– Por Dios, Richard, no…

– ¡Saludos, buen hombre! -gritó Fitzwilliam desde la ventanilla cuando pasaron a su lado, y luego volvió a sentarse, soltando una carcajada-. ¿Será el nuevo clérigo de nuestra tía, el que vino a reemplazar al viejo Satherthwaite?

– El señor Collins -informó Darcy a su primo con los dientes apretados. ¿Cómo podía haber olvidado que aquel fastidioso hombrecillo, que gracias al mérito de su ropa de clérigo se había portado de manera tan desagradablemente familiar durante el baile de Bingley, estaría allí?

– ¿Collins? ¿Acaso lo conoces? -preguntó Fitzwilliam con sorpresa.

Darcy asintió.

– Lo conocí en Hertfordshire el otoño pasado, cuando acompañé a Bingley en su desafortunada excursión en busca de una buena propiedad. Collins es pariente de uno de los vecinos.

– ¿Y qué tal es? ¿Tan bueno para hacer reverencias y genuflexiones como el viejo Satherthwaite? ¡Por Dios, qué hombre tan adulador! Pero todavía me da escalofríos al pensar en la forma en que tía Catherine se inmiscuía en sus asuntos.

– Sospecho que nuestra tía siempre va a buscar lo mismo en todos los párrocos cuya manutención dependa de ella, aunque no sabría decir si éste es igual o peor que Satherthwaite. Pero sí estoy seguro de una cosa -añadió Darcy, torciendo la boca con sarcasmo-: Sospecho que, debajo de esa levita de clérigo, el señor Collins es una especie de gallito pendenciero. -Hizo una pausa para disfrutar de la incredulidad de Fitzwilliam-. Él se me acercó y se presentó por su cuenta en el baile de Bingley.

– ¿Se presentó a sí mismo? -Fitzwilliam se sintió todavía más asombrado-. ¡Caramba, qué hombre más impertinente! ¡No creo que a nuestra tía le gustara enterarse de eso! Supongo que cuando lo conozca me saludará por mi nombre de pila.

Darcy resopló de manera poco elegante a modo de respuesta, pero, de repente, se sumió en un súbito silencio mientras lo invadían los recuerdos. La primera vez que se había fijado en él fue durante su torpe intento de acompañar a Elizabeth en una danza popular. Al principio, la ineptitud de Collins le había parecido simplemente cómica, pero la creciente humillación que había sufrido la dama por la falta de cortesía y habilidades de su pareja casi lo había impulsado a intervenir. Darcy había resistido la tentación y luego, cuando la agitación de Elizabeth se había calmado por fin, Collins volvió a sorprenderla, al igual que al resto del salón, ofreciéndole su mano para el siguiente baile. Lo que había seguido había sido divertido y doloroso al mismo tiempo. Al igual que los hilos de los que por fin se había deshecho. Como los recuerdos de los que todavía no había logrado desprenderse.

El carruaje alcanzó en pocos minutos la entrada de Rosings, propiedad de la familia De Bourgh y casa de su tía viuda, Catherine de Bourgh. A juzgar por la atención que su primo estaba dirigiendo a su corbata, su chaqueta y su chaleco, Darcy pudo comprobar que Fitzwilliam había comenzado a desplegar sus reservas de buen humor y galantería, preparándose para su llegada y posterior estancia. Lady Catherine solía causar pavor a Richard cuando eran niños, pero a medida que había madurado y descubierto los vericuetos que conducían a las sensibilidades femeninas, Richard había empleado esos conocimientos con ella. Hacía años que la transformaba en una persona dulce, tan dulce como podía ser una mujer con el carácter de su tía; pero Richard siempre insistía en que eso era una hazaña que requería una cuidadosa atención.

Cruzaron la entrada y atravesaron el parque. Los caballos apresuraron el paso bajo la experta mano de James, presintiendo que su trabajo estaba a punto concluir. Cuando giraron en una curva, pasando cerca del bosquecillo que había sido despejado por el abuelo de sir Lewis de Bourgh, los pensamientos de Darcy se vieron interrumpidos por una fugaz mancha de color, como la que podría producir el vestido o el abrigo de una dama. Darcy frunció el ceño y se dio la vuelta, intentando ver de qué se trataba, pero la frondosidad de los árboles y la rapidez del carruaje se lo impidieron.

– ¿Has visto algo? -preguntó Fitzwilliam.

– Nada… supongo que era una criada que va camino de la aldea. -Darcy se encogió de hombros y luego añadió con una sonrisa burlona-: Y no, no sé si era bonita.

