– ¡Touché! -declaró el maestro de esgrima-. ¡Punto para lord Brougham!
Brougham retrocedió inmediatamente después de obtener su victoria y saludó a Darcy.
– ¡Me estás subestimando, Fitz! Lo esperaba de otros, pero no de ti. No he debido ganar ese punto.
– Te prometo que no lo volverás a hacer -replicó Darcy, volviendo a su puesto.
– ¡En garde! -gritó Genuardi para llamar la atención de los dos contrincantes. Esta vez Darcy esperó, mientras observaba atentamente todo lo que podía sobre la postura y el estilo de Dy, pero su oponente no le dio ninguna pista, pues se limitaba a sonreír con el florete en alto y una actitud casi despreocupada. Darcy respondió con una sonrisa y se abalanzó con una ferocidad que provocó un despliegue de destreza por parte de los dos, ante el cual los curiosos dejaron escapar varios gritos de admiración, al tiempo que ambos contrincantes intercambiaban ataque y defensa.
– ¡Touché! ¡Punto para el signore Darcy! -Darcy sintió que la sangre le zumbaba en las venas, mientras le hacía a su amigo el saludo reglamentario. ¡Su amigo era un rival excelente y eso le hacía sentir… bien!
– ¿Ahora sí estoy a tu altura? -le dijo Brougham con sarcasmo, antes de regresar a su sitio.
– Más de lo que esperaba de ti, sí. Bastante bien. -Dy sonrió como siempre, pero cuando dio media vuelta, Darcy tuvo la incómoda y súbita sensación de que su amigo estaba poniendo a prueba algo más que su habilidad con el florete. Era una sensación desagradable y extraña, que había sentido más de una vez en los dos años transcurridos desde que habían retomado su amistad. Volvió a su puesto y, cuando miró a Dy a la cara, se encontró con unos ojos que lo observaban con penetrante intensidad. Darcy levantó el florete.
– ¡En garde! -El tercer asalto fue como el anterior: rápido, fuerte y elegante. Darcy descubrió que su amigo le respondía lance por lance y el tiempo del ataque ya casi estaba llegando a su fin cuando la punta del florete de Dy lo tocó justo debajo del corazón-. ¡Touché! ¡Punto para lord Brougham! -A esas alturas todos los que estaban presentes en el club se habían congregado a su alrededor y la ovación fue ensordecedora.
Mientras intercambiaban saludos, Darcy se inclinó hacia su amigo.
– ¿Y dónde has estado entrenando sin decir una palabra? Si fueran espadas y un enfrentamiento real…
– Todavía estarías sano y salvo -interrumpió Brougham, con expresión grave, mirándole a los ojos-. Un hombre necesita tener corazón para salir herido con ese lance.
– ¿Qué? -Darcy enarcó las cejas con asombro, pero el fuego que había visto en los ojos de su amigo hacía solo un minuto, ya había sido reemplazado por su indiferencia habitual.
– Debes perdonarme, amigo mío, pero sólo puedo concederte otro asalto. Un compromiso urgente, adquirido con anterioridad, ya me entiendes. Este pequeño tête-à-tête -dijo y suspiró- no estaba en mi agenda de hoy. -Dy le hizo una rápida inclinación y volvió a su lugar, dejando que Darcy lo observara, mientras empezaba a comprender. ¡Dy estaba molesto con él! Regresó a su puesto en medio de la confusión, mientras trataba de encontrar una explicación. ¿Por qué? ¿Y qué era esa historia acerca de que él no tenía corazón? Dio media vuelta para quedar frente a su amigo y tomó posición. Los curiosos guardaron silencio ahora que se podía ver que los dos contrincantes estaban listos. Darcy respiró hondo. ¡No tenía modales ni conciencia y ahora resultaba que tampoco tenía corazón! ¿Ve usted lo que ha comenzado, señorita Elizabeth Bennet? Resopló con amargura. ¡Lo único que falta ahora es un coro griego!
