Debería irse a casa. Debería irse a casa, pedirle a Georgiana que lo perdonara y darles la bienvenida a Bingley y a su hermana. Debería irse en aquel mismo instante para comenzar a revisar la montaña de papeles que requerían su atención encima del escritorio, como siempre había sido su costumbre.

Sin embargo, dio media vuelta y estiró el brazo para agarrar un taco.

– Todas las que quieras, Goforth. Tengo toda la tarde.


La visita de los Bingley no se podía aplazar indefinidamente y, aunque Darcy se las había arreglado para evitarla el día anterior, la tarjeta de Charles volvió a aparecer a la mañana siguiente. Resignado, se reunió con su hermana en el salón, a esperar la llegada de sus visitantes. La noche anterior había hablado sólo brevemente con Georgiana, pues la curiosidad por saber si su hermana tenía alguna información sobre el comportamiento de Brougham lo había impulsado a buscarla, a pesar de haber estado ausente la mayor parte del día. Georgiana contestó con inocencia que sí, lord Brougham había venido a buscarlo, pero sólo habían hablado breves momentos antes de informarle de que él había salido.

– ¿Y de qué hablasteis en esos «breves» momentos, Georgiana? -había preguntado Darcy de manera despreocupada, mientras admiraba uno de sus bordados, que estaba colocado en el bastidor. Como todo lo que su hermana hacía, el trabajo era exquisito y preciso. Los hilos de seda representaban una escena del Edén, el jardín invernadero que tenía su madre en Pemberley. Una serie de hilos de diferentes colores que colgaban del bastidor atrajo su atención y, sin pensarlo, Darcy los agarró delicadamente.

– Quiso saber cómo estabas desde tu regreso de Kent, pues no te había visto desde que nos había traído a Trafalgar. Luego preguntó amablemente por la ceremonia para descubrir el retrato.

– ¿Nada más? -preguntó Darcy, jugueteando con los hilos, deslizándolos con enorme familiaridad entre sus dedos.

– Hablamos un poco de un libro que él me envió y que me animó a leer. No recuerdo nada más; aunque, por un momento… -Georgiana vaciló y luego lo miró a con curiosidad. Él siguió la mirada de su hermana hasta su propia mano y se sonrojó al ver que se había enredado los hilos en los dedos sin darse cuenta. Rápidamente los desenrolló y los volvió a poner sobre la mesa, con la mayor indiferencia que pudo-. Ah, puedes tomarlos para ponerlos con los otros, si quieres -le aseguró su hermana con una sonrisa rápida.

– Por un momento… ¿qué? -insistió Darcy, dándole la espalda a esa terrible tentación.

– Por un momento… -Georgiana arrugó la frente con perplejidad-. Pareció sentirse mal… pero no exactamente enfermo. No sabría decir qué pasó; sucedió muy rápido. Pero tú lo conoces muy bien. -Georgiana levantó la vista para mirar a su hermano-. ¿Qué pudo haber sucedido?

– Hummm -resopló Darcy-. Sucedió que tomó la decisión de embarcarse en una misión que sabía que era una intromisión y una impertinencia. -Darcy desvió la mirada con un poco de exasperación, confundido por la inexplicable actuación de Dyfed Brougham. ¿Realmente «lo conocía tan bien»? Se inclinó hacia delante y le dio un beso a su hermana en la frente-. Buenas noches, preciosa.

– Lo mismo te deseo, hermano -respondió ella, con una sonrisa matizada por un aire de desconcierto.

Darcy dejó a su hermana para pasar otra noche aciaga en su habitación, sin dormir y desconfiando al mismo tiempo de los sueños que le podría traer la noche. Había desperdiciado la mañana, porque a pesar de lo mucho que se había esforzado en revisar el montón de documentos que Hinchcliffe le había preparado, no pudo avanzar mucho antes de caer en una ensoñación o en un estado de adormecimiento. Después de renunciar a concentrarse, se había estirado sobre el diván de su estudio y había dormido una hora incómodo pero sin sueños, antes de que lo despertara el tímido golpe de Witcher en la puerta para traerle la tarjeta de Bingley.

La mirada de alivio que percibió en la cara de Georgiana cuando apareció en el salón llamó su atención y, mientras le tomaba la mano para besársela, pudo sentir una tensión inusual en su actitud.

– ¿Georgiana? -murmuró, mientras vigilaba la puerta que se abriría en segundos para dejar entrar a sus visitantes.

– No es nada, hermano -dijo Georgiana, sonrojándose, y retiró la mano.