– ¡Darcy, ya sabes que yo no jugueteo con las criadas! -exclamó Fitzwilliam, mirándolo con aire de haberse ofendido-. Mi padre me habría clavado a la puerta del establo si alguna vez lo hubiese hecho y todavía es perfectamente capaz de hacerlo. -Fitzwilliam no pudo evitar un estremecimiento mientras seguía dando vueltas a aquella idea-. ¡Y mi madre también! ¡Ella le habría alcanzado las puntas! -Cuanto más acaloradas se volvían las protestas de Richard, más amplia se hacía la sonrisa de Darcy, hasta que finalmente se dio cuenta de que su primo sólo lo estaba molestando, se detuvo en seco y lo fulminó con la mirada, antes de soltar ambos una carcajada.

Cuando James dirigió el carruaje a la entrada de Rosings, los dos primos se habían transformado una vez más en los serios caballeros que su tía esperaba. Y ciertamente los estaba esperando. Una corte de criados formaba una línea desde la escalera hasta la puerta, preparados para descargar el coche y conducir a los visitantes hasta la presencia de su señoría.

– Allá vamos. -Fitzwilliam le dio un último tirón a su chaleco y revisó la línea de sus pantalones-. Si ella protesta porque no traemos pantalones por la rodilla, te echaré la culpa eternamente -le aseguró a Darcy, mientras el vehículo se detenía y la portezuela se abría de inmediato. El criado que había abierto era el mismo pobre diablo que había realizado esa ocupación desde que Darcy tenía memoria. El caballero asintió al oír el saludo de bienvenida del hombre y comenzó a subir las escaleras detrás de él, tan pronto como Fitzwilliam descendió del coche. Desde luego, los dos conocían el camino, pero lady Catherine era una fanática de las formalidades; en consecuencia, los dos caballeros siguieron el paso reposado del criado hasta que llegaron a las puertas del salón rosado.

– Darcy… Fitzwilliam. ¡Por fin habéis llegado! -El tono de irritación en la voz penetrante de su tía era inconfundible. Sin duda los estaba esperando desde hacía horas. Darcy miró a su primo con cara de reproche y le hizo una seña para saber quién iba a asumir la culpa por el retraso. Fitzwilliam suspiró; luego los dos avanzaron hacia el salón y se inclinaron ante la dama, que estaba majestuosamente sentada en un lugar que le daba pleno dominio sobre todo lo que la rodeaba.

– Su señoría. -Darcy hizo una reverencia y besó la mano que su tía le tendió. Fitzwilliam hizo lo mismo un instante después.

Lady Catherine frunció el ceño mientras inspeccionaba a sus dos sobrinos de arriba abajo.

– ¡Ninguno de los dos está vestido de manera apropiada! El atuendo correcto para hacer una visita es pantalones a la rodilla y medias, señores. No me cabe la menor duda de que esta falta es culpa de Fitzwilliam.

Richard le lanzó una mirada asesina a su primo, antes de comenzar a disculparse.

– Su señoría, fue idea de D…

– Venid -lo interrumpió lady Catherine-, saludad a vuestra prima. -Los dos hombres se giraron obedientemente hacia la pálida criatura que estaba sentada en el diván, a la derecha de lady Catherine, e hicieron una reverencia. La delgada figura de Anne de Bourgh estaba totalmente oculta por una buena cantidad de chales que pensaban que eran imprescindibles para proteger su salud de cualquier inclemencia. En la mayor parte de las jovencitas aquella cantidad exagerada de ropa habría provocado un sofoco, pero la cara macilenta de Anne era un testimonio mudo de su continua fragilidad.

Darcy dio un paso adelante y le tendió una mano de manera formal.

– Prima -murmuró, mientras Anne sacaba su mano de debajo de los chales y se la ofrecía de manera lánguida. A pesar estar tan abrigada, los dedos de su prima estaban fríos; y cuando Darcy se los llevó a los labios, volvió a preguntarse cómo haría Anne para soportar aquella vida, atrapada entre su mala salud y el carácter dominante de su madre.

– Primo -saludó ella débilmente. Darcy retrocedió para dejar paso a Fitzwilliam y la observó mientras su prima recibía los respetos de Richard y repetía el mismo saludo lacónico. No parecía haber ningún cambio en su palidez, ni sus ojos revelaban ninguna chispa de interés por su llegada. Al contrario, parecía aliviada de pensar que había terminado ya con las formalidades y se podía retirar nuevamente a su interior, mientras volvía a meter la mano bajo los chales.

