Cuando las agotó todas, se detuvo y miró hacia la rectoría, pero el único movimiento que detectó fue el de una criada que parecía estar dando de comer a las gallinas. Luego, en lugar de regresar a la casa, la mujer puso la cesta en el suelo, se sacudió las manos y se puso un sombrero de paja que tenía atado cuello y le colgaba por la espalda. ¿Elizabeth? Darcy entrecerró los ojos para observar más atentamente, mientras la lejana figura anudaba bien las cintas del sombrero bajo la barbilla y, después de lanzar una mirada por encima del hombro hacia la casa parroquial, avanzaba hacia la verja de la entrada y se deslizaba rápidamente a través de la campiña. ¡Sí, Elizabeth! La circulación de la sangre caliente le produjo un cosquilleo, pero de pronto se quedó helado. Darcy retrocedió un paso entre los árboles. Todavía le afectaba verla, pues su corazón ya se había acostumbrado a impulsarlo hacia ella; pero luego esa otra voz volvió a entrometerse, afirmando categóricamente que ella no debía descubrirlo esperándola allí mansamente, como si estuviera montando guardia como cualquier idiota ilusionado.

El caballero se retiró todavía más, hasta que la perdió de vista por completo, y se recostó contra un árbol inmenso a esperarla. Ahora que su encuentro se aproximaba, era imprescindible que recuperara la compostura y se asegurara de salir de él con el crédito y la dignidad que le debía a su nombre. Un ruido de ramas ocasionado por la brisa atrajo momentáneamente su atención hacia el árbol bajo el cual se encontraba. Curiosamente, se trataba del mismo árbol que en uno de sus paseos había comprobado que estaba enfermo y del cual le había hablado al guardabosques de su tía. El hombre había venido enseguida, porque después de examinarlo con cuidado, Darcy vio marcas negras que indicaban que el árbol sería cortado. Con expresión desconcertada, miró hacia las ramas del árbol. El crujido que producían al rozarse unas contra otras parecía un eco perfecto de las emociones desconocidas que daban vueltas en su pecho. No, no son desconocidas, dijo su conciencia. Tal vez, replicó el corazón, pero ciertamente son inadmisibles.

La algarabía de unos pájaros que alzaban el vuelo lo puso alerta. Se enderezó y se arregló el abrigo y el chaleco. Luego, apretando la mandíbula con un gesto que el salón de baile de Meryton reconocería enseguida, avanzó hacia su encuentro. Pero aunque Darcy alcanzó a llegar hasta su antiguo punto de observación, Elizabeth no apareció por ninguna parte. ¿Dónde demonios…? Contrariado al pensar en por qué no había esperado para asegurarse de la dirección que tomaría la muchacha y que ella tal vez hubiese elegido una ruta distinta de la acostumbrada, avanzó hasta el principio de cada sendero con la esperanza de llegar a ver un rayo de color. ¡Nada! Se detuvo en medio del último sendero con la mandíbula apretada de frustración, mientras reflexionaba sobre su situación. ¿Adónde había ido? Casi había decidido regresar a Rosings, cuando ella apareció. Era evidente que había evitado totalmente el parque y había preferido tomar un camino más largo que lo rodeaba. Darcy notó rápidamente que Elizabeth estaba a punto de llegar a uno de los cruces y salió de entre los árboles, decidido a interceptarla.

Se dio cuenta del momento en que ella lo vio, porque a pesar de que todavía estaban bastante lejos, casi pudo sentir la manera en que la joven se estremeció al reconocerlo y la forma de palpitarle el corazón cuando ella intentó dar media vuelta para tratar de evitarlo.

– ¡Señorita Bennet! -Darcy apretó el paso y el nombre de Elizabeth salió de su boca aun antes de decidir cómo iba a proceder. Ella se detuvo y, tras un momento de vacilación, se volvió hacia él para esperarlo. La sensación de alivio que Darcy experimentó al ver que ella se detenía no duró mucho, porque a medida que se iba aproximando, se sintió abrumado por la facilidad con que la figura de Elizabeth, incluso ahora, seguía despertando en él cálidos recuerdos y deseos. Luego se fijó en el pálido rostro y la mirada distante de la muchacha. La realidad de su situación se confirmó de inmediato. Darcy apretó más la mandíbula, avanzando con la carta en la mano.

– He estado paseando por el bosque durante un rato con la esperanza de encontrarla -dijo con una voz que sonó fría incluso para sus propios oídos-. ¿Me concederá el honor de leer esta carta? -Sin saber qué decir, Elizabeth estiró la mano. Darcy sospechaba que lo había hecho de manera involuntaria, pero de todas maneras aprovechó para entregarle la misiva y vio cómo los dedos de la muchacha se cerraban sobre ella. Listo. ¡Aquél era el final! El breve vuelo de sus esperanzas había concluido. Darcy nunca volvería a verla. Esa verdad lo conmovió hasta el alma. Apretó firmemente la mandíbula para evitar que se escapara algún sonido y, tras hacer una rápida inclinación, dio media vuelta hacia los campos y el parque y se marchó. Incluso cuando estuvo seguro de que ella ya no podía verlo, resistió el impulso de detenerse o mirar hacia atrás. Se limitó a apretar el paso, negándose a pensar y a sentir. Sobrevive… sólo sobrevive el resto de este día infernal, se dijo para sus adentros, y luego podrás marcharte. Sí, ¡por Dios, marcharte!