– ¡En garde! -La orden del signore Genuardi rompió el silencio del salón. Esta vez, Dy no esperó a que su amigo decidiera si aprovechaba la primera oportunidad sino que se le abalanzó directamente, con fuerza y velocidad. No sólo Darcy sino todos los que estaban observando pudieron ver que la espada de Brougham se movía con decisión y Darcy nunca se había sentido tan golpeado. ¡Si así debe ser, que sea!, resolvió el caballero, defendiéndose del ataque de Dy, quitándole el derecho a atacar y tomando la ofensiva. Darcy empleó en su acometida todos los movimientos, las fintas y los giros del cuerpo y la muñeca que sabía hacer y tuvo la satisfacción de hacer retroceder a Dy casi hasta el límite. Aparte de una exquisita precisión que parecía enviar cada golpe exactamente a donde él quería que llegara, Darcy volvió a disfrutar de la excitante sensación de percibir que su cuerpo era un instrumento sensible y bien afinado. Aunque hasta ahora Dy había logrado evitar la punta de su florete, él sabía que lo estaba obligando a poner en práctica todos los conocimientos y habilidades que poseía. Mientras los dos contrincantes atacaban y contraatacaban, los observadores ya no pudieron contener más su admiración. Los gritos de ovación se mezclaron con los de exclamación, cuando el tiempo del asalto acabó sin que ninguno de los dos lograra anotar un punto en medio del frenético despliegue. Pero Darcy, totalmente concentrado en su objetivo, no vio ni oyó el bullicio. De repente aprovechó una oportunidad.
– ¡Touché! -La voz de Genuardi apenas se alcanzó a oír, pero los que estaban alrededor se unieron al grito-. ¡Punto para el signore Darcy! -El salón pareció estallar, pero los dos hombres sobre los que había estado centrada la atención se separaron, jadeando al unísono, mientras se observaban mutuamente con extraña cautela. Una reticente sonrisa se abrió paso lentamente en el rostro de Dy, al tiempo que levantaba el florete en señal de saludo.
– ¡Bien hecho, viejo amigo! ¡Todavía sabes manejar la espada!
– ¡Ja! -se rió Darcy, devolviéndole el gesto-. ¡Lo mismo digo de ti! ¡Dos puntos para cada uno no es un resultado muy decisivo! -Luego miró a su amigo con más seriedad-. ¿Me vas a decir de qué va todo esto?
Dy desvió la mirada. ¿Cuál de los dos irá a responder: el amigo o el idiota?, se preguntó Darcy.
– Pasé esta mañana por Erewile House para ver si ya te habías recuperado de tu viaje a Kent -respondió el amigo, volviéndose para mirarlo directamente-, pero sólo encontré a la señorita Darcy, sola y bastante desanimada. -Hizo una pausa y respiró hondo-. ¡Fitz, sea lo que sea que haya sucedido en Kent, te ruego que no aflijas más a la señorita Darcy! Ella vive preocupada por ti y tú te portas con ella de una manera miserable, dándote aires de superioridad, mientras alimentas las penas de Kent.
– ¡Brougham! -rugió Darcy. ¿Quién era él para…?
Ignorando aquella interrupción, Dy continuó, en voz baja pero absolutamente clara.
– Ella no va a decir nada contra ti, ni lo haría aunque se sintiera utilizada, porque siente por ti un enorme respeto. -Sacudió ligeramente la cabeza-. Pero como yo no tengo tantos escrúpulos, me permito decirte que, a pesar de que eres mi amigo, si sigues portándote con la señorita Darcy de una manera tan desconsiderada y sin tener en cuenta sus sentimientos, ¡puede haber muchos más ataques como éste!
– ¡Te estás atribuyendo demasiadas responsabilidades! -le advirtió Darcy retrocediendo-. Estás rebasando el límite, Brougham, y estás muy lejos de tu…
– ¿Lo estoy, Fitz? -Brougham miró a Darcy con ojos escrutadores-. Entonces, conociéndome como me conoces, tal vez deberías preguntarte por qué decidí, de manera tan extraordinaria, asumir una responsabilidad tan grande en tu nombre. -Y diciendo eso, Dy le entregó el florete a un asistente que estaba esperando y salió del salón.
– ¿La zorra está llorando porque las uvas son amargas, Darcy? -Monmouth apareció en ese momento, abriéndose paso entre la multitud de gente que se acercaba a felicitar a los espadachines, e hizo una señal con la cabeza en dirección a Brougham.
– No -contestó Darcy de manera distraída, mirando fijamente hacia el lugar por donde había desaparecido su amigo-. Parece más bien un coro griego.
En un estado de agitación provocado tanto por la irritación como por la curiosidad, Darcy se marchó un cuarto de hora después que Brougham, tras mostrar su agradecimiento a aquellos que lo habían apoyado durante el encuentro y de recuperar su ropa. Según parecía, Dy había dejado el club enseguida, sin detenerse a refrescarse o a vestirse con la impecabilidad que lo caracterizaba. ¿Adónde habría ido? Después de hacerse un nudo de corbata más o menos presentable, Darcy se abrochó el abrigo apresuradamente, dejó el club de esgrima y tomó un carruaje.