– ¿No creéis que vuestra prima tiene buen aspecto? -La pregunta de lady Catherine exigía que ellos estuvieran de acuerdo y ninguno de sus sobrinos estaba dispuesto a decepcionarla-. Estamos siguiendo un nuevo régimen que me recomendó uno de los médicos del regente; así que no puede ser sino beneficioso. Espero que dentro de un año Anne sea totalmente capaz de tomar el lugar que le corresponde. -Le dirigió una sonrisa suspicaz a Darcy-. Algo que todos hemos estado esperando con ansiedad.

Gracias a su cuidadosa reserva, Darcy logró contenerse y no mostrar el sentimiento de rebeldía que repentinamente se apoderó de él. Desde luego, lady Catherine estaba haciendo referencia a sus expectativas de que Darcy se casara con Anne. El caballero lanzó una mirada a su prima para confirmar su opinión de que ella creía tan poco en esa «eventualidad» como él y luego miró hacia otro lado. Era una vieja cantinela que él había aprendido a ignorar desde hacía mucho tiempo, sin tener que incurrir en un enfrentamiento abierto con la anciana dama. Pero esta vez las insinuaciones de lady Catherine habían provocado en él una respuesta excesivamente visceral. Por supuesto que él deseaba que su prima estuviera más vital y saludable. ¿Quién no? Pero cualquier mejoría en ese sentido no la convertiría en una esposa apropiada para él. Y eso también era algo que sabía desde hacía mucho tiempo. Entonces, ¿por qué se sentía tan afectado? Tú sabes bien por qué, intervino su conciencia, pero Darcy la apartó, tratando de concentrarse en lo que le iba a responder a su tía.

– Sin duda, todos nos alegraremos mucho, señora.

La sonrisa de lady Catherine pareció vacilar al oír la respuesta de Darcy, pero no insistió más, por lo que prefirió invitarlos a sentarse para que pudieran servirse algo de beber y aliviar así el cansancio del viaje.

– Habéis llegado terriblemente tarde, sobrinos. -Cuando los dos ocuparon sus sitios con el té en la mano, lady Catherine volvió a su tema inicial-. Os esperaba desde hacía horas y ya me había preparado para recibir la noticia de un grave accidente. Como veo que los dos gozáis de buena salud, supongo que ha habido algún problema con un caballo o el carruaje.

– No, señora -replicó Darcy, decidido a ayudar a Fitzwilliam a librarse de la inevitable reprimenda de su tía-. Salimos tarde de Londres.

– ¡Salisteis tarde! Me pregunto qué pudo retrasar vuestra partida. ¡Con seguridad tu ayuda de cámara entiende el reloj!

– Sí, señora -contestó Darcy con cautela-, Fletcher no tiene la culpa en absoluto.

La penetrante mirada de lady Catherine se fijó entonces en Fitzwilliam. Consciente de que estaba a punto de ser llamado a rendir cuentas, Richard intentó amagar.

– Un viejo amigo de Darcy, el conde de Westmarch, llegó inesperadamente y se quedó hasta muy tarde. No podíamos echarlo a la calle…

– ¿El conde de Westmarch? -preguntó lady Catherine, dirigiéndose a Darcy-. ¡Me asombra que seas amigo de él, Darcy! Conocí a su padre, ya lo sabes; y si todavía estuviera vivo, estoy segura de que se sentiría muy decepcionado con su hijo. Ése sí que era un caballero absolutamente perfecto. Bailé con él dos veces durante mi primera temporada social y estoy segura de no engañarme cuando digo que me habría convertido en lady Westmarch si ese escándalo, que esa mujer empezó a propósito, sin duda, no lo hubiese obligado a casarse prematuramente. He oído cosas sorprendentes sobre su hijo y te aconsejo que pongas fin a esa amistad, o al menos te niegues a recibirlo en Erewile House cuando Georgiana esté en casa. Toda cautela es poca cuando se trata del cuidado de una jovencita. Ellas se dejan llevar por la más mínima atención por parte de un caballero experimentado. Confío en que su nueva institutriz la vigile de cerca.

Darcy confirmó la aseveración de lady Catherine con un lacónico «Sí, señora», mientras se levantaba de la silla y se dirigía a la mesita de té. La insistencia de su tía en una posible boda con Anne había despertado en él un sentimiento de rebeldía, exacerbado por el hecho de que, aunque no fuera su prima, de todas formas, tendría que elegir a otra mujer cuya forma de ser le resultaría igualmente decepcionante, pues no estaría a la altura de sus expectativas. Las calumnias de su tía contra Brougham y las instrucciones que le estaba dando sobre la manera de proceder no eran nuevas, pero en ese momento habían servido para alimentar el malestar de Darcy. Tal vez fuera prudente hacer un poco más breve la visita de ese año.