Con el rabillo del ojo vio a Genuardi, el maestro de esgrima, que le saludó con una ligera inclinación. Ignorando las miradas de envidia que le lanzaron otros espadachines menos aventajados, que soñaban con recibir una atención similar, Darcy hizo una pausa en su calentamiento, le devolvió el saludo y luego regresó a sus ejercicios. Sintió que la sangre comenzaba a correr más rápido por sus venas y que sus músculos y tendones empezaban a calentarse. También notó que la rigidez que había aquejado sus músculos últimamente desaparecía de forma gradual. Sus movimientos se fueron haciendo más rápidos y fluidos, hasta que finalmente fue inundado por esa corriente de poder y control sobre su cuerpo que sabía que podría acometer todo lo que él quisiera. ¡Dios, qué bien se sentía! Fue reduciendo el ritmo de los movimientos, mientras los latidos de su corazón se iban haciendo un poco menos fuertes, y luego se detuvo para limpiarse el sudor de la frente e inspeccionar el salón en busca de un contrincante. Sólo un segundo antes de sentir un golpecito sobre el hombro, oyó unos pasos detrás de él.

– ¡Darcy, viejo amigo! ¿Dónde has estado?-Sorprendido por la voz, Darcy se dio la vuelta para quedar frente a lord Tristram Monmouth, que gesticulaba descuidadamente con el florete-. ¿Te gustaría tener un par de asaltos conmigo? -preguntó Tris mientras enarcaba perezosamente las cejas, pero Darcy detectó en la actitud de su antiguo compañero de universidad una cierta tensión nerviosa que no pudo explicar. El hecho de que Monmouth estuviera allí ya le resultó suficientemente extraño. Darcy no podía recordar haberlo visto nunca en el club de esgrima durante los últimos dos años. Tal vez la fascinación por su esposa, lady Sylvanie, había comenzado a menguar.

– Monmouth -contestó Darcy, asintiendo para mostrar que aceptaba el reto; luego se alejó para tomar su posición sobre la pista. La tensión era buena. Hacía que el contrincante actuara con demasiada cautela, o demasiado descuido, y cualquiera de las dos cosas podía convertirse en una ventaja. Mientras afirmaba los pies en el puesto, Darcy levantó la mirada para observar a su oponente y decidió que, en el caso de Monmouth, sería demasiado descuido. Aunque no pudo explicar exactamente por qué, ya que el grito de «¡En garde!» resonó enseguida en sus oídos. El asalto comenzó. En pocos segundos, Darcy se dio cuenta de que estaba en lo cierto. En sus épocas estudiantiles, la habilidad de Tris con la espada solía ser admirable, pero era evidente que se había estancado desde entonces.

El encuentro no fue muy largo y su duración dependió más de la permisividad de Darcy que de la pericia de Tris, ya que en el transcurso del encuentro se vio obligado a bloquear no sólo uno sino dos movimientos no permitidos. Aunque atribuyó el primero al calor del momento, la segunda vez no se sintió tan seguro y prefirió terminar rápidamente el combate, asestándole varios touchés en los siguientes asaltos, con precisión y velocidad. Asombrado por la actitud de Monmouth, Darcy lo miró a la cara mientras intercambiaban el saludo formal con el que terminaba el encuentro, pero Tris se limitó a sonreírle, como si no se hubiese dado cuenta de que había ocurrido algo inapropiado. ¿Sería posible que sólo se hubiese dejado llevar o, tal vez, que hubiese olvidado las reglas con el paso de los años?

Sonriendo todavía, su antiguo compañero avanzó hacia él, con la mano tendida.

– ¡Mejor que en la universidad! ¡Que me parta un rayo si no has mejorado, Darcy!

– He practicado. -Darcy estrechó brevemente la mano de Monmouth.

– ¡Sin duda! -resopló Monmouth-. Después de tu demostración en casa de Say…, la última vez que nos vimos, Manning apostó a que podrías vencer a cualquiera de los demás, o a todos, en menos de diez minutos. ¡Y bueno, viejo amigo, tú sabes que no puedo resistirme nunca a una apuesta deportiva!

– Espero no haberte causado un daño significativo -replicó Darcy, con una sensación de alivio al comprender la conducta de Monmouth.

– ¡No, no! Estoy bien de dinero, gracias a mi esposa -dijo, haciéndole un guiño-. Quien, a propósito, se sentirá muy feliz si tú aceptas la invitación que te envió esta semana para cenar con nosotros y un selecto grupo de amigos. -Monmouth hizo una pausa en espera de la respuesta de Darcy, pero presintiendo la amable negativa que se avecinaba, se apresuró a añadir-: Te prometo una velada muy interesante, Darcy, con gente totalmente distinta a lo usual. «¡Dile que no se aburrirá, ni nadie tratará de cazarlo!», dijo ella y te juro que ¡es verdad! A Sylvanie le encanta tener a gente fascinante a su alrededor: artistas, pensadores, escritores, gente profunda como tú. Permíteme informarle a milady de que aceptas. ¡Vamos, Darcy!

