– ¡Y aun así lograste ganar varios premios! -Darcy sacudió la cabeza con mortificación.
Brougham lo miró y sonrió.
– Creo que todavía no me has perdonado por eso.
– ¡No! -respondió Darcy-. Pero después de esto, ya no puedo envidiarte ni guardarte resentimiento. Sigue -le instó a continuar, para que no se alejara del tema-. Porque todavía no veo qué tiene que ver todo eso con estos últimos siete años, o esas misteriosas estratagemas tuyas.
– Ah, pero ya preparé el escenario, por decirlo de algún modo. -Otra vez volvió a aparecer aquella mirada intensa y concentrada-. Después de valorar el contenido y la complejidad de los mensajes, se hizo evidente que procedían de las clases altas de la sociedad británica y que circulaban entre sus miembros antes de ser enviados a Francia. Cuando las fuerzas de Napoleón se reunieron en Boulogne en el año 1804, con la intención de iniciar una invasión, a los Ministerios del Interior y Exterior les entró el pánico. Los planos de las fortificaciones costeras de Pitt en Sussex y en Kent fueron descubiertos en un paquete que iba con destino a Holanda. Yo mismo los vi y descifré la nota que los acompañaba; una nota muy elegante e ingeniosa, debo añadir. -Brougham sonrió con sarcasmo al recordar.
– ¡Bien hecho, Dy, pero el problema seguía latente! -exclamó Darcy, entusiasmado por el relato de su amigo-. ¡Todavía había que atrapar a los traidores!
– ¡Exacto! -contestó Brougham-. Pero ¿cómo descubrirlos? Se movían en los círculos más altos de la sociedad. Eran muy inteligentes y posiblemente se trataba de hombres poderosos. ¡Incluso podían formar parte del propio gobierno! Infiltrar a un agente sería inútil, porque nunca sería aceptado y mucho menos lograría ganarse su confianza. Sólo quedaba, entonces…
– ¡Tenía que ser uno de ellos! -Darcy miró a su amigo con asombro y un poco de inquietud-. Alguien al que aceptaran sin reparos y que los igualara en astucia e ingenio. ¡Por Dios, Dy! ¿Te convertiste en espía? -Brougham inclinó la cabeza como confirmación-. ¡Todo este tiempo! ¿Con esa pose de petimetre imbécil?
– Desgraciadamente, sí. -Suspiró-. Fue un poco deprimente ver la rapidez con que me aceptaron bajo esa caracterización, pero así es. ¡Por el rey y por el reino, ya sabes!
– ¿Pero lograste descubrirlos? -insistió Darcy. ¡Aquello era demasiado increíble! ¡Su mejor amigo era un espía!
– Ah, sí, lo conseguí. -Una mirada de tensión apareció de pronto en el rostro de Brougham. Luego la escondió-. Pero no puedo revelar su nombre ni los de otros que he dejado al descubierto. Otras personas se ocupan de ellos silenciosamente, mientras que el petimetre sigue asistiendo a bailes y partidas de juego y de caza, y juega a ser el bufón de la sociedad. Te aseguro, Fitz, que no creo que te gustara saber las cosas relativas a los de nuestra clase de las que se entera un bufón.
– ¿O un criado? -preguntó Darcy en voz baja. Es posible que todo hubiese comenzado como una noble cruzada para redimir el honor de su familia y un excitante desafío para su activo intelecto, pero ahora el juego estaba pasándole factura y podía verlo en cada rasgo de su amigo.
– Sí, cuando no dispongo de las conexiones adecuadas, como aquellas que me permitan entrar en el círculo de fanáticos que rodean a lady Monmouth. A ella no le gusta la gente como yo, es una dama demasiado fiel como para querer rodearse de bufones. ¿Me ofrecerías algo de beber, viejo amigo? -preguntó Dy bruscamente-. ¡Esta confesión me ha dejado seco! ¡Casi envidio tu manera de hacerlo!
– ¿Te refieres a emborracharte? -replicó Darcy-. No te lo recomiendo. Además, es posible que digas algo que no debas. -Se dirigió a una vitrina y la abrió para mostrar diferentes licores-. ¿Vino, brandy?
– ¡Vino! Cenaremos con tu hermana en pocos momentos y no quisiera que algo más fuerte ofuscara mis sentidos.
Darcy le sirvió una copa y luego guardó la botella. ¡No quería tomar nada hasta la cena!
– ¿Y qué hay de tu amistad con los taberneros y tu magnífica habilidad con las cerraduras?