– Bueno, ¡por fin has vuelto! -Darcy se dio media vuelta al oír la voz que salía de uno de los sillones que había frente a la chimenea de su alcoba.

– ¡Richard! -El golpe de las botas contra el suelo fue seguido rápidamente por la aparición de la espigada figura de su primo, que trataba por levantarse del sillón. Darcy cerró la puerta enseguida, avanzando para enfrentarse al intruso y preguntó-: ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¡Esperando a Napoleón! -respondió Fitzwilliam con sarcasmo-. Pues buscándote, viejo amigo; y no armes un escándalo. Has estado muy esquivo, Fitz. Eso no es normal. -Cruzó los brazos sobre el pecho-. Tienes preocupado incluso a Fletcher. ¡Nunca lo había visto tan abatido! ¿Qué sucede? -preguntó Fitzwilliam al ver la mueca que hizo Darcy.

– Nada que deba preocuparte, te lo aseguro. -Darcy desvió la mirada, tratando de eludir el atento examen de su primo-. He pedido que el carruaje esté mañana en la puerta a las nueve. ¿Podrás estar listo?

– ¿Entonces nos vamos mañana? -Darcy miró a su primo, enarcando las cejas, antes de darse la vuelta para quitarse el abrigo y los guantes-. Ya has cambiado de planes una vez sin tomarte la molestia de consultarme -protestó Fitzwilliam, mientras Darcy le daba la espalda.

– Salimos mañana a las nueve. No habrá ningún cambio de planes. -Darcy se volvió hacia Fitzwilliam-. Estoy ansioso por regresar a Londres tan pronto como sea posible. Ya he dejado a Georgiana demasiado tiempo al cuidado de lord Brougham -dijo.

– En eso estoy completamente de acuerdo contigo -convino Fitzwilliam con un tono más suave. Luego levantó las manos al ver el gesto adusto con que Darcy lo miró y arqueó una ceja-. Eso no va a funcionar, ¿sabes? No puedes intimidarme con esa actitud de autoridad. Ah, tienes un aspecto feroz, te lo aseguro; pero se te olvida que estás hablando con la mayor decepción de su señoría, el conde de Matlock. No le llegas ni a los talones a mi padre, Fitz. -Regresó al sillón frente al fuego y se volvió a sentar-. Así que puedes ahorrarte esa cara y habla con tu viejo confesor. ¿Qué sucede, primo?

– No tengo la menor idea…

– ¡Maldición, Fitz! -lo interrumpió Richard-. No juegues conmigo como si fuera una viejecita impresionable. Vamos. -Se inclinó apoyándose en los codos y miró a Darcy con seriedad-. Tiene que ver con la señorita Bennet, ¿no es cierto?

Un estremecimiento de angustia recorrió la espalda de Darcy, haciendo que apretara la barbilla y añadiéndole un tono más frío a su respuesta.

– ¿La señorita Bennet? -El suspiro que soltó Richard como respuesta y la mueca que hizo mostraron claramente que estaba decepcionado. Como Darcy sabía que su primo era tremendamente tenaz cuando sentía curiosidad por algo, trató de buscar alguna forma de distraerlo. Richard no podía saber hasta dónde había llegado su imbecilidad por Eliza… por la señorita Bennet. Y nunca debería saberlo; pero era cierto que necesitaba la ayuda de su primo. Si ella alguna vez llegaba a remitirse a él para corroborar la veracidad de su carta, Richard moriría antes de revelar algo que tuviera que ver con Georgiana. Darcy pensó rápidamente una forma de solucionar las dos cosas-. Sí, la señorita Bennet -repitió lentamente e hizo una pausa, mientras observaba la actitud alerta de Richard-. Necesito tu ayuda.

– Sí -contestó su primo con un tono que trataba de animar a Darcy a seguir-. Continúa.

– Es posible que hayas notado que la señorita Bennet y yo tenemos tendencia a discutir -comenzó a decir con tono cauteloso.

– ¡Ja! -resopló Richard. Darcy le lanzó una mirada de censura tal que su primo se vio obligado a toser con incomodidad y a añadir-: Discúlpame. Continúa, Fitz.

– Desgraciadamente, la señorita Bennet y yo caímos en un malentendido que sólo se podía resolver de manera honrosa por ambas partes, con la revelación de las pasadas experiencias de nuestra familia con George Wickham.

– ¡Wickham! ¡Por Dios, no te referirás a…! -Fitzwilliam miró a Darcy con asombro e incredulidad.

