Hasta aquel momento, el día parecía transcurrir con una lentitud exasperante. Desde que Fletcher lo había llamado esa mañana, hasta el desayuno y la preparación de los carruajes, todo y todos parecían decididos a retrasar su marcha, pero, en contrapartida, todos los movimientos y pensamientos de Darcy estaban marcados por un insistente deseo de salir de allí cuanto antes. La paciencia del caballero estaba a punto de agotarse. Al mirar por la ventana, mientras Richard sufría las instrucciones de su tía, Darcy vio cómo arrancaba el primer carruaje y los caballos comenzaban a avanzar al unísono por el camino que los llevaría de Rosings a Londres. Fletcher y el ordenanza de Fitzwilliam, el sargento Barrow, ambos expertos en las necesidades de sus caballeros, habían supervisado la carga del carruaje con precisión militar y se habían puesto ya en camino. Pero incluso Fletcher parecía moverse a un ritmo increíblemente lento. «Abatido» había sido la manera acertada en que Richard había descrito a su ayuda de cámara, normalmente tan seguro y previsor. Aunque Richard no podía saber por qué Fletcher tenía semejante aspecto, Darcy sí era consciente de ello; porque su fracaso al pedir la mano de la señorita Bennet también había acabado con las esperanzas de matrimonio del sirviente. Al parecer, la prometida de Fletcher había sido bastante clara. Hasta que su patrona, la señorita Bennet, no estuviese felizmente casada, no se separaría de ella, a pesar de la considerable capacidad de persuasión de Fletcher. Desde luego, Darcy no le había dicho a su ayuda de cámara ni una palabra acerca de su entrevista con la señorita Bennet, ni Fletcher había aludido a la fiebre que se había apoderado de Darcy durante la última semana ni a la manera súbita en que ésta había cesado. Aparte de que una actuación semejante habría sido el colmo de la impertinencia, no había habido necesidad. Fletcher había adivinado la verdad casi de inmediato y eso le había partido el corazón. A excepción de los días previos y posteriores a la muerte de su padre, las últimas treinta y seis horas habían sido las más silenciosas en su relación de casi ocho años.

– Gracias, señora. Su señoría, el conde de Matlock, estará encantado de oír eso. Le costará trabajo creerlo, pero estará encantado. -Darcy se volvió hacia el salón para ver la última inclinación de su primo sobre la mano de lady Catherine. Evidentemente, su tía había decidido establecer algún tipo de tregua. Por lo general solía hacerlo, después de haberse divertido durante toda la visita atormentando a su sobrino Matlock. Darcy sospechaba que tanta condescendencia tenía más que ver con la idea de asegurar que su sobrino regresara anualmente para aliviar su terrible soledad que con una verdadera actitud conciliadora.

– Entonces, adiós. -Lady Catherine por fin decidió permitir que la ceremonia terminara-. Espero veros en otoño. Anne está mejorando tanto que me atrevo a decir que podremos intentar reunirnos con vosotros en Pemberley. -Al decir esto, miró a su hija con suspicacia y luego a Darcy. Éste le lanzó una rápida mirada a su prima. Seguía teniendo un aspecto gris y retraído, pero ahora sabía que eso sólo era un subterfugio. Darcy la había buscado antes para despedirse, pues sabía que en su despedida formal no podría expresar nada de la verdadera naturaleza de su acuerdo. Anne podía ser frágil, pero bajo esa fachada latía un corazón lleno de palabras apasionadas y hermosas que el mundo jamás habría sospechado. Si en esa visita había habido algo bueno, había sido esa revelación.

– Serán bienvenidas en Pemberley en cualquier momento, señora -respondió Darcy-. ¿Fitzwilliam? -le preguntó a Richard, que asintió alegremente para confirmar que estaba listo.

– Señora, Anne. -Fitzwilliam se inclinó rápidamente hacia su prima y finalmente se marcharon.


– ¡Arre! -James, el cochero, sacudió su látigo, haciendo que la punta golpeara exactamente sobre las orejas del caballo que lideraba la reata. El landó se sacudió una, dos veces, y luego adoptó un rítmico vaivén, cuando los caballos comenzaron a avanzar al unísono. Darcy tragó saliva y fijó los ojos al frente. Se estaba alejando, por fin se estaba alejando del lugar que había sido testigo de la peor humillación que había sufrido su orgullo y la herida más profunda que jamás había pensado que podría padecer su corazón. En pocos minutos atravesaron la entrada de Rosings y ahora estaban disminuyendo brevemente el paso para tomar el camino que rodeaba la aldea de Hunsford. En algunos segundos pasarían frente a la casa parroquial. El corazón de Darcy comenzó a latir pesadamente en su pecho. ¡No iba a mirar, por Dios que no iba a hacerlo!