– Gajes del oficio, Fitz. -Brougham casi se bebe todo el vino de un solo sorbo-. En este negocio no es suficiente conocer únicamente a los poderosos. Uno debe perseguir cualquier tipo de traición a través de puertas cerradas, por las calles y dentro incluso de las cañerías. Hay partes de esta hermosa ciudad que no puedes ni imaginar que existen, aunque te jurara por mi honor que es verdad. Pero cloaca o mansión, el hedor siempre es el mismo y pocos son lo que parecen. ¡Yo me estaba empezando a preocupar por ti, viejo amigo!
– ¿Por mí? -Darcy se quedó mirando a Brougham, con una mezcla de sorpresa e indignación.
– ¡Ah, no había pensado que fueras desleal! ¡Por Dios, hombre, no te alteres tanto! -lo reprendió Brougham-. Pero estaba preocupado por la gente con la que te mezclabas últimamente. ¡Sayre y Trenholme siempre han sido unos individuos muy sospechosos, que nada tienen que ver contigo! Además parecías muy interesado en lady Sylvanie, ahora lady Monmouth, que se ha convertido en una mujer con la que no es muy recomendable relacionarse. Desde tu regreso de Kent, tu conducta se había vuelto tan extraña, sobre todo en relación con la señorita Darcy, que yo no sabía qué pensar. Cuando insististe en aceptar la invitación de Monmouth, temí por tu reputación y traté de desanimarte. -Dy le apuntó con el dedo al corazón-. Pero ignoraste incluso mi «punzante» advertencia.
– Pensé que todo ese despliegue tenía algo que ver con Georgiana -dijo Darcy, sólo parcialmente apaciguado-, que es otro tema sobre el que tenemos que discutir antes de reunirnos con ella.
– ¿Tenemos que hacerlo? -Brougham apretó la mandíbula-. Yo preferiría no hablar de eso. -Se tomó el resto del vino.
– Creo que debemos hablar. -Darcy se puso tenso al advertir la reticencia de su amigo-. Tenías mucha razón sobre ella y tus reprimendas estaban más que justificadas. Te doy las gracias por ambas cosas. Veo que últimamente había dejado en tus manos responsabilidades que son sólo mías y que ahora debo pedirte que me devuelvas. -Brougham dio media vuelta de repente y volvió a dirigirse hacia la ventana. Darcy se quedó mirando con desconcierto la silueta de su amigo, recortada contra la luz del atardecer-. ¿Dy?
– ¿Tienes idea de la jovencita tan extraordinaria y valiosa que tienes por hermana, Fitz? -Brougham se apoyó sobre el marco de la ventana-. No creo haber encontrado algo igual en ninguna mujer de nuestra clase social, ¡o al menos en ninguna mujer de la cual haya podido estar cerca el personaje que represento para la sociedad! Ella ya posee todas las virtudes que aprecia un hombre inteligente y sensible. ¡No me puedo imaginar cómo será cuando haya llegado a la madurez!
– ¡Sólo tiene dieciséis años, Dy! -protestó Darcy, alarmado por la intensidad que percibió en la voz de su amigo-. Y tú me prometiste que…
– ¡Que no representaría ningún peligro para ella! -Brougham se volvió hacia Darcy-. Todavía tienes mi palabra, amigo mío. ¡No he jugado ni nunca jugaría con los sentimientos de la señorita Darcy! He hecho un gran esfuerzo para reprimir mis propios sentimientos, ocultándolos tras la existencia de muchos intereses mutuos y una sincera amistad. Por mi honor, Fitz -protestó vigorosamente, al ver que su amigo guardaba silencio-, te juro que he sido extremadamente cuidadoso para que la señorita Darcy me vea principalmente como un amigo. Soy muy consciente de su edad; te ruego que creas que tengo al menos un poco de delicadeza.
– Pero pasarán varios años antes de que considere la posibilidad de entregarla en matrimonio. -Darcy trató de hablar con el tono más severo que pudo-. ¡Y la diferencia de edades, Dy!
– Lo sé, lo sé. -Se rió con tristeza-. Ni yo mismo lo habría creído. ¡La hermanita menor de mi mejor amigo! ¡Qué absurdo! Pero así es, Fitz. Soy lo suficientemente viejo para conocerme y saber qué es el amor. Cuando termine esta maldita guerra, ya sé qué voy a hacer con mi vida y te aseguro que no será seguir haciendo el papel del mayor bufón de Londres. A pesar de estos últimos años, tú me conoces, Fitz. Sabes que voy a venerar a la señorita Darcy por encima de mi propia vida y si algún día no cumplo con tus expectativas, tienes mi permiso para darme una paliza.
Darcy se quedó mirando a su amigo en silencio. No tenía dudas de que Dy hablaba con sinceridad y que cada palabra le salía del corazón, pero la idea de que Brougham amara a Georgiana y quisiera convertirla en su esposa era más de lo que había pensado oír ese día, o cualquier otro.
– Dy…
– Por favor, no hablemos más de esto ahora -lo interrumpió Brougham-. Tal como tú dices, ella es demasiado joven y yo estoy atrapado en esta maraña de intrigas que hace que mi vida no valga ni un centavo. ¡Tú sabes que de esta confesión no va a salir nada! Pero cualquier día aparecerá la noticia en los periódicos. Hasta que la guerra termine, no puedo decirte ni pedirte nada a ti o a la señorita Darcy. Tal vez cuando por fin nos deshagamos de Napoleón, ella tenga edad suficiente para escuchar mi propuesta. Lo dejo a tu criterio, amigo mío, entretanto podrás decidir si me permitirás o no hacerlo. Ahora… -Se enderezó y señaló la puerta-. ¿Vamos a cenar?
– Dy, con toda sinceridad, primero hay algo que debes saber. -Darcy hizo un último intento para disuadir a su amigo de aquella absurda idea de esperar a su hermana.
– ¿Sí? -Brougham se detuvo con una mirada burlona-. ¿Hay algún oscuro secreto en la familia Darcy que pueda hacerme desistir?
– ¿Oscuro? -Darcy se mordió el labio-. No, pero debes saber que ella… -¿Cómo iba a explicarlo? No había ninguna manera delicada de…
Se oyó un golpecito en la puerta del estudio y Dy adoptó enseguida una actitud cautelosa, que reemplazó a la expresión abierta que había tenido durante todo su relato.
– Adelante -dijo Darcy, observando con fascinación las fases de la transformación de su amigo, que rápidamente sustituyó los rasgos sinceros del hombre que había sido durante la conversación por la actitud de arrogante desdén que caracterizaba al personaje que representaba en público. La metamorfosis se completó en los escasos instantes que transcurrieron mientras un lacayo abría la puerta para dejar paso a Georgiana.
– ¡Milord Brougham! -El placer reflejado en sus ojos era auténtico. Bajó los ojos sólo un momento, mientras le hacía una reverencia, y luego se dirigió a Darcy-: ¿Ya has terminado de conversar a puerta cerrada con su señoría, hermano, o debo hacer que vuelvan a llevar la cena a la cocina?
– Ah, ya estábamos terminando, señorita Darcy -intervino lord Brougham-. Ya hemos agotado todos los temas de conversación entre nosotros. Me temo que usted será la responsable de mantener la cordialidad entre ambos durante la cena.
Asumiendo de nuevo su pose con aterradora facilidad, Dy se portó como un excelente invitado y los entretuvo con absurdas anécdotas e historias salpicadas de datos curiosos sobre los grandes y famosos y aquellos que aspiraban a serlo. Darcy se sintió tentado a pensar que su conversación previa había sido sólo un sueño, pues el hombre que estaba sentado a la mesa no se parecía en lo más mínimo al que unos momentos antes le había confesado su verdadero carácter. No obstante, trató de descubrir, observando con atención, cualquier indicio de los lazos que podrían unir algún día a su hermana con su amigo. Tenía que reconocer que Georgiana florecía en presencia de Brougham y era menos reticente en su compañía que cuando estaba entre sus parientes; pero Darcy no pudo detectar ningún sentimiento por él, excepto una agradable amistad. Dy tampoco manifestó ninguna mirada secreta o suspiros significativos. Seguía representando el papel del petimetre que la sociedad creía que era, algunas veces ridículo, pero, con frecuencia, irónico; sin embargo, parecía menos agresivo en su compañía y ocasionalmente desplegaba una gran inteligencia y perspicacia.
Darcy sabía que su amigo cumpliría sus promesas, pero cuando Dy se despidió de Georgiana y llevó a Darcy hasta la puerta con actitud conspiradora, para informarle de que sus «deberes» exigían que se ausentara de la ciudad durante un período de tiempo indefinido, la verdad es que Darcy no sintió ningún pesar.
– Lo que más lamento es no estar aquí para la ceremonia de presentación del retrato de la señorita Darcy -dijo Dy, mientras se ponía el abrigo que un lacayo le sostenía y cogía su sombrero de copa y sus guantes.
– No te vas a perder de nada -contestó Darcy y, al ver la expresión de desconcierto de Brougham, añadió-: He llegado a la conclusión de que Georgiana tiene razón. Sólo la familia y luego lo mandaremos a Pemberley.
– ¡Excelente! -exclamó Dy con actitud radiante-. ¡Me parece bien por tu parte, Fitz! Aunque entiendo la insatisfacción de la señorita Darcy con el retrato, espero poder tener el privilegio de verlo algún día adecuadamente colgado en tu galería. -Brougham le tendió la mano y Darcy se la estrechó con fuerza.
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