– Sí, Georgiana. -Darcy permitió que su primo asimilara la revelación que acababa de hacerle.

– Sabía que ella estaba molesta contigo -dijo Richard, sacudiendo la cabeza lentamente-. Pero… ¿Georgiana?

– ¿Qué? -Ahora el asombrado fue Darcy-. ¿Ella te dijo que estaba molesta conmigo?

– Sí, bueno, no con esas palabras. Ayer, cuando estaba paseando por el parque, me encontré por casualidad con ella; y en el curso de la conversación quedó claro que estaba enfadada contigo. Yo traté de advertirte. -Entonces, pensó Darcy, ella ya estaba molesta desde antes de que él saliera de Rosings, y probablemente a causa del relato de la forma en que había ayudado a Bingley, lo cual Darcy sospechaba que era cortesía de Richard-. Pero ¿qué tiene que ver Georgiana en esto?

– ¡Nada directamente! -Darcy suspiró y se frotó la frente para tratar de calmar el insistente dolor que había aparecido entre sus cejas, antes de continuar-: Richard, esto es realmente un nudo gordiano; y debes creer que sólo una vil calumnia podía inducirme a revelar algo que tuviera que ver con Georgiana. -Darcy avanzó hasta la chimenea y, agarrándose a la repisa, se agachó para mirar los tizones que ardían lentamente.

– Lo sé, Fitz -le aseguró su primo en voz baja-. ¿Cómo quieres que te ayude?

Darcy miró solemnemente a su primo.

– Si alguna vez la señorita Bennet recurre a ti para averiguar la verdad de lo ocurrido el verano pasado, debes decírselo. Con tus propias palabras y sin ocultarle nada, cuéntaselo todo.

Fitzwilliam miró fijamente a su primo.

– ¿Confías tanto en ella?

– Sí -respondió Darcy, desviando la mirada.

Fitzwilliam dio media vuelta, se paseó un poco por la habitación con actitud reflexiva y luego miró nuevamente a Darcy.

– ¿Y eso restaurará tu honor ante los ojos de la señorita Bennet?

– Tal vez tu testimonio y el tiempo -respondió Darcy en voz baja, levantando la vista- probarán que ella posee el sentido de justicia que yo creo.

– Entonces, no te preocupes, primo. -Fitzwilliam avanzó hacia Darcy y le tendió la mano-. Ella lo oirá de mis propios labios… ¡hoy mismo! -La seguridad con que Richard le estrechó la mano fue como un bálsamo para las heridas de Darcy, la primera indicación de que la sensación de haber sobrevivido a los terribles sucesos de las últimas veinticuatro horas era más que un sueño.

Movido por la insistencia de su primo, Darcy volvió a tomar el abrigo y los guantes y, una vez que Fitzwilliam recogió los suyos, los dos salieron hacia Hunsford. Hicieron el recorrido en medio de un agradable silencio. Aunque le aterraba la posibilidad de tener un segundo encuentro con Elizabeth y comprobar la ineficacia de sus palabras escritas, Darcy siguió el paso ligero de su primo, cuyo rostro tenía un aire casi beatífico gracias a la devoción con que encaraba la misión caballerosa que se había propuesto. Antes de que Darcy pudiera creerlo, estaban subiendo los escalones que llevaban a la puerta de la casa parroquial. Fitzwilliam, delante, le dirigió una sonrisa mientras tocaba la campanilla.

– Todo irá bien, Fitz. ¡Te lo prometo! -le aseguró su primo-. ¿Quieres que diga algo más en tu nombre?

– Te ruego que no digas nada más -respondió rápidamente Darcy-, ¡o este intento sería inútil!

Fitzwilliam se encogió de hombros y se volvió otra vez hacia la puerta, que comenzaba a abrirse en ese momento.

– ¡Buenos días! -saludó Richard a la criada-. El coronel Fitzwilliam y el señor Darcy, que vienen a ver a las damas y al señor Collins.


– Así será, su señoría. -Darcy se inclinó sobre la mano de su tía, rozándola con los labios, antes de dar un paso atrás para permitirle a Fitzwilliam el mismo honor. Estaba desesperado por marcharse, pero lady Catherine no tenía ganas de permitir que se fueran tan rápido. En el último minuto, decidió mandar con él una larga y variada lista de saludos dirigidos a otros miembros de la familia. Luego siguieron una serie de comentarios y recomendaciones sobre cualquier aspecto de su inminente viaje que pudiera retrasar la partida que lady Catherine tanto lamentaba, pero que Darcy ansiaba con todas sus fuerzas. Al final no le quedó otra alternativa que presionar las cosas un poco y tomar los dedos extendidos de lady Catherine, mientras le prometía de manera lacónica hacer todo lo que ella le pedía. Cuando le tocó el turno a Richard, Darcy se alejó para permitirle a su primo la oportunidad de ser el único objetivo de las preocupaciones, los consejos y las recomendaciones de su señoría.