– ¡Mira, Fitz! Parece que vamos a terminar como empezamos. -La carcajada de Richard lo obligó a levantar la vista.

– ¿Qué sucede? ¿A qué te refieres? -Darcy se inclinó hacia delante, siguiendo con reticencia la mirada de su primo.

– El viejo Collins, diciendo adiós como un loco desde la verja de la rectoría. ¡Eso es lo que se dice una despedida de verdad! Sólo quisiera que… -Fitzwilliam dejó la frase en suspenso, mientras el carruaje pasaba ante el clérigo de su tía, que no cesaba de inclinarse y saludar con la mano.

Darcy se recostó contra los cojines.

– Sólo quisieras ¿qué?

Fitzwilliam se puso colorado.

– ¡Maldita lengua! -se reprochó a sí mismo y luego miró a su primo con tono apenado-. Sólo quisiera haber podido hacer lo que me pediste y haber hablado con la señorita Bennet ayer. ¡Si hubiese estado en casa, lo habría hecho enseguida! ¡Lo siento tanto, Fitz!

– No te atormentes -dijo Darcy, negando con la cabeza-. Al final, lo más probable es que no tenga importancia. -Desvió la mirada, fijando aparentemente la vista en el paisaje-. Dudo que alguna vez vuelva a tener ocasión de encontrármela.

4 Un tiempo infernal

– ¿Fitzwilliam? -La voz de Georgiana, matizada por un suave timbre de inquietud, flotó a través de la inmensa mesa de la sala del desayuno de Erewile House, remontando la barrera del Morning Post que Darcy había levantado entre él y su hermana y se instaló directamente en la página que Darcy tenía ante él, con vacilante elegancia. El tono de consternación que Darcy advirtió en la voz se veía reflejado en la expresión del rostro de la muchacha durante la noche anterior, cuando habían cenado de nuevo en medio de un silencio regido por la distracción de Darcy. Ya estaba en casa, pero su viaje, más que un regreso a Londres, era una huida de Kent. Había subido los escalones de su casa animado más por el alivio de encontrar un refugio que por la felicidad de reencontrarse con su familia y sus amigos. En realidad, desde aquella humillante tarde en la casa parroquial de Hunsford, lo único que Darcy deseaba era que lo dejaran en paz. No podía tolerar por mucho tiempo ni siquiera la dulce presencia de Georgiana, ni sus discretos esfuerzos por hacerlo sentir cómodo. La rabia hacia sí mismo que le producía el hecho de haber sido tan desconsiderado con su deber y la indignación hacia Elizabeth por haber hecho lo mismo con su honor bullían continuamente en su mente y le oprimían el pecho como si fuera una banda de acero. No, Darcy debía soportar esa angustia solo; además, no era precisamente un asunto que pudiera ser tratado con una hermana pequeña. Tal vez si tardaba el tiempo suficiente en responder, ella entendería la insinuación y no insistiría más.

– ¿Hermano? -la voz de Georgiana volvió a insistir suavemente.

Darcy bajó el periódico con reticencia y miró cautelosamente el rostro de su hermana, que estaba sentada a su derecha y lo observaba con una mezcla de dulce preocupación y firme determinación. Ese doble aspecto de Georgiana aparecía con demasiada frecuencia desde que había regresado a casa. A Darcy no le había costado trabajo atribuírselo a la dudosa influencia de Brougham mientras él estaba en Kent, porque desde que Darcy se había bajado del carruaje el sábado por la noche no había oído más que «lord Brougham esto» y «lord Brougham aquello». Ya estaban a miércoles y estaba harto.

– ¿Sí, Georgiana? -El tono de irritación de su voz no pasó desapercibido. Habría preferido morirse a tener que ver la expresión de desaliento y retraimiento que nubló los ojos de su hermana. Dejó el periódico a un lado y buscó intencionadamente la mano de Georgiana-. ¡Perdóname! -Suspiró-. Me temo que me he estado portando de manera extraña. -La respuesta de su hermana fue una sonrisa triste y un delicado apretón.

– Sí, querido hermano, no eres el de siempre. -Georgiana lo miró con curiosidad y compasión-. ¿Tía Catherine ha resultado ser muy difícil este año?

