– Ah, ellos -dijo Monmouth, haciendo un gesto de desprecio con la mano-. Estos sólo son el escaparate, amigo mío. Los importantes están en el salón verde, donde recibe Sylvanie. ¡Ven! -Monmouth lo condujo a través del corredor, hacia un par de enormes puertas dobles-. ¡Un momento! -dijo sonriendo cuando llegaron y golpeó en una de las puertas. El pomo empezó a girar lentamente hasta que la puerta empezó a abrirse. Rápidamente, Monmouth puso una mano sobre el pomo y empujó la puerta, sorprendiendo al criado que estaba al otro lado y obligándolo a retroceder-. ¡Idiota! -gruñó Monmouth, mientras invitaba a Darcy a entrar en el salón-. ¡Dios, cómo detesto lidiar con criados contratados sólo por un día; nunca parecen asimilar ninguna orden, por pequeña que sea, y ni siquiera logran reconocer al que les está pagando! Pero aquí estamos por fin, ¡el círculo más íntimo! -Detuvo a otro criado y, levantando dos vasos de la bandeja que llevaba, le pasó uno a Darcy-. Primero algo de beber, viejo amigo, y luego, a saludar a lady Sylvanie. ¡Salud! -Monmouth levantó el vaso para brindar y se tomó la mitad de su contenido, antes de que Darcy consiguiera reaccionar. Haciendo un movimiento mecánico, Darcy se llevó el vaso a los labios, pero enseguida lo golpeó el fuerte olor del whisky. Retrocedió y miró a su amigo.

– ¿Un ponche de whisky, Monmouth?

– Un ponche de whisky irlandés -contestó desde atrás una voz con marcado acento irlandés. Darcy enarcó una ceja mientras daba media vuelta para descubrir la identidad de su informante.

– Ah, O'Reilly. -Monmouth saludó al hombre-. Permíteme presentarte a un viejo amigo. El señor Fitzwilliam Darcy, de los Darcy de Pemberley, en Derbyshire. Darcy, sir John O'Reilly, del condado de…, Irlanda.

– Su servidor, señor. -Darcy hizo una inclinación.

– Encantado, señor -respondió sir John, y su actitud pareció un poco menos fría-. Entonces, Darcy, ¿viene usted a hablar de filosofía o de política?

– Aún no lo he decidido, sir John, pues soy nuevo en estas «selectas» reuniones de Monmouth -confesó Darcy, haciendo un gesto con la barbilla en dirección a su anfitrión-. Creo que lo más sabio será escuchar y aprender, antes de dar mi opinión en cualquiera de los dos temas.

– Si ésa es su manera de ser, usted no debe de poseer ni una gota de sangre irlandesa -dijo sir John, riéndose-. La falta de conocimiento nunca ha impedido que ninguno de mis compatriotas opine sobre un tema. El hecho de no saber de qué están hablando sólo anima a los irlandeses a ser todavía más elocuentes.

– No sé si debería estar de acuerdo con usted o no, señor. -Darcy se unió a la carcajada que había provocado la mordacidad de sir John entre los que los rodeaban-. Pero supongo que si presto mucha atención, también me daré cuenta de eso.

– Es usted muy diplomático, señor Darcy. -Sir John asintió-. Le irá bien. ¿Tendría usted la bondad de excusarme? Monmouth. -Le hizo un guiño a lord Monmouth y se perdió entre la gente.

– Bebe, Darcy. -Monmouth señaló el ponche de Darcy, que todavía no había probado-. Sylvanie espera. -Darcy enarcó una ceja al mirar su vaso y probó el contenido bajo la mirada burlona de Monmouth. Necesitó de todo su autocontrol para reprimir la sensación de ahogo y contener la tos. No obstante, los ojos se le humedecieron inevitablemente-. ¡Ja! -Monmouth le dio una palmadita en la espalda-. ¡Ya veo que no eres bebedor de whisky!

– No, por lo general no -logró contestar, mientras se secaba las lágrimas de los ojos. Un criado apareció a su lado.

– ¿Puedo llevarme esto, señor? -preguntó, al tiempo que hacía una inclinación y le ofrecía luego una bandeja vacía.

– Sí, tome. -Darcy colocó el vaso sin terminar sobre la bandeja.

– Muy bien, señor. -El criado hizo otra inclinación y desapareció.