– A Boodle's -le dijo al cochero, mientras se subía al vehículo. Si aquel cuento sobre un compromiso previo era un invento, tal como suponía, era probable que Brougham se hubiese retirado a su club, esperando que Darcy lo siguiera. Si no era así, no tenía intención de perseguir a su amigo por todo Londres. Se divertiría un poco con los caballeros de su club y esperaría otra oportunidad para arrinconar a Dy. Además, admitió para sus adentros, todavía no estaba preparado para regresar a casa.
El viaje hasta Boodle's no fue largo y apenas le dio tiempo para reflexionar sobre el significado de las provocativas palabras de su amigo. Era evidente que Brougham no aprobaba la manera en que Darcy se había alejado de Georgiana, haciéndola sufrir con su comportamiento y llenándola de incertidumbre por su salud y el bienestar de su alma. Pero ¿qué demonios le importaba eso a Brougham? ¡El comportamiento de Dy empezaba a ser sospechosamente parecido al de un enamorado! El caballero se movió con incomodidad, pues le preocupaba que esa idea volviera a aparecer. ¿Acaso Dy no le había estrechado la mano y le había jurado que él no representaba ningún peligro para su hermana? Además, estaba el asunto de la diferencia de edad y de temperamento…
– ¡No, eso no puede ser! -se aseguró en voz alta. Tenía que haber otra razón. Debía de ser que, mientras velaba por ella, Dy había llegado a ver a Georgiana como la hermana que nunca había tenido. Su amigo le estaba advirtiendo de que su comportamiento hacia su hermana no era lo que Brougham, en su limitada experiencia, consideraba «fraternal». Darcy se recostó contra el respaldo del asiento. ¡Sí, tenía que ser eso!
Libre ahora para concentrar su atención en el mensaje y no en el mensajero, Darcy no pudo hacer otra cosa que reconocer que Brougham tenía razón; y la verdad es que lo había sabido de inmediato. Era cierto que debía tener más consideración por los tiernos sentimientos de su hermana -¿acaso no lo había hecho siempre?-, sólo que por el momento le costaba trabajo hacerlo. Esa falta de voluntad, al igual que tantos otros pensamientos y emociones que había experimentado esa semana, le parecieron tan poco acordes con su manera de ser que se sintió abrumado. Así que reprimió rápidamente esa idea y miró por la ventanilla hacia las tiendas y los clubes exclusivos de Londres. Las cosas volverían a la normalidad… Con el tiempo, y cuando él se hubiese recuperado y la señorita Elizabeth Bennet no fuese más que un recuerdo lejano, todos podrían volver a ser como antes, y la vida volvería a ser tal como la había planeado antes de perder la razón en el salón de la rectoría de Hunsford.
Cuando estuvo dentro del selecto recinto de Boodle's, Darcy atravesó el vestíbulo de mármol ajedrezado y se dirigió a una de las amplias escaleras hacia los salones del fondo. Una rápida ojeada le reveló que Brougham no se encontraba entre los presentes, aunque sí había otros conocidos y más de un caballero lo saludó con entusiasmo mientras recorría los salones.
– Darcy -lo llamó sir Hugh Goforth, cuando pasaba por una de las salas de billar-. Ese amigo tuyo estaba buscándote.
– Sir Hugh. -Darcy se detuvo e hizo una inclinación-. ¿Brougham?
– No, no… No he visto a Brougham en años. Bingley, creo que era el nombre. Dijo que iba a llevar a su hermana a visitar a tu hermana, o algo así. Supongo que tenía la esperanza de encontrarte por aquí.
Mientras le daba las gracias a sir Hugh por la información, Darcy sintió una oleada de rabia que casi lo hizo sonrojar. Bingley, cuyo impetuoso enamoramiento había dado comienzo a aquel nefasto asunto y cuyos intereses él había logrado salvar del fuego ¡sólo para terminar totalmente quemado él mismo! Dejó escapar un resoplido. Al parecer, Bingley y su hermana habían regresado de su viaje anual a Yorkshire y estaban otra vez en la ciudad. Si Darcy se hubiese tomado la molestia de revisar el montón de tarjetas de visita que Hinchcliffe siempre le dejaba con tanto cuidado sobre el escritorio, es posible que ya hubiera tenido conocimiento de ello, y habría podido enviar una nota anticipándose a cualquier idea que Bingley tuviera de hacer una visita. Sin embargo…
– ¡Eh, Darcy! -lo llamó sir Hugh desde el otro lado de la mesa de billar-. El caballo de Devereaux va a correr y él tiene que estar presente. ¿Quieres jugar una partida?
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