– Lady Catherine ha sido… tal como es… -Darcy se movió con nerviosismo mientras soltaba la mano de su hermana y se recostaba contra el respaldo de la silla-. O, tal vez, un poco más «ella misma» de lo normal. Fue buena idea que no nos acompañaras -añadió y luego guardó silencio, mientras otro rostro aparecía en su mente. Rígido por la furia y mirándolo con desdén, Elizabeth le decía: Su arrogancia., su vanidad y su egoísta desdén… Por Dios, ¿cuántas veces había revivido esa mortificante letanía? Cerró los ojos. ¡Gracias a Dios, Georgiana no había sido testigo de eso! Sólo de pensarlo, se le revolvió el estómago. Por primera vez, Darcy experimentó la ardiente sensación de remordimiento con la que había tenido que luchar su hermana una vez que comprendió la traición de Wickham. Al menos Georgiana podía alegar que era muy inocente; mientras que él -¿cómo había dicho Elizabeth?- un hombre de talento y bien educado, que había vivido en el gran mundo, ¡no se podía permitir ese lujo! ¿Cómo pudo estar tan embrutecido, tan ciego? No, Darcy no había sido él mismo y todavía no lo era; y, la verdad, no tenía ninguna certeza de poder volver a conocer ese estado nuevamente.

– ¿Fitzwilliam? -La profunda preocupación de Georgiana, que se reflejaba dolorosamente en su voz, casi hizo que Darcy frunciera el ceño. Él sabía que la solicitud de su hermana era una muestra de ternura motivada indudablemente por el amor, pero el hecho de que su manera de actuar hubiese expuesto a la luz lo que sentía, dándole motivos a ella para compadecerlo, lo mortificaba hasta la médula. Acosado por la tentación de rechazar las atenciones de su hermana con otra respuesta poco amable, Darcy se levantó bruscamente de la mesa. ¡Con toda seguridad, aquel día no resultaba una buena compañía para nadie!

– Te ruego que me disculpes -dijo por encima del hombro mientras avanzaba hacia la puerta.

– ¡Pero, el señor Lawrence! -le recordó Georgiana. Darcy se detuvo al mismo tiempo que el criado abría la puerta. ¡Maldición! Hoy iban a hacer la última evaluación del retrato de Georgiana. Habían fijado la cita desde antes de que él partiera hacia Kent. Se dio media vuelta.

– A las dos de la tarde, ¿no es así? -Darcy contestó a la respuesta afirmativa de Georgiana con un lacónico gesto de asentimiento-. Te espero a la una y cuarto. -Marcando el final de su conversación con una inclinación, huyó de la mirada de compasión de su hermana, rumbo al refugio de su estudio, donde podría seguir alimentando su ira en paz.

A medida que se acercaba a la puerta del estudio, un furioso arañar seguido de un galopante golpeteo le anunció que iba a ser víctima de un inminente ataque. ¿Tan pronto? ¡Hacía sólo unos días que le había pedido a Hinchcliffe que lo trajera! Disminuyó el paso, se acercó cautelosamente al umbral y se asomó al estudio. Pero en lugar de encontrarse con una bala de cañón de color café, blanco y negro que se abalanzaba sobre él de manera salvaje para saludarlo, sólo encontró a Trafalgar, sentado en perfecto estado de alerta, excepto por la estúpida sonrisa que se dibujaba en su hocico.

– ¡Así que ya estás aquí! -La primera sonrisa de verdad en aparecer en el rostro de Darcy durante casi una semana le iluminó los rasgos severos mientras amo y sabueso se miraban con satisfacción-. ¿Y de dónde has sacado esos modales tan finos, monstruo? -Las patas traseras de Trafalgar temblaron un poco, pero lograron mantenerse básicamente donde estaban. Darcy levantó las cejas en señal de admiración ante aquel esfuerzo casi hercúleo, que provocó un gemido que brotó del pecho del animal. El temblor se volvió más intenso.

– ¡Por Dios, ten un poco de compasión y acarícialo! -Cuando su mano estaba a sólo unos centímetros de las grandes y sedosas orejas de Trafalgar, Darcy se sobresaltó al ver a Brougham recostado cómodamente contra la chimenea del estudio.

– ¡Dy! -Darcy se enderezó, y su voz adquirió un matiz acusador. ¿Cómo había hecho su amigo para burlar la vigilancia de Witcher y entrar sin ser anunciado? Siguiendo la mirada de Darcy, Trafalgar miró fugazmente por encima del hombro a Brougham, pero luego volvió a dirigirse a su amo con los ojos abiertos y suplicantes. El gemido se hizo más fuerte.