– Hummm -observó Monmouth-, ¡un camarero contratado que realmente conoce el oficio! Bueno -dijo, sonriendo-, ahora ya estás «bautizado» y puedes vagar libremente, viejo amigo. ¡Ah, sí! -respondió Monmouth al ver la cara de asombro de Darcy-. Si tu aliento no huele a «agua de vida», serás tomado por sospechoso. ¡Ahora todo está arreglado! Pero primero milady. -Con esas palabras, lord Monmouth lo agarró firmemente del brazo y lo condujo con paso seguro hasta el otro extremo del salón. La verdad es que resultó muy conveniente porque, a esas alturas, el whisky ya se le había subido a la cabeza y en aquel momento veía el salón un poco borroso. Se volvieron a cruzar con el criado que se había llevado su vaso y algo en él llamó tanto la atención de Darcy que se detuvo para mirarlo con cuidado-. ¿Qué sucede, Darcy? -preguntó Monmouth.

– El criado, el que se llevó mi vaso.

– ¿Sí? -insistió Monmouth con impaciencia.

– Por un momento… me ha resultado conocido -terminó de decir con voz débil.

– Es probable que lo hayas visto sirviendo en otras casas; ya te dije que es un criado contratado por días.

El suave murmullo de unas faldas reemplazó el de las conversaciones que los rodeaban. De repente, entre ellos y su objetivo se abrió un pasillo que mostraba a lady Sylvanie Monmouth en el momento en que se levantaba de su sitio, rodeada por un grupo de hombres y mujeres en cuyos rostros se veía reflejada una intensa pasión por cualquiera que fuera el tema que acababan de dejar en suspenso. Todos se giraron a observarlo con curiosidad y ojos radiantes, mientras lady Sylvanie sonreía y le tendía la mano. Si Darcy había calificado antes a lady Sylvanie como una princesa de las hadas, su metáfora se había quedado corta. La que ahora le sonreía era la reina de las hadas. La espléndida cabellera negra caía en tirabuzones sobre los hombros blancos y, mientras avanzaba hacia él, su vestido verde esmeralda casi transparente dejaba ver más de lo que debería conocer cualquier hombre que no fuese su marido. El recuerdo de lo que Sylvanie le había ofrecido en Norwycke le provocó un estremecimiento.

– ¡Señor Darcy, bienvenido! -La voz de Sylvanie resonó en los oídos de Darcy con un tono de calidez e intimidad-. ¡Teníamos muchos deseos de volver a verle!

Darcy no supo si lo que había encendido la calidez que invadía todo su cuerpo había sido Sylvanie o el whisky, pero el maldito nudo que sentía en el pecho desde hacía una semana pareció comenzar a aflojarse. La afabilidad que irradiaba cada movimiento de Sylvanie mientras se acercaban fue como un bálsamo para su orgullo herido que despertó en él una gran curiosidad. Le devolvió la sonrisa, se inclinó y dijo:

– Lady Monmouth. -Luego se levantó para quedar frente a un rostro aún más hermoso, al estar iluminado por un fulgor risueño.

– ¿Por qué tan formal, señor Darcy? -replicó ella con una risa discreta-. Usted y yo nos conocemos más íntimamente que eso, ¿no es así? -Le hizo un gesto con la cabeza a Monmouth, que se inclinó con una risita para excusarse y se marchó a otra parte del salón-. Aquí no nos preocupamos tanto de mantener esas antiguas fórmulas protocolarias. -Lady Monmouth lo agarró delicadamente del brazo y lo llevó hasta donde estaba sentada-. El mundo está cambiando y arde con nuevas ideas en las que no tienen cabida esas cosas del pasado. -Darcy supuso que Sylvanie levantó la vista para juzgar su reacción, pero la deliciosa sensación de calidez que lo invadía desde el interior y acariciaba sus sentidos desde fuera suprimió cualquier impulso de contradecirla-. Aquí yo soy simplemente Sylvanie y usted, Darcy. -Lady Monmouth retomó su puesto en el diván y le hizo señas al caballero para que se sentara junto a ella.

Cuando Darcy ocupó el lugar vacío que había junto a ella, sus admiradores, que se habían dispersado cuando ella los abandonó, regresaron rápidamente y observaron al recién llegado con ojos llenos de interés. Entre ellos, sin embargo, algunos lo miraron con cierta desconfianza y otros con abierta hostilidad. Uno en particular, un caballero de penetrante mirada, cuya actitud parecía revelar que estaba molesto por la posición privilegiada de Darcy, se inclinó hacia Sylvanie y le susurró algo al oído, al tiempo que ella le indicaba a un criado que trajera más bebidas.

– Mi querido Bellingham -respondió ella con voz suave y en voz baja-, ¡todo va bien! -Luego le dirigió una extraña sonrisa a Darcy-. ¡Todos están ansiosos por conocerlo! ¿Me permitirá usted hacer las presentaciones?