– ¡Que aceptas! ¿Qué estás aceptando ahora, mi «viejo amigo» Darcy? -Los dos hombres levantaron la vista con sorpresa y vieron a lord Brougham recostado contra una de las columnas que había en aquella parte del salón. Monmouth se puso tenso al oír la voz, pero cuando vio que se trataba sólo de Brougham, Darcy pudo ver una expresión de alivio en sus facciones. Sin embargo, la sorpresa de Darcy no disminuyó ni un ápice. Nunca había visto a Dy en el club de esgrima de Genuardi, ni tenía conocimiento de que fuera miembro de ningún otro. ¿Qué podía haberlo impulsado a acudir precisamente aquel día? ¿O acaso Georgiana lo había enviado?

– Una invitación a cenar con un grupo de intelectuales aburridos. Nada que te interese, Brougham, te lo aseguro -anunció Monmouth, arrastrando las palabras, mientras miraba de arriba abajo la elegante e imperturbable figura de Brougham-. Nada de juego… bueno, eso realmente es una lástima… Sólo un poco de música y mucha conversación. Filosofía y política, ese tipo de temas.

– Brougham -interrumpió Darcy, avanzando hacia su amigo-. ¿Georgiana?

– En cierta forma, pero no te preocupes… todavía. -Dy levantó una mano para detenerlo y luego miró al acompañante de Darcy con desprecio-. ¿Así que filosofía y política, Monmouth? ¿Las dos en una sola noche? Debo decir que ciertamente será una velada muy selecta y, tienes razón, eso está fuera del alcance de mi pobre cerebro. Pero, dime, milord, ¿con quién vas a hablar tú a lo largo de toda la noche?

El brazo con el que Monmouth sostenía la espada se puso tenso durante un momento, pero Darcy se interpuso rápidamente entre los dos hombres y la tensión cedió.

– ¡Lord Brougham y yo tenemos asuntos pendientes que discutir! -declaró, para restarle importancia a la pregunta de Dy, y le lanzó una mirada de censura. Luego volvió a mirar a Monmouth y continuó-: Por favor, dile a lady Monmouth que acepto la invitación.

Al oír la promesa de Darcy, Monmouth cambió su expresión de rabia por una de satisfacción y, tras dirigirle una risita a Brougham, se dirigió a Darcy:

– Milady estará muy complacida. Entonces, ¿mañana a las ocho? ¡Excelente! Hasta entonces, Darcy. -Monmouth hizo una inclinación-. Brougham. -Apenas se detuvo para inclinarse en dirección a Brougham, marchándose hacia los vestuarios a grandes zancadas.

– ¡No habrás hablado en serio! ¡No tendrás intención de ir realmente, Fitz! -Brougham hizo una mueca de disgusto, mientras observaba cómo se alejaba Monmouth.

– No querrás que me retracte, ¿o sí? -le preguntó Darcy de manera tajante.

– En este caso en particular, sí me gustaría que te retractaras y con la mayor urgencia -respondió Brougham-. ¡Uno no tiene que cumplir su palabra cuando ha estado hablando con el diablo!

– Estás exagerando un poco, ¿no te parece? -Darcy montó en cólera-. Y yo no habría tenido que dar mi palabra si tú te hubieses contenido y no lo hubieses insultado. ¡Por Dios, Dy, le has llamado poco menos que idiota en su propia cara!

– Te ruego que me perdones, Fitz; tenía la impresión de haber sido más claro. Pero eso es irrelevante. -Brougham descartó la idea de seguir hablando de Monmouth-. Lo que me gustaría saber es por qué, después de todo lo que me he esforzado por evitar un encuentro entre la señorita Darcy y lady Monmouth, tú estas propiciando que eso ocurra.

– Nunca te había visto aquí antes. -Darcy respondió a la incómoda pregunta de su amigo cambiando de tema-. ¿Has venido a practicar, o acaso Georgiana…?

– A practicar, amigo mío; y parece que ya hemos empezado, ¡aunque todavía no estoy adecuadamente vestido! -Brougham comenzó a desabrocharse la levita-. Lo que sucede es que me distraje debido a tu magnífico despliegue de tolerancia. Te has dado cuenta de que Monmouth ha hecho un par de jugadas sucias, ¿no?

– ¡Pero eso no lo convierte en el demonio!

– Cierto, Fitz, muy cierto; Monmouth sólo es una serpiente, y una muy rastrera, a decir verdad, que está al servicio del demonio. -En ese momento, uno de los asistentes del salón se acercó para recoger la chaqueta y el chaleco de Brougham, y los dos hombres guardaron silencio. Darcy observó detenidamente cómo su amigo se quitaba las prendas y luego retrocedió, al mismo tiempo que Dy aceptaba el chaleco protector y el florete que le ofrecía el sirviente y comenzaba su propia rutina de estiramientos.

Darcy sacudió la cabeza y dejó escapar un hondo suspiro. Una vez más, Dy había logrado despertar su curiosidad con aquel discurso tan enigmático. Pero sabía perfectamente que hacerle más preguntas o exigirle una explicación sería inútil. Su amigo se limitaría a encogerse de hombros y le respondería con una de esas ingenuas miradas de desconcierto, mientras decía que ya se le había olvidado la estupidez que estaba diciendo y que no había de qué preocuparse. Además, sabía que la aparición de su amigo en el club de esgrima de Genuardi no era accidental, sino que estaba relacionada en cierta forma con Georgiana, y eso le preocupaba más que lo que Dy pudiera pensar de los amigos de Monmouth. Tras unos pocos minutos de ejercicio, Dy dejó caer el brazo que sostenía la espada y miró a Darcy, al tiempo que le decía lacónicamente:

– ¿Listo?

– ¿Ésa es toda la preparación que necesitas? -Darcy miró a su amigo con incredulidad-. ¿Cuánto tiempo hace, Dy? ¿Has practicado alguna vez desde que salimos de la universidad? No has calentado lo suficiente…

– ¿Temes que te decepcione, Fitz? -lo interrumpió Dy-. No temas, amigo mío. He hecho bastantes ejercicios de calentamiento, sobre todo durante la última media hora o más. -Dy avanzó entonces a un lugar vacío en la pista y no dejó a Darcy más alternativa que seguirlo, mientras entrecerraba los ojos con perplejidad. ¿Qué significaba ese comportamiento tan inusual? Si Georgiana lo hubiera enviado porque estaba preocupada, ¿qué necesidad tenía Dy de enfrentarse con él? Su amigo siempre estaba más dispuesto a sugerir una partida de billar en el club, o a presenciar algún evento deportivo, para «quitarte esa tan aburrida cara de contrariedad», como le decía continuamente ante el celo con el que Darcy protegía su intimidad. En los dos años transcurridos desde que había regresado a la ciudad, Darcy no recordaba haber visto a Dy sudando, excepto en el campo de caza. Ocupó su lugar frente a su amigo y, después de hacer el saludo reglamentario, adoptó la posición de guardia con la cual comenzaba el encuentro.

– ¡Milord! ¡Señor Darcy! ¡Scusatemi! -gritó el signore Genuardi con tono apremiante, atravesando rápidamente el salón en dirección a ellos-. Perdono, signori, ¿ustedes dos se conocen? ¡Prodigioso! -exclamó el maestro de esgrima, radiante de orgullo, como un maestro que está frente a sus dos mejores alumnos-. Per cortesia -siguió diciendo el maestro de esgrima-, permítanme el placer de ser el juez del encuentro. -Entonces les hizo señas para que volvieran a adoptar la posición de inicio y, con una voz aguda que resonó por encima del murmullo del salón, que ahora estaba pendiente de lo que ocurría, proclamó-: ¡En garde!

– Parece que tenemos público. -Dy detuvo el avance de Darcy, pero no hizo ningún ademán de atacar-. No había previsto que esto despertaría tanto interés. ¡Qué fastidio!

– ¿Conoces a Genuardi? -Darcy flexionó la muñeca, lo que hizo que la punta del florete trazara círculos en el aire.

– Todo el mundo conoce a Genuardi.

¡Ay, Darcy detestaba cuando Dy jugaba a hacerse el tonto! La irritación le hizo decidirse. Saltó a la ofensiva y tomó la delantera, obligando a su amigo a retroceder varios pasos antes de poder detener el ataque y defenderse. La respuesta de Brougham fue efectiva pero poco sofisticada, exactamente lo que Darcy esperaba de un buen espadachín que ha estado alejado del deporte varios años. Darcy bloqueó el ataque de Dy, se defendió e insistió en la ofensiva, pero esta vez no logró hacerlo retroceder tanto. Dy hizo una buena maniobra de defensa y la primera parte de su ataque fue un movimiento que ambos habían aprendido y practicado juntos en la universidad. Darcy lo desvió fácilmente, pero su amigo lo volvió a atacar y esta vez acompañó la ofensiva con un nuevo movimiento de la muñeca y el cuerpo, que aumentó su efectividad. Darcy lo evitó por un pelo y tuvo que retroceder uno, no, dos pasos.