Tras diez minutos de reproches difíciles y humillantes dirigidos contra sí mismo, Darcy se dirigió al saloncito de Erewile House y encontró a su hermana cómodamente recostada en un diván, sumergida en un libro. Los restos del té reposaban sobre una mesita auxiliar que tenía ante ella. Al oír sus pasos, Georgiana levantó la vista y su rostro se le iluminó de alivio al ver que por fin había aparecido.

– ¡Fitzwilliam! -exclamó. Todavía un poco insegura, moderó su expresión y se disculpó-: Lo siento, llegas tarde ya al té; seguramente ya está frío. ¿Quieres que pida más?

– No, gracias, Witcher va a traer café. -Darcy le sonrió y, tras retirarle los pies del diván, se sentó junto a ella-. Pero antes hay algo que quiero decir.

– ¿Sí, hermano? -Georgiana se sentó muy recta, adoptando una expresión de solemnidad.

– Mi niña… -Darcy tomó sus manos y se las llevó al pecho con una mano, mientras que con la otra le acariciaba la barbilla-. No me he portado como debería hacerlo un hermano mayor y, por ello, te he hecho sufrir y te he negado lo que te corresponde. -Respiró trabajosamente-. No puedo revelarte todo lo que ha ocasionado mi mal comportamiento, porque eso involucra a otras personas; pero te diré lo que debes saber. -Darcy inclinó la cabeza y apretó las manos de su hermana-. He venido a suplicar tu perdón, Georgiana, y debo implorarte que me perdones porque no he hecho nada para merecer tanta clemencia.

En ese momento, una lágrima furtiva se deslizó por las mejillas de Georgiana, yendo a caer en la mano de Darcy.

– Querido hermano. -Georgiana soltó un pequeño suspiro-. ¡Te perdono voluntariamente y con todo mi corazón!

– ¿Así de rápido? -Darcy se mordió el labio y miró las brillantes trenzas de su hermana-. ¿No me impondrás ninguna penitencia?

– Ninguna proeza ni ninguna penitencia -respondió Georgiana, sacudiendo la cabeza-. La clemencia no necesita esas cosas. -Sonrió con júbilo-. Preferiría contarte una historia. ¿Querrías oírla?

– La oiré con atención, preciosa. -Un golpe en la puerta indicó que su café había llegado. Después de que Georgiana le sirviera una taza de café y él tomara el primer alimento sólido del día, se sentó en el diván, tan cómodamente como pudo-. Ahora, tu historia -dijo-, pero luego te ruego que me permitas explicarte algo acerca de mi reciente conducta y de lo que viste anoche. ¿Te parece bien?

– Sí, perfecto. -Georgiana asintió y metió la mano entre el brazo de Darcy. Luego aceptó la invitación de su hermano de apoyar la cabeza contra su hombro y tomó aire-. Había una vez una jovencita tonta que, de no ser por la misericordia de Dios, casi arruina a su familia y a su amado hermano mayor, al haberse dejado convencer por un hombre malvado…


Habría sido imposible contar la cantidad de veces que Darcy se indignó y luego se quedó estupefacto durante el relato de Georgiana. La traición de Wickham, la manera insidiosa y sin escrúpulos en que había seducido a la hija de su generoso benefactor, la inocente hermana de Darcy, avivaron las llamas de la furia que había estado latente en su pecho durante casi un año. Mientras Georgiana hablaba de sus encuentros bajo la mirada complaciente de su dama de compañía, la señora Younge, él sentía que la rabia y la culpa amenazaban con asfixiarlo. Sabía que lo que dijera e hiciera una vez que ella terminara sería muy importante. Si algo había aprendido en las últimas semanas, era que ya no podía confiar ciegamente en su capacidad de manejar las relaciones personales de forma adecuada. Pero cuando su hermana le relató cómo había sucumbido a la petición de aquel sinvergüenza de fugarse juntos, el sentimiento de culpa de Georgiana lo hicieron hablar.

– ¡No, Georgiana! ¡Mi niña querida! -protestó Darcy, abrazándola-. ¿Qué posibilidades tenías tú frente a él? -Acarició los rizos que caían sobre su hombro-. ¡Tú has sido demasiado generosa conmigo, porque todo el mundo puede ver que yo tuve la culpa! Tú no tenías posibilidad de defenderte, porque yo no estaba contigo para protegerte ni tengo ninguna razón válida para justificar mi ausencia. ¡Yo mismo tenía que haberte acompañado a Ramsgate o a donde quisieras ir! -Darcy soltó a su hermana, se levantó y caminó ciegamente hacia la chimenea. Apoyó la cabeza contra el frío mármol y respiró hondo-. Fui negligente contigo. No me ocupé de ti. ¿Y por qué? ¡Por nada! Nada que se pueda comparar con tu bienestar. ¡Dios y tú me tenéis que perdonar!