Tras asentir con cierta incomodidad, para indicarle a la dama que la autorizaba a presentarlo, Darcy tomó un vaso de vino de la bandeja que un criado le mostró a su lado. Fiel a su palabra, Sylvanie ignoró los títulos nobiliarios y presentó a todo el mundo sólo por el apellido. Sin embargo, Darcy reconoció a varias personas que tenían títulos, aunque menores. Aquellos que gozaban de algún reconocimiento por su arte o sus escritos, fueron anunciados de esa manera, y al presentar a los que tenían aspiraciones políticas, Sylvanie mencionó los nombres de sus contactos. Tal como había anticipado, era un grupo variado, aunque Darcy decidió que radical habría sido un mejor epíteto. Además, muchos de ellos, al igual que la primera persona que había conocido esa noche, eran irlandeses. Aunque Darcy no albergaba prejuicios hacia ese polémico pueblo, no ignoraba los problemas que los radicales irlandeses habían causado al gobierno, en momentos en que se buscaba lanzar una ofensiva conjunta contra Napoleón. Siendo un tory indiferente por nacimiento, Darcy no había ahondado en la filosofía política moderna más que a través de la lectura de Burke. Y como se sentía satisfecho con su manera de cumplir sus obligaciones con el rey, por un lado, y con su propia hacienda, sus colonos y empleados, por el otro, la «cuestión irlandesa» nunca había sido objeto de sus preocupaciones.

Pero si interpretaba bien esta reunión, el tema estaba a punto de irrumpir en su conciencia.

– ¿Qué tiene usted en la mano, Darcy? -le preguntó Bellingham, con la vista fija en la cara de Darcy. Este le sostuvo la mirada, enarcando una ceja en señal de advertencia.

– ¡Bellingham! -exclamó Sylvanie bruscamente, pero luego continuó con un tono más conciliador-: Todo va bien.

– Es una pregunta muy sencilla. -Bellingham ignoró a Sylvanie, mientras seguía mirando fijamente a Darcy-. ¿Qué tiene usted en la mano?

– Parece una copa de vino. -Darcy se llevó la copa a los labios y se tomó la mitad del contenido, mientras le sostenía la mirada a Bellingham-. Sí, ¡definitivamente es vino! Pero, por favor, señor, ilústreme si usted cree que es algo más. -Le acercó la copa a Bellingham.

Bellingham retrocedió y miró a Darcy con desprecio.

– Eso pensé -dijo. Luego soltó una risita y se volvió hacia su anfitriona-. ¿«Todo va bien», Sylvanie? -le preguntó-. ¡No lo parece! -Y después de hacer una rápida inclinación, se marchó.

Darcy se quedó observándolo con perplejidad, pero cuando su mirada volvió a posarse en los que lo rodeaban, enseguida sintió que el buen espíritu con que lo habían recibido se estaba disipando con la misma rapidez con que Bellingham avanzaba hacia la puerta. ¿Qué era lo que había dicho? Terminó apresuradamente el contenido de su copa.

– No debe preocuparse por Bellingham. -Sylvanie se inclinó sobre Darcy y, pasándole el brazo por delante, agarró la copa que él sostenía en la otra mano. El aroma de su perfume flotó sobre Darcy, un olor a rosas frescas y musgo húmedo por lluvia-. Es un hombre extraño y esta noche está más preocupado que de costumbre. -Le sonrió a Darcy, enarcando sus cejas cuidadosamente delineadas-. No permita que él le arruine la velada. -El caballero no pudo evitar devolverle la sonrisa e inclinar la cabeza en señal de aceptación-. Excelente. -Soltó una risa de complacencia y se levantó de su sitio, tras colocar la copa sobre una mesa-. Entonces, venga; hay gente aquí a quienes creo que le gustará conocer. -Darcy se levantó al oír la invitación de Sylvanie y nuevamente ella agarró su brazo-. Como anfitriona suya, debo asegurarme de que usted esté cómodo -murmuró con tono íntimo- y como debo retirarme dentro de unos minutos, mejor será que lo deje en buena compañía hasta que regrese.

– ¿Tiene que retirarse? -preguntó Darcy, molesto por la idea de quedarse solo en un salón lleno de desconocidos. También se dio cuenta de que le gustaba oír la acariciadora voz de Sylvanie y sentir la cálida presión de su mano sobre el brazo.

– Sólo un rato, mientras canto unas cuantas canciones para mis invitados. Esta noche es bastante especial -susurró con tono de conspiración, mientras atravesaban el salón-. ¡Monmouth ha logrado traer a Tom Moore! Accedió a cantar, pero sólo con la condición de que hagamos un dueto y que yo toque para él.

– Un gran honor, ciertamente -admitió Darcy, muy impresionado. Había oído en más de una ocasión al famoso tenor irlandés y siempre en muy buena compañía. El hecho de que Sylvanie hubiera logrado que asistiera a su velada era, de por sí, un triunfo social de primer orden. Y el deseo de Moore de que ella cantara y tocara para él era un inmenso elogio.