– ¡Tonterías! -replicó Darcy y añadió con voz suave-: Dime qué sucede.

Georgiana se puso todavía más colorada.

– La señorita Bingley -confesó avergonzada-. Yo… -En ese momento se abrió la puerta del salón, dando paso a la causa de la confusión de su hermana. No hubo tiempo para decir nada más.

Darcy avanzó hacia el frente.

– Señorita Bingley. -Le hizo una reverencia y luego se volvió hacia su hermano y le tendió la mano-. ¡Charles! Así que ya habéis vuelto.

– ¡Darcy! ¡Sí! -Bingley le estrechó la mano con fuerza-. Londres, o mejor dicho, la temporada social, ya nos estaba llamando, y Yorkshire no es lugar para nosotros, ¿puedes creerlo? Señorita Darcy. -Bingley dio media vuelta y le hizo una inclinación a Georgiana-. Será un gran placer para nosotros asistir a la ceremonia de descubrimiento la próxima semana.

– ¡Charles! La ceremonia durante la cual se descubrirá el retrato de la señorita Darcy, por favor. -La señorita Bingley entornó los ojos-. Esperamos muy ilusionados, señorita Darcy. -Le dirigió una indulgente sonrisa a su interlocutora-. Será la ceremonia más espléndida de la temporada. Según entiendo, el mismo Lawrence va a asistir, ¿no es así? -Sin esperar a recibir una respuesta, miró a Darcy-. Vaya, es el colmo de la buena suerte, ¿verdad, señor Darcy? La presentación en sociedad de su hermana ya se ha convertido en un gran tema de conversación; la presencia de Lawrence garantizará el éxito de la ceremonia. ¡Me imagino que Erewile House se verá inundada de gente que querrá saludarla!

Más que ver, Darcy percibió cómo Georgiana se estremecía ante el exagerado elogio de la señorita Bingley. ¡Era increíble que una mujer que decía apreciarla tanto conociera tan poco el verdadero carácter de su hermana! ¡La trataba como si fuera una muñequita bonita, sin preocuparse lo más mínimo por sus pensamientos o sentimientos! Darcy dejó de prestar atención a la señorita Bingley y se dirigió a su hermano.

– Desde luego que seréis bienvenidos, pero no será tan concurrida como estáis pensando. Hemos decidido invitar sólo a la familia y los amigos más cercanos.

– ¡Ay, eso no puede ser cierto! -exclamó la señorita Bingley, llamando la atención de todo el mundo con un chillido estridente mientras tomaba asiento-. Señorita Darcy… -dijo, dirigiéndose a Georgiana.

– Pero lo es -interrumpió Darcy, mirándola con irritación. ¡Estaba muy equivocada si creía que le iba permitir mortificar a Georgiana con ese asunto!-. Eso es lo que Georgiana desea.

– ¿Les gustaría tomar algo, señorita Bingley, señor Bingley? -intervino Georgiana con voz suave pero firme. Después de mirarla con una sonrisa de asombro y aprobación, Darcy apoyó la sugerencia.

– Sí, seguramente querrán una taza de té. Estoy seguro de que la señora Witcher tiene algo preparado. -Le señaló a Bingley una silla, invitándolo a sentarse, y tocó la campanilla-. Y ahora, Charles, tienes que contarnos qué has hecho todas estas semanas en Yorkshire.


Esa noche, mientras Darcy se abrochaba el chaleco delante del espejo, no sabía si sentirse contento por el hecho de que Brougham no hubiese aparecido durante todo el día, o molesto con él por haber mantenido las distancias. Dy era como un fuego fatuo, era cierto; pero ¿qué significaba aquello de acercarse a él como lo había hecho en el club de esgrima y luego, sin la más mínima consideración hacia Georgiana, desaparecer? ¡Eso ya era el colmo! No obstante, si Brougham hubiese venido, ¿qué habría ocurrido? Probablemente habrían tenido una discusión desagradable, que provocaría un distanciamiento entre ambos, porque, en ese mismo momento, Darcy se estaba preparando para la selecta reunión de Monmouth y nada de lo que Dy hubiese dicho habría podido disuadirlo de asistir. De hecho, ya estaba teniendo que soportar suficientes críticas con respecto a la velada de esa noche por parte de su ayuda de cámara, como para añadirle la desaprobación de Brougham. Cuando Darcy había informado a Fletcher la noche anterior de que iba a salir a una reunión formal, su ayuda de cámara se había alegrado mucho y había comenzado a revisar el guardarropa con su acostumbrado entusiasmo. Pero aquella noche, sin embargo, la idea de presentar a su patrón como el máximo exponente de la moda no despertaba en él la misma excitación.

– ¿Ha dicho usted lord y lady Monmouth, señor? -había repetido con un poco de incredulidad, al descubrir quiénes serían los anfitriones de su patrón durante la velada-. ¿Está usted seguro, señor? -había preguntado su ayuda de cámara, mientras lo afeitaba por segunda vez ese día.

– Sí, Fletcher. -Darcy lo había mirado con ironía-. Estoy seguro de quién me ha invitado. -Sabiendo que debía de haber algo más detrás de aquella pregunta, continuó-: ¿Por qué?

– ¡Para abreviar, el castillo de Norwycke, señor! -respondió Fletcher con una mueca de disgusto-. Y desde entonces lord Monmouth y, en especial, lady Monmouth han sido vistos con una compañía más bien variada, señor.

– Eso me dijo Monmouth. «Filosofía y política» fue la descripción que hizo. ¡Nada parecido a lo que acechaba entre las sombras de Norwycke, Fletcher! -Ante esa observación, el ayuda de cámara sólo había dejado escapar un suspiro de escepticismo.

– Es estupendo saber que podrá uno sonreír y sonreír…, señor -había replicado Fletcher, antes de volver a ocuparse de la navaja.

No dijeron nada más, pero Fletcher le fue pasando a su patrón cada una de las prendas que usaría esa noche con un aire de reticencia y el nudo de la corbata fue un asunto anodino, que no llamaba la atención ni por la creatividad ni por la elegancia.

Más tarde, mientras el cabriolé lo llevaba hasta la casa de Monmouth, la desaprobación de Fletcher combinada con la de Brougham produjo en Darcy una especie de arrepentimiento por haber aceptado la invitación. Pero fue una sensación fugaz, ya que también estaba muy intrigado por ver cómo estaba la antigua lady Sylvanie Sayre, después de los horribles sucesos ocurridos en el castillo de Norwycke. Al mismo tiempo, sentía una enorme curiosidad por conocer el carácter de los intelectuales y artistas que se habían reunido en torno a ella. Esa compañía le otorgaba a la noche un cierto aire de provocación y la perspectiva de experimentar algo provocativo o abiertamente peligroso era infinitamente preferible a lo que lo consumía ahora: la permanente sensación de que su estómago se contraía en un mismo nudo doloroso. Si él iba a… Si Elizabeth iba a… La puerta de la mansión de Monmouth se abrió y el murmullo de una docena de conversaciones inundó la calle, junto a la luz de los candelabros. Desesperado por escapar del dolor, Darcy se aferró a la invitación que el sirviente le hacía desde adentro y lo siguió, intentando pensar en otra cosa que no fuera el aterrador abismo de su pérdida.

– ¡Darcy, bienvenido! -lo saludó lord Monmouth desde lo alto de la magnífica escalera que dominaba el vestíbulo-. ¡No pierdas tiempo ahí abajo! -dijo con voz autoritaria, mientras Darcy le entregaba a un lacayo el sombrero y el abrigo-. ¡Sube, hombre! ¡Lady Sylvanie está ansiosa por verte!

Darcy se abrió paso a través del vestíbulo lleno de gente y alcanzó las escaleras, pero el avance le resultó difícil a causa de la cantidad de invitados que había allí, algunos bajando y otros subiendo, algunos absortos en intensas conversaciones y otros en serios coqueteos en los escalones. Cuando por fin logró subir, Monmouth todavía lo estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja. A Tris siempre le había gustado estar rodeado de mucha gente y, a juzgar por la cantidad de invitados que había allí, Sylvanie había conseguido convertirse en una anfitriona exitosa. Lord Monmouth debía de estar muy complacido. A Darcy todavía le resultaba extraño que Sylvanie deseara retomar su relación. La manera como él había rechazado sus sensuales ofertas en el castillo de Norwycke y la innegable participación que había tenido en el desenmascaramiento y posterior suicidio de su madre seguramente hacían que cualquier contacto entre ellos fuese doloroso o, al menos, excesivamente incómodo. Sin embargo, ella se había empeñado en conocer a Georgiana y establecer con su hermana una relación que lord Brougham había tenido que desalentar, y ahora deseaba verlo a él por encima de todas las cosas.

– Tris. -Darcy hizo una inclinación y luego estrechó la mano que Monmouth le tendía-. ¡Has reunido una asombrosa cantidad de gente para ser lo que me anunciaste como un «selecto grupo» de filósofos y políticos!