– No, Fitzwilliam. -La protesta de Georgiana vibró delicadamente en el aire-. Yo tenía todo lo que necesitaba para defenderme de los halagos de Wickham. ¡Concédeme por lo menos la sensatez de saber qué era lo correcto y conocer mis deberes para con mi familia! -Se levantó, se acercó a su hermano y le puso una mano en la espalda-. Lo que me hacía falta era carácter para rechazar sus propuestas. Él se aprovechó de mi simpatía y mis sueños románticos, sí, pero también estimuló mi vanidad y alimentó mi descontento con innumerables insinuaciones intencionadas. -Darcy negó con la cabeza y dio media vuelta-. Hermano, siempre me han animado a tener una opinión excelente de mí misma. Al no tener que demostrar la entereza de mi carácter, gracias a la protección de la riqueza y la posición social, yo no sabía realmente cuánto valía. Desde entonces he aprendido que en esas cosas más importantes soy pobre y débil y tengo muchas carencias. Era la lección más importante que tenía que aprender en la vida. Así que ya ves, Fitzwilliam. -Georgiana lo agarró del brazo-. No puedes echarte toda la culpa. Pero en aquello relacionado con la parte de culpa que te corresponde, querido hermano, te perdono con todo mi corazón.

Darcy miró a su joven hermana, cuyo rostro parecía ansioso de que él aceptara por fin su absolución. Había obtenido lo que deseaba en esa parte de la confesión, pero parecía demasiado fácil.

– ¡Fui imperdonablemente egoísta, Georgiana!

– Hermano. -Georgiana trató de detener la confesión de Darcy.

– Yo he debido…

– ¡Fitzwilliam! ¡Yo sé que eres egoísta! -exclamó y luego se rió al ver la expresión ofendida de Darcy-. Normalmente eres el más amable y generoso de los hermanos, pero con los demás, y a veces también conmigo, piensas primero en tus propios intereses. ¡Ay! -exclamó-. ¡Por favor, no me pongas esa cara cuando sólo me estoy mostrando de acuerdo con lo que acabas de confesar! ¿Acaso no te he perdonado ya? Si sigues hablando, ¡voy a creer que te sientes orgulloso de tu confesión!

Darcy hubiera querido que el rubor que encendió su rostro fuera producto del arrepentimiento y no de la vergüenza y mortificación que sintió. Parecía que no podía ni confesar sus faltas sin hacer un despliegue de orgullo.

– Bueno… Hummm… Entonces, gracias -repuso, desviando la mirada, sintiéndose incapaz de observar a su hermana-. Eres muy amable.

– No, no soy «muy» amable, porque ahora -dijo Georgiana, al tiempo que volvía a sentarse en el diván y señalaba el sitio junto a ella- es tu turno, tal como prometiste.

¡Su turno! ¿Por dónde iba a comenzar? Ignorando la invitación de Georgiana para sentarse, Darcy pasó por detrás de ella y atravesó el salón. El rumor del vestido de su hermana le indicó que lo estaba siguiendo con la mirada. Sintiéndose vigilado y sin tiempo para recuperar la compostura, dio media vuelta y se sentó junto a ella, soltando un suspiro.

Cerró los ojos y se recostó.

– Tal vez recuerdes una carta que te envié desde Hertfordshire acerca de una joven. Creo que en Navidad hablamos sobre ella.

– Sí, la señorita Elizabeth Bennet.

Darcy abrió un ojo para mirar a su hermana.

– ¿Recuerdas su nombre?

– Ah, claro. -Georgiana tenía los ojos muy abiertos, con actitud expectante-. No podría olvidar el nombre de una mujer que captó de tal manera tu interés y tu aprobación.

– Sí, bueno. -Darcy suspiró. Luego comenzó a contarle a su hermana todo lo que había ocurrido, pero los recuerdos le llegaban con tanta rapidez e intensidad que era difícil seguir una cronología muy precisa.

– En Rosings descubrí que mi atracción por ella crecía día a día. Llegué al punto de decidir que, a pesar de los innumerables obstáculos, no podía vivir sin ella. Comencé a cortejarla, ansioso por llevar el asunto a feliz término y al mismo tiempo avergonzado por lo que suponía eran consecuencias inevitables de mi elección. Mi ambivalencia era tan absoluta que el objeto de mis atenciones no tenía la mínima sospecha de que había sido elegida. Cuando finalmente ya no pude negarme más a mis deseos, acudí a ella y ella recibió mi propuesta de matrimonio con un frío rechazo, al tiempo que se mostraba sorprendida de saber que yo la tenía en tan alta estima.

– ¡Te rechazó! -Georgiana lo miró con incredulidad-. ¡No puede ser! Con seguridad hubo un error, algún malentendido…

Darcy tomó la mano de Georgiana entre las suyas y le pidió que guardara silencio.

– Sí, hubo un error y un malentendido -respondió él, sacudiendo negativamente la cabeza para extinguir la esperanza que había aparecido en los ojos de Georgiana-. Lo que se interpuso entre la hermana de Elizabeth y Charles fue mi equivocada vanidad. Precisamente esa mañana, Elizabeth había descubierto mi participación en la desgracia de su hermana y me culpó de ello con toda justicia. El malentendido… -Darcy hizo una pausa. ¿Debería rebelarle a su hermana la reaparición de Wickham?-. El malentendido tenía que ver con un malicioso rumor sobre mí que llegó a oídos de Elizabeth y que ella no tenía motivos para no creer, teniendo en cuenta la manera vil de portarme antes con ella. Desde luego, tan pronto como tuvo conocimiento de mi intervención en el primer asunto, ya no tenía motivos para no creerme capaz de la peor injusticia.

– ¡Pero seguramente se lo explicaste! -protestó Georgiana-. ¡Sé que debes de haberte sentido apenado por lo que habías hecho!

Darcy le apretó la mano.

– Lamento decir que no me sentí apenado. Su rechazo me resultó tan doloroso y humillante que justifiqué mi comportamiento todo lo que pude. -Suspiró-. Nos dijimos cosas que voy a lamentar hasta el día mi muerte. Más tarde le escribí una carta explicando mis acciones con respecto a su hermana, por lo cual creo que nunca me perdonará. En cuanto al malentendido, tengo la esperanza de haberla convencido de mi inocencia en ese asunto, pero no creo que eso pueda llevar a una reconciliación. Ella dejó muy claro cuál era la opinión que tenía de mí y de mis defectos. No, ella no puede ni nunca podrá amarme, querida. -Darcy bajó la voz.

– ¡Querido hermano! -La compasión de Georgiana le resultó más dulce de lo que se había imaginado.

– Me rebelé contra el dolor de mi corazón y la perspectiva de un futuro lleno de infelicidad. La culpé a ella por engañarme, al destino por jugar conmigo y a todo y a todos excepto a mí mismo. Como dijiste, fuimos educados para tener una buena opinión de nosotros mismos, tal vez demasiado buena. Desde que regresé de Kent, no he hecho más que arrastrar mi dolor de manera mezquina, sin pensar en los que se preocupan por mi bienestar. Anoche, a pesar de que me lo desaconsejaron, fui a caer en compañía de gente peligrosa, impulsado solamente por mi orgullo y mi presunción. Fue necesaria la intervención de lord Brougham para hacerme entrar en razón y luego recompensé sus esfuerzos emborrachándome. Me he portado de manera abominable y estúpida, a causa de mi orgullo y mi vanidad. Me siento avergonzado. -Tragó saliva-. No soy el hombre en el que quería convertirme para honrar la memoria de nuestro padre. Además, te he hecho sufrir, Georgiana, por culpa de mi egoísmo -concluyó-, y me siento muy avergonzado por eso. -Darcy le soltó la mano y esperó, mientras se preparaba para oír el juicio de su hermana.

– Hermano -suspiró Georgiana, llevándose los dedos a los labios para reprimir un sollozo-. ¡Has sufrido tanto, Fitzwilliam! ¡Yo sabía que tu rabia y tu aislamiento tenían su origen en alguna pena, pero no fui capaz de imaginar esto! Amar y recibir… -La emoción la embargó y le impidió continuar.

– Mi dolor… -Darcy buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó su pañuelo para secar las mejillas de su hermana-. El dolor que he padecido no justifica mis acciones, aunque no hubiese sido yo mismo el que lo ha causado.

– ¡Somos una pareja patética! -Georgiana miró a Darcy mientras él le secaba las lágrimas-. Nos dieron la oportunidad de cuidarnos solos y hemos respondido como niños, rechazando las enseñanzas y evitando la disciplina.

– Pero creo que estás reconciliada contigo misma. -Darcy la miró atentamente-. Mientras que yo sólo estoy resignado.

Georgiana apoyó la cabeza sobre el hombro de Darcy y le puso la mano en el corazón de manera tímida.

– Lo sé -susurró-. Pero eso sólo está a un paso del rabioso dolor que has estado experimentando en soledad. Por favor, no sigas así, Fitzwilliam.