– ¡Eres un pillo!
– Para ti, soy el excelentísimo padre inquisidor -replicó riéndose Fitzwilliam, pero no se dejó distraer. Enseguida se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y dijo-: Desde el principio, vamos.
Darcy le lanzó una mirada como para congelarle la sangre en las venas. Pero, inmune a esa estrategia que ya conocía, Richard se puso serio, lo miró con severidad y completó su gesto interrogante enarcando una ceja.
– Desde el principio -repitió con una voz aterradora que recordaba la de un temible inquisidor-. ¡Rápido o empezaré a pensar que se trata de algo serio!
Darcy se puso todavía más colorado y durante un instante sintió algo parecido al pánico. ¿Algo serio? La imagen de los encantadores rizos recogidos con una cinta adornada con rosas diminutas y el recuerdo del placer de sentir la mano enguantada de Elizabeth entre las suyas se fundieron durante un segundo y lo hicieron moverse inquieto en el asiento. Lo irónico era que él no estaba pensando en Elizabeth mientras acariciaba los hilos, pero la curiosidad de Richard lo había sorprendido y había despertado en él una serie de pensamientos y sensaciones que, según estaba a punto de confesar, habían cobrado vida propia. ¡Por Dios, ahora no!, se reprendió Darcy, al ver que esas imágenes se apoderaban de él sin que pudiera detenerlas. ¡Ten un poco de dignidad, por favor! Darcy volvió a mirar a su primo y vio que éste lo observaba divertido, mientras tomaba nota de su creciente agitación.
– ¡Triunfo absoluto! -aulló Fitzwilliam, recostándose en el asiento-. Por fin te he puesto en una situación que te ha hecho ruborizar y te ha dejado sin palabras. ¿Quién es esa dama tan especial? -La acertada deducción de Richard arrastró a Darcy a las tormentosas aguas de la negación, pero el prematuro aire triunfalista de su primo le sirvió para salir de la confusión y encontrar al mismo tiempo una estrategia para eludir la verdad.
– Estás muy equivocado si crees que esto es el símbolo del favor de una dama. -Darcy imprimió a su voz el tono más desinteresado que pudo. Al menos esa parte era verdad, y el hecho de decirlo lo ayudó a calmarse. Haber podido ejercer aquella pequeña dosis de control contribuyó a alejar los fantasmas-. Si me sonrojé fue por la vergüenza que me produjo recordar la indiscreción de un amigo, cuya imprudencia requirió que yo me involucrara en un asunto muy delicado: un rescate o una interferencia, como quieras llamarlo, antes de que él cometiera un grave error de juicio.
La expresión del rostro de Fitzwilliam mostraba que no iba a quedar satisfecho con esa explicación tan vaga.
– ¿Un error de juicio? Pero -insistió- hubo una dama involucrada, ¿no es así?
– Sí, hubo una dama involucrada. -Darcy suspiró. Era imposible disuadir a Richard si notaba que había una dama en el fondo del asunto. Tendría que darle más detalles-. Mi amigo estuvo a punto de ponerse en una situación de tener que proponerle matrimonio a una joven que tiene una posición y una familia totalmente inapropiadas.
– Ah -respondió Fitzwilliam con consternación-, ése sí que es un problema. -Hizo una pausa y miró por la ventana, mientras el coche se sacudía a causa de un bache en el camino, y luego volvió a mirar a Darcy con una chispa de picardía en los ojos-. Pero dime, viejo amigo, ¿era bonita?
Darcy miró a su primo de reojo.
– ¡Bonita! Richard, ¿es lo único en que se te ocurre pensar? -Fitzwilliam lo miró con malicia y se encogió de hombros-. Sí -replicó Darcy con tono de exasperación-, si quieres saberlo, era una criatura favorecida por la naturaleza y de temperamento dulce, además. Pero juro que ella no lo quiere, al menos no tanto como él pensaba. -Darcy se quitó los guantes y los alisó, antes de dar el golpe de gracia-. Siendo así, el inconveniente mayor era su familia, por no mencionar su escasa fortuna.
– Seguramente un hombre puede soportar a la familia de lejos, siempre y cuando la dama sea agradable y la fortuna no sea un impedimento.
– Tal vez se podría pasar por alto -coincidió Darcy de manera vacilante-, si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero. Pero ése no es el caso. Te aseguro que se necesitaría una prueba mucho mayor de la que aparentaba para suavizar los inconvenientes que representaría establecer una relación con esa familia.
– Lo presentas como si fuera un verdadero horror -señaló Fitzwilliam riéndose.
– Una familia con ingresos reducidos, con un montón de hijas solteras a las que se les permitía la libertad de deambular por el campo y terriblemente impertinentes. -Darcy comenzó a enumerar los puntos de una lista con la que estaba bastante familiarizado-. Un padre que no se digna educar a su familia y una madre que, cada vez que ve un nuevo par de pantalones en el vecindario, piensa que está destinado a alguna de sus hijas.
– ¿Y tú no te convertiste en su presa, al igual que tu amigo?
– Yo no encajaba. -Darcy miró a su primo con aire de superioridad.
– Me lo imagino. -Fitzwilliam se rió de su ironía, sacudiendo la cabeza-. Tu amigo debía de estar embrujado. Estaba «perdidamente enamorado», ¿no es así?
– Así es. -Darcy secundó aquella opinión, pero luego se concentró en el paisaje que atravesaban. Fitzwilliam era demasiado perceptivo. Por eso no le convenía dejarle hacer muchas conjeturas-. Pero creo que ya está en proceso de curarse de semejante hechizo.
– Con tu ayuda, claro.
– Sí -respondió Darcy bruscamente, mirando a su primo a los ojos-. Con mi ayuda. Estoy muy satisfecho por haberlo logrado. Habría sido una unión desastrosa. La familia de la novia lo habría convertido en el hazmerreír de la alta sociedad.
Fitzwilliam respiró profundamente.
– Así que un hazmerreír. Espero que tu amigo aprecie el favor que le has hecho. Te debe la vida o, al menos, la cordura. Bien hecho, Fitz -concluyó Richard con sinceridad y volvió a agarrar el Post.
¿Bien hecho? ¿De verdad? Darcy frunció el ceño. No podía evitar una cierta contradicción entre sus pensamientos y emociones. Lo que le había dicho a Fitzwilliam era cierto. Todavía estaba convencido de que la señorita Bennet no experimentaba por Bingley la más tierna de las emociones. ¿Acaso no la había observado con detenimiento hasta llegar justamente a esa conclusión? Aunque debía admitir que ella no tenía el aspecto de ser una cazafortunas. No, eso también podía jurarlo. Con franqueza, la señorita Bennet era un enigma. ¿Un enigma que Bingley había logrado descifrar, mientras que él no? ¡Bingley estaba seguro de que ella lo amaba! Darcy cruzó los brazos sobre el pecho y miró a través de la ventanilla del coche hacia las colinas y los campos que estaban comenzando a verdear. No, todas esas reflexiones eran inútiles; el último eslabón de ese asunto había quedado ya zanjado. Apretó la mandíbula cuando la consternación se apoderó de él. Gracias a ese último eslabón, él y la señorita Bingley estaban unidos en una desagradable conspiración de silencio contra su propio amigo. ¡Cómo detestaba esa artimaña! ¡Cómo despreciaba la manera en que la señorita Caroline Bingley le susurraba al oído sus temores a ser descubierta hasta que la señorita Bennet se marchó de la ciudad! A pesar de que Darcy intentaba convencerse de la necesidad de que su amigo escapara de los peligros de una familia como ésa, y se felicitara por haberlo hecho, el carácter vil de las estrategias que había empleado permanecería para siempre en su conciencia como una mancha.
¡Su conciencia! Cerró los ojos para no ver el luminoso sol de marzo que entraba por las ventanillas, iluminando los asientos del carruaje. Ese riguroso instinto que le ofrecía orientación y censura no había sido de mucho consuelo para él últimamente. En los momentos de soledad, alimentaba una oscura ira cuya existencia se había visto obligado a admitir en Norwycke y, cada vez que veía una cierta expresión en el rostro de Bingley, le propinaba un duro golpe. Su amigo seguía siendo un hombre de buen carácter y sonrisa fácil, pero detrás de aquella apariencia había una sombra que Darcy había pensado que desaparecería una vez que regresara a la ciudad y a sus múltiples distracciones. Sin embargo, aún no se había desvanecido y, a juzgar por su mirada reservada y reflexiva que dejaba traslucir un corazón herido, Darcy sabía que su amigo estaba luchando por volver a ser como antes. Bingley mantenía su vida social con determinación, pero sólo con una parte de su antigua energía. Aunque varias damas habían recibido algunas atenciones por su parte, ninguna había sido claramente cortejada. Charles leía más y hablaba menos, mostrando la reserva de la cual Darcy siempre lo había acusado de carecer, con la esperanza de recuperarse completamente, según le había dicho una vez. Pero lo más probable es que fuera una causa perdida, porque ¿cómo puede uno recuperar la inocencia del corazón y olvidar la dulzura del amor? Darcy se había equivocado acerca de Bingley. Era posible que el corazón de la señorita Bennet hubiese quedado intacto, pero él realmente se había enamorado de verdad y llevaría esa herida con él para siempre. ¿Qué otra opción había tenido? Ninguna… Darcy todavía representaba el papel de mentor y verdadero amigo. Pero ¿realmente había hecho bien?, insistía en preguntar su conciencia.
Y también estaba Elizabeth. ¿Acaso Darcy había actuado correctamente con ella? La descripción que había hecho de su familia había sido rigurosamente precisa, excepto en lo que concernía a ella y a su hermana mayor. Debía reconocer que al describirle la familia a su primo, había cometido una descortesía. Dios no permitiera que ella se enterara alguna vez de sus palabras, o que alguien pensara que se referían a ella. Las circunstancias tan inapropiadas y el carácter de la familia Bennet representaban un obstáculo para Bingley. En su propio caso, eso era todavía más acertado. Y aunque la insuficiente fortuna no era la mayor preocupación para Darcy, la dificultad más insuperable estaba en la degradación que significaría semejante unión y en la vergüenza para él y su familia que representaría siempre el comportamiento de sus miembros. Siempre y cuando la dama sea agradable, había dicho Richard, exagerando despreocupadamente los efectos beneficiosos de la distancia. ¡Pero aunque la dama era más que agradable, la luna no sería suficiente distancia para negar las dificultades! Sin embargo, ¿no era cierto que él seguía atormentándose con pensamientos sobre ella, soñando con ella y aquellos condenados hilos de seda que lo sujetaban y ataban a ella?
Se llevó los dedos al bolsillo del chaleco, pero el ruido del periódico lo hizo detenerse. Miró disimuladamente a su primo para asegurarse de que estaba totalmente absorto en la lectura. Un resoplido de desprecio y una exclamación anodina que no iba dirigida a él fueron señal suficiente de que Richard estaba distraído. Darcy sacó lentamente los hilos que tanto le habían servido pero también atormentado. Tal vez… si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero…, había dicho Darcy, considerando de modo traicionero que él podría ser la excepción, aunque sabía que era imposible. Ella estaba en Hertfordshire; él en Kent, o en Londres o en Derbyshire, no importaba dónde. Nunca se volverían a encontrar, a menos que él se lo propusiera, y tampoco debían hacerlo. No estaban en juego únicamente unas cuantas millas. Tratar de obtener el afecto de Elizabeth sería inmoral, porque de ahí no podía salir nada honorable. Ella siempre sería hija de su madre, y él siempre sería hijo de su padre… un Darcy de Pemberley.
Cerró los dedos alrededor de los hilos. Se enderezó, se volvió hacia la ventanilla del coche y quitó rápidamente los seguros, dejando que la parte superior de la ventana se deslizara hacia abajo. Cayó con un golpe suave. El golpeteo de las cadenas de los arneses y el sonido de los cascos de los caballos sobre el camino se oyeron de repente con más fuerza y distrajeron a Fitzwilliam de su periódico.
– Ah, ¡el aire fresco del campo! -Richard dirigió una sonrisa a su primo y volvió a concentrarse en la lectura. Darcy bajó la vista hacia su mano enguantada y los desgastados hilos que reposaban en la palma. Luego cerró los ojos para no verlos, se inclinó sobre la ventanilla y los dejó caer. Atrapados por la brisa primaveral, los hilos salieron volando hasta caer al lado del camino.
– ¿Quién será ese hombre, Darcy? -preguntó Fitzwilliam con expresión de incredulidad. Acercó la cabeza a la ventanilla, mientras el coche pasaba delante de un corto sendero que llevaba hasta una casa modesta-. A juzgar por su apariencia, debe de ser un clérigo; pero te desafío a encontrar un pájaro más raro. ¡Míralo! -Darcy se enderezó para mirar en la dirección que le indicaba su primo y se quedó helado cuando reconoció a aquel personaje-. No deja de hacer reverencias y… ¡Mira! -Fitzwilliam se levantó de su asiento y bajó la ventanilla para asomarse mejor.
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