se la imaginó sola, esperando expectante o con resignación, y enseguida decidió lo que haría. En cualquier caso, era imposible que no fuera a verla… ¡e inmediatamente!
Sin decir palabra, se giró bruscamente y se alejó de la ventana. Con los ojos fijos en la puerta, ignoró a Fitzwilliam hasta que éste se puso delante de él y lo agarró del brazo.
– ¡Fitz! ¿Adónde vas? -siseó Richard-. ¡No puedes irte así como así!
– Apártate -le espetó Darcy en voz baja pero llena de autoridad. No estaba dispuesto a tolerar más demoras ni objeciones.
– ¡Fitz! ¡Piensa bien en lo que estás haciendo!
– ¡Ya lo he hecho! ¡Y sé lo que estoy haciendo! -Se liberó de la mano de Richard-. Discúlpame con lady Catherine y los Collins… o haz lo que quieras. ¡No me importa lo que ella piense de mis modales! -Darcy desafió a su primo, y en sus ojos se vio reflejada la decisión implacable de su rostro.
Fitzwilliam dejó caer la mano y miró a Darcy con aprensión.
– Entonces haz lo que quieras y ¡que el cielo te ayude, primo!
Darcy le hizo un gesto breve de asentimiento, pasó junto a él, abrió la puerta y atravesó el vestíbulo a grandes zancadas. Subió las escaleras de dos en dos y recorrió el pasillo que conducía hasta su habitación casi corriendo. Fletcher lo había oído, porque las puertas de la habitación se abrieron inesperadamente, un segundo antes de que las alcanzara.
– ¡Señor Darcy! -exclamó el ayuda de cámara, con los ojos muy abiertos, al ver la expresión contrariada de su patrón.
– Fletcher, mi abrigo y mi sombrero. ¡De inmediato!
El criado no dijo nada mientras se apresuraba a ir al vestidor para tomar las prendas que le había pedido, dejando al caballero en medio del silencioso orden de su alcoba. ¡Elizabeth no había venido! Se paseó de un lado a otro. Cuanto más pensaba en el asunto, más claro le parecía su significado. Ella había evitado que él cometiera el error de declararse en un lugar poco apropiado, y ¿qué había hecho él? Se había alejado de ella durante todo el día. Probablemente ella lo había estado esperando y su ausencia la había confundido… o la había decidido. Era muy propio de Elizabeth actuar de semejante forma para que los asuntos entre ellos alcanzaran una culminación. ¡Sus duelos en Netherfield y, más recientemente, en Rosings, deberían haberle enseñado eso!
El ruido de los pasos de Fletcher hizo que Darcy se diera la vuelta.
– Señor. -Fletcher levantó el abrigo gris a la altura de sus brazos. Darcy metió los brazos por las mangas y se ajustó la prenda sobre los hombros, antes de que Fletcher pudiera ayudarlo-. Sus guantes, señor. -Darcy se los puso y estiró la mano para coger el sombrero, que tomó de las manos de Fletcher y lo metió debajo del brazo mientras avanzaba hacia la puerta.
– Fletcher. -Se detuvo casi al llegar a la puerta para dirigirse a su ayuda de cámara-: Si alguien pregunta…
– Se requería su presencia urgente en otro lugar, señor -dijo Fletcher con voz suave-. Y no regresará hasta las…
Darcy asintió con agradecimiento al ver la astucia de su ayuda de cámara.
– Dentro de una hora. -Se quedó pensando en las posibilidades-. Dentro de varias horas -se corrigió, mientras estiraba los guantes-. Tal vez más.
– Muy bien, señor -respondió Fletcher, y su actitud segura y profesional le sirvieron a Darcy para calmar un poco el torbellino de sus pensamientos. Recorrió el pasillo a grandes zancadas, pero se detuvo al llegar a las escaleras. Si usaba la escalera y la puerta principal, se arriesgaba a ser interceptado por Richard, o visto por alguno de los criados de lady Catherine, que hubiese sido enviado a buscarle. Así que dio media vuelta y se dirigió hasta la entrada del pasillo del servicio. No recorría los estrechos y oscuros corredores que usaban los criados para ocuparse sigilosamente de la casa desde que era un niño, pero seguramente podría recordar el camino.
– ¿Darcy? -El eco de la voz de Fitzwilliam resonó desde las escaleras. No tenía alternativa. En pocos segundos estuvo al otro lado de la puerta, rumbo a la escalera de servicio, y en el camino tuvo que evitar a varias criadas con los brazos cargados de sábanas y toallas que subían hacia las habitaciones. La estancia del servicio estaba desierta. Inspeccionó la habitación larga y estrecha, buscando una puerta que diera al exterior. Como no encontró ninguna, atravesó la estancia y descubrió un corto pasillo que conducía hasta la salida.
Después de alejarse un poco de Rosings, Darcy se detuvo y miró hacia la mansión que había abandonado de manera tan precipitada. ¡Richard debía de estar pensando que estaba loco! Su primo había adivinado adónde se dirigía y al principio se había alarmado. Pero luego le había deseado que el cielo le ayudase. Cuando llegara la hora y él trajera a Elizabeth de su brazo como su prometida, Richard lo apoyaría. Pero lady Catherine… Lady Catherine representaba un obstáculo inmediato y de gran dificultad, teniendo en cuenta que su absurda idea sobre el compromiso con Anne sería sólo la primera descarga que le dispararía. El escándalo que armaría oponiéndose a su elección sería enorme y estaría alimentado por su amarga decepción ante el fracaso de unos planes largamente acariciados. Darcy pensó que tal vez no sería buena idea llevar a Elizabeth a Rosings esa noche. Sería mejor no exponerla a la ira de su tía hasta que lady Catherine fuese reducida al silencio en lo que a su elección de esposa se refería. ¡Su esposa! Gracias a la dicha que le produjo ese pensamiento, sintió que el apresuramiento que le había hecho marcharse de Rosings de esa manera cedía un poco. Dio media vuelta y miró hacia Hunsford. Allí estaba su futuro, su bienestar, la felicidad de todos los que formaban parte de Pemberley. ¡Era hora de ir a buscar todo eso!
Comenzó a caminar con determinación y en pocos minutos llegó hasta el bosque. Notó el aire frío entre los árboles, al caminar al abrigo de su sombra mientras recordaba los paseos con Elizabeth allí mismo, sonriendo discretamente. Pronto… ¡pronto ella sería suya! La idea lo animó mientras atravesaba el bosque, pero cuando el camino comenzó a descender hacia el pueblo, disminuyó el paso. Con el fin de obtener a la dama tan deseada, todavía tenía que proponerle matrimonio. Aunque sabía que podía confiar en la aguda inteligencia de Elizabeth, también era consciente de que, aun así, debía decir las palabras adecuadas. La fórmula que había planeado estaba pensada para la grandeza de Rosings, que le resultaba tan familiar, y le hacía honor al lugar. Pero ahora esas frases y los sentimientos a los cuales aludían le parecían demasiado pomposas y estudiadas para el humilde ambiente del salón de una casa parroquial. No quería parecer un tonto en esa ocasión tan solemne de su vida.
¡Todavía puedes regresar!, se apresuró a decir la voz del deber, a medida que se acercaba a Hunsford, pero Darcy sabía que eso era mentira. Ya no podía regresar, de la misma forma que tampoco podía volar. Pero al oír esa advertencia, la tapa que cerraba la multitud de objeciones a aquella decisión, y que él creía sellada para siempre, se levantó de repente y fue atacado, con la vehemencia de una furia reprimida, por las acusaciones justificadas de arrastrar a la desgracia a su apellido y a su familia. Los sucesos del baile de Netherfield, los insultos e impertinencias de las cuales había sido objeto, el espantoso comportamiento y la falta de urbanidad que había presenciado, todo volvió a aparecer ante él. A medida que se acercaba a la entrada de la rectoría, la magnitud de lo que estaba a punto de hacer se apoderó de él. Puso una mano en la verja y se detuvo un momento. Hacía sólo unos días que se había dado cuenta, allí mismo, de que su corazón estaba decidido y se había confesado a sí mismo, por fin, que, sin ella, la sensación de plenitud siempre sería una ilusión inalcanzable. Miró hacia la puerta que estaba al final del sendero. Todo lo que deseaba, todo lo que más deseaba se encontraba ante él.
– La señorita Elizabeth Bennet -le dijo a la criada de ojos sorprendidos que abrió la puerta. La muchacha lo dejó pasar al vestíbulo rápidamente y, sin ninguna ceremonia, le hizo una torpe reverencia y balbuceó algo acerca del salón del piso de arriba. Tras enterarse de que allí era donde se encontraba Elizabeth, Darcy asintió y se apartó para dejarla pasar. El ruido de sus pasos sobre las escaleras resonó como un trueno en sus oídos, al igual que el día que la había sorprendido estando sola. Esta vez, desde luego, él sabía que ella estaba sola, pero el silencio de la casa lo impresionó como cuando uno contiene el aliento en espera de la llegada de una noticia largamente acariciada. El ruido de platos, de una puerta al cerrarse, cualquier sonido doméstico habría sido una agradable distracción para olvidarse de las palpitaciones de su corazón y de las insistentes dudas que le taladraban la mente. Llegó hasta la puerta del salón y se detuvo un momento para quitarse los guantes y hacer un intento inútil por serenarse, mientras la criada llamaba y lo anunciaba. Luego, con el sombrero debajo del brazo y el corazón latiéndole aceleradamente en el pecho, entró en la estancia.
Sus ojos se encontraron tan pronto atravesó el umbral.
– ¡Señor Darcy! -Elizabeth hizo una reverencia. Ansioso como estaba por beber del placer de estar frente a ella después de casi dos días, Darcy hizo una inclinación rapidísima. Ella hizo un gesto distante para indicarle que podía tomar asiento.
– Entonces no está usted enferma -afirmó apresuradamente, acercándose a ella-. Dijeron que estaba enferma; así que vine a… Quería oír por mí mismo que se encontraba usted mejor.
– Como puede darse cuenta, señor, lo estoy -contestó Elizabeth con cortesía pero de manera fría, y luego añadió-: Gracias. -Y tomó asiento.
Darcy se alejó y dejó a un lado sus cosas, antes de sentarse en una silla que estaba frente a la que ella había elegido, con el corazón latiendo desbocado al ver a la mujer que tenía ante él. ¡Hermosa! ¡Muy hermosa! De su pecho surgieron ardientes e insistentes impulsos que pasaron por encima de su razón, confundiendo aún más sus pensamientos. Darcy la deseaba, ¡ay, cuánto la deseaba! Ella enarcó una ceja en silencio. Después de que ella lo atrapara admirándola abiertamente, el caballero desvió la mirada. Ella no dijo ni una palabra, pero el sonido de su propio corazón, de su respiración, rugió en los oídos de Darcy, impidiéndole pensar.
¡Tenía que aclarar sus pensamientos, recuperar el dominio de sus emociones! Se puso en pie y comenzó a pasearse. En contra de toda prudencia, le lanzó una mirada. ¡Habla!, exigió su corazón. Se detuvo y se volvió hacia ella, mientras pensaba en lo que le iba a decir. Señorita Elizabeth Bennet, ¿me haría usted el honor…? El peso de esa palabra cayó sobre él como un rayo. ¿Honor? En este asunto todo el honor era suyo ¡y él estaba dispuesto a arrastrarlo de una forma que todo el mundo despreciaría! El gélido disgusto de su familia por el bajo nivel de los parientes que incorporaría a su seno, la fría incomodidad de sus amigos y conocidos cuando estuviera otra vez entre ellos, la burla de sus enemigos, todo se le vino encima. Se volvió hacia la ventana y se quedó mirando al vacío, mientras la noche caía. Hacía sólo una hora todo estaba muy claro para él, pero ahora se encontraba de nuevo ahogado en el pantano de la duda y la indecisión. Deslizó sus dedos hasta el bolsillo del chaleco, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Nada! Darcy torció la boca con contrariedad. ¡Claro que los hilos de seda ya no estaban ahí! Los había lanzado al viento. Se dirigió otra vez hacia el salón y se perdió enseguida en la contemplación del hermoso perfil de Elizabeth. ¿Sería posible que la prudencia también se hubiera ido con ellos?
"Solo quedan estas tres" отзывы
Отзывы читателей о книге "Solo quedan estas tres". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Solo quedan estas tres" друзьям в